El baile de los condenados
En algún punto del hermoso estado mexicano de Durango, se dice que hay una vieja hacienda en ruinas, que nadie habita desde hace mucho tiempo. Se dice también que fue en ese mismo lugar donde años atrás, ocurrió un hecho insólito, que sigue poniéndole la piel de gallina a todos cuantos recuerdan la historia.
Allá por el siglo XIX, vivía en la capital un músico de renombre muy afamado, llamado Arturo Lugo. Era tal su destreza con la música, que siempre lo estaban requiriendo en las fiestas de alta sociedad. Su orquesta se había hecho muy famosa entre la gente de alcurnia, que alternaba con él encantada, a pesar de las enormes sumas de dinero que solía cobrar.
Un buen día, un hombre muy apuesto y vestido de negro tocó a su casa. Iba envuelto en una capa y portaba un sombrero que acentuaban aun más su aire misterioso.
El desconocido no le reveló su identidad, pero le dijo que acudiera a su hacienda para tocar en un baile que estaba preparando. A continuación le extendió un saco lleno de cuantiosas monedas de oro, con lo que Lugo no pudo negarse. Se presentó en el lugar acordado a la hora requerida, con toda su orquesta.
Luego se extrañó muchísimo al percatarse de que todos en la fiesta le eran desconocidos. Él conocía a todas las personas de sociedad de Durango y ninguno de aquellos rostros le resultaba familiar, aunque los invitados estaban muy bien vestidos, y disfrutaban de vinos caros y exquisitos manjares. Supuso entonces que serían extranjeros que habían llegado para divertirse con el anfitrión.
Se acomodó con sus músicos en la tarima y tocaron valses animados por horas.
En un momento dado de la noche, Arturo se internó entre los invitados para socializar. Fue entonces cuando se topó con una cara conocida, ¡era ni más ni menos que su comadre, ataviada en un lujoso vestido! Ella parecía tan sorprendida como él.
—Arturo, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó, espantada.
Extrañado, él le contestó que lo habían contratado para tocar. La mujer empalideció.
—¡Sal de aquí ahora mismo! No sabes que estás justo a las puertas del infierno —le advirtió—, todos los años, el diablo nos reúne aquí para obligarnos a bailar por horas, antes de volver a torturarnos como de costumbre. ¡Escapa! ¡Escapa de prisa!
Luego vio en ese instante al hombre que lo había contratado, esbozando una macabra sonrisa. A su alrededor, los invitados comenzaban a gritar y a retorcerse, presos de horribles dolores.
Presa del pánico, Arturo corrió junto a sus músicos para escapar de la hacienda. Recogieron sus cosas apresuradamente y se marcharon sin mirar atrás. Al día siguiente, se dio cuenta de que se habían olvidado de un violín muy costoso y con mucho miedo, volvió a aquella espectral casona para ver si podía recuperarlo.
Cual fue su sorpresa al constatar que el lugar se hallaba en ruinas, deteriorado y lleno de cenizas, como si hubiera habido un incendio.
En un rincón, el violín perdido se encontraba intacto.
Fuente original: https://miscuentosdeterror.com/el-baile-de-los-condenados/
Subido por: Naaga
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