Líbranos de todo mal

Allá afuera
Allá afuera

Al igual que muchos que se mudan a la Ciudad de México, me siento desplazado, y también extrañamente asustado. Vengo de una ciudad al interior de Michoacán, soy diseñador, y me siento orgulloso de ello, a diferencia de mis padres, que nunca creyeron en mí.

El lugar al que me mudé es modesto, un edificio en la delegación Gustavo A. Madero; el alquiler está a un buen precio, considerando que estoy cerca del centro de la ciudad. Pero a pesar de todo lo que me encanta este lugar, ya no puedo vivir aquí.

La semana pasada me di cuenta de que una familia de coreanos vive en el quinto piso del edificio. No sé por qué, pero estoy seguro de que las marcas en la piel de la niña no son de sol, parecen cicatrices. Me puse a pensar que tal vez sus padres la golpeaban, pero nunca los vi hacerlo, así que hablé con el encargado del edificio para preguntar en qué apartamento vivían, pero me respondió groseramente y me dijo que no me “entrometiera” con esas personas porque eran peligrosas.

Eso bastó para que fuera a la policía: si aquel encargado de porquería no hacía nada, yo sí que lo haría. Al llegar a la estación me encontré con el padre de la niña, él estaba sentado en una mesa de al lado, atendiendo a una señora. Me miró sorprendido, y en seguida sonó su teléfono, él atendió, mientras yo aprovechaba la distracción para darme media vuelta y tragarme mis palabras.

Ese día creí que la niña no era herida por nadie y que pronto estaría bien, ya que sus padres eran inocentes y no maltratarían a la pequeña.

En fin, estaba satisfecho con la historia que yo mismo deduje e hice a un lado mis suposiciones para concentrarme en mi trabajo. Estaba trabajando en mi apartamento diseñando un superhéroe para una empresa de marketing. Eran alrededor de tres de la tarde cuando oí un gruñido infantil procedente del pequeño parque de juegos, estaba tan cansado de mirar a aquella mesa de luz… que fui a la ventana de la cocina, que estaba cerca de unos árboles, para tomarme un respiro.

Y allí estaba, la niña de las cicatrices siendo llevada por una dama, cruzando el parque; realmente era una señora muy vieja, tenía la piel muy pálida y seca, sus ojos eran profundos y vestía de forma muy modesta, no parecía ser la abuela de aquella niña. Intrigado, seguí observando la escena.

La anciana llevó a la niña a una casita de madera que estaba junto a un muro, que separaba al edificio de la calle. Ya que yo vivo en el segundo piso, podía ver casi todo: los juguetes, las dos sillas en miniatura, una mesa y una estantería llena de muñecas desvencijadas. La anciana era muy baja, parecía tener un metro y medio de altura para que pudiera ponerse de pie en el interior de aquella casita. Le dijo algo a la chica y de repente se arrodilló, puso su mano sobre la cabeza de la niña y parecían estar rezando. Con mucha curiosidad continúe mirando lo que estaba sucediendo. Momentos después de terminar de orar por la niña, la anciana sacó una bacía de algún lado y fue entonces que lo peor que te puedas imaginar aconteció… No, ella no ahogó a la niña.

La mujer estaba allí, ahora agazapada, y tenía un balde a la izquierda, probablemente con agua; del interior de la cubeta sacó un cepillo de alambre con mango, quitó el vestido amarillo de la niña, y luego comenzó a mover el cepillo por su cuerpecito. La niña no lloraba, no hacía nada, simplemente se quedó mirando a la señora. No lo mencioné antes, pero esta niña apenas tiene tres años de edad.

Cuando vi las primeras gotas de sangre fluir a través de la piel de la niña, corrí para enfrentar cara a cara a aquella vieja. Bajé las escaleras, crucé el parque y comencé a jadear, porque estoy gordo, pero aún así nada me detendría de salvarla. Llegué a la pequeña casa, y el interior se veía como si hubiera sido la escena de un asesinato. Allí estaban la vieja y la niña, rodeadas por una Biblia, un rosario y un cubo con jabón y sangre. Salté encima de la anciana, y le arrebaté de las manos el cepillo. Ella gritó: “¡Demonio, demonio!”, y luego huyó cojeando.

Llamé a la policía, a una ambulancia, al cuidador y a la madre de la chica que trabajaba en una tienda de ropa en la calle de al lado. La madre de la joven dijo que la señora era la niñera de Isadora desde que era una bebé, y que era una fanática religiosa, que decía que todos eran el demonio, que vivía al otro lado de la ciudad y que no tenía teléfono o forma de contactarla.

Pero yo sabía que estaba cerca, porque el otro día cuando estaba caminando por la calle de la plaza, vi a una señora muy pequeña, con un rebozo negro y un pañuelo en la cabeza. Esto era común en esta parte de la ciudad, teniendo en cuenta el calor. Pero esta señora en particular tenía sangre en sus zapatos… Podría tratarse de cualquiera, pero tenía la certeza de que era aquella vieja sádica.

Seguí caminando, mientras ella permanecía sentada de espaldas a mí en un banco. Pasé por su lado, pero al mirar hacia atrás no estaba allí, empecé a caminar más rápido y llegué a un cruce de peatones. Cuando estaba cruzando la calle, el rebozo de la dama estaba a mi lado, con la cabeza hacia abajo. Tomó mi mano con mucha fuerza… Fue entonces cuando escuché lo que serían sus últimas palabras.

“Amén”.

— Via Creepypastas

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