Por gente hermosa

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Había una vez, un hombre llamado Teddy. Era él calvo, con cierto exceso de peso; una persona solitaria de mediana edad. Nunca tuvo hermanos, y sus padres hacía años estaban muertos. Le habían dejado una finca y gran cantidad de dinero como herencia.

Gracias a esto, no le hacía falta un trabajo; su enorme casa, que constaba con un gran patio trasero, le tuvo encerrado en la locura de su soledad. Le habían criado como un católico educado, aunque luego de la muerte de sus padres, todo eso había pasado a segundo plano. No tenía consuelo alguno en el pensar que ellos estaban en el cielo, o que sus almas estarían al cuidado de Dios. Empezó a cuestionarse en cuanto a su fe y a tener problemas con su visión de Dios.

Le habían inculcado que Dios era todopoderoso y amoroso, que velaba por todos. Pero Teddy era reacio al tema; no se tragó toda la supuestas benevolencia, omnipotencia y omnisciencia de Dios. Diversas cuestiones pasaban por su cabeza.

Si Dios era “todopoderoso”, ¿por qué no erradicaba el mal en el mundo? Si él era amoroso, ¿por qué le ocurrían desgracias? Y si él sabía lo que todo el mundo iba a ser, ¿por qué en verdad no velaba por ellos? Su padre tenía pequeñas charlas con él cuando era un niño, en las que le decía que su madre era una “hermosa persona”, y que ella tuvo la suerte de que Dios le hizo de esa manera.

Aquello siempre hizo pensar a Teddy… Personas hermosas, ¿por qué Dios no le hizo a él una persona hermosa? Supuestamente, Dios ama a todos. Pero no parecía ser así con él.

Conforme crecía, Teddy encontraba gente en la escuela y en la universidad que le parecía hermosa, y quería ser amigo de ellos; pero siempre se encontraba extraño y hasta espeluznante el tratar de hablar con ellos y pasar el rato con alguien. Con el tiempo se dio por vencido en sus intentos de acercamiento, así que tomó como costumbre el observarles desde corta distancia, espiando entre sus interesantes conversaciones. Encontró en cada palabra que decían (llamativa para él) un tipo de belleza que era natural sólo para algunos.

Siendo entonces un hombre mayor, comenzó a asistir a un café un par de veces a la semana, sólo por encontrar algo en lo que entretenese. Era un gran lector, y siempre llevaba consigo un libro de Stephen King para acompañar su café. No es que leyera demasiado en aquel local, en realidad; más bien, miraba a las personas por encima del borde e su libro; pero sólo a las que encontraba “hermosas”.

Fingió además estar escribiendo mensajs de texto de vez en cuando, sólo para tomar fotos de la gente que adoró desde el primer avistamiento. Las imprimía al llegar a casa y las colgaba en la paredes de la única habitación libre de la vivienda, cada una con un número bajo ella. Así, cuando se sentía sólo (cosa que se daba la mayor parte del tiempo), simplemente iba a mirar aquella “galería” para consumirse a sí mismo en su arsenal de belleza.

Pero pronto, esto se volvió insuficiente para Teddy. Él anhelaba estar cerca de esas personas, cara a cara, para observarlos atentamente. Cada movimiento, su estilo de vida; quería detallarles y encontrar una forma de convertirse en uno de ellos.

Empezó siguiendo a algunos de sus sujetos preferidos de la cafetería. Eran estos asiduos que venían en su hora de almuerzo para degustar un café, charlar por sus teléfonos o hacer otras actividades “hermosas”. Les seguía a sus oficinas, a veces incluso a sus hogares. Tomó notas de cada uno mientras observaba los autos que tenían, el trabajo que ejercían o ejercieron, su domicilio, estado civil, tenencia o carencia de hijos, el banco que utilizaban, su entorno social y cualquier otro dato que pudiera averiguar de ellos.

Siguió a uno de sus objetivos una noche; tenía un plan en mente. Ella caminaba hacia su casa en la oscuridad, tomando un atajo por un callejón. Al principio, ignoraba por completo la presencia de Teddy tras de ella, pero luego de oír sus pasos, empezó a desconfiar. Era inteligente. Él sacó su teléfono y simuló llamar a su esposa…

“Hey, cariño. Sí, voy camino a casa en estos momentos, no tardaré mucho. Está bien… Te amo.”

Ella pareció aliviarse al saber que él era un hombre de familia, como si esto lo convirtiera en una amenaza menor. Luego y sin previo aviso, Teddy se adelantó y le cerró el paso, agarrándola y presionando en sus labios y su nariz un pañuelo empapado de cloroformo. La mujer luchó un tiempo, pero finalmente cayó el la inconsciencia. Él había aparcado su auto al final de su callejón; llevó el cuerpo en la oscuridad y le colocó cuidadosamente sobre el asiento trasero.

Se quedó observando su rostro por alrededor de un minuto, absorbiendo su belleza. Ella era de su propiedad ahora, pensaba; iban a vivir en su casa juntos y todo sería perfecto.

Al despertar, ella luchaba; intentaba atacarle y escapar. Con el tiempo, él terminó matando a la presa de su ático, y allí le mantuvo. Ella se había negado a lo que él le proponía; ella no entendía y tampoco tenía pensado violarla, no. Entonces se enojó y la golpeó en la cabeza una y otra vez, hasta que le dio fin.

Esto sucedió muchas veces más. Hombres y mujeres fueron secuestrados y asesinados por él, porque lucharon cuando les llevó a casa y se negaron a sus planes.Cada cuerpo, luego de muerto, había sido mutilado por él en un enfermizo deseo de buscar qué les hacía hermosos desde adentro. Hizo incisiones desde el pecho hasta el abdomen con ayuda de las herramientas del cobertizo de su padre. Sacó la mayor parte de los órganos, arrancó la médula espinal y quitó sus ojos de sus órbitas.

Al no encontrar nada, los enterró en su patio trasero; cada tumba fue señalada con el número de su fotografía, las cuales eran entonces marcadas con cruces. Repetía aquella práctica una y otra vez, pero no encontró evidencia alguna de belleza dentro de ellos. Supo entonces que era inútil.

Extendió su área de búsqueda de la cafetería, puesto que las mismas caras de siempre ahora perdían su hermosura. Ahora asistía a otros cafés o restaurantes y esperaba a sus víctimas, para conducirles a un lugar oscuro y aislado en el que pudiera abalanzarse sobre ellos. Capturó alrededor de nueve personas. Les ocultaba en su amplio sótano, todos juntos.

Les mantuvo en las jaulas que sus predecesores usaban para los perros de caza, atados del cuello. Algunos más sujetos que otros, y los más fuertes estaban amordazados.

Les visitaba constantemente y no paraba de sacar fotografías de cada uno. Si alguno se portaba mal, le asesinaba en frente del resto para infundirles miedo. Se sentaba en una pequeña mecedora de madera, meciéndose hacia adelante y hacia atrás mientras les vigilaba. Les proporcionó agua para lavarse y atendió sus necesidades básicas para mantener su buen aspecto…

Pero se cansó de sólo observar a aquellas personas. No estaban en su entorno social para interactuar adecuadamente, por lo que perdieron su toque al tiempo. Pensó en matarlos a todos, pero se consideró demasiado perezoso como para cavar tantos sepulcros de una sola vez. Tenía entonces varias ideas, ya sabía qué hacer con ellos la próxima vez; una gran sonrisa escalofriante se dibujó en su rostro.

Tendría un guardarropa nuevo. ¿Con cuál de ellos vestiría primero?

— Via Creepypastas

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