Sueño de una noche de otoño

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Su cuerpo frío e inmóvil solo podía mirar hacia el estrellado cielo; recostado en la nieve solo era capaz de observar como la luna nacía y moría entre las nubes.

Acariciaba las puertas de la muerte, sus sentidos palidecían a cada segundo; sólo podía escuchar el viento que acariciaba las ramas de los árboles con sus fríos dedos y su cuerpo entumecido por la congelada nieve era incapaz de sentir algo; su piel cual cristal se despedazaba al simple toque de una brisa, sus ojos poco a poco se quedaban sin luz y el palpitar de su corazón se atenuaba a cada segundo.

Pero justo antes de que el último latido y que el último suspiro abandonaran su cuerpo, por su mente pasaron los recuerdos de esa noche de otoño.

Como casi todas las tardes, solía sentarse en una banca del parque a mirar el atardecer, como casi todas las tardes lo miraba solo. Miraba las hojas caer, las personas caminar, escuchaba a los pájaros cantar, a los perros los veía jugar, a los niños los veía felices jugando; así pasaba toda la tarde ahí sentado.

Al caer la noche caminaba de vuelta su hogar por la misma ruta todos los días, pero ese día al mirar como una joven era perseguida por unos hombres, se desvió de su ruta habitual.

Al ver que aquellos hombres agredían a la mujer no dudo ni por un segundo en ayudarla, pero a pesar de sus valerosos esfuerzos no pudo evitar que uno de ellos atravesara su estómago con un filoso cuchillo; invadido por el dolor y la desesperación cayó al suelo, viendo como los hombres se marchaba y la mujer desesperada gritaba por ayuda mientras él se desmayaba en un charco de sangre, sangre que emanaba de su propio cuerpo, sangre que le iba quitando la razón hasta que perdió en conocimiento.

Aún en las sombras del sueño, el hombre no percibía los sonidos habituales de sus hogar al amanecer, en lugar de ellos, escuchaba murmullos, risas, llanto, todo tipo de voces a su alrededor.

Abrió los ojos y se dio cuenta que no se encontraba en su hogar, que el lugar en el que estaba era un hospital, pero, ¿Cómo había llegado ahí? Presionó el botón para llamar a la enfermera y le preguntó cómo había logrado llegar al hospital, ella; mientras revisaba que todo estuviera en orden, dijo -Recibimos una llamada en la noche, sobre un asalto y así fue como dimos con usted.

El joven calló por un segundo y después preguntó por la mujer que se suponía que estaba defendiendo.

La enfermera lo miro con desconcierto -En aquel lugar sólo estaba usted.- La llamada la dio uno de los residentes que fue testigo. No había ninguna mujer. El joven le dio las gracias y dejó que la enfermera siguiera con su trabajo.

Esta lo miró con lastima en sus ojos, con esas miradas que solo las personas al borde de la muerte reciben, pero el supuso que no era nada de qué preocuparse

-Debe ser una enfermera muy dramática.- Pensó.

Cerró sus ojos, se cubrió con la manta. Su cuerpo no sentía dolor, ni pesar alguno, sino todo lo contrario.

Se sentía más fuerte que nunca, ligero y con mucha vida; lo único que no le parecía tan bien era el sueño que estaba invadiéndolo, pero solo se dejó llevar y durmió.

A la mañana siguiente despertó, pero esta vez no había sonido en el ambiente, todo estaba más tranquilo, demasiado tranquilo. Miró a su alrededor y no había ningún paciente; estaba solo en otra habitación. Una enfermera entró.

Él la miró, Ella lo miró a él y de inmediato se reconocieron -Eres aquella mujer que traté de ayudar en el callejón- dijo él.

-sí, soy yo, gracias por ayudarme. Pero debo admitir que desde aquella noche las cosas no son como antes. Toda ha cambiado. Incluso aquí en mi trabajo los días son más deprimentes de los normal- dijo ella.

Se miraron por unos segundos más y ella salió de la habitación. Al cabo de unos días él estaba listo para dejar el hospital. La enfermera entró para ayudarlo.

-¿Cómo te llamas?- preguntó él.

Ella dudó.

-Brenda, me llamo Brenda- respondió ella.

A partir de ese momento ellos se comenzaron a conocer poco a poco, comenzaron a llevar una vida juntos, se enamoraron, pero a pesar de todo eso sus vidas desde aquel incidente eran muy vacías, deprimentes; los días no tenían color, pero a pesar de todo seguían juntos.

El invierno había llegado, y el otoño quedaba atrás. Se cumplía un mes desde que Brenda y Luis se habían conocido. Él regresaba de comprar todo lo que necesitaría para preparar una gran cena de aniversario cuando se detuvo en un pequeño puesto de espejos -quizá sea un buen regalo para ella-. Pensó, pero al entrar a la tienda se dio cuenta que algo andaba mal.

Su reflejo en todos y cada uno de los espejos era borroso y en algunos otros solo se podía apreciar la mitad de él. Pensó que los espejos estaban defectuosos y se fue. Al llegar a su hogar preparó todo como lo tenía planeado; la cena fue un éxito. Una vez más había logrado pasar un día de sus vidas juntos y nada los hacía más felices. Esa noche se dejaron envolver por la pasión; por el calor y el frío; esa noche consumaron su amor en la cama.

La mañana lo sorprendió. Luis se despertó y pudo ver el gris cielo que desde hace un mes no se alejaba de él; era como si el cielo azul de años atrás ya no existiera. Al mirar al otro lado de la cama notó que Brenda no estaba -debe estar en el trabajo- pensó. Se levantó de la cama, se duchó, desayunó, se vistió y se fue a su trabajo. Al bajar las escaleras y salir de su edificio pudo sentir que el frío era más agudo que días atrás, no le dio importancia y siguió caminando.

Al recorrer las calles unos carteles extraños con la leyenda “Encuéntrame en el parque del brillante atardecer” nublaban la visión. Prosiguió su camino cuando de la nada sintió un golpe en su pecho, como si una descarga eléctrica lo hubiera invadido; cuando aún no se recuperaba del primer golpe enseguida sintió otro y en ese momento todo a su alrededor se volvió borroso, todo se comenzó a derrumbar y una extraña fuerza lo arrastraba hacia atrás.

Los golpes de detuvieron, pero ahora todo había cambiado, todo era borroso. Caminó por las calles destruidas y vacías. Se detuvo en aquel callejón donde unos meses atrás estuvo a punto de morir. Entró en él. Escuchó algo, miró detenidamente, pero se trataba de un gato; se acercó para acariciarlo pero al tocarlo vio cómo su mano atravesaba al animal; como si se tratase de un fantasma o algo así.

El gato se alejó de ahí y Luis muy sorprendido siguió caminando hasta llegar a aquella tienda de espejos. Nuevamente su reflejo era borroso. Miro en todos los espejos que pudo: coches, ventanas, puertas, bicicletas, pero en todos ellos encontraba el mismo resultado; una imagen borrosa de él. Entonces una voz se escuchó detrás de él -caminas entre dos mundos-

El giró y pudo observar que la voz provenía de una anciana ciega que pedía limosnas en las calles. -así como los gatos, o las personas sin la capacidad de ver; tú estás entre dos mundos. Ni vivo, ni muerto- desconcertado, Luis se alejó lo más rápido que pudo de ahí. Llegó a su hogar y en la mesa había una nota en la cual estaba escrito “Encuéntrame en el parque del brillante amanecer” Supuso que la nota era de Brenda así que bajó rápidamente y se dispuso a encontrarse con ella, pero al poner un pie en la calle sintió nuevamente las agudas descargas eléctricas en su pecho.

Todo lo que había a su alrededor desapareció. Todo se tornó negro. Todo murió.

La oscuridad lo rodeaba, pero sus oídos podía percibir diversas voces a su alrededor. Cuando al fin pudo abrir sus ojos vio que estaba en una sala de hospital siendo resucitado por descargar eléctricas. Al paso de unas horas, ya cuando todos los doctores se había ido y Luis estaba estable preguntó a una enfermera

  • ¿Qué pasó, dónde estoy?-. Ella ajustó el suero y respondió has estado en coma por más de un mes.

Soy la enfermera a la cual le preguntaste sobre aquella mujer del callejón y ese mismo día caíste en coma. Hoy casi te perdemos. La enfermera tomo unos instrumentos de la mesa y se retiró.

Luis no lo podía creer. – ¿Había estado soñando todo?- pensó. -no, no puede ser, todo fue tan real. No pudo ser solo un sueño-. Pasó toda la tarde pensando que lo que acababa de suceder y fue hasta en la noche que se percató de una nota en su mano, la misma nota en la que Brenda le pedía encontrarlo en el parque. Se levantó exaltado de la cama y gritó – ¡sabía que no había sido un sueño!- Luis dejó la cama y bajo cuidadosamente al primer piso evitando que los guardias o los doctores lo vieran.

Llegó hasta la entrada y se escapó del hospital rumbo al parque en el que todas las tardes veía el atardecer, pero antes de llegar, en su camino encontró nuevamente a aquella anciana ciega. Se detuvo enfrente de ella y confirmó que ella no veía nada, pero justo cuando se iba ella dijo. -es bueno que estés de regreso con los vivos-. Luis casi se detiene del susto, sin embargo no lo hizo y siguió su camino.

Al llegar al parque vio un periódico en el suelo, el cual tenía como primera plana la foto de Brenda, y como título “Enfermera desaparecida” al leerlo y hacer conclusiones, supo que la supuesta fecha en la que ella desapareció fue la misma en la que él fue apuñalado.

Cayó de rodillas en la espesa nieve, atónito y sin saber que ocurría. Entonces escuchó un leve lamento que venía de los profundo del parque. Se levantó y caminó hacía la oscuridad y entre las sombras pudo distinguir un resplandor; era un reloj en el suelo. Limpió un poco la nieve y con horror vio que el reloj que resplandecía con e tenue brillo de la luna estaba sujeto a una muñeca, la cual a su vez pertenecía una mujer.

Al descubrir la cara de la mujer su corazón se detuvo. Era Brenda, su amada Brenda. Se levantó con dificultad del suelo y se alejó del cuerpo, pero sin perderlo de vista y justo cuando volteó para correr y alejarse de ese lugar se topó frente a frente con Brenda, o al menos una espectral Brenda, la cual flotaba delante de Luis.

-Qué bueno que me encontraste- dijo la fantasmagórica figura mientras se acercaba al petrificado hombre. -Ahora estaremos juntos de nuevo y esta vez para siempre-. La mujer lo tomo de la cara y le dio un beso y con la misma rapidez que apareció, así mismo de desvaneció en la oscuridad. Luis de desplomó en el suelo. Su cuerpo frío e inmóvil sólo podía mirar hacia el cielo, mientras sus ojos se posaban en el naciente sol, aquel sol que tantas veces había visto morir en el ocaso, ahora lo veía morir a él en el amanecer.

En sus últimos segundos pudo oír el trinar de las aves y al ritmo de las bellas melodías de un petirrojo, su corazón latió por última vez. La oscuridad lleno su mirada, y en su mente resonaban los ecos de una voz que le decía “ven a buscarme. Estaremos juntos para siempre”.

— Via Creepypastas

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