El pasillo de mi casa

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Lo hago como siempre; llego a mi escritorio, enciendo el ordenador y me meto en Internet. ¿Típico de alguien de mi edad, verdad? Otra vez. Llego a mi escritorio, enciendo el ordenador y me meto en Internet y paso horas y horas, días y días. No me preocupo por las notas que saque, yo no soy así, yo no me preocupo por este tipo de cosas, a mi me preocupa otro tipo de cosas, como el pasillo. El típico miedo infantil, el fondo del pasillo.

Recuerdo cuando era más pequeñito, pasaba horas enteras sin salir de la habitación de la sobrina de mi tía. Ella tenía cientos de juguetes y a mi me gustaba jugar con cada uno de ellos e inventarme historias fantásticas.

Me lo pasaba genial, pero la cosa cambiaba cuando llegaba la noche y con ella, la hora de dormir. Venía a aquella casa por que mis padres no podían cuidar de mí por culpa del horario del trabajo así que vivía prácticamente con mi tía, una señora joven y cariñosa que cuidaba de mí.

Por desgracia para mí, ella también tenía cosas que hacer por las noches aunque nunca se lo contara a mis padres. Yo nunca se lo contaba. ¿Para qué? Me lo pasaba bien allí, tenía juguetes, un jardín enorme, muchas habitaciones y a veces mi tía me hacía galletas. Así que por las noches me quedaba totalmente sólo. Nunca me cepillaba los dientes, no porque no me acordara, si no porque tenía miedo a la profunda oscuridad del pasillo que tenía que recorrer hasta llegar allí, el mismo pasillo al que daba mi habitación.

De hecho, el viento hacía crujir la vieja madera de la casa haciendo un ruido parecido a unas pisadas. No podía hacer otra cosa que quedarme en la cama tapándome el cuerpo totalmente con los ojos cerrados y cubriéndome la cabeza con la esperanza de que pasara sin mirarme. No había puerta en mi habitación. Siempre me sentía observado. Nunca me pasó nada.

Una vez me tocó estar una semana en aquella casa. Mi tía estaba encantada, como siempre y mis padres protectores preocupados, pero yo estaba bien, de no ser por el misterioso pasillo. Al segundo día de la semana, por la noche, después de cenar me dispuse a ver qué pasaba, si realmente era un monstruo o un fantasma, o tal vez un sádico asesino lo que me observaba en las sombras.

Como mi tía no estaba, encendí todas las luces de la casa. No me gustó aquella sensación de estar haciendo algo malo, como cuando de pequeño haces algo malo y sabes que tendrás un castigo. Cogí un paraguas y me senté en la segunda planta, en el último peldaño de la escalera apoyando la cabeza en los brazos cruzados e intentando no dormirme. No me habría dormido ni aunque quisiera, la escalera en el que estaba sentado daba al pasillo de la segunda planta, un pasillo al que estaba dando la espalda.

Noté una desagradable sensación en la nuca. No tuve el valor suficiente de darme la vuelta. Me levanté lo más lentamente que podía, como si intentara no producir ningún sonido que llamara la atención y bajé por las escaleras intentando no hacer crujir la madera. Llegué a la cocina y cogí el cuchillo más grande que encontré y me encerré en el cuarto de baño de abajo. Cerré el pestillo y me senté en la bañera. Estaba temblando.

Me desperté en el baño y reuní el valor suficiente para salir de nuevo. Creía que era de día, pero sólo había pasado unas horas. Ya estaba muy cansado. Apagué todas las luces de la planta de abajo y subí las escaleras, recorrí el pasillo y apagué todas las luces de la segunda planta. Me metí entre las sábanas de mi cama. Entonces me fijé en que aún quedaba una luz encendida, en el pasillo y se movía.

Por primera vez en mi vida sentí la adrenalina en mi cuerpo, me levanté con coraje aunque aterrado y me acerqué a la entrada de mi habitación. Había una luz que subía la escalera. Estaba respirando profundamente y pisaba con fuerza. Me atreví a meter un poco más la cabeza y la vi. Era mi tía, me llevé un gran y reconfortante alivio. Estaba cansada y llevaba cargando algo. Era grande, cuando se acercó pude apreciarla mejor; se trataba de una muñeca de mi altura, era una chica con rostro joven, de mi edad, pero tenía algo en su rostro…

Me escondí un poco para evitar que me viera despierto mi tía. Ella odiaba que estuviera despierto por las noches, una vez me pilló cuando estuve jugando a la Gameboy, cuando me lo traía para evitar pensar en el pasillo, ella llegó temprano y me pilló, las consecuencias: La petición de mis padres para confiscarme mi consola. Esta vez es diferente, era lo más tarde que había estado despierto nunca y ella estaba allí con una muñeca con la cara de aspecto podrido.

Llegó hasta el final del pasillo y cogió una cuerda del techo del que no me había fijado en toda mi vida y abrió una trampilla al desván. Subió acariciando la muñeca y oliendo su cabello.

A los pocos minutos bajó y se fue por donde había venido. Entonces se me ocurrió la idea más estúpida que tuve en mi vida, algo que ya os podéis imaginar. Je, tengo miedo al pasillo y no al desván ¿Soy todo un todo un caso, verdad? Cuando estuve seguro que no estaría cerca mi tía, salí al pasillo y dí varios saltitos para intentar alcanzar la cuerda, lo cogí y subí. Allí olía bastante raro, como a dulzón, y sentía el aire espeso, cálido y lleno de polvo.

Me pegué a la pared para no chocarme con nada e intentar encontrar el interruptor. Tiré algo, algo pesado, encontré el interruptor y lo pulsé. Vi lo que había tirado. Era otro muñeco. El desván estaba lleno de muñecos de diferentes edades, chicos y chicas de varias razas, desparramados por todo el suelo y a veces desparramado. Eran muñecos feos, vestidos con ropa sucia pero de la moda actual, como unos niños normales y corrientes de mi edad, de los que había en mi barrio.

En el fondo estaba la muñeca que que mi tía había subido. Era una niña un poco más alta que yo, delgada, de tez pálida, ojos azules, pelo castaño rizado con tonos rubios con una diadema en el pelo. Llevaba puesto un vestido negro con mallas y un par de zapatillas a juego. Estaba en casi perfectas condiciones, pero no con mejor olor a dulzón que los demás y con el pelo despeinado pero bonito.

Un crujido en el pasillo me hizo dar un vuelco al corazón. Me escondí rápidamente entre piezas de muñecos y ropa sucia justo antes de escuchar a mi tía entrar en el desván. Subió con dificultad, tenía la cara roja y de aspecto cabreado. Estaba borracha. Gritó varias veces, preguntando por un intruso.

Aquella mujer se acercó a la muñeca del fondo, al lado de mi escondite y le pegó un bofetón. Le soltó otra bofetada, y luego otro y otra, desfigurando cada vez más la cara de la muñeca. Entonces hizo algo que me perturbó aún más. Le lamió la cara, de arriba abajo y la metió mano bajo el vestido. Me quedé mirando aterrado. ¿Qué hacía? ¿Quién era todos aquellos muñecos. Entonces sentí aquel hedor, a podrido, aquella mujer había echado algo para poder esconder aquel olor. Cerré los ojos intentando escapar de aquel lugar.

Cuando se fue cerró la trampilla dejándome encerrado. Empecé a estar nervioso y a sentirme atrapado, un miedo como la claustrofobia. Me levanté en la oscuridad pidiendo a dios no tocar ni un solo cuerpo en la oscuridad, pero era imposible, cada dos pasos rozaba un muñeco y las telas de la ropa que había en el suelo hacía tropezarme haciéndome caer.

Sentía pánico y la frente me sudaba. Una mano en el suelo me hizo caer chocandome contra un muñeco. Me levanté apoyándome en él y me dí cuenta de que su cara estaba mojada. Era la muñeca de la que había abusado mi tía. No aguantó mi peso y le rompí el cuello al apoyarme en su cabeza. El hedor que vino a continuación casi me ahoga. Era asqueroso. Me levanté enseguida y me dí contra la pared. detrás mía había una puerta que no había visto antes, por suerte no estaba cerrado.

Era una una zona del desván más grande que la otra. Había una gran ventana que lo iluminaba todo. Todo en aquella habitación era desconocido para mí; había una especie de máquina llena de mangueras, tubos y bidones de aspecto antiguo con el metal corroído. Había algo colgando en el centro de aquel chisme; era otro muñeco, al parecer la máquina lo que hacía era recubrirlo con algo. Cuando me acerqué a él me dí cuenta de que era un niño, un niño de verdad, un niño muerto de verdad, sin ojos, con la boca cosida. Estaba conmocionado. En aquel desván también había una trampilla pero con cierre por dentro. Me fui de allí.

Los días siguientes pasaron realmente largos para mí. Tenía miedo, era natural, miedo a que mi tía supiera que yo sabía lo de los muñecos de su desván. Temía que algún día, en el fondo del pasillo apareciera una luz de su linterna, con unas tijeras para cortarme la lengua, con una cuchara para arrancarme los ojos y unas agujas para coserme la boca. No abrí la boca en ningún momento. Simplemente decía sí o no.

El día antes de irme subí al desván cuando fue a hacer la compra y encendí las luces, ya no tenía miedo de los muñecos, o más bien, de los cuerpos muertos plastificados. Cogí la cabeza de la sobrina de mi tía y la metí dentro de una caja grande de un juguete que decoré con una cinta. Se la di a mi tía justo antes de irme. Recuerdo la expresión de mi tía en ese momento, sonreía inocentemente.

No la he vuelto a ver desde entonces, mis padres decía que le había pasado algo que impedía hacerse cargo de mí. Pero puedo imaginar con con diversión su cara de sorpresa al abrir el paquete, el grito de rabia que pegaría, de saber que lo sabía todo. Tenía en mis manos el secreto de aquella zorra.

Me hice con la casa de mi tía y aún sigo teniendo miedo del pasillo con miedo a que alguien suba la escalera y llegue al desván.

Lo hago como siempre; llego a mi escritorio, enciendo el ordenador y me meto en internet. Ya sé que a nadie le importa, lo hago así todos los días desde que tengo ordenador, pero también hago otras cosas en mi tiempo libre, como coger el cuerpo del último niño que había comprado en internet o “cazado”, subir al desván y plastificarlo con placer, luego, si quería, vestía al muñeco y ponerlo de pie frente a los muñecos de mis padres y de mi tía, mirar con asco a la cara de mi tía y decirle:

-¿Ves? No era tan difícil tenerlo todo ordenado…

— Via Creepypastas

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