Leyenda de la mujer herrada

Berenice
Berenice

A fines del siglo XVI en la casa número 3, de la calle de la Puerta falsa de Santo Domingo, hoy 100 de Perú, vivía un sacerdote con una mujer como si fuera su legítima esposa. Cerca de allí en los bajos de la ex-universidad habitaba y tenía su taller, un herrador gran amigo y compadre del cura, quien estaba al tanto de aquella situación y con la confianza que se tenían, en repetidas ocasiones lo exhortó a que abandonara la senda torcida sin que éste le hiciera caso.

Cierta noche en que el herrador dormía, oyó llamar a la puerta del taller con grandes y descomunales golpes, que le hicieron levantarse inmediatamente. Salió a ver quién era, con temor de que fuesen ladrones, y se halló con que los que llamaban eran dos negros que conducían una mula llevando un recado de su compadre, suplicándole que herrase inmediatamente la bestia pues muy temprano tenía que ir al santuario de la Virgen de Guadalupe.

Reconoció la cabalgadura que solía usar el sacerdote y de mala gana por la hora que era, tomó sus herramientas y clavó cuatro enormes herraduras en las cuatro patas del animal. Concluido el trabajo, los negros se llevaron la mula, dándole crueles y repetidos azotes.

Al día siguiente muy temprano, se presentó el herrador en la casa de su compadre para preguntarle por qué iba tan temprano a la iglesia de la Virgen, se sorprendió al encontrar al clérigo aún en la cama al lado de su mujer.

-Lucidos estamos, compadre -le dijo-; despertarme tan de madrugada para herrar una mula, y todavía tiene vuestra merced tirantes las piernas debajo de las sábanas ¿qué sucede con el viaje?

-Ni he mandado herrar mi mula, ni pienso hacer viaje alguno -replicó el aludido.

Después de las explicaciones respectivas, imaginaron que algún travieso había querido correrle una broma al bueno del herrador, y para celebrar el incidente, el clérigo comenzó a despertar a la mujer con quien vivía. La llamó y la mujer no respondió, después la movió y su cuerpo estaba rígido, no se notaba en ella respiración, había muerto.

Los dos compadres se contemplaron mudos de espanto; pero su asombro fue inmenso cuando vieron horrorizados, que en las manos y los pies de la mujer, se hallaban las mismas herraduras con los mismos clavos que había puesto a la mula, el herrador.

Ya repuestos del asombro, ambos se convencieron de que todo aquello era efecto de la Justicia Divina y que los negros habían sido demonios salidos del infierno.

Inmediatamente avisaron al cura de la parroquia de Santa Catarina, y al volver con él a la casa, hallaron en ella a otro sacerdote y a un religioso carmelita que también habían sido llamados, y mirando con atención a la difunta vieron que tenía un freno en la boca y las señales de los golpes que le dieron los demonios cuando la llevaron a herrar con aspecto de mula.

Ante lo extraño y espeluznante del caso, y de común acuerdo con los tres respetables testigos, se resolvió hacer un hoyo en la misma casa para enterrar a la mujer y una vez ejecutada la inhumación guardar el más profundo secreto entre los presentes.

— Via Creepypastas

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