La danza de los muertos

El Puente Negro
El Puente Negro

Hace algunos años, en Irlanda, las personas temían dejar sus hogares en la última noche de noviembre. Se creía que, en aquella noche especifica del año, los muertos se levantaban de las tumbas y atacaban a los vivos.

Si eras un desafortunado andando por las calles durante esa noche, no deberías voltear a ver, pues los fantasmas te estarían persiguiendo y si llegabas a hacer contacto visual, con toda seguridad terminarías muerto.

Situada frente a las costas de Irlanda existe una isla que los lugareños llaman “Isla del Tiburón”, a pesar de que su nombre original en irlandés era “Inis Airc”. Actualmente la isla está deshabitada, pero hasta hace unas décadas las personas solían pasar sus vidas enteras en aquella pequeña isla y una de ellas era una joven llamada Kathleen.

Una noche de noviembre, Kathleen caminaba de regreso a su casa. El camino era largo y la joven se cansó de tanto andar, por lo que decidió sentarse un poco para recuperar fuerzas.

Era una noche fría y oscura y el rocío gélido le producía escalofríos que recorrían su espalda. La joven volteó a ver y se percató de que se había apoyado sobre uno de los muros del cementerio de la iglesia. Con la luz de la luna, aquellas lápidas parecían un campo de huesos blancos.

De repente, vio a una figura surgir desde la oscuridad. Tuvo que ponerse una mano en la boca para ahogar un grito de sorpresa que comenzaba a gestarse. A medida que la sombra se aproximaba, se dio cuenta que se trataba de un joven con la piel clara y muy pálida.

“¿Quién eres?”, preguntó Kathleen.

“Mírame bien”, respondió el joven. “¿No me reconoces?”

“Hay algo familiar en ti”, respondió la muchacha.

“Mira más de cerca”, dijo el desconocido mientras permitía que la luna iluminara su rostro. “¿Ahora si me recuerdas?”.

“Sí, te conozco…” titubeo Kathleen, con una voz reducida a un susurro aterrorizado. “Eres Brian… pero tú… te ahogaste el año pasado cuando ibas a pescar… ¿Cómo es posible que estés aquí?”.

“Mira”, dijo él, mientras apuntaba a una colina en las proximidades. “Es por eso que estoy aquí”.

Kathleen miró en la dirección indicada y vio unas luces tétricas del otro lado de la colina, danzando como luciérnagas en medio del campo. Cuando tuvo el valor de acercarse, vio que eran persona. Hombres, mujeres y niños, vestidos completamente de blanco, con los rostros pálidos y melancólicos como en una procesión funeraria, todos bailando al ritmo de la música de unas flautas invisibles.

Kathleen miró más de cerca y pudo ver a una niña que había muerto el año anterior seguida de un hombre que ella conocía y que había fallecido mucho tiempo antes. Para su horror, reconoció a cada uno de ellos. Todos los bailarines, hombres, mujeres y niños, eran personas que habían muerto en aquella isla, tanto tiempo en el pasado como la joven podía recordar. Aquella visión le heló hasta los huesos.

De repente, la música se detuvo. Todos los rostros fantasmagóricos se dirigieron hacia ella. Levantaron sus brazos, extendieron sus cadavéricas manos y comenzaron a agitarlas para que se uniera a ellos. Sus expresiones cambiaron y se hicieron hediondas, sonrisas maléficas podían distinguirse en todos los rostros.

“Ahora”, le dijo el joven, “corre por tu vida, porqué si logran llevarte a la danza de los muertos, jamás podrás salir”.

La aterrorizada joven se volteó para correr, pero en aquel momento, los espíritus flotaron en su dirección y unieron las manos, formando un círculo a su alrededor. Inclinaban sus cabezas hacía atrás en una carcajada silenciosa y la miraban con ojos que parecían querer apoderarse de ella y llevársela lejos.

Kathleen quedó paralizada, temblando, mientras los risueños muertos se agrupaban a su alrededor, girando cada vez más rápido a medida que se acercaban más y más. Comenzó a marearse al mismo tiempo que los rostros pálidos se convirtieron en un remolino blanco y luego se desmayó, cayendo pesadamente en aquel terreno baldío.

A la mañana siguiente, Kathleen despertó en su propia cama. Cuando vieron que no regresaba, uno de sus hermanos salió a buscarla. Y la encontró inconsciente dentro de un círculo de piedras en la colina.

La familia de Kathleen se reunió en torno a la cama. Podían ver que el rostro de la joven había sido drenado de cualquier color y estaba tan delgada que apenas y podía moverse. La pobre se encontraba tan pálida y apática como los muertos. Llamaron a un médico, que llegó lo más rápido que pudo. Hizo todo lo que estaba en sus manos para salvarla, pero no había solución.

Cuando la luna se puso aquella noche y mientras su familia rezaba a su lado, Kathleen empezó a escuchar los débiles sonidos de una música suave, flotando junto con la brisa.

“¿Están escuchando?”, preguntó Kathleen con total franqueza. “¿Qué significa?”

La familia fue hasta la ventana para ver quién tocaba la música, pero no vieron nada más que aquellos campos desolados y vacíos hasta donde alcanzaba la vista.

Entonces, Kathleen se sentó en su cama y empezó a gritar, “Mamá, Mamá, los muertos han venido a buscarme. ¡Ya están aquí!”.

De repente, la música se detuvo y cuando regresaron al lado de Kathleen, la joven había muerto.

Allá afuera, en el medio de la noche, nadie vio aquella figura blanca y pálida de una joven danzando en dirección a la colina iluminada por la luz de la luna.

Danza-muertos

— Via Creepypastas

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