El emisario del diablo

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

El calor de la tarde era abrumador, por lo que la cantina del viejo y polvoriento pueblo de “La Soledad” se encontraba hasta el tope, todos los hombres estaban ahí -no cabía un alma más- Una destartalada pianola amenizaba la tarde con un ritmo monótono, que en realidad a nadie le importaba. Después de algunos tragos, poco o nada importaba. Lo importante era seguir disfrutando la efímera sensación de la frescura de una cerveza bien helada y la compañía de los amigos de toda la vida, que en ninguna otra parte podrían tener.

La noche fue arribando entre risas, chistes y uno que otro conato de pleito campal. Para las 11 de la noche, la mayoría de los parroquianos se habían retirado, por supuesto, dando tras pies y donde más de uno mordió el polvo. En un rincón de la barra se encontraba Chacho, un joven regordete, que desde niño acompañara a su difunto padre a la cantina dizque “para que se hiciera hombre” ahora prematuramente envejecido por el abuso del alcohol, lastimosamente mendigaba una copa de tequila, pues –como siempre- no contaba con un centavo para seguir tomando, ya que el poco dinero que le sacaba a su madre, no era suficiente para sus largas rondas de bohemio

En la taberna la música había dejado de tocar y el cantinero afanoso limpiaba la cristalería y de cuando en cuando la barra, como invitando a Chacho a que se retirara del lugar, pues era el único que quedaba. Sin embargo, este permanecida estático, sostenía tembloroso su copa de tequila -exactamente frente a sus ojos- completamente absorto, en una inexplicable contemplación como evadiendo su paupérrima realidad. ¡Hey amigo! replicó el cantinero al distraído joven, -ya voy a cerrar- así que termina tu tequila y vete de aquí- el joven no movió un sólo músculo, seguía conectado a su mundo imaginario.

El silencio de la taberna fue interrumpido por la presencia de un hombre maduro. Portaba un elegante traje negro, se apoyaba en un bastón de mango dorado, su rostro era la viva imagen de la belleza masculina, y su porte, ¡El de todo un noble caballero! Sin voltear, entró con paso firme, solemne, para finalmente instalarse en la mesa que daba a la ventana de la calle principal, al final de la cual se encontraba el cementerio, que esa noche, -extrañamente- las cruces de las tumbas brillaban intensamente a la luz de una magnifica luna llena.

El cantinero inmediatamente se prestó a atenderlo, – ¡A sus ordenes caballero!- en realidad no hallaba palabras para dirigirse a tan noble señor, lo cual hizo que Chacho reaccionara inmediatamente indignado, ¡Hey! ¡Cantinero de mala muerte! no estabas apurándome a que me fuera y ahora que este curro llegó exactamente a la media noche, ya se te olvido que hace unos minutos me estabas echando, eso es discriminación, a ver, ¡ahora yo te exijo que cierres este cuchitril! ¡Vayámonos, todos para fuera!

El elegante hombre volvió su mirada hacia Chacho y con una seña de su mano elegantemente enguantada, le indicó que se acercara. El joven que aún no terminaba su copa de tequila, se fue acercando dando algunos traspiés, y sin más, se sentó a la mesa, no por irrespetuoso, sino porque no podía sostenerse ya en pie.

El cantinero reaccionó rápidamente y tomándolo del brazo, intentó sacarlo a la calle, pero el Curro con la mirada detuvo al mozo, y con voz cavernosa -como de ultratumba- dijo: ¡tráeme dos botellas de tu mejor tequila! En segundos ya tenía en frente su bebida, Chacho inmediatamente tomó su botella y acariciándola como si fuera su más amado hijo, la abrazó por largos segundos; mientras al Catrín le servía su copa, no dejaba de esbozar una Maquiavélica sonrisa, ante el denigrante espectáculo.

El Curro tomó de un sólo trago su bebida, y levantándose le dijo a Chacho que si quería ir a un lugar… más agradaba. Pero señor, replicó el joven, si esta es la única cantina que hay en el pueblo, a lo que el misterioso visitante no respondió, Chacho lo siguió sin mirar atrás. Pasaron la calle principal en dirección al panteón. A medida que se iban acercando al campo santo, se escuchaba un gran alboroto, lo que intrigó al joven, pero era más su curiosidad, así que sin titubear lo siguió y no paró hasta que estuvo frente a la entrada mas austral del panteón, era una puerta de madera de dos hojas, con el acabado de un ataúd. El Catrín, señalando la vieja puerta, -por la que parecía que habían pasado todos los años- hizo pasar al desconcertado borrachín.

En cuanto la puerta se abrió, la ensordecedora música y las luces multicolres deslumbraron a Chacho, quien temeroso dio un paso atrás, pero para entonces ya estaba en el centro de un inmenso salón de baile, en el que se contorsionaban frenéticamente los invitados, ¡Todos se veían tan felices! que lo hizo sentirse inmediatamente en su ambiente, así que más relajado, tomó una bebida de una repisa, de las cientos que había por todas partes, junto con unas deliciosas botanas, que fue devorando con desesperación al principio y con calma poco después, al darse cuenta de que más tardaba en tomar una copa, que en aparecer otra.

Pasado de tequilas, Chacho se acomodó -cuan gordo era- en un agradable y amplio sofá, donde ya lo esperaba el Catrín acompañado de varias mujeres hermosas, que en un instante lo abrazaron. ¿Te estás divirtiendo? Preguntó el curro mientras terminaba su bebida. ¡Nunca había estado más feliz en mi vida! se apresuró a responder Chacho.

El Curro, sin mover los labios, respondió, -me da gusto- pues esta noche eres mi invitado de honor, así que, puedes pedir y hacer lo que te dé la gana. Abriendo los ojos al límite gritó lleno de júbilo ¡Lo dice en serio! ¡Claro amigo! Le aseveró el catrín y para demostrártelo te concederé un deseo, así que pídeme alguna cosa, es más, ¡pídeme lo que quieras!

Chacho se quedó impactado, su voz interior le advirtió el inminente peligro, púes de todos es sabido que nadie da nada, sin pedir algo a cambio, así que el joven casi murmurando le preguntó y, ¿Qué quieres de mí? El curro se apresuró a contestar ¡Sólo un favor! Es todo lo que te pido, si lo haces, cumpliré tu más preciado deseo.

Chacho se rascó la cabeza, ¡Todo le faltaba! Así que lo que pidiera sería bien venido, pero claro, antes habría que ver que es lo que el curro quería que hiciera. Apuró la copa de tequila –más para darse valor- que por otra cosa, y acariciando su botella de tequila, finalmente pregunto: ¿Qué hay que hacer? El catrín se acomodó cuan alto era, y acicalándose el bigote, añadió con macabra voz. Me he refugiado en este rincón del panteón -donde hasta hoy- ningún mortal había entrado, sin embargo, tengo que confesarte que me molesta sobre manera tener que pisar el campo santo y, -con un simple ademan apareció de la nada un enigmático recipiente. Lo único que necesito, es que riegues con el liquido de este jarrón cada una de las tumbas –Chacho tomó el recipiente escalofriantemente decorado – esculpido con cuerpos mutilados y aberrantes rostros y un sin número de símbolos que no entendía.

Las manos de Chacho temblaron al sentir la áspera textura del tenebroso recipiente y, sintió un escalofrió recorrer su espalda al descubrir que su contenido parecía tener vida, pues se movía de un lado a otro, como queriendo escapar de su infame prisión. El joven observando el tamaño de recipiente se apresuró a protestar, ¿y cuántos de éstos tengo que rociar? no te preocupes amigo, el contenido de este jarro ¡Nunca se terminará! Es eterno como el mal. Los ojos de Chacho brillaron con tal intensidad que el Catrín, -antes de que pronunciara una sola palabra- lo sentenció con el pacto diabólico. ¡Deberás rociar todas las tumbas del panteón antes de que el gallo cante! ¡Si fallas, tu alma me pertenecerá para toda la eternidad!

Chacho se levantó impulsado como por un rayo, precipitándose a la salida, mientras pensaba para sus adentros, aún me quedan varias horas antes del amanecer. Esto será un trabajo muy fácil, el panteón es muy pequeño, así que me iré corriendo entre las tumbas y así rociaré dos tumbas por tiro, jajajaja y, sin agregar más, inició su macabra tarea.

El emisario del diablo se acomodó su botella de tequila al cinto y abrazando el jarro satánico, empezó a rociar las tumbas con el infernal liquido que a la luz de la luna había adquirido el color de la sangre, por lo que en cuestión de segundos ya tenía las manos completamente ensangrentadas, sin embargo, eso no lo detuvo, siguiendo su diabólica tarea. No bien había recorrido un par de tumbas, cuando le apreció escuchar un leve quejido, que se fue acrecentando a medida que rociaba más sepulcros, hasta que ya no pudo ignorarlos, obligándolo a detenerse.

Un grito de terror se ahogó en su garganta, al tiempo que se le erizaba el cabello, como pudo fue volviendo el rostro para ver de donde provenían los escalofriantes lamentos. El rostro se volvió como la cera al descubrir por todas partes emergiendo de las tumbas los cuerpos descarnados de niños, mujeres y hombres, que al perder la santidad de su refugio, salían buscando la luz perdida, a la vez que otros tantos trataban de detener al profanador del sueño eterno y, que en un intento desesperado, se aferraban a los pies de Chacho, quien inmediatamente salió corriendo, pero fue más su ambición para lograr su deseo, que volvió a reiniciar su tétrica y repúgnate tarea.

Afuera los moradores del pueblo, escuchaban aterrados los lamentos y desgarradores gritos provenientes de campo santo, quienes inmediatamente se encerraron a piedra y lodo, pues parecía que los demonios del infierno se habían desatado, así que sin más protección que su fe, todos se arrodillaron y empezaron una interminable alabanza al creador para que los protegiera de tan diabólica noche. Eran tan fuertes los rezos, que las almas de los difuntos, adquirieron una redoblada fuerza para continuar luchando contra el emisario del diablo.

Con más de la mitad de las tumbas rociadas, ya eran incontables los descarnados cuerpos que seguían aferrándose al profanador, a tal grado que lo que se pudiera haber hecho en un par de horas, se le había hecho una tarea interminable. El tiempo seguía inexorables, consumiendo la horas, los minutos y segundos de esa fantasmal y diabólica noche. El rostro de Chacho estaba descompuesto por el gran esfuerzo y el terror al que estaba enfrentándose, pero todo cambió al descubrir que le faltaban únicamente tres tumbas.

Con un esfuerzo sobre humano se sacudió como pudo la mayor cantidad de cuerpos que lo sujetaban, al tiempo que observaba con terror como el gallo saltaba al tejado. Conocedor de que era sólo cuestión de segundos los que le quedaba, -en un último esfuerzo- tomó el jarro y directamente de rociar las tumbas, pero justo en el momento en que levantaba sobre su cabeza el diabólico jarrón, sintió un gran tirón de la tierra, haciéndolo caer estrepitosamente.

Quedándole sólo una tumba de rociar, Chacho escuchó aterrado como el gallo después de un par de aleteos emitir su singular canto. El joven dejo salir desde lo más profundo de su ser el más espeluznante grito de pánico, ¡había perdido la apuesta con el diablo! De pronto, todo quedo en total silencio.

No se movía una sola hoja, el joven trató de incorporarse pero tan sólo para ver como los difuntos con la luz del alba, volvían a sus sepulcros. Chacho miraba todo con ojos desorbitados, cuando todo parecía volver a la normalidad, la tierra empezó a temblar para abrirse a los pies del joven, quien fue devorado lentamente, sin poder emitir un sólo quejido, hasta que finalmente se perdió entre las frías y tétricas lapidas.

A los pocos minutos, los pobladores se fueron concentrando en las puertas del panteón sin atreverse aún a entrara. Sin embargo, desde ahí pudieron ver el cuerpo de Chacho, que estaba postrado sobre una lapida, tenía el rostro desfigurado, parecía que había sido rodio por las ratas, fue cuando se percataron de que tenia las piernas y parte del cuerpo enrredado en la crecida hierba, que fue lo que lo hizo caer.

Chacho poseía una espeluznante mueca de terror. Aún hoy en día, aseguran algunos trasnochados del pueblo, que han visto -en noches de luna llena- deambular una sombra entre las tumbas del viejo panteón, tal vez es el alma de Chacho tratando de ganarle -esta vez- la apuesta al diablo.


Autor: Roberto Perez Rosales

— Via Creepypastas

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