El necrófago

El Puente Negro
El Puente Negro

Ese día, Ahmar vagaba a pie por una de las calles de la fértil Idlib, lamentablemente borracho y mareado. Estaba perdido, y no sabía con seguridad hacia dónde se encontraba su casa. Pasaban las once y media cuando vagaba por una de las calles más viejas y oscuras, donde no había un alma.

Después de mucho trastabillar por aquí y trompicar por allá, se encontró finalmente con una persona, y no dudó en dirigirse hacia él.

Éste era un hombre de aspecto humilde, llevaba ropas de tono claro, pantalones abrigados y un sombrero de ala ancha, que al parecer era de paja o algún material similar. El material del sombrero era lo que menos le importaba a Ahmar, y poco le importó la forma curiosa y arcaica en la que vestía el desconocido.

—¿Señor, me puede dar indicaciones de cómo llegar a mi casa? —balbuceó Ahmar, con la cara roja.

—¿Está perdido, señor? —dijo respetuoso el hombre, de rostro amable y confiado, con una sonrisa tranquila. El ala del sombrero le tapaba los ojos con una sombra gruesa.

—Ayúdeme, por favor, no quiero dormir en la calle, ¿sabe? Traigo cosas de valor… y… por favor, lléveme a casa —terminó en un sollozo infantil.

—Tranquilícese señor, lo conduciré. ¿Por dónde queda su casa?

—Pues… creo que por allí, por la calle larga. Es una casa muy bonita, sí, muy linda, de color blanco —dijo distraído.

—Vamos señor, no se preocupe, lo conduciré —dijo el desconocido con cara de buena gente. Curiosamente no se inmutó por una descripción tan ambigua, pero de todas maneras, a Ahmar (borracho como una cuba) no le extrañó en lo más mínimo. Su mente vagaba por lugares lejanos, y tenía ideas extrañas provocadas por el etanol que intoxicaba su sangre.

Ahmar fue conducido por el hombre a las afueras de Idlib.

—¿A dónde vamos, amigo? —preguntó Ahmar con tono desinteresado—. Este lugar no me suena… ¿Estás seguro de que vamos a mi casa?

El hombre no respondió.

—Qué raro vistes, pareces del siglo pasado. ¿No sabes dónde comprarte ropa? —dijo Ahmar entre risas, pero el hombre no se dignaba a responder. Ahmar, disgustado, le dijo:

—¿Qué te pasa, te comió la lengua el gato? —Y rió entre dientes. Se encontraban en un lugar muy desolado cuando el desconocido dijo, ahora con una voz profunda y gorjeante:

—No, para nada.

Y a continuación volteó.

Ahmar prorrumpió en gritos de espanto cuando vio que de la boca del desconocido caía una lengua larga y horripilante, que se retorcía entre sus mejillas como una culebra herida. Sus ojos ahora eran amarillos y brillantes, y sus uñas habían crecido hasta transformarse en garras bestiales.

Ahmar huyó desesperado, y cayó al suelo, para que luego el viajero saltara sobre su espalda y lo hiciera caer. Ahmar vio horrorizado que el hombre se acercaba hacia él con las garras apuntando a su cuello, y producto del miedo apartó la vista de la cara monstruosa, fijándose en sus pies.

En todo el trayecto, Ahmar no había mirado a los pies del hombre, y ahora notaba que resultaban ser similares a los pies de un caprino: negros y con pesuñas. Se arrepintió muy tarde de no haber mirado con detalle a su acompañante.

Las garras se clavaron en su cuello, y la lengua larga saboreó la sangre que emanaba del desgarrado gollete. Ahmar no podía sino prorrumpir en gritos, cuando unas poderosas fauces forzaron su silencio. Las costillas crujieron y la piel sangró, los músculos se tensaron y el suelo se tiñó de escarlata.

Entonces el monstruo, con la ligereza de un cirujano, abrió el estómago de Ahmar con una única uña, y procedió a hacerse con su parte favorita del bocado. Luego de comerse el interior, el engendro descuajó sus fauces y se tragó el cadáver entero, desintegrándolo en su interior.

Minutos después, ya digerido el sirio, el monstruo se irguió. Una mueca de esfuerzo asomó la cara del monstruo, quien luego mutó su cuerpo para transformarse en lo que parecía ser un canino negro. Las patas traseras del can seguían siendo las de una cabra. Con una extraordinaria sutileza, el monstruo, ahora can, escapó de la escena sin dejar rastro de haber existido siquiera.

A la mañana siguiente, la policía encontró la mancha de sangre en el suelo, perteneciente a Ahmar, según los análisis, y no encontraron causa aparente de su muerte y desaparición además de las mafias. Muchas personas fueron encuestadas, pero no hubo testigos de la monstruosa acción, y el necrófago jamás fue encontrado, ni se pensó en buscarlo.

Según las leyendas del medio oriente, los necrófagos salen de noche buscando víctimas a las que matar y cadáveres a los que comer. Pueden transformarse en lo que deseen para atraer a sus potenciales víctimas, así sean animales, viajeros, guías, policías o sobre todo mujeres hermosas.

Lo que nunca lograrán cambiar es sus patas de caprino, única manera de distinguirlos, y es por esto por lo que se debe estar alertado. Muchos de ellos no están satisfechos con la comida a menos que la hayan casado con sus propias manos. Estos engendros llevan a las personas a lugares aislados para así matarles con facilidad, y sin que nadie pueda defenderlos.

Si te encuentras una noche en una ciudad del Medio Oriente, alejado de tu casa, solo o perdido, no confíes en nadie hasta haberle mirado los pies.

— Via Creepypastas

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