El jugador de ajedrez

No nos quedamos encerrados
No nos quedamos encerrados

Esto sucedió cuando un hombre de la alta sociedad fue de noche a casa de unos amigos. Todos llevaron alimentos para un gran festín, pero en eso, cuando iniciaba la reunión, se dio toque de queda. Ellos, como si nada, siguieron ahí. Cuando se declaró estado de cuarentena, la peste había invadido toda la zona.

Aquí interrumpieron su festín, 40 días sin entrar ni salir, tal vez más. Todos comenzaron a hacer diversas cosas, la casa era muy grande y tenía un gran almacén y un patio hermoso.

Puro azulejo bellamente decorado era lo que dejaba ver el resplandor de la luna. Pasó semana y media y tras la puerta, en la cual solo se oían gritos y gemidos de la gente que andaban con peste en la calle, apareció una señorita con un blanco velo pidiendo refugio. Estos, al no tener a ninguna chavita, aceptaron.

Craso error, cuando abrieron la puerta, se dieron cuenta de que era una muerta más que se azotó contra la puerta, ya que llevaba mucho pidiendo entrar a una casa para descansar y nadie se lo permitía.

La casa entró en panico, parecía que estaban en un pueblo fantasma. Toda la calle cesó a las dos semanas de hacer ruidos, y solo se oía el viento. Los alimentos escaseaban, y ante la negativa de salir por la peste, decidieron hacer una apuesta, una partida de ajedrez como la que todos ellos habían tenido, así se repartirían quién comería y quién no.

Esa noche hubo tres perdedores, quienes se quedaron sin comer, y a la mañana siguiente, se les encontró muertos… Se asustaron, pero se contentaron con tres bocas menos que alimentar. Los enterraron en el jardín, debajo de un cerezo. Al caer la noche apostaron quién comería y quién no. Más tarde se oyeron gritos como de alguien que era devorado en el jardín. A la mañana siguiente, aquellos que habían perdido fueron enterrados en el jardín.

En lo sucesivo siguió una escasez más fuerte al podrirse la comida, por lo que se seguían muriendo y al anochecer los gritos resonaban. Solo quedaron 6 personas en la casa de los 52 invitados originales. En ese momento, ya habían pasado 60 impresionantes días, donde casi todos los amigos y familiares habían perecido.

Decidieron, que se irían de la casa, al fin corrían la misma suerte si perdían en el ajedrez, pero pasó lo mismo: las personas morían al perder en el ajedrez y, al fin, solo quedaron dos que se negaron a seguir jugando, eran mejores amigos y ahora dependían el uno del otro.

Pero estaban sumamente aburridos y decidieron probar quién de ellos era el mejor. Uno ganó; el otro amaneció muerto al día siguiente. El último jugador temió sepultar a su amigo, así que lo dejó en una habitación.

Extraña sorpresa se llevó cuando, al beber un poco de jerez, a su puerta tres golpes dieron, y al asomarse, vio a un hombre: “Hoy es la noche, necesitas compañía y enterrar a tu amigo. Acompáñame, te ayudaré a sepultarlo”, le dijo.

“Eso es imposible”, le contestó el último jugador, “yo no dejaré pasar a nadie”, a lo que le sostuvo el otro: “Pues bien, te diré quién soy. Soy la muerte. Vine para que jugáramos una partida de ajedrez. Si gano, te llevaré conmigo; si sobrevives, vivirás una vida cómoda, te volverás a casar con una mujer que realmente te ame y serás feliz”.

Él aceptó. Jugaron 10 horas enteras. Este ya comenzaba a cansarse y desconcentrarce, pero finalmente ganó. El forasterose enfureció y desapareció.

Cinco días después, finalizada la peste, el hombre estaba completamente feliz. Vivió muy feliz el resto de su vida, pero una tarde el hombre bien vestido se le apareció una vez más y le dijo: “Ya es hora de irnos.”

El hombre murió de un paro cardíaco causado por el terror. Junto a él, había un rey blanco de ajedrez.

— Via Creepypastas

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