Yo soy un vampiro

Asesinos del Zodiaco
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Después de Yo no quiero ser vampiro (Alondra) “Yo no quiero ser vampiro (Alondra)”

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí. Tanto que ya ni siquiera sé por dónde empezar. Mi memoria no es lo que solía ser, y eso es un hecho. Recordar es difícil, como si quisiese revivir lo que pasó en un sueño, pero no es imposible. Esta noche, lo haré solo por ustedes.

Yo soy un vampiro. Así es. ¡Ups! ¿Qué puedo decir? Nada, excepto que lo siento. Lamento si alguien puso su fe en mí y lo decepcioné, o si alguien siente que le fallé de alguna manera. Sé que presumí fuerza y convicción en tantas ocasiones; en aquellos momentos, hasta yo me lo creía. Pero ustedes no saben lo por lo que pasé. Sé que no tengo excusa, pero puedo decir en mi defensa que de verdad lo intenté, di todo de mí para preservar mi humanidad. Acepté muchas cosas que pude haberme evitado de haberme rendido desde el principio. Cosas por las que ningún ser humano hubiese podido pasar… Reformulo: si hay humanos que pueden con cosas semejantes -Gandhi, Mandela, Lincoln, etc.-, pero yo no estoy hecho de la misma madera.

Quiero empezar diciéndoles que, sea lo que sea que hayan escuchado acerca de estar en la cárcel, ES CIERTO. Todas esas cosas malas que hayan escuchado (y más) le pasan a tipos como yo en esos lugares. Nunca me ha gustado considerarme pequeño o enclenque, pero no soy nada con los tipos que llevan aquí bastante tiempo. Sujetos así pagan buena propina para que alguien como yo acabe en su celda en la noche. ¿Y quieren saber una cosa? No es para jugar póker o damas chinas. Sí, en la prisión, alguien que es acusado de violador y homicida paga con creces. ¿Qué si traté de explicar mi inocencia? No. A ellos les gusta que les supliques.

Un día, tuve una riña mayor con un tipo que no quiso esperar hasta la noche y quiso su luna de miel en el baño conmigo. Nos enfrascamos en una dura pelea y los guardias tuvieron que intervenir para separarnos. Pero sólo yo fui a dar al «Sótano». El Sótano es el nombre que ellos le daban a lo que comúnmente se le conoce como el hoyo; un cuarto pequeño sin luz en el que meten a los presos problemáticos. Oh, sí, ese lugar existe. (¡Nadie quiere a un violador!)

Uno no entiende el Sótano hasta que está dentro. Yo era uno de esos que piensan que, si tuviesen que estar en un cuarto a oscuras durante una semana, se dedicarían a dormir o algo por el estilo. Pero, el problema es que, en ese lugar, pierdes la noción del tiempo. No sabes si ya dormiste un día o dos. Pierdes la cuenta de los almuerzos y las comidas.

Fue ese lugar en donde mi destino se selló.

Durante mi castigo, no hice más que derrumbarme frente a la puertezuela por donde mandaban la charola de la comida. No tenía nada de diferente a cualquier otro rincón oscuro del cuarto, excepto que yo sabía que tarde o temprano, por esa puertezuela entraría luz… y mi almuerzo. Acababa de mandar la charola bacía, después de dar cuenta de mi cena, cuando me habló.

“No creíste que ya te habías librado de mí, ¿o sí?”, una voz me dijo desde la oscuridad. Estaba en el cuarto conmigo.

No puedo describir lo que sentí en ese momento. Terror, desesperanza e histeria me parecen palabras demasiado pobres para explicarlo. Aunque entre todas las emociones que cruzaron por mi mente, pude distinguir una fácilmente: resignación.

Me levanté de mi lugar, avancé al centro del cuarto (donde yo creía que estaba el centro del cuarto) y me desplomé bocabajo. No tenía caso que gritara o pidiera ayuda a los guardias que posiblemente estaban al final del pasillo, pues poco les importaba lo que pasara aquí. (Por eso era el sótano) No se darían cuenta de lo que había sido de mí hasta que no tomara mi charola del almuerzo y abrieran la puerta mañana en la mañana, cuando yo estuviera regado por todo el suelo. Además, no tenía intenciones de morir gritando.

Según escuché, una de las reglas más básicas y sagradas de los vampiros era esta: nunca juegues con tu comida. No puedes alardear sobre tu vampirismo y menos con tu víctima, porque estás poniendo a todo tu clan en riesgo, además de a ti mismo. Lo de Víctor fue comprensible, pues él me confundió. La imagen consensual que tiene la población en general de los vampiros (apuestos, de piel pálida, carácter taciturno, ojos brillosos, ropas estrafalarias, etc.) les ha ayudado por muchos años a preservar las apariencias como personas normales, y eso fue lo que Víctor vio en mí. Así lo explicó y fue honesto, por lo que se le permitió seguir en Cd. Juárez.

Pero Alondra, Minerva y Estefanía no tenían excusa. Las tres sabían quién era yo, sabían que yo sabía quiénes eran ellas, me tuvieron a su merced, se burlaron de mí y aun así pude escapar de ellas; ¿cómo podían decir que no estuvieron tonteando? A Minerva no le quedó de otra más que explicar que ella pudo haber terminado rápido si Alondra no hubiera estado en medio todo el tiempo, y Alondra no lo negó, por lo que Minerva fue exonerada de este incidente. Toda la culpa entonces recayó en Alondra, por lo que el líder de su clan, que casualmente también era su supuesto novio amado, terminó exiliándola. Y solo una persona podría tener la culpa de todo esto.

Escuché unos tacones acercarse y detenerse cerca de mi cabeza, pero no me moví. Sabía cómo podría estar sintiéndose ella, y no era bonito.

“Mírame”, me dijo. Pero yo no quise hacerlo. ¿Qué más daba?

Sentía esa tensión en los bellos de la nuca de cuando sientes venir el dolor, presagiando el final. Aún en mi desvarío, pasó por mi mente un divertido capítulo de Bob Esponja, donde un lenguado abusador le va a patear el trasero y él se pone una venda en los ojos. «Estoy listo», pensé.

Sentía su presencia perfectamente plácida frente a mí. Varias veces pensé que me golpearía y e igual número de veces respingué, pero nunca abandoné mi posición. Pasé minutos en esa posición, preguntándome qué esperaba. («Dije que estoy listo») Perdí la noción del tiempo, pero no de las emociones; pasé un estado de sudor, de temblor, de lágrimas, de desesperación. No fue sino hasta que la puertezuela del Sótano se abrió y mi charola del almuerzo entró por ahí que me di cuenta de que ya había amanecido y de que ella no estaba más frente a mí. ¿Dudé que lo haya estado del todo? Nunca. Siempre supe que ella había estado ahí parada hasta el último momento. Pero eso me dejaba muchas dudas. ¿Por qué no me había hecho nada? ¿Por qué había desaprovechado la oportunidad de nuevo? ¿Será que toda la noche no le bastó para pensar en un castigo digno de lo que yo le había provocado? ¿Estaría acaso tan segura de que iba a regresar al Sótano que decidió tomarse su tiempo para pensar bien en un tormento apropiado para mí? ¿O es que solo quería castigarme demostrándome su omnipresencia para que yo supiera lo que me esperaba la siguiente vez que regresara? ¡QUÉ TRATABA DE PROBAR!

Las preguntas me volvían loco, y mientras tanto, el mundo seguía su curso. Pensé que la única manera de no volver a pisar el Sótano nunca más era si me volvía el preso ejemplar, lo que conllevaba a no provocar disturbios, lo que conllevaba a nunca llevarle la contra a los reos. ¿Saben a lo que eso conlleva? ¿Saben a lo que eso me llevó por seis largos meses? Yo tampoco lo sé; los traficantes finalmente pusieron su mercancía en mi sistema y eso me ayudó a borrar muchas largas noches de mi memoria, pero supongo que debí haber sido por las noches la mascota sexual más dócil del mundo. Dopado como yo lo estaba, bien podía obligarme a pensar que había estado durmiendo todo el tiempo. (Pero mi trasero siempre sabía la verdad)

Mi sumisión se volvió oprimente; la opresión se volvió resentimiento; el resentimiento se volvió odio. Y tras seis largos meses, ese día llegó en que ese odio explotó y me abalancé contra el sujeto que tenía detrás, fuese quien fuese. No sé cómo lo hice, pero en mi drogado arrebato terminé abriéndole la yugular (supongo que usé mis dientes). Se armó un escándalo y los guardias vinieron a la celda poco después de que el sujeto había muerto.

Entonces volví al Sótano.

Me dieron una semana -los guardias sabían que el verdadero castigo para mí estaría al salir- mientras se esclarecían los hechos. Días y noches estuve muerto en vida, creyendo que sentiría las manos de Alondra en cualquier momento, listas para despedazar. Tras seis almuerzos y seis cenas comencé a pensar que no la vería del todo. Pero la noche final volví a sentir su presencia en el Sótano. Sus tacones resonaron en la oscuridad cuando se acercó a mí. Acabado, sin nada más que dar, me puse de rodillas y esperé a que sucediera. (¿Saben lo que es prepararse para morir?) Esta vez, tuve la decencia de mirar hacia arriba; no sé cómo era posible, pero la podía ver. Su piel tenía luz propia, como de una de esas figuras fluorescentes, como si brillara en la oscuridad. No era muy nítida, pero definitivamente podía verla.

Se puso de cuclillas frente a mí; juro que me sentía como perrito regañado frente a ella. Me tomó de la cabeza (¡me va torcer el cuello!), luego de la nuca (¡oh, no, me va a arrancar la cabeza!), después me atrajo hacia ella (¡no, me va a dejar seco!) en un abrazo aterrador como el de una telaraña. Pero entre sus brazos, finalmente encontré consuelo. Irrumpí en amargo llanto y la abracé también. La tensión pudo conmigo. Fueron todos los sentimientos encontrados que se amotinaron en mi contra. Fue la primera vez que sentí que ya no podía más.

Supe que había amanecido por la misma razón que la vez pasada. Por increíble que parezca, había amanecido una vez más, Alondra no me había hecho nada. Aunque, ahora que lo pienso, sí que lo hizo: sembró una semilla de duda que echó raíces y creció a ritmo acelerado. Así fue como comenzó mi última batalla por mi humanidad, mis hermanos, y créanme que fue dura. Hasta tomé una hoja de papel y traté de comenzar una cascada de razones, pero era tan difícil encontrar argumentos para quedarme como estaba. Mi familia ya ni me visitaba; mis amigos ya debían haberme olvidado; la sociedad me odiaba; mis compañeros presos eran cada vez más creativos conmigo. Y mientras todo a mi alrededor se hundía, Alondra, quien de verdad tenía razones para odiarme, me había reconfortado aunque sea por una noche. En el peor momento de mi crisis, fui a la capilla del penal a pedirle a Dios que me amparara, que me diera una señal de que mi castigo estaba por terminar, que me convenciera de seguir siendo como él me hizo; pero Dios no me escuchó.

…¿Quieren saber cuál era mi apodo en la cárcel? «Migaja». Acabo de recordarlo. No me pregunten por qué.

Hice la primera cosa estúpida en la que pude pensar y volví al “Sótano”. Alondra volvió a esperar hasta la última noche para aparecérseme. La sentí ponerse en cuclillas frente a mí cuando estaba en un rincón del cuarto.

“Hazlo”, le dije.

Finalmente había entendido que mi verdadero castigo consistía en dejarme volver al exterior, y que me dejaría volver siempre hasta que se lo pidiera. Esa era su forma de degradarme.

“¿Hacer qué?”.

«Pero, ¿quién quiere morir?»

“Conviérteme”.

“¿Por qué?”, dijo ya muy cerca de mí. Sonaba divertida.

Casi me ahogo para poder decirle: “por favor”.

Entonces, «eso» pasó… Y luego me mordió para convertirme en vampiro. Sí. Por fin entendí que a los vampiros les gusta tener sexo con sus víctimas porque siempre es la mejor manera de volver a sentir calor. Los vampiros tienen frío por naturaleza, fui muy acertado con lo que le dije a Alondra en ese respecto, cuando estuvimos en la acequia. Puedo decir que Alondra fue la última en sentir mi calor humano.

Y así fue, mis hermanos. Finalmente, con la ayuda de Alondra, escapé de la cárcel y regresé a Ciudad Juárez, a recuperar un poco de lo que tanto había anhelado, aunque no de la misma manera. Volví a tener amigos, y eso es bueno. Víctor nos estaba esperando (me dio un abrazo y se disculpó sínicamente por las mentiras que dijo en mi contra, pero yo ya había olvidado todo), y como Alondra había sido exiliada se quedó en Juárez. Víctor fundó su clan conmigo y ella, como tanto había querido. Estefanía se nos unió un tiempo después, junto con otros tres.

Volví a ver a mi familia, aunque ellos no me vieran a mí. A veces, gusto de vagar por mi vieja casa mientras ellos duermen y ver lo que fue de mi vida. (Aún tienen una veladora frente a una foto mía, como para ayudarme a ver la luz) ¿Qué cómo lo hago, preguntan? No puedo decirlo. De hecho, no puedo ni quiero indagar en el tema de mis poderes.

Pedí permiso para que me dejaran terminar mi historia, pero no con el objetivo de hablar o alardear de la vida de un vampiro -cómo casamos, nuestras habilidades, nuestras debilidades (¿cómo podría enseñarles a vencerme?), quien nos gobierna, etc.- o de nosotros como clan. Lo hice porque creí necesario que supieran cómo terminó el humano, no cómo soy de vampiro. Y así, el día que les toque estar frente a mí, entiendan que soy honesto cuando les digo que no es, a ningún grado, personal. Que simplemente lo hago para existir. El cuerpo que maltrataron y destruyeron hace tanto, ya está muerto. No tengo rencor en contra de la humanidad, y si alguna vez lo tuve, ya lo olvidé hace mucho tiempo. (Habré olvidado que les conté esto en unos días) No hice nada contra los que me hicieron mal y no tengo planeado hacerlo. No los culpo a ustedes por no haber creído lo que escribí, o creerlo pero no haber hecho nada para apoyarme y salvarme de todo por lo que pasé… que equivale a lo mismo. A fin de cuentas, ese escepticismo es una de las razones por las que me dejaron seguir escribiendo.

Lo hecho, hecho está. Me hicieron lo que cualquiera hubiera hecho, y yo hice -como todos los vampiros que convivieron conmigo en vida se dieron cuenta- lo que tuve que hacer para «vivir», y ese resultó ser el requisito más importante para los postulados a ser convertidos. Aunque, en realidad, no sé si a esto se le puede llamar vida.

No es que me arrepienta ahora de haberme dejado convertir o que no lo disfrute. Antes al contrario, ha sido… ¿divertido? Supongo que sí. Soy la mano derecha de Víctor, y el segundo al mando. Él es un buen líder: es muy gracioso y puedes llegar a disfrutar su amistad (siempre que no recuerdes todo lo que te hizo pasar). Tengo -lo más cercano que los vampiros pueden tener a- una relación con Alondra, aunque no siento celos cuando la veo teniendo sexo con humanos, y dudo que ella los sienta por mí. (Queremos calor, es todo) Vivo cada noche a la vez. Esos dilemas sobre si aún tengo alma no me molestan más de lo que me molestaban cuando aún estaba vivo…

Pero siempre vuelvo a preguntarme a qué grado sigo vivo. Siempre vuelvo a cuestionarme si mis sentimientos son míos o son de la gente a quienes les robo la vida. Siempre vuelvo a ese momento, justo cuando la tibia sangre resbala por mi garganta, en que me pregunto que hubiera sido si hubiese soportado tan solo un poco más de aquel tormento, si hubiese sido un poco más fuerte. ¿Habría cambiado algo a la larga? ¿Habría ocurrido un milagro? ¿Será que hubiera logrado salvarme de este maldito frío, de vivir robando vidas o de esta oscuridad sin final? ¿Será que pude haber vuelto a sentir la luz (el calor del sol o cualquier otra luz)? ¿Pudo haber acabado bien para mí? No lo sé. Hoy en día, pagaría una fortuna para saber lo que hubiera sido de mi vida si esto jamás hubiera pasado.

Pero pasó.

No puedo volver el tiempo atrás, y no puedo corregir lo que no puedo saber si debía ser corregido. Tengo que «vivir» con lo que hice y seguir haciendo lo que deba para ser feliz con ello, y supongo que eso es el tratar de convencerme a mí mismo de que no había nada más en mi futuro que rejas. Y esa es justamente la parte más divertida de todo esto: irónicamente, desde aquel día en que me transformaron en vampiro y escapé de la cárcel, y aun sabiendo que la justicia jamás volverá a perseguirme, nunca más me volví a sentir libre.

— Via Creepypastas

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