Sam – ¡No me mires!

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Ella se remueve en el asiento del consultorio de su psicóloga. Acaba de hacerle una pregunta que esperó no tener que contestar en ninguna de sus citas. Baja su vista a sus dedos debajo del escritorio viéndolos moverse con nerviosismo; la psicóloga va a esperarla pero ella no quiere que lo haga, nunca le gustó que haya silencio incómodo; o que al menos ella lo tome como “incomodo”. En su mente se escucha los posibles pensamientos de la mujer hacia ella. “Esta estúpida niña cree que tengo todo el día” oye con claridad, como si realmente hubiera salido de sus labios. Piensa en el tiempo que pasa, escucha atentamente las agujas del reloj detrás de la doctora moverse y su respiración se agita. Su ansiedad empieza a subir con el pasar de los segundos, sus dedos se mueven más rápido, las manos le sudan, sus ojos miran en todas direcciones, sus piernas suben y bajan con rapidez. Intenta calmarse porque sabe que la mujer enfrente de ella sabe de estas cosas y si hace ese espectáculo probablemente la lleve con un psiquiatra y le darían unas pastillas a tomar y enloquecería más de lo que ya está. Se pregunta cuánto tiempo habrá pasado desde que le hicieron esa pregunta y se imagina que más de un minuto, tal vez más de una hora… aunque en realidad ha pasado menos. En su mente, los problemas son más grandes de lo que parecen.

―Yo… ―empieza a decir para que se note que no se ha olvidado de responder―, n-no tengo miedo… bueno… ―la Doctora James la escucha atenta y mira su reloj, queda poco tiempo de sesión y sabe que terminarán con su respuesta―… en realidad sí… ―Jade siente sus ojos llenarse de lágrimas al imaginarse el escenario de su propia respuesta “¿Tienes miedo a que alguna persona de tu entorno muera?”, “En realidad sí…” Y ¡Bum! Una imagen de su hermano muerto que ama a pesar de vivir lejos, de su padre que ve una vez cada año pero que aún así adora, de su madre y por qué no su mejor amiga.

El ser humano teme por lo desconocido, es normal que sientas miedo por eso.

Ella asiente viendo a la pared detrás de ella, pensando en lo que acaba de decir, pero no meditándolo, solo ese comentario rebotando por toda su cabeza, sin dejarla pensar en algo más. Se queda callada. Suele estar por mucho tiempo pensando, o solo repitiendo una frase o comentario una y otra vez. Incluso cuando el comentario la hiere. En ese caso, piensa en eso, en si cambiar para ser como una persona normal. Si no hubiera sido porque la doctora James le decía que la sesión terminó y que puede irse, ella se hubiera quedado sentada en esa posición por el tiempo que ella quisiera. Ir hasta los lugares más recónditos de su mente y probarse a sí misma le encanta. Llevarse al borde de la locura o a un ataque de ansiedad o pánico, aunque no la pasa muy bien en ese momento.

Sale del consultorio con James guiándola con una mano en su espalda hasta afuera, como si realmente estuviera tan mal… o como si supiera que está tan mal como nota. Le sonríe a su madre cuando levanta su mirada de la revista en sus manos que leía mientras esperaba. Ella le sonríe de vuelta y se acerca para hablar con la psicóloga. Ambas se van adentro y Sam se queda sola parada en medio de la sala de esperas. Se queda mirando un punto fijo en la pared de enfrente, no sabe qué mierda hacer ahora. Simulando que no existe cuando ve que una mujer la ve de reojo. Automáticamente ella la ve de vuelta con el ceño fruncido, retándola con la mirada por quedarse observándola. La mujer saca su vista y regresa a su hijo que juega a romper las hojas de una revista. Esa madre sabe la mierda que pasa por la cabeza de esa chica. “Fíjese en su hijo, señora” piensa. Se siente enojada, asustada, desesperada, humillada. Se le van a la cabeza todas las cosas malas que esa mujer de antes debe estar pensando sobre ella y empieza a tener su… ¿tercer? ataque de ansiedad del día. Tiene tantos que ya perdió la cuenta, pero sabe que más de diez no son. Ella misma se manda a calmar porque no quiere llamar la atención y volverse de repente el centro de atención, no lo soportaría. “No me miren, no me miren” se repite en un su cabeza con su propia voz, rogando porque su madre salga pronto de hablar con la doctora. Incluso puede sentir las miradas de todos pensando cosas malas sobre ella y se siente enloquecer. Se imagina otro escenario, en donde no es tímida y miedosa, si no que se levanta y les pregunta por qué mierda la están mirando, si probablemente sus hijos están peor de la cabeza que ella. Sí, es muy cruel, pero su imaginación no tiene límites.

Justo cuando cree que va a perder su autocontrol y va a empezar a golpear y romper todo, su madre sale riendo con la psicóloga. ¿Por qué se ríen? Se supone que hablaron sobre su mal estado mental. Saluda a la psicóloga sabiendo que va a tener que volver la próxima semana y dice un bajo “Adiós” cuando todos los de la sala las saludan con un “Buenas tardes” aunque no quiere saludar a todos esos inútiles. La chica de la recepción les abre la puerta que da a la calle, y ella no sabe si quedarse dentro con la mujer y su hijo revoltoso o afuera con otras cien mil personas que caminan de un lado al otro y la juzgan cada vez que pasan por su lado. Mete una mano en su bolsillo y la otra la enrosca con el brazo de su mamá, así se siente un uno por ciento más segura; lo cual da como resultado un uno por ciento de seguridad. Su madre la lleva al auto a paso rápido y ella solo mira a sus pies con esas zapatillas rojas sucias caminar. Tiene tanto miedo que alguien la vea y la juzgue por sus zapatillas porque, después de todo, ella decidió ponérselas. Intenta cubrir la izquierda con la derecha y la derecha con la izquierda mientras camina pero es demasiado torpe y trastabilla agarrándose de la campera de un hombre que pasa por su lado para no estrellarse contra el suelo de cemento.

― ¡Lo siento! ―exclama ella asustada por lo que le pueda decir. Espera un “Estúpida niña”.

―Lo siento ―dice el hombre sin prestar demasiada atención y sigue caminando a paso apresurado como antes.

Aprieta el brazo de su madre con fuerza y su mano se vuelve un puño dentro de su bolsillo. Ese hombre debe estar pensando en lo estúpida que fue. Camina unas cuadras más y se mete rápido al auto, pone música a alto volumen y vuelve a su casa con su madre. Ya pasa el día, no va a salir de nuevo, no tiene de qué preocuparse.

Y el otro viernes llega finalmente después de una semana, aunque, obviamente, Sam no está preparada para siquiera un día más de escuela esta semana. Está harta de todo. Tener que ir seis horas por cinco días a no hacer nada más que escribir lo que las estúpidas profesoras ponen en los pizarrones sobre las aburridas clases y tener que ver a los idiotas de sus compañeros de clase hace que le duela la cabeza. Pero, como no tiene otra escapatoria se pone el uniforme color bordó de la escuela, desayuna y es acompañada por su madre. No habla por el camino con la escusa que sigue con sueño, pero, a pesar de ser las seis de la mañana, de que el sol no ha salido y que la cantidad de personas que hay en la calle la puede contar con sus dos manos, se siente estúpida. Recién despierta, torpe, despeinada, omitiendo que solo consiguió dormir media hora; igual que todas las noches.

Llega a las puertas de su escuela, saluda a su madre y entra. Le da el “Buenos días” a la portera porque piensa que es la única que se merece un buen día literalmente y va hasta su salón con la mirada baja. Tiene que pasar por cuatro salones antes y casi siempre se giran a verla pasar. No importa si es por curiosidad, para saber si es alguien conocido o solo para verla, lo cual duda, le gustaría ser invisible del todo y que dejen de joderla. Saluda bajito a los cuatro chicos de su mismo año que están parados en la puerta, aunque ellos la ignoran, y entra a sentarse en el último banco. Sus amigas están hablando sentadas en sus respectivos bancos. A diferencia de ella, ellas son gritonas, sin vergüenza, seguras y dicen lo que piensan. A veces a ella le gustaría ser como ellas.

Como siempre, el día pasa normal a excepción de que, la chica nueva, esa que repitió un año y es más grande que todos, dijo que organizaría una fiesta ese sábado a las diez de la noche. Lo último que pasa por su cabeza es ir, pero sabe que sus amigas van a insistir y probablemente termine yendo.

Otra sesión con su psicóloga esa misma tarde de viernes. Ella le pregunta un poco por su día como si le importara y ella responde que bien, nada fuera de lo normal. Aunque ese “bien” no es “bien”, sino un “¿Cómo mierda espera usted que me vaya en la escuela? Se supone que tengo ansiedad.” Un día en que su madre entró a hablar con la doctora, ella se quedó afuera con un papel que decía “Estado: inicios de ansiedad” con la típica letra de doctora que casi no se entiende ni mierda. No sabia si sentirse enojada consigo misma o aliviarse de que no es algo tan exagerado como ella creía. Debido a sus pensamientos homicidas y suicidas, ataques de ira, adrenalina al pensar en tan solo gritarle a alguien, su odio a las demás personas, ella pensó en lo peor. Desde entonces, está consiente de que no está del todo bien, no puede salir a la calle sin querer escapar de todos y todo, que no la juzguen por ser como es. Odia tener las miradas de todos, aunque sea de una sola persona. Le dan ganar de mandar a la mierda su poca cordura y golpear y romper cosas, incluso a las personas o ella misma. Su psicóloga le pregunta si pasó algo interesante.

―No, nada importante… ―dice con falsa sonrisa―, solo que una compañera va a hacer un fiesta el sábado en su casa. ―comenta restando importancia porque no lo considera importante. No le hubiera querido decir eso pero, con la psicóloga siente que puede decirle todo lo que quiera. Al final, no es como si le importara.

―¡Qué bueno! ―exclama con falsa emoción y Sam lo sabe, aprieta su mano echa un puño―, ¿vas a ir?

―No, no me gustan las fiestas y esas cosas… ―dice y sigue hablando antes que la mujer―. Hay que bailar y no me gusta, lo que hace que mis compañeras me empujen a la pista de baile ―se escusa pero esa respuesta no es correcta.

—¿Y no crees que es porque no quieren dejarte sola? —contesta momentos después, fingiendo haber pensado su respuesta, como si ella no hubiera estudiado para contestar exactamente lo que se debía.

—No, ¿por qué mierda iría a importarles? Solo son una manga de falsas plásticas estúpidas, que solo piensan en sí mismas y siguen creyendo que son diferentes cuando en realidad son exactamente igual a todas —grita a su psicóloga con toda su ira acumulada quién la mira con la misma sonrisa de siempre. Ve a sus manos moverse impacientes y levanta la cabeza a la doctora. Obviamente todo eso acaba de pasar en su cabeza.

Seguramente ella creerá que meditó su respuesta y eso hace que todo se vea más creíble. —Sí, tal vez es por eso… —contesta bajo igual que siempre, como la niña tímida que es.

Exactamente como lo planeó, ella cree que está de acuerdo.

Eso es lo que le gusta de ella, puede hacer que su imagen se retuerza para que nadie note que está realmente loca.

Su mejor amiga le sigue intentando convencer a que vaya. A ella sí le gustan esas cosas pero no quiere estar sola, así que lo mejor que se le ocurrió fue invitarla y medio-rogarle para que fuera. El problema es que no le cae bien a las demás chicas y Sam es su única amiga.

Nope, voy a quedarme en mi casa comiendo y estando en internet hasta las cinco am:D

Contesta. En cierta forma, es su plan para todos los fines de semana, ¿quién necesita una puta vida social? ¿Solo porque la profesora de Construcción Ciudadana dice que el hombre no puede vivir sin compañía significa que ella también? Ella no necesita a nadie, y menos a un montón de personas bailando en la casa de una chica a la que solo van porque conoce a la mitad de la escuela y es prácticamente de los más populares.

Aw, vaaaaaamos, va a ser divertido:c

Sam odia cuando hace eso, ¿no puede solamente quedarse con su “no”?

No, idiota. Te digo que no iré a ninguna estúpida fiesta de esa prostituta barata. Me da nauseas imaginarla a ella restregándose con los chicos más grandes que seguramente invitó.

Escribe todo eso con el ceño fruncido, la ira a mil y apretando las letras en la pantalla de su celular con fuerza. Pero se detiene en el segundo punto y borra todo. Si va, podría quedarse con su amiga hablando o con su celular encerrada en el baño. Tiene el celular conectado a su cargador y la batería está al cien por cien. Tomaría un poco de aire y volvería si se siente incómoda o está harta de tantas personas.

Está bien, voy. ¿A qué hora es?

Cuando le dijo a su madre que iría primero saltó de felicidad al saber que su hija socializaría de una vez por todas y porque, probablemente, termine amando las fiestas al igual que a ella. Siempre le dice que es solo por su edad y que con el tiempo le va a encantar ir a esa clase de reuniones. Luego la ayudó a vestir de una manera que a las dos les guste: un suéter que Sam cambió de dorado con brillos a gris, jean azul, las zapatillas rojas que tanto ama que ahora se encuentran lindas y limpias gracias a su madre y su cabello atado en una cola. Se sentía realmente cómoda con lo que llevaba y le agradece a su madre que no le haya echo poner un vestido. Pero, a pesar de eso, le hace maquillarse, se va a sacar todo cuando llegue a la casa de esta chica.

A pesar de odiar el maquillaje, le hace sentir bonita, resalta sus ojos marrones claros y hace que sus pestañas se vuelvan más largas de lo que son. Desconecta el celular y los auriculares por si las dudas y los guarda en el bolsillo de la campera extra que su madre le hizo usar junto a las llaves. Se sube al auto y van directo a la casa de esa chica. Revisa la dirección que le mandó su amiga unas quince veces por miedo a tocar el timbre de la casa equivocada. No cree poder soportar hablar con alguien que no conoce y explicarle que se equivocó de casa a las diez y media de la noche. Antes de que baje del auto, su madre le avisa que saldrá y que volverá para cuando termine la fiesta a tiempo de retirarla. Quiere echarse para atrás, no podría volverse antes. Pero no lo hace, es muy tarde; llegó muy lejos. Para su suerte, toca el timbre correcto y la chica rubia aparece en la puerta. Lleva puesto un pantalón rojo con el cual no entiende cómo hace para caminar si es tan malditamente apretado, una remera corta hasta arriba del ombligo y su cara más maquillada que un payaso. En realidad se ve como uno. No entiende cómo se le hace lindo eso a los chicos.

—¡Sam! —dice con falsa felicidad—, ¡vamos, pasa! —saluda a su madre en el auto quien se va una vez que ve que entra.

La chica la guía a través de la casa y le indica dónde dejar la campera. Se guarda el celular, los auriculares negros y las llaves de su casa en los bolsillos traseros de su pantalón. La guía hasta el patio trasero y, apenas salir, ve a todos sus compañeros de curso bailando, algunos mayores y otros de un grado menor que ellos. La anfitriona le desea que se divierta y un chico se la lleva agarrada de la cintura, entonces comienza a buscar a su amiga desde donde está. Una vez que la encuentra, corre hasta ella, quien grita de felicidad cuando la ve en un lugar como ese. Como ya estaban paradas, ambas se ponen a bailar de forma tonta, hablan y ríen. Sam siquiera recuerda en donde está, su amiga la distrae de la realidad.

En determinado momento, a Sam le da sed, por lo que le avisa a su amiga que irá a buscar alguna bebida que no tenga alcohol para las dos. Cuando se aleja unos pasos de ella, se da cuenta que está en medio de los chicos que bailan. Se queda paralizada de miedo en su lugar. Su respiración se agita. Si no se salma, lo más probable es que se desmaye. Se pone tan nerviosa cuando ve que un chico más grande la observa confundido que sus manos hormiguean al imaginarse a ella misma golpeándolo para que deje de verla. “Deja de mirarme, por favor” piensa y aprieta sus manos en puños. Siente el nudo en su garganta y sus ojos aguados. Traga con fuerza. Frota sus manos por la ansiedad y se mantiene quieta en su lugar recibiendo empujones de los que bailan a su alrededor.

—Sam, ¿estás bien? Estás temblando demasiado—le dice su amiga llegando a su lado y apoyando su mano en su hombro para tranquilizarla.

—Sí, ¡sí! —exclama con una sonrisa para convencer a ella y a sí misma y darse ánimos—. Me había quedado pensando —no sabe si es más raro quedarse pensando parada en medio de todos con música alta o decirle que estaba teniendo un ataque de ansiedad en silencio en medio de la fiesta. -Voy por nuestras bebidas.

—¡Ya vengo! —le dice con la misma sonrisa falsa y caminando rápido a la mesa.

Tal vez lo peor que pudo haber echo.

En el estado a punto de desmayarse. Visión borrosa, caminando tambaleante y casi sin saber qué mierda está haciendo. Cae sobre el equipo de música, desconectando todo, haciendo que se rompa y la música deje de sonar y tirando un vaso con bebida que alguien había dejado en él sobre ella misma y el aparato. La falta de música llama la atención de los invitados. No está totalmente consciente de lo que pasa así que solo se sienta en el suelo de piedras del patio y se pregunta qué pasó y por qué su cabeza está mojada y pegajosa. Todo lo escucha es un sonido constante, pero como si ella estuviera bajo del agua y todos hablan fuera. Mueve sus ojos y ve borroso y en cámara lenta. Frota su antebrazo por el dolor que siente por haber caído sobre él en las piedras. Su sentido de la audición se normaliza y escucha gritos de todos, que, al levantar la vista con su vista mejor, ve que van dirigidos a ella. Su respiración se agita y se levanta tan rápido que le cuesta estabilizarse.

—¡Idiota, haz roto el reproductor de música! —le grita la de la casa. —¡Mira lo que haz echo! —dice uno de los más grandes.

Y luego solo escucha gritos de todos, montones de ojos viéndola, juzgándola. El enojo apoderándose de ella. Todo lo que ha guardado desde siempre. Cuando su padre se fue de su casa por su cuenta y lo ignoró para que no le afectara, pero siempre estuvo ahí el dolor, solo lo esquiva: cuando su madre le dice que tiene que ser más femenina, que una mujer no se comporta como un niño de siete años; que su mejor amiga no la haya defendido en este momento o en otros; de que su psicóloga aparente que le importa su salud cuando en realidad ella solo está ahí por trabajo y dinero; de ella misma por no ser como quiere; de todos por solo existir. Tiembla más, trata de tapar sus oídos con sus manos para dejar de escuchar a esos imbéciles repetir sus defectos y aprieta sus ojos con fuerza al borde del llanto. Respira con fuerza. Escucha que todos dejan de gritan y la miran.

—Sam, ¿estás bien? —le pregunta su ex amiga.

—Déjame. —es lo único que dice bajando sus brazos pero dejando su cabeza apuntando al suelo; ella la mira extrañada.

—Ven, te acompaño a casa… —ella le toma de la muñeca y la arrastra fuera de la casa.

—¡No! —se suelta con brutalidad—. ¡¿Ahora vienes?! —la mira unos segundos hasta que levanta su mano echa un puño y lo estampa en su cara. Todos gritan y ella cae al piso. La ve desmayada tendida en el suelo con sangre saliendo de su nariz corriendo por el costado de mejilla. Observa a todos mirándola y solo le hace poner peor.

—¡Basta! ¡No me miren! —grita con todas sus fuerzas. Ve a alguien sacar su teléfono y marcar. Se acerca casi corriendo abriéndose paso entre todos y tira el celular al suelo rompiéndolo en pedazos.

Algo hace click en su interior y ve todo lo que hizo, el golpe, el celular y el equipo roto. Mira sus manos, a los demás, a todos lados. Respiración agitada de nuevo, manos sudorosas. Corre. Huye de la escena del crimen. Empuja a alguien que pasa por el pasillo al salir del baño y hace que caiga al piso. La calle está desierta, hace más frío que antes pero no va a volver a entrar a esa casa por su campera. Empieza a correr por la calle escuchando los gritos de los demás chicos que estaban en la fiesta diciéndole que regrese y que ya llamaron a la policía. Al escuchar eso, corre aún más rápido, logrando que sus piernas duelan y la planta de sus pies golpee con fuerza contra la grava de la calle. Su pecho y garganta duelen por respirar tanto aire tan frío. Dobla la esquina y trastabilla con el cordón de la vereda, cayendo y raspando el lado izquierdo de su cara.

Siente que arde demasiado y ve la sangre en su mano cuando la pasa por su cara. Se levanta rápido aún así y sigue hasta su casa. Saca las llaves de su bolsillo cuando puede divisar su casa a lo lejos y abre la puerta lo más rápido que puede. Entra corriendo a su casa, casi sin poder respirar, con sus piernas doliendo como la mierda y la mitad de su cara raspada. Cierra la puerta con llave y va hasta su habitación. Cierra la puerta del cuarto y baja las persianas de la ventana. Está respirando demasiado rápido y sus ojos se mueven hacia todos lados. Llamaron a la policía y seguro van directo a su casa. Todas el emociones, el miedo, el enojo, la tristeza, lo bien que se sintió al golpear a su ex amiga, estallan y ella comienza a llorar hecha una bolita en el suelo. Llora gritando demasiado fuerte y le arde su cara cuando las lágrimas caen sobre la piel levantada del lado izquierdo. Empieza a escuchar las sirenas de la policía a lo lejos y mira por los agujeritos de la persiana cómo los autos estacionan frente a su casa. Los vecinos salen a la puerta y ven el desastre que ella causó.

No puede quedarse en su casa pero no quiere entregarse. Su cerebro piensa a una velocidad extrema, causándole dolor de cabeza. ¿En serio ella hizo todo esto? ¿Ella tiene todo este poder? No lo había visto de esa forma. Ella no es como pensaba, ella es mucho más de lo que podía imaginar. Hizo que sus compañeros de quince y dieciséis años e incluso lo que tienen uno o más años que ella llamaran a la policía, lo que significa que fue capaz de intimidarlos, causar miedo en ellos. Ella es capaz de todo eso y quizás más. Si pudo golpear a esa y sacarle sangre de su nariz, ¿no podría ser capaz de algo más grande?

¿De matar?

Tal vez se siente tan bien como los psicópatas dicen. Si se sintió libre con el golpe, matar debe ser increíble. Ella nació para pasar desapercibida, para que pueda hacer lo que quiera sin que sepan que ella fue la culpable, para manipular su imagen y atacar a las personas donde más le duelen. Literalmente. Ella podría ser lo que quisiera… si escapara. Pero, si lo hace, sería fácil verla por la calle, la encontrarían rápido y ella no es así. Ella necesita algo para tapar su rostro. De ese modo, nadie sabría quién es y no podrían juzgarla por su no-belleza. Sí, siempre fue algo que la volvió loca. No quería que vieran su rostro por miedo a lo que pudieran llegar a pensar de ella. Pero ya no más, ya tenía la solución. Antes de que pudiera hacer algo, un golpe en la puerta principal se escucha.

—¡Policía! —grita un hombre con voz gruesa.

—Mierda… —murmura. Tiene que apurarse.

Abre el cofre y revuelve todo lo que hay buscando la máscara que hizo de pequeña. Fue en un cumpleaños de una niña de su división y la decoró muy bonita para ser de ella a los siete años. A veces le gusta sacarla y observarla un rato, recordar su niñez. Saca todo lo que hay, disfraces, juguetes, peluches, y, en el fondo, está la máscara. No la deja encima para que nadie la vea, es como su tesoro. Ve las estrellas del lado de la mejilla derecha dibujadas con fibra indelebles, los corazones rojos y el arcoíris que pasa desde la frente y cruza el ojo derecho. Se la coloca en su cabeza y suelta un quejido cuando toca su piel lastimada; recuerda lo grande que le quedaba cuando era más chica. Claro que en ese momento no le queda perfecta pero es mejor que antes. Pero ese “mejor que antes” no la convence y le da miedo salir a la calle con ella. Incluso en un momento como ese su ansiedad la domina. Escucha las sirenas y los gritos del policía avisando que entrará a la fuerza si no sale por su cuenta y entiende que no tiene otra salida.

Acomoda su cabello con la goma más fuerte para que no se salga mientras corre, ata sus zapatillas con otro nudo lo más rápido posible y sale disparada de su habitación, dispuesta a salir por la puerta trasera. Llega a la cocina y salta detrás de la pared cuando escucha un golpe muy fuerte en la puerta. Corre a sacar una cuchilla del cajón de los cubiertos y sale disparada por la puerta trasera, justo a tiempo. Los policías invaden su casa. Se le hace difícil respirar por la máscara pero hace lo posible. Pasa por arriba de la cerca que da la otra casa y cae de costado al suelo. De seguro sus vecinos deben estar viendo el espectáculo fuera de su casa, así que no lo piensa dos veces y entra. Al llegar a la puerta, los empuja fuera de su camino y corre calle abajo. Va por la calle para no tener que andar esquivando a nadie. Escucha los gritos de los demás diciendo su ubicación y los maldice a todos internamente. Gritan que tiene un cuchillo en su mano y eso la hace sentir orgullosa por alguna razón.

Se mete a la primera casa que ve al doblar la esquina y el hombre y la mujer dentro gritan. Según su postura, probablemente estén yendo afuera para ver el desastre. Ella los apunta con el cuchillo gritándoles que se callen y que la ayuden a esconderse, diciéndoles que los matará a todos si no lo hacen. La llevan a un pasillo de la casa, mueven la alfombra y dejan ver una puerta. La puerta suena y la mujer corre a preguntar quién es. Sam abre rápido y se tira dentro, no tiene tiempo para bajar estúpidas escaleras. Enciende la luz y la puerta se cierra. Escucha la alfombra moverse sobre la puertita y un gran golpe. Se acuesta en el piso, saca su máscara y respira tomando bocanadas grandes pero sin hacer ruido para que no la escuchen. Escucha muchas pisadas y supone que es la policía. Se queda tranquila. No tiene problema en matar a la pareja de arriba si llega a suceder algo. Es más, hasta le sería un placer hacerlo. Por suerte, como todo el piso es de madera y, a juzgar por el tamaño del sótano, ocupe todo el pasillo y hasta quizás el primer piso entero, no van a poder diferenciar el suelo común de la puerta. Su respiración está normal ya, pero las pisadas de arriba son demasiadas. Sube su mano a su y mira la máscara frente a ella. Tantos recuerdos. Eso no solo podría ser lo que la cubre de la ley, si no también un recuerdo de su vida anterior porque, ni aunque le pagaran volvería a ser lo que era.

Luego de un rato, las pisadas paran, la puerta de se abre y el hombre se asoma. Le avisa que ya puede salir. Él ve su rostro y, incluso aunque la hayan ayudado, va a tener que deshacerse de ellos. Cuelga su máscara en su brazo por la liga que usa para colocarla alrededor de su cabeza y sube las escaleras. Ella les agradece lo que hicieron y, antes de digan algo, clava su cuchillo lo más profundo que puede en el estómago del hombre. Él abre su boca intentando respirar y su mujer lleva sus manos a su boca, con sus ojos llenos de lágrimas. Suelta un grito y Sam tapa su boca con sus dos manos, dejando que el hombre caiga de rodillas al piso y luego su cuerpo entero, clavándose el cuchillo más profundo aún.

—¡Cállate! —le dice en voz baja—, terminarás igual que él, ¡sin excusas! —ella llora con la mano de Sam en su boca, llena su mano de lágrimas—. ¡Para de llorar, Magdalena, empapas mi mano!

La empuja al suelo para poder tomar más fácilmente el cuchillo. Mueve el ya cadáver dándolo vuelta y ve la sangre alrededor de la herida, el suelo y por la camiseta. Agarra el cuchillo con sangre hasta el mango. Luego puede lavar sus manos. La chica se sienta por el golpe de su cabeza al caer y ella se lanza de nuevo a cubrir su boca. La mira a los ojos. Ella los tiene cubiertos de lágrimas, rogando que le perdone la vida, que “no dirá nada”, pero, vamos, ¿cree que es tan estúpida?

—Shh… —musita sobre su mano y llevando la otra con el cuchillo a su boca, con su dedo índice sobre sus labios. La mujer grita más fuerte cuando ve el cuchillo y llora más—. No te preocupes —le susurra—, pronto vas a dejar de sentir tristeza y, mira el lado bueno, te juntarás con tu marido —su voz se oye alegre, como si realmente fuera una buena noticia. La mujer sigue mirándola y eso la inquieta—. ¿Qué? Para de mirarme —habla con voz ronca y llena de furia pero, la chica no le hace caso—. No me mires, ¡no me mires!

Con su fuerza gracias a la ansiedad y las manos temblorosas, corta la garganta de su víctima, escuchándola gritar ahogadamente contra la palma de su mano. Va hasta su estómago y hace lo mismo que con el anterior, solo que, una vez el cuchillo dentro del estómago de ella, lo mueve en círculos, causando más dolor en ella. No para hasta que ya no la ve respirar. Se levanta y observa los cuerpos. No puede dejarlos ahí, harán olor y llamarán la atención. Abre la puerta del sótano y los arrastra y empuja dentro, cerrando la puerta y colocando la alfombra encima. Mira la sangre en el piso, en su suéter, sus manos y la parte trasera de su máscara. La levanta del piso y busca el baño. Mientras lava sus manos con la máscara ya limpia a un lado, ve su reflejo. La mitad de su cara ya formó costras y no le duele como antes. Termina de lavarse ella misma y apoya sus manos alrededor del lavabo, mira la sangre siendo llevada por el agua. Levanta su cabeza, su reflejo. Se ve a ella misma a los ojos. Vuelve a repasar todo lo que pasó. El golpe, el celular roto, la policía pisándole los talones, huyendo, amenazando a esas personas para ayudarla a esconderse, matándolas, la sangre.

Todavía recuerdas esa vez en la que te reíste de aquel chico. No, no estabas molestándolo, pero lo veías, te burlabas de él. Sam detesta eso. Tu nombre está en su lista y, cuando se llegue la hora te matará. No puedo decirte si pronto o no, pero va a hacerlo.

Ten cuidado, no la mires ni por accidente.

— Via Creepypastas

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