Penpal (Amigo por correspondencia) Traducción al Español

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

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Capitulo 1: Pisadas:

Nunca he tenido que detallar esta historia como para explicarla de comienzo a fin, pero es real y me sucedió cuando tenía apenas seis años.

Si presionas el oído contra la almohada en un cuarto callado, podrás escuchar tu propio corazón. Cuando era niño, ese latido rítmico y ahogado me sonaba como pisadas suaves en un suelo alfombrado. Casi todas las noches —momentos antes de quedarme dormido—, oía estas pisadas y era arrancado de mi estado de inconsciencia, alarmado.

Viví con mi madre durante toda mi niñez en un vecindario modesto que estaba en una fase transitoria —las personas de estratos económicos más bajos se estaban mudando de forma gradual, y mi madre y yo éramos de esas personas—. Vivíamos en el tipo de hogar que verías siendo transportado en dos piezas por las carreteras interestatales, pero mi mamá lo cuidaba como era debido. Había una arboleda extensa rodeando el vecindario, en donde jugada y exploraba durante el día; pero de noche, como es común que suceda, las cosas se ven más siniestras para un niño. Aunado a la naturaleza de nuestra casa, esto generaba el espacio suficiente en mi mente para monstruos imaginarios y escenarios inescapables que consumían mis pensamientos siempre que era despertado por las pisadas.

Le conté a mi mamá de las pisadas, y ella dijo que solo estaba imaginando cosas. Persistí tanto que me roció las orejas con un gotero de cocina solo para tranquilizarme, pues creí que eso podría ayudarme. Claro, no lo hizo. A pesar de todas las inquietudes y las pisadas, lo único raro que llegó a suceder era que, de vez en cuando, me despertaba en la cama de abajo de la litera aunque me hubiese quedado dormido en la de arriba. Pero no era nada realmente extraño, porque a veces me levantaba a orinar o a traer algo de beber y me acostaba en la cama de abajo (era hijo único, no importaba). Esto sucedía una o dos veces a la semana, pero despertar en la cama de abajo no era tan aterrador.

Una noche no me desperté en la cama de abajo. Había escuchado las pisadas, pero mi sueño era demasiado profundo como para despertarme, y, cuando lo hice, no fue por el sonido de las pisadas, o una pesadilla, sino porque tenía frío.

Al abrir mis ojos, vi estrellas. Estaba en el bosque. Me senté de inmediato y traté de comprender lo que estaba sucediendo. Pensé que soñaba, pero no se sentía factible, aunque lo mismo aplicaba para aparecer en el bosque. Había un flotador de piscina desinflado en frente de mí, uno de esos con forma de tiburón. Esto no hizo más que sumarse a la percepción de surrealismo, pero luego de un tiempo parecía que no iba a despertar, porque no estaba dormido. Me paré para orientarme, pero no reconocía ese bosque. Jugaba en el bosque cerca de mi casa todo el tiempo y lo conocía muy bien. Si ese no era el mismo bosque, ¿cómo iba a salir? Di un paso y sentí un dolor punzante dispararse en mi pie; tropecé de vuelta en donde estaba recostado. Había pisado una espina. Con la luz de la luna, pude ver que estaban por todas partes. Miré a mi otro pie y se encontraba bien. De hecho, toda parte de mí lo estaba. No tenía ningún rasguño en mi cuerpo ni estaba sucio en lo más mínimo. Lloré por un rato y luego me volví a poner de pie.

No sabía qué dirección tomar; escogí una cualquiera. Resistí la urgencia de gritar porque no estaba seguro de si quería ser encontrado por quien —o todo aquello que— acechara en la cercanía.

Caminé por horas. Traté de caminar en línea recta, y traté corregir mi pasos siempre que tomaba desvíos, pero era un niño y tenía miedo. No había ningún aullido o gritos, y solo en una ocasión pude escuchar un ruido que me asustó. Sonó como un bebé llorando. Ahora creo que pudo ser un gato, pero me hizo entrar en pánico. Corrí, escabulléndome en distintas direcciones para evadir los arbustos frondosos o los árboles colapsados. Estaba enfocándome demasiado en el terreno, ya que mis pies estaban en mala condición para ese punto. Me enfocaba demasiado en lo que pisaba y no suficiente en la trayectoria hacia la que conducía mis pisadas. Minutos después de haber escuchado el llanto, vi algo que me atestó de una desesperación que no había experimentado hasta ese momento: el flotador de piscina.

Me encontraba a unos metros de mi punto de partida. Esto no era magia ni ningún tipo de distorsión sobrenatural del espacio; me había perdido. Poco me había planteado cómo fue que aparecí en el bosque, distrayéndome con salir de él. Pero volver al comienzo hizo que mi mente fluyera. No tenía la seguridad de que este era mi bosque, solo esperaba que fuera así. ¿Había corrido en un círculo enorme alrededor de ese lugar, o me había girado de alguna forma y comencé a ir en reversa? ¿Cómo saldría? Por esos años pensaba que la estrella norte era la estrella más brillante, así que busqué la estrella más brillante y la seguí.

Eventualmente, la escena se hizo más familiar. Supe que había salido cuando vi «la fosa» (una fosa de tierra en la cual mis amigos y yo teníamos guerras de barro). Había empezado a caminar muy despacio porque mis pies me ardían, pero me sentía tan feliz de estar cerca de casa que me agilicé con un trote lento. Cuando miré de verdad el techo de mi casa, dejé salir un suspiro tenue y aceleré mi paso. Solo quería estar en casa. Ya había decidido que no diría nada, pues ni tenía idea de qué decir. Entraría en la casa de alguna forma, me limpiaría y me iría a dormir.

Mi corazón se hundió cuando giré en la esquina de mi bloque y vi mi casa con más plenitud. Todas las luces estaban encendidas. Sabía que mi mamá estaba despierta, y sabía que tendría que explicar —o tratar de explicar— en dónde había estado. Mi recorrido descendió a un trote, el cual se revirtió a un caminado.

Vi la silueta de ella por las cortinas, y, aunque estaba preocupado sobre cómo me justificaría, eso me dejó de importar. Di unos pasos más hacia el pórtico, puse mis manos en la perilla y la torcí. Justo antes de que empujara la puerta sosteniéndome con ambas manos de la perilla, unos brazos me cogieron y me tiraron hacia atrás. Grité lo más fuerte que pude: «¡MAMÁ! ¡AYÚDAME! ¡POR FAVOR, MAMÁ!». El sentimiento de estar tan próximo a casa y luego ser arrastrado físicamente de ella me llenó de una especie de angustia que es, después de todos estos años, indescriptible.

La puerta de la que había sido retirado se abrió, y un brillo de esperanza se aceleró a mi corazón. Pero no era mi mamá, era un hombre, y era enorme. Yo tiraba patadas y apuñeteaba la barbilla de esta persona que me sostenía mientras trataba de lanzarme en dirección opuesta a la persona que acababa de salir de mi casa. Tenía miedo, pero estaba furioso. «¡Déjame ir! ¡¿En dónde está mi mamá?! ¡¿En dónde está mi mamá?! ¡¿Qué le has hecho?!». Cuando mi garganta me empezó a incomodar y estaba inhalando un nuevo aliento, me volví consciente del sonido que había estado presente por más tiempo del que había percibido: «Cariño, cálmate, por favor. Te tengo». Sonaba como mi mamá.

Los brazos disminuyeron su agarre y me dejaron en el suelo. La luz del pórtico dejó de contrastar con el hombre que venía hacia nosotros, permitiéndome notar su vestimenta: era un policía. Me di la vuelta para asignarle un rostro a la voz detrás de mí y vi que era mi madre. Todo estaba bien. Comencé a llorar, y los tres regresamos a la casa.

—Estoy tan aliviada de que estés en casa, cariño. Estaba preocupada de que nunca te vería de nuevo.

Para ese punto, ella lloraba también.

—Lo siento, no sé lo que pasó. Solo quería venir acá. Lo siento.

—Está bien. Solo no vuelvas a hacerlo. No estoy segura de si mi barbilla podrá resistirlo… —Una risa leve se coló de entre mis sollozos, y sonreí un poco.

—Bueno, perdón por haberte golpeado, ¡¿pero por qué me tenías que agarrar de esa forma?!

—Tenía miedo de que te escaparas de nuevo.

Su aclaración me confundió.

—¿A qué te refieres?

—Encontramos una nota en tu almohada —dijo, apuntando hacia un pedazo de papel que el oficial de policía me deslizó por la mesa.

Recogí la nota y la leí. Una carta de fuga. Decía que era infeliz, y que nunca quería verla a ella o a mis amigos de nuevo. El oficial intercambió unas cuantas palabras con mi mamá en el pórtico mientras yo inspeccionaba la carta. Pero incluso si a veces iba al baño por la noche y no lo recordaba, o incluso si pude haber ido al bosque por mi propia cuenta… incluso si todo eso era verdad, lo único que reflexionaba para este punto, era: «Así no es como escribo mi nombre… Yo no escribí esta carta».

Capitulos 2: Globos

Cuando tenía cinco años, asistí a una escuela primaria que, hasta donde podía entender, estaba enfrascada en la importancia de aprender por medio de la actividad. Era parte de un programa nuevo diseñado para posibilitar que los niños se desarrollaran a su propio ritmo. Para facilitar esto, la escuela alentaba a los profesores a que confeccionaran planes de estudio inventivos. A cada profesor se le daba la libertad de crear sus propios temas, los cuales estarían en efecto por la duración del año, y todas las lecciones de las diversas asignaturas estarían diseñadas con el espíritu de este tema. Los temas recibían el nombre de «Grupos». Había cuatro grupos: Espacio, Mar, Tierra y Comunidad —el grupo en el que yo estaba—.

En los grados prescolares de este país no aprendes mucho además de cómo atar tus zapatos o cómo compartir, así que la mayoría no es memorable. Solo recuerdo dos cosas con claridad: que yo era el mejor para escribir mi nombre de manera correcta, y el Proyecto Globo, que había sido la marca distintiva del grupo Comunidad. Era una manera lista para mostrar la forma en la que una comunidad funcionaba en un nivel muy básico.

Quizá has escuchado de esta actividad. Un viernes al comienzo del año, llegamos al salón y vimos que había un globo inflado con helio atado a cada uno de nuestros escritorios. También había un marcador, un lápiz tinta, un pedazo de papel y un sobre. El proyecto consistía en escribir una nota, ponerla en el sobre y atarla al globo, sobre el cual podíamos hacer un dibujo si queríamos. La mayoría de los niños comenzaron a batallar por los globos porque querían diferentes colores, pero yo empecé con mi nota, pues había pensado mucho sobre ella.

Todas las notas tenían que adherirse a una estructura vaga, pero se nos permitía ser creativos dentro de esos límites. Mi nota decía algo como esto: «¡Hola! ¡Encontraste mi globo! ¡Mi nombre es [Nombre] y asisto a la Escuela Primaria _______________. Puedes quedarte con el globo, ¡pero espero que puedas escribirme devuelta! Me gusta Mighty Max, explorar, construir fuertes, nadar y mis amigos. ¿Qué te gusta a ti? Escríbeme pronto. ¡Aquí tienes un dólar para el correo!». En el dólar, había escrito «PARA LAS ESTAMPILLAS» a lo largo de la parte frontal. Mi mamá pensó que era innecesario, pero yo pensé que era brillante.

La maestra tomó una fotografía Polaroid de cada uno de nosotros con nuestros globos y las pusimos en nuestros respectivos sobres junto con la nota. Ella también agregó otra nota, que asumo que era para explicar la naturaleza del proyecto y el agradecimiento a cualquiera que decidiera participar en escribirnos y enviar fotos de su ciudad o vecindario. Esa era toda la idea: crear un sentido de comunidad sin tener que salir de la escuela, y establecer contacto vigilado con otras personas.

Por las siguientes dos semanas, las cartas empezaron a llegar. La mayoría vino con una fotografía de diferentes puntos de referencia, y cada vez que una carta llegaba, la maestra la fijaba en el gran mapa que utilizábamos para señalar de dónde había llegado la carta y cuánto había viajado el globo. Era una idea muy inteligente, porque en verdad ansiábamos ir a la escuela para ver si habíamos recibido nuestra carta. Durante el curso del año, apartábamos un día a la semana para escribirle a nuestro amigo por correspondencia, o para escribirle al de otro estudiante si nuestra respuesta no había llegado. La mía fue una de las últimas en llegar. Ese día, entré al salón y miré a mi escritorio, pero una vez más no vi ninguna carta esperándome. Tan pronto como me fui a sentar, la maestra se me acercó y me entregó un sobre. Debí haberme visto muy emocionado, porque cuando estaba a punto de abrirlo, ella puso su mano en la mía para detenerme y decir: «Por favor, no te pongas triste». No entendí a qué se refería; ¿por qué estaría triste ahora que mi carta había llegado? Inicialmente, me encontraba desconcertado de que ella siquiera supiera lo que había en el sobre, pero ahora sé que los maestros, obviamente, veían el contenido para asegurarse de que no hubiera nada inapropiado. Cuando abrí el sobre, supe a qué se refería.

No había ninguna carta. Lo único que tenía el sobre era una Polaroid, pero no supe discernir lo que era. Se veía como una porción de postre, pero estaba muy borrosa como para estar seguro —parecía que la cámara había sido movida mientras la fotografía se tomaba—. No tenía dirección del remitente, así que no podía escribirle incluso si hubiera querido. Me sentía descorazonado.

El año escolar transcurrió y las cartas dejaron de llegar para casi todos los estudiantes. Después de todo, solo puedes continuar una correspondencia escrita con un estudiante preescolar hasta cierto punto. Todos, conmigo incluido, habíamos perdido el interés en las cartas. Entonces recibí otro sobre.

Mi emoción se rejuveneció, y me deleité en el hecho de que me seguían enviando cartas cuando la mayoría de los demás amigos por correspondencia habían abandonado su participación. Tuvo sentido que recibiera otra entrega —no hubo nada más que una imagen borrosa en la primera, así que esto probablemente era para compensarlo—. Pero, de nuevo, no hubo ninguna carta; solo otra imagen.

Esta era un poco más distinguible, pero aún no la entendía. El ángulo de la fotografía apuntaba hasta lo más alto, atrapando la esquina superior de un edificio, y el resto de la imagen estaba distorsionaba por el fulgor del lente debido al sol.

Dado que los globos no viajaron muy lejos, y dado que todos fueron lanzados el mismo día, el mapa se había abarrotado un poco. La política para los estudiantes que aún estaban intercambiando cartas era que podían llevarse las fotografías a casa. Mi mejor amigo, Josh, tenía el segundo número más alto de fotografías llevadas a casa —su amigo por correspondencia era muy agradable y le envió fotografías desde todas partes de la ciudad vecina—. Creo que Josh se llevó cuatro fotografías a casa.

Yo me llevé casi cincuenta.

Después de un tiempo, dejamos de ver mis fotografías. Simplemente guardaba los sobres en uno de los cajones de mi habitación, donde albergaba mi colección de rocas, cartas de baseball, cartas de historietas (Marvel Metal, para quienes las recuerdan) y cascos de baseball en miniatura que conseguía de la máquina expendedora en Winn-Dixie después de las prácticas de baseball infantil.

Para Navidad de ese año, mi mamá me había dado una máquina de granizados pequeña, y Josh en verdad la había codiciado, tanto que sus padres le compraron una ligeramente mejor para su cumpleaños el día antes de Año Nuevo. El verano siguiente, tuvimos la idea de que crearíamos una tienda de granizados para hacer dinero; pensábamos que haríamos una fortuna vendiendo los granizados a un dólar. Josh vivía en un vecindario diferente, así que eventualmente decidimos que el mío sería mejor porque había muchas personas interesadas en sus céspedes. Los jardines en mi vecindario eran más grandes. Hicimos esto por cinco fines de semana consecutivos, hasta que mi mamá nos dijo que teníamos que parar.

En la quinta semana, Josh y yo estábamos contando nuestro dinero. Hicimos un total de dieciséis dólares ese día y los dividimos equitativamente. Cuando Josh me pasó mi quinto dólar, un sentimiento de sorpresa profunda me consumió. El dólar decía «PARA LAS ESTAMPILLAS».

Josh notó mi impresión y me preguntó si había contado mal. Le relaté la historia del dólar, y él hizo un comentario sobre lo genial que era. A medida que pensaba sobre ello, estuve de acuerdo. Me inundó la idea de que el dólar había vuelto a mí después de haber cambiado tantas manos.

Le dije a Josh que tenía que mostrarle algo. De vuelta en mi habitación, abrí el cajón y saqué un lote de sobres. Comencé con la primera fotografía, e inspeccionamos unas diez hasta que Josh perdió el interés y me preguntó si quería ir a jugar en la fosa (una fosa de tierra calle abajo) antes de que su mamá lo viniera a recoger, así que eso fue lo que hicimos.

Tuvimos una guerra de barro por un tiempo, pero fui interrumpido muchas veces por el crujido de los arbustos a nuestro alrededor. Había mapaches y gatos callejeros que vivían ahí, pero esto estaba haciendo un poco más de ruido, e intercambiamos teorías de lo que podría ser en un intento por asustarnos mutuamente. Mi última conjetura fue que era una momia, pero al final Josh siguió insistiendo con que era un robot por los sonidos que escuchábamos. Antes de irnos, se puso un poco serio y fijó sus ojos en los míos: «Tú también lo escuchaste, ¿no? Sonó como un robot. ¿Lo escuchaste verdad?». Lo había escuchado, y puesto que sonó mecánico, concordé en que probablemente era un robot. Es hasta ahora que entiendo qué fue lo que escuchamos.

Cuando regresamos, la mamá de Josh nos estaba esperando junto a mi mamá en la mesa de la cocina. Josh le dijo a su mamá acerca del robot; nuestras mamás rieron y Josh se fue a casa. Mi mamá y yo comimos la cena, y luego me fui a la cama.

No me quedé en la cama mucho tiempo antes de salir por debajo de las sábanas y decidir que, a raíz de los eventos del día, iba a revisar los sobres; todo el asunto me parecía mucho más llamativo ahora. Tomé el primer sobre, lo coloqué en el suelo y puse la Polaroid de postre encima. Coloqué el segundo sobre a un lado y le puse encima la Polaroid con el ángulo extraño del edificio. Hice esto con cada una de las fotografías hasta que formaron una cuadrícula de 5×10. Me habían enseñado a ser cuidadoso con aquellas cosas que estaba coleccionando, incluso si no estaba seguro de su valor.

Noté que las fotografías, gradualmente, se hicieron más discernibles. Había un árbol con un ave en él, una señal de límite de velocidad, cables eléctricos, un grupo de personas caminando en un edificio. Y luego vi algo que me irritó tan poderosamente que, mientras escribo esto, puedo recordar con precisión el sentirme mareado, solo capaz de rumiar un pensamiento insistente: «¿Por qué estoy en esta fotografía?».

En esa imagen de un grupo de personas entrando a un edificio, me vi a mí mismo sosteniendo la mano de mi mamá al final de una multitud de personas. Nos encontrábamos hasta el borde de la fotografía, pero innegablemente éramos nosotros. Y a medida que mis ojos se sumergieron en el mar de Polaroids, me sentí todavía más ansioso. Era un sentimiento bastante raro: no era miedo, era el presentimiento de que estaba en problemas. No estoy seguro de por qué fui embestido por esa sensación, pero estaba sentado ahí luchando con la noción indiscutible de que había hecho algo malo. Y solo se intensificó cuando vi las demás fotografías.

Me encontraba en todas las imágenes. Ninguna de ellas era un primer plano, ninguna de ellas eran solo de mí. Pero yo estaba en cada una de las capturas —a un costado, en el fondo, en la parte baja del marco—. Algunas solo tenían la parte más diminuta de mi rostro capturado en el borde de la fotografía, pero, en cualquier caso, estaba ahí. Siempre estaba ahí.

No sabía qué hacer. Tu mente funciona en maneras divertidas cuando eres un niño; una gran parte de mí tenía miedo de estar en problemas simplemente por estar despierto. Dado que ya tenía el sentimiento inminente de haber hecho algo malo, decidí que esperaría hasta el día siguiente.

El día siguiente, mi mamá tuvo el día libre y pasó la mayor parte de la mañana limpiando la casa. Vi caricaturas, creo, y esperé hasta que pensé que era un buen momento para mostrarle las Polaroids. Cuando ella salió a traer el correo, agarré un par de fotografías y las puse en la mesa frente a mí mientras esperaba que ella volviera a entrar. Cuando regresó, ya estaba abriendo el correo y apartó algo de correo basura. Alcé mi voz:

—Mamá, ¿puedes venir un segundo? Tengo estas fotografí…

—Un momento, cariño. Necesito marcar esto en el calendario.

Después de un minuto o dos, ella se acercó detrás de mí y me preguntó qué era lo que necesitaba. Podía oírla barajando el correo a mis espaldas, pero yo solo observaba las Polaroids y le conté sobre ellas. Conforme se lo explicaba y señalaba las fotografías, sus «ajás» frecuentes disminuyeron, y de súbito estaba completamente en silencio. El próximo sonido que escuché de ella se escuchó como si estuviera tratando de recuperar su aliento en una habitación desprovista de aire. Al menos sus jadeos trabajosos fueron dominados y simplemente botó el correo restante en la mesa, dirigiéndose al teléfono de la cocina.

—¡Mamá! ¡Lo siento, no sabía nada! ¡No te molestes conmigo!

Ella estaba caminando de adelante hacia atrás con el teléfono presionado en su oreja. Jugué nerviosamente con el correo que estaba a un lado de mis Polaroids. El primer sobre tenía algo sobresaliendo que jalé ansiosa e imprudentemente hasta que salió.

Era otra Polaroid.

Confundido, pensé que una de mis Polaroids se había colado de alguna forma cuando ella tiró el correo; pero al darle la vuelta y estudiarla, me di cuenta de que no había visto esa antes. Para mi asombro, era yo, pero esta era una captura mucho más próxima. Estaba rodeado de árboles y sonreía. Pero no era solo yo; Josh estaba ahí también. Esto era de ayer.

Empecé a gritarle a mi mamá, quien seguía discutiendo en el teléfono. Repetidamente, llamé su atención hasta que al fin me respondió con un «¡¿qué?!».

Y solo pude preguntar:

—¿A quién estás llamando?

—Estoy hablando con la policía, cariño.

—¿Pero por qué? Lo siento. No fue mi intención…

Ella me contestó con una respuesta que nunca comprendí hasta que fui forzado a revisitar estos eventos de los años más tempranos de mi vida. Agarró el sobre de la mesa y lo sostuvo a lo alto para mis ojos, pero solo pude verla a ella y observar cómo todo el color se empezaba a drenar de su rostro. Con lágrimas abultándose en sus ojos, dijo que tuvo que llamar a la policía porque el sobre no tenía ningún sello de la oficina postal.

Capitulo 3: Cajas

No fue hasta que recordé «Globos» y hablé con mi madre, que me di cuenta de cuán interconectada está la siguiente historia con todo lo demás, pero originalmente no tenía planeado compartirla. Lo que viene es una remembranza tan exacta como pude lograr.

Pasé el verano previo a mi primer año en preescolar aprendiendo a escalar árboles. Hubo un árbol de pino en particular, justo afuera de mi casa, que casi parecía haber sido diseñado para mí. Tenía ramas tan bajas que podía agarrarlas fácilmente sin un empujón, y durante los primeros dos días después de que aprendí a escalarlo, me sentaba en la rama más baja meciendo mis pies. El árbol se encontraba afuera de nuestra valla trasera y podía ser vista desde la ventana de la cocina que estaba encima del fregadero. Dentro de poco, mi mamá y yo creamos una rutina en la que yo iba a jugar en el árbol mientras ella lavaba los platos.

A medida que el verano transcurrió, mis habilidades aumentaron y, de un momento a otro, estaba escalando bastante alto. En tanto el árbol crecía, sus ramas no solo se hacían más delgadas, sino que se extendían a lo ancho, así que eventualmente llegó un punto en el que ya no podía escalar más alto y el juego tuvo que cambiar. Empecé a concentrarme en velocidad, y para el final podía alcanzar mi rama más alta en veinticinco segundos. Mi seguridad creció. Una tarde, traté de pararme en una rama antes de que hubiera agarrado firmemente la nueva. Caí desde más de cinco metros y me quebré mi brazo en dos partes. Mi mamá estaba corriendo hacia mí, gritando, y recuerdo que ella sonaba como si estuviera por debajo del agua. No puedo precisar qué fue lo que dijo, pero recuerdo haber estado absorto por lo blanco que mi hueso era.

Iba a comenzar el kínder con un yeso y ni siquiera tendría amigos que lo firmaran. Mi mamá se debió de haber sentido terrible porque, un día antes de que comenzaran mis clases, me había traído un gatito. Era solo un bebé y tenía rayas blancas y cafés. Tan pronto como lo puso en el suelo, se arrastró hacia una lata de soda vacía. Lo nombré Cajas.

Cajas solo era un gato de exteriores cuando se escapaba. Mi mamá le había quitado las garras para que no pudiera destruir los muebles, así que hicimos nuestro mejor esfuerzo por mantenerlo adentro. Se escapaba de vez en cuando, y lo encontrábamos en algún lado del patio persiguiendo un tipo de insecto o lagarto, aunque difícilmente podía atrapar alguno dado que no tenía sus garras delanteras. A pesar de que era bastante evasivo, siempre lo agarrábamos y lo llevábamos adentro. Se revolvía para ver por encima de mi hombro; yo le decía a mi mamá que hacía eso porque estaba planeando su estrategia para la próxima vez. Una vez adentro, le dábamos algo de atún, y él llegó a aprender lo que el sonido del abrelatas podría señalizar —venía corriendo siempre que lo escuchaba—.

Este condicionamiento se hizo útil más adelante. Para el final de nuestro tiempo en esa casa, Cajas se salía con mucha más frecuencia y corría debajo de la casa a un subsuelo al que ninguno de los dos queríamos seguirlo, puesto que era estrecho y probablemente estaba infestado de insectos y roedores. Ingeniosamente, mi mamá pensó en enganchar el abrelatas a un cable conector y lo deslizaba por el agujero al que Cajas se había metido. Después de un tiempo, emergía con sus maullidos ruidosos rastreando el sonido, y luego estaba horrorizado por cómo le habíamos jugado una trampa cruel —un abrelatas sin atún no tenía sentido para Cajas—.

La última vez que escapó debajo de la casa, fue de hecho nuestro último día en ella. Mi mamá había puesto la casa en el mercado y habíamos comenzado a empacar nuestras cosas. No teníamos mucho, y habíamos alargado el empaquetado por un tiempo, aunque yo ya había guardado toda mi ropa a petición de mi mamá —ella se daba cuenta de que yo estaba realmente triste por tener que mudarnos, y quería que la transición fuera de lo más fluida para mí, y supongo que tener mi ropa en cajas iba a reforzar la idea de que nos estábamos mudando—.

Cuando Cajas se salió mientras subíamos algunas cosas en el camión de mudanza, mi mamá maldijo porque ya había empacado el abrelatas y no estaba segura de dónde lo colocó. Pretendí que fui a buscarlo para que no tuviera que ir debajo de la casa, y mi mamá —seguramente al tanto de mi pequeño timo— movió el tablero y se arrastró hacia el subsuelo. Regresó con Cajas bastante rápido y parecía estar muy desconcertada, lo cual me hizo sentir mucho mejor por haberlo esquivado.

Mi mamá realizó unas llamadas mientras yo estaba empacando un poco más, y luego entró a mi cuarto y me dijo que había hablado con el agente de bienes raíces, y que íbamos a empezar a mudarnos a la otra casa ese día. Ella dijo que eran noticias excelentes, pero yo había pensado que tendríamos más tiempo en la casa —en un principio, me había dicho que no nos mudaríamos hasta el final de esa semana, y apenas era miércoles—. Lo que es más, aún había unas cuantas cosas que no habíamos empacado, pero mi mamá dijo que a veces era más fácil reemplazar ciertas posesiones que acarrearlas por toda la ciudad. Ni siquiera me dio tiempo de subir el resto de mis cajas de ropa. Nos fuimos en el camión de mudanza.

Me las arreglé para mantener contacto con Josh por muchos años, lo cual fue sorprendente pues ya no asistíamos a la misma escuela. Nuestros padres no eran amigos cercanos, pero sabían que nosotros sí lo éramos, así que acomodaron nuestro deseo de vernos al llevarnos de ida y vuelta para fiestas de pijamas —a veces todos los fines de semana—. Para Navidad, nuestros padres incluso combinaron su dinero y nos compraron unos walkie-talkies muy buenos que habían sido publicitados con la capacidad de funcionar en un rango que se extendía más allá de la distancia entre nuestras casas. También tenían baterías que podían durar por días si el walkie-talkie estaba encendido pero fuera de uso. No siempre funcionaban lo suficientemente bien como para hablar a través de la ciudad, pero cuando nos quedábamos a dormir, los usábamos alrededor de la casa hablando en jerga de radio burlesca que habíamos captado de las películas. Gracias a nuestros padres, aún éramos amigos a la edad de diez años.

Un fin de semana, me estaba quedando en la casa de Josh y mi mamá me había llamado para decir buenas noches. Ella aún era muy vigilante, incluso cuando no podía vigilarme. Pero me había acostumbrado tanto que ni siquiera lo notaba, incluso si Josh lo hacía.

Mi mamá sonaba triste. Cajas había desaparecido.

Esto tuvo que haber sido un sábado por la noche, porque había pasado la noche anterior en la casa de Josh e iba a irme a casa el día siguiente. Cajas había desaparecido desde la tarde del viernes —di por sentado que ella no lo había visto desde que salió de casa para venir a dejarme—. Debió haber decidido que me contaría porque si Cajas no había regresado para cuando yo volviera a casa, me sentiría devastado no solo de su ausencia, sino de que mi mamá me lo hubiera ocultado. Me dijo que no me preocupara. «Volverá. ¡Siempre lo hace!».

Pero Cajas no volvió. Tres fines de semana después, me quedé con Josh de nuevo. Aún estaba triste por Cajas, pero mi mamá me dijo que había habido muchas ocasiones en las que las mascotas desaparecen del hogar por semanas e incluso meses, solo para regresar por su propia cuenta. Me había dicho que siempre saben en dónde está su hogar, y que siempre tratarían de regresar. Le estaba explicando esto a Josh cuando un pensamiento me golpeó con tanta fuerza que interrumpí mi propia oración para decirlo en voz alta:

—¿Qué tal si Cajas pensó en la casa equivocada?

Josh estaba confundido.

—¿Qué? Vive contigo. Él sabe en dónde está su hogar.

—Pero… creció en otro lugar, Josh. Fue criado en mi casa vieja, a unos vecindarios de distancia. Quizá todavía piensa en ese lugar como su casa, al igual que yo.

—Ahhh, lo entiendo. Pues, ¡eso sería genial! ¡Le diré a mi papá mañana, y nos llevará ahí para que podamos dar un vistazo!

—No lo hará, Josh. Mi mamá dijo que no podemos volver a ese lugar porque los dueños nuevos no van a querer ser molestados. Dijo que le advirtió a tu papá y tu mamá de lo mismo.

Josh persistió:

—Bien, entonces vamos a ir a explorar mañana y llegaremos hasta tu casa viej…

—¡No! ¡Si nos ven, tu papá se va a dar cuenta y le dirá a mi mamá! Tenemos que ir ahí nosotros mismos… Tenemos que ir ahí esta noche.

No me tomó mucho para convencer a Josh; era él quien usualmente tenía ideas como esta. Pero nunca nos habíamos escabullido de su casa antes. De hecho, resultó ser increíblemente fácil. La ventana de su cuarto se abría hacia el jardín trasero y una valla de madera con pestillo que no estaba cerrada. Después de dos saltos menores, nos deslizamos en la noche con una linterna y los walkie-talkies en mano.

Había dos maneras para llegar a mi casa vieja desde la casa de Josh. Podíamos caminar por la calle girando en las respectivas intersecciones, o podíamos ir por el bosque, lo cual nos tomaría casi la mitad del tiempo. Nos habría tomado cerca de dos horas caminar por la calle, pero de todas formas sugerí que lo hiciéramos porque no quería que nos perdiéramos. Josh se rehusó y dijo que si éramos vistos, lo podrían reconocer y le dirían a su papá. Amenazó con volver a casa si no tomábamos el atajo, y no queriendo ir por mi propia cuenta, lo acepté.

Josh no sabía acerca de la última noche que había caminado por ese bosque.

El bosque era mucho menos espeluznante con un amigo y una linterna, e íbamos a un buen ritmo. No estaba totalmente seguro de en dónde estábamos, pero Josh pareció lo suficientemente seguro y eso reforzó mi confianza. Pasamos a través de una porción especialmente gruesa de enredaderas, y la cinta de mi walkie-talkie se quedó atrapada en una rama. Josh tenía la linterna, así que estaba luchando para liberar mi walkie, cuando lo escuché decir:

—Oye, ¿quieres ir a nadar?

Miré hacia donde él estaba alumbrando la linterna, aunque cerré mis ojos mientras lo hice, porque ahora sabía en dónde era que estábamos. Me estaba apuntando al flotador de piscina. Era aquí en donde me había despertado en el bosque hace todos esos años. Sentí un bulto en mi garganta y el escozor de lágrimas frescas en mis ojos mientras continuaba riñendo por el walkie. Frustrado, lo jalé con la fuerza suficiente para que la rama se rompiera, y me giré y caminé hacia Josh, quien se había acostado parcialmente en el flotador de piscinacomo quriendo tomar el sol.

A medida que caminé hacia él, trastabillé y casi caigo en un agujero bastante grande que descansaba a la mitad del espacio abierto, pero recuperé mi balance y me detuve justo a su borde. Era profundo. Estaba sorprendido por el tamaño del agujero, pero más sorprendido por el hecho de que no lo recordaba. Me di cuenta de que no debió haber estado ahí aquella noche, porque estaba en el mismo lugar en el que había despertado. Lo saqué de mi mente y me volteé hacia mi amigo.

—¡Deja de perder el tiempo, Josh! ¡Viste que estaba atascado, y tú solo estabas acostándote aquí, jugando con el flotador! —Enfaticé la última oración con una patada a una parte expuesta del flotador. Un chillido se levantó desde él. La sonrisa de Josh se invirtió. Súbitamente, se veía aterrado y estaba forcejeando para salir del flotador, pero no pudo hacerlo de inmediato por la posición jocosa en la que estaba acostado. Cada vez que su peso caía sobre el flotador, el chillido se intensificaba. Quería ayudar a Josh, pero no podía moverme más cerca —mis piernas no cooperaban—. Odiaba ese bosque. Levanté la linterna que él había tirado en medio de su agitación y alumbré el flotador sin saber qué esperar. Finalmente, Josh se levantó y se apresuró a mi lado, viendo hacia donde estaba apuntando la luz. De pronto, ahí estaba. Era una rata. Me empecé a reír nerviosamente, y ambos observamos cómo la rata corrió hacia el bosque, llevándose sus chillidos consigo. Josh me golpeó en el brazo con cuidado —su sonrisa regresaba lentamente a su rostro—, y seguimos caminando.

Aceleramos nuestra marcha y salimos del bosque más rápido de lo que pensamos que lo haríamos. Nos encontrábamos en mi antiguo vecindario. La última vez que había atravesado la curva que se aproximaba, había visto mi casa iluminada por completo, y todas las memorias de lo que aconteció me inundaron de nueva cuenta. Mi corazón dio un vuelco a medida que giramos la esquina y estábamos a punto de encarar mi casa a plena vista, recordándome lo incandescente que me encontraba la última vez. Pero ahora las luces estaban apagadas. Desde la distancia, podía ver mi viejo árbol para escalar y, a medida que mi mente delineaba los pasos de causalidad en reversa, me di cuenta de que no habría regresado esa noche si el árbol no hubiese crecido, y estuve maravillado brevemente por cómo todos los eventos tenían esa naturaleza.

Pude ver que el césped lucía terrible. Ni siquiera podía adivinar cuándo había sido podado por última vez. Una de las persianas se había roto parcialmente, y se estaba balanceando de atrás hacia adelante en un estado de desesperación. ¿Por qué le importaría a mi mamá si molestábamos a los dueños nuevos si ellos se interesaban tan poco del lugar en donde vivían?

Y entonces lo comprendí: no había dueños nuevos.

La casa estaba deshabitada, aunque simplemente parecía desamparada. ¿Por qué me mentiría mi mamá con que la casa tenía personas nuevas en ella? Pero pensé que, de hecho, esto era algo bueno. Sería más fácil buscar a Cajas si no nos teníamos que preocupar de ser descubiertos por la familia nueva. Esto lo haría mucho más rápido. Josh interrumpió mis pensamientos a medida que caminábamos a través del portón y dentro de la casa misma.

—¡Tu casa vieja apesta! —gritó tan bajo como pudo.

—¡Cállate, Josh! Incluso así es mejor que tu casa.

—Oye…

—Bien, bien. Creo que Cajas ha de estar debajo de la casa. Uno de nosotros tiene que ir abajo y revisar, pero el otro debería estar a un lado de la entrada en caso de que salga corriendo.

—¿Hablas en serio? De ninguna forma voy a ir ahí abajo. Es tu gato. Hazlo tú.

—Mira, te retaré a ello, a menos que tengas mucho miedo —dije, sosteniendo mi puño sobre mi palma.

—Bien, pero lo haremos cuando diga «ya», no a la cuenta de tres. Es «piedra, papel y tijeras, YA», no «uno, dos, TRES».

—Ya sé cómo jugar el juego, Josh. Tú eres el que siempre la caga. Y es dos de tres.

Perdí. Aflojé el tablero que mi mamá siempre había movido cuando tenía que arrastrarse ahí abajo por Cajas. Solo tuvo que hacerlo un par de veces, puesto que el truco del abrelatas funcionaba por lo general; pero cuando tenía que hacerlo, lo odiaba. Y mientras observaba la oscuridad del subsuelo, tuve una apreciación más clara del porqué. Agarré la linterna y el walkie y comencé a arrastrarme. Un olor poderoso me sobrecogió.

Olía a muerte.

Me giré a mi walkie:

—Josh, ¿estás ahí?

—Este es Macho Man, adelante.

—Josh, ya basta. Algo anda mal aquí abajo.

—¿A qué te refieres?

—Huele a que algo murió.

—¿Es Cajas?

—En verdad espero que no.

Bajé el walkie y moví la linterna alrededor. Si te asomas por la entrada desde afuera, puedes ver hasta la pared opuesta del subsuelo con la iluminación indicada. Pero tienes que estar adentro para poder ver el espacio con los maderos de soporte que sostienen la casa. Diría que había un sesenta por ciento del área que no podías ver a menos que entraras.

En tanto me movía, el olor se intensificaba. El miedo estaba creciendo en mí de que Cajas había ido ahí y le había pasado algo. Alumbré con la linterna a mi alrededor, pero no podía ver mucho con el alcance de ese foco. Pasé a un lado de uno de los maderos de soporte, y cuando lo hice sentí algo por mi pie que me hizo echarme hacia atrás.

Pelaje. Mi corazón se hundió y me preparé emocionalmente para lo que estaba a punto de ver. Acerqué mis ojos centímetro a centímetro para prolongar lo que sabía que venía, y alumbré al suelo del madero. Me tambaleé hacia atrás por el horror.

—¡Jesucristo! —escapó de mi boca temblorosa. Era una criatura horrenda y gravemente descompuesta. La piel de su cara se había podrido, así que los dientes parecían enormes. Y el olor era inaguantable.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Es Cajas?

Me acerqué el walkie.

—No, no es Cajas.

—¿Entonces qué diablos es?

—No lo sé.

Apunté la luz en ello una vez más y lo miré con menos temor en mi visión. Me reí por lo bajo.

—¡Es un mapache!

—Pues sigue buscando. Voy a ir a la casa para ver si pudo haberse metido ahí de alguna forma.

—¿Qué? No. Josh, no vayas adentro. ¿Qué tal si Cajas está aquí abajo y se va corriendo?

—No podrá. Puse el tablero de nuevo.

Alcé mi vista y noté que estaba diciendo la verdad.

—¿Por qué hiciste eso?

—Ya, no te preocupes, lo puedes mover fácilmente. Esto tiene más sentido. Si Cajas escapa y lo pierdo, entonces se habrá ido. Si está ahí abajo, entonces agárralo con fuerza y vendré a mover el tablero. Y si no está ahí, entonces tú puedes mover el tablero mientras yo reviso la casa.

Sus observaciones tenían sentido, y dudaba que él fuera a ser capaz de agarrarlo de todas formas.

—Bueno. Pero ten cuidado y no toques nada. Aún hay un montón de mi ropa vieja en cajas en mi cuarto. Puedes ver si se ha metido en alguna. Asegúrate de llevar tu walkie.

—Entendido, amiguito.

Me daba cuenta de que iba a estar totalmente oscuro ahí. La energía estaba desactivada, dado que no había nadie que pagara la factura. Con suerte, sería capaz de ver con el resplandor de los postes de luz.

Dentro de poco, escuché pisadas justo arriba de mi cabeza y sentí tierra vieja lloviéndome.

—Josh, ¿eres tú?

—Chhhkkk. Atención, atención. Este es Macho Man regresando desde el gran Tango Foxtrot. El Águila ha aterrizado. ¿Cuál es tu posición, Princesa Jazmín? Cambio.

—Idiota.

Podía oírlo riendo con el walkie y me empecé a reír también. Escuché las pisadas disiparse —iba en camino a mi habitación—.

—Hombre, está oscuro aquí. Oye, ¿estás seguro de que dejaste esas cajas de tu ropa? No veo ninguna.

—Sí, debería haber un par de cajas frente a mi armario.

—Aquí no hay ninguna caja. Déjame revisar si pusiste las cajas en tu clóset antes de irte.

Mientras estaba esperando a que Josh me dijera lo que encontró, estiré una pierna que se me estaba quedando dormida y golpeé algo. Agaché la mirada y lo que vi fue extraño. Era una cobija y tenía tazones por todos lados. Me acerqué. La cobija olía a moho y la mayoría de los tazones estaban vacíos, pero uno tenía algo que supe reconocer: comida de gato.

Lo comprendí de inmediato. Mi mamá había organizado un lugar para alentar a Cajas a venir aquí en lugar de optar por correr en el vecindario. «Eso fue genial, mamá», pensé.

—Encontré tu ropa.

—Ah, bien. ¿Estaba en las cajas?

—Como dije, no hay cajas. Tu ropa está en tu clóset. Está colgada.

Sentí un escalofrío. Eso era imposible. Había empacado toda mi ropa con días de antelación. Recuerdo pensar lo estúpido que era tener que sacar ropa de las cajas para poder usarla. La había empacado, pero alguien la colgó devuelta. ¿Por qué?

—Se supone que están en cajas, Josh. Deja de bromear y ven afuera.

—No es broma, la estoy viendo. Quizá solo creíste que la empacaste. ¡Jaja! ¡Vaya! En verdad te gusta mirarte, ¿no?

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Tus paredes, jaja. Tus paredes están cubiertas en Polaroids tuyas. ¡Hay cientos! ¿Por qué contrataste a alguien pa…

Silencio.

Revisé mi walkie, creyendo que lo había apagado de alguna forma. Estaba bien. Podía oír pisadas, pero no podía descifrar exactamente hacia dónde iba Josh. Esperé a que terminara su oración, pensando que su dedo se deslizó del botón, pero no continuó.

Parecía que se trasladaba a pisotones por la casa. Estaba a punto de llamarlo, cuando regresó.

—Alguien está en la casa.

Su voz era susurrante y quebradiza; podía escuchar que estaba al borde del llanto. Quería responder, ¿pero cuán alto tenía el volumen de su walkie? ¿Qué tal si la otra persona lo escuchaba? No dije nada y solo esperé, escuché. Y lo que oí fueron pisadas. Pisadas fuertes y rasposas. Seguido de un ruido sordo.

—Oh Dios… Josh.

Había sido encontrado, estaba seguro de ello. Esta persona lo había encontrado y lo estaba hiriendo. Rompí en llanto. Él era mi único amigo, junto a Cajas.

Entonces me llegó: ¿qué tal si Josh le decía que yo estaba acá abajo? ¿Qué podría hacer yo? Mientras luchaba para recuperar la compostura, afortunadamente escuché la voz de Josh a través del walkie.

—Tiene algo, una bolsa grande. La tiró en el piso. Y… por Dios, la bolsa… creo que se movió.

Estaba paralizado. Quería correr a casa. Quería salvar a Josh. Quería pedir ayuda. Quería tantas cosas, pero solo me quedé ahí, congelado. Mientras permanecía incapaz de mover mis ojos —enfocados en la esquina del subsuelo de la casa que estaba por debajo de mi habitación—, moví mi linterna. Mi corazón casi saltó de mi pecho por la vista.

Animales. Docenas de ellos. Todos muertos. Estaban apilados a lo largo del perímetro. ¿Cajas podría estar entre esos cadáveres? ¿Era para eso que estaba ahí la comida de gato?

Ver esto me hizo espabilar, pues sabía que me tenía que ir de ahí, y me dirigí hacia el tablero. Lo empujé, pero no cedía. No podía moverlo porque estaba asegurado con una cuña. Me había quedado atrapado. «Maldito seas, Josh», murmuré para mí mismo. Podía sentir las pisadas estruendosas encima de mí. El suelo de la casa temblaba. Escuché a Josh gritar, y fue sincronizado por otro grito que no estaba lleno de miedo.

A medida que continué empujando, noté que el tablero se movió, pero no era yo quien lo estaba moviendo. Podía escuchar pisadas encima de mí y frente a mí, y gritos rellenando los silencios breves entre las pisadas. Me hice hacia atrás y sostuve mi walkie, listo para tratar de defenderme, mientras que el tablero fue retirado y una mano se introdujo para agarrarme: «¡Vámonos, ahora!»

Era Josh. Gracias a Dios. Salí por la abertura, sosteniendo la linterna y el walkie. Cuando llegamos a la cerca, ambos la saltamos, pero el walkie de Josh se cayó. Se quiso regresar, pero le dije que lo olvidara. Nos teníamos que ir. Detrás de nosotros podíamos oír los gritos, aunque no eran palabras, solo sonidos. Corrimos hacia el bosque para llegar a casa lo más pronto posible, mientras que Josh exclamada, inconsolable: «¡Mi foto! ¡Me tomó una foto!».

Pero yo sabía que el hombre ya tenía la fotografía de Josh —desde hace todos esos años, en la fosa—. Supuse que Josh aún pensaba que aquellos sonidos mecánicos provenían de un robot.

Llegamos a la casa de Josh y fuimos a su dormitorio antes de que sus padres se despertaran. Se trató de disculpar por haber perdido el walkie, pero le dije que era lo de menos, preguntándole sobre la bolsa grande y si en verdad se movió. Él me respondió que no estaba seguro.

No dormimos esa noche; nos quedamos sentados, espiando por la ventana, esperándolo. Volví a mi casa más tarde ese día, dado que ya eran alrededor de las tres de la mañana.

Le conté a mi mamá las generalidades de esta historia hace un par de días. Perdió el control y estaba furiosa por el peligro en el que me había puesto a mí mismo. Le pregunté por qué inventó todo aquello sobre no molestar a los nuevos dueños, por qué pensaba que la casa era tan peligrosa. Ella se tornó iracunda e histérica. Me agarró de la mano y la apretó con más fuerza de la que pensé que tenía, entrelazando sus ojos con los míos, susurrando como si tuviera miedo de ser oída:

—Porque nunca puse ninguna maldita cobija o tazones para Cajas debajo de la casa. No fuiste el único que los encontró.

Me sentí mareado. Ahora entendía tanto. Entendía por qué había lucido tan desconcertada después de sacar a Cajas de debajo de la casa en nuestro último día ahí. Entendí por qué nos fuimos varios días antes.

Mi mamá lo sabía. Sabía que él había hecho de nuestro hogar el suyo, y me lo ocultó. Me fui sin decir otra palabra, y no terminé la historia para ella. Pero quiero hacerlo aquí, para ustedes.

Llegué a casa ese domingo y tiré mis cosas en el suelo. Se esparcieron por todos lados, pero no me importó; solo quería dormir. Me desperté cerca de las nueve de la noche ante el maullido de Cajas. Mi corazón dio un brinco. Finalmente había vuelto a casa. Me sentía un poco descolocado por el hecho de que si solo hubiera esperado un día, nada de lo que pasó la noche anterior hubiese ocurrido y hubiese tenido a Cajas de todas formas; pero ya no importaba.

Me levanté de la cama y lo llamé, viendo alrededor para divisar un reflejo de luz en sus ojos. El maullido continuó, y lo seguí. Venía de debajo de mi cama. Sus maullidos eran amortiguados por una camisa, así que la hice a un lado y sonreí, exclamando: «¡Bienvenido a casa, Cajas!».

Su maullido provenía de mi walkie-talkie.

Cajas nunca regresó a casa.

Capitulo 4: Mapas

La mayoría de las ciudades viejas y sus vecindarios no fueron diseñadas con la mentalidad de que la población comenzaría a crecer de manera exponencial y que tendría que ser acomodada. Generalmente, la construcción de las carreteras responde a la necesidad de conectar puntos de importancia económica, delineándose con base en las restricciones geográficas. Una vez que las carreteras conectoras han sido establecidas, los negocios nuevos y más carreteras son posicionados estratégicamente a lo largo del asfalto, solo dando cabida a modificaciones, adiciones y alteraciones menores, pero nunca a ningún cambio dramático.

Entonces el vecindario de mi infancia tuvo que haber sido viejo. Las primeras casas que se construyeron debieron haber sido colocadas alrededor del lago, y el área habitable se incrementó gradualmente a medida que se crearon extensiones nuevas sobre el camino original; pero todas estas extensiones terminaban abruptamente en un punto o en otro —solo había una entrada/salida para todo el vecindario—. Muchas de las nuevas extensiones estaban limitadas por un afluente que se alimentaba del lago, y que pasaba justo al lado de lo que llegué a nombrar «la fosa». Gran parte de las casas originales tenían patios inmensos, pero algunos de esos terrenos originales fueron divididos, dejando atrás propiedades con límites más y más pequeños. Una vista aérea de mi vecindario daría la impresión de que un calamar gigante murió en el bosque, y un empresario aventurero encontró su cadáver y pavimentó carreteras a lo largo de sus tentáculos, solo para retirar su involucramiento y dejar que el tiempo, codicia y desesperación se encargaran de dividir la tierra entre los dueños de casas prospectivos, como un intento embarazoso de la proporción áurea.

Desde mi pórtico podía ver las casas viejas que rodeaban el lago, pero la casa de doña Maggie era mi favorita. Ella tenía, según recuerdo, cerca de ochenta años de edad, pero a pesar de eso era una de las personas más amistosas que he conocido. Tenía una melena de rizos blancos y siempre vestía con vestidos claros de patrones florales. Nos hablaba a Josh y a mí desde su pórtico trasero cuando estábamos nadando en el lago, y siempre nos invitada a comer bocadillos. Decía que se sentía sola porque su esposo Tom estaba fuera por negocios, pero Josh y yo siempre rechazábamos su invitación, pues por más amable que doña Maggie fuera, había algo raro en ella.

De vez en cuando, mientras nadábamos, nos decía: «Chris, John, ¡son bienvenidos aquí en cualquier momento!». También podíamos oírla diciéndonos lo mismo cuando caminábamos de regreso a mi casa.

Doña Maggie, como muchos de los dueños de casa más antiguos, tenía un sistema de irrigación que funcionaba mecánicamente, pero, en algún punto con el transcurso de los años, su temporizador se debió haber roto. Sus regaderas se encendían en varias ocasiones durante el día, y a veces incluso durante la noche —todo el año—. Aunque nunca hacía tanto frío como para que nevara mucho en invierno, en numerosas instancias salía por la mañana para ver el patio frontal de doña Maggie transformado en un paraíso ártico surrealista por el agua congelada. Todos los demás patios se mantenían esterilizados y secos por la escarcha cortante del frío del invierno, pero ahí —en medio del recordatorio deprimente de la brutalidad de la temporada— había un oasis de hielo hermoso colgando como estalactitas de cada rama de cada árbol, y de cada hoja de cada arbusto. Conforme el sol se alzaba, era reflejado y las piezas de hielo desglosaban sus rayos en un arcoiris que solo podía ser observado brevemente antes de que te cegara. Incluso a esa edad, estaba maravillado por lo bello que era, y Josh y yo íbamos ahí con frecuencia para caminar en la grama con hielo, y entablábamos peleas de espada con los carámbanos.

Un día, le pregunté a mi mamá por qué doña Maggie lo dejaba así. Mi mamá pareció haberse debatido la explicación, antes de decir:

«Bueno, cariño, doña Maggie se enferma mucho, y a veces, cuando se pone muy enferma, se confunde. Es por eso que cambia tu nombre y el Josh. No es su intención, pero hay momentos en los que simplemente no los puede recordar. Vive en esa casa a solas, así que está bien si quieres hablar con ella cuando nades en el lago. Pero cuando te invite adentro, debes seguir diciendo “no”. Sé cortés; no vas a herir sus sentimientos».

«Pero se sentirá menos sola cuando su esposo vuelva a casa, ¿verdad? ¿Por cuánto tiempo estará en sus viajes de negocios? Parece que nunca está acá».

Mi mamá se vio un tanto agitada y pude notar que estaba muy triste. Finalmente, contestó:

«Cariño… Tom no volverá a casa. Tom está en el Cielo. Murió hace muchos, muchos años, pero doña Maggie no lo recuerda. Se confunde y lo olvida, pero Tom no volverá a casa. Si alguien se mudara con ella, podría llegar a creer que es Tom; pero él se ha ido».

Tenía cinco años cuando me dijo eso, y por un tiempo no lo entendí del todo. Me sentía profundamente triste por doña Maggie.

Ahora sé que doña Maggie tenía Alzheimer. Ella y su esposo tuvieron dos hijos: Chris y John. Los dos trazaron un plan de pagos con las compañías de utilidades y se encargaban del agua y electricidad de doña Maggie, pero nunca la visitaban. No sé si algo pasó entre ellos, o si fue por la enfermedad, o si solo vivían muy lejos, pero nunca venían. No tengo idea de cuál era su apariencia, pero había momentos cuando doña Maggie debió de pensar que Josh y yo lucíamos como ellos dos cuando eran niños. O quizá veía lo que algunas partes de su mente estaban tan desesperadas por ver, ignorando las imágenes transmitidas por su nervio óptico y mostrando, solo un momento, lo que solía ser. Es hasta ahora que me doy cuenta de lo solitaria que se debió sentir.

Durante el verano después de kínder, antes de los eventos de «Globos», Josh y yo nos habíamos dado a la tarea de explorar el bosque cerca de mi casa, al igual que el afluente del lago. Sabíamos que los bosques entre nuestras casas estaban conectados, y pensamos que sería genial si el lago cerca de mi casa estaba conectado de alguna forma al arroyo en torno a la suya. Así que nos propusimos descubrirlo.

Íbamos a hacer mapas.

El plan era hacer dos mapas separados y luego combinarlos. Haríamos un mapa explorando el área cerca del arroyo, y haríamos otro siguiendo el flujo del lago. Por las primeras semanas, salió muy bien. Caminábamos por los bosques, a un lado del agua, y nos deteníamos cada tantos minutos para ampliar el mapa, y parecía que ambos mapas se entrelazarían cualquier día. No teníamos las herramientas necesarias para el trabajo —ni siquiera un compás—, pero tratábamos de improvisar. Tuvimos la idea de empalar la tierra con una rama cuando llegáramos al final de una aventura.

Puede que hayamos sido los peores cartógrafos del mundo. Sin embargo, el bosque se hizo muy espeso eventualmente a un lado del agua que provenía del lago, y fuimos incapaces de proseguir. Perdimos el interés en nuestro proyecto por un tiempo, y redujimos nuestras exploraciones significativamente —aunque no por completo— cuando empezamos a vender granizados.

Después de que le enseñé a mi mamá las fotografías que había traído de la escuela, y ella me quitó la máquina de granizados, nuestro interés en los mapas se revitalizó. Habíamos ingeniado un nuevo plan. Pese a que no entendía por qué, mi mamá me había impuesto lo que yo consideré que eran restricciones demasiado severas en cuanto a lo que podía hacer y adónde podía ir, y ella me vigilaba con frecuencia si iba afuera a jugar con Josh. Esto significaba que no podíamos quedarnos en el bosque por horas para poder encontrar un nuevo camino. Pensamos que sencillamente podíamos nadar cuando llegáramos al límite en el bosque, pero eso no podría funcionar porque el mapa se mojaría.

Entonces tuvimos una idea brillante. Crearíamos una balsa.

Debido a la construcción en el vecindario, había una cantidad enorme de material de construcción chatarra que la compañía dejaba en la fosa para mantenerla afuera de las carreteras y alejada del sitio de construcción, pues ya no la necesitaban. Originalmente, conceptualizamos un barco formidable, completado con un mástil y un ancla, pero esto fue disminuido rápidamente a algo más manejable. Tomamos varias piezas largas de espuma plástica que reforzamos con tabla de espuma, y las atamos con cuerda e hilo de cometa.

La balsa funcionó muy bien, y aunque ambos actuábamos y hablábamos como si la funcionalidad de la balsa hubiera sido un hecho, sé que al menos yo estaba sorprendido. Los dos teníamos ramas bastante grandes que utilizábamos como remos, pero encontramos más fácil empujarnos contra la tierra debajo del agua que usarlas como se suponía. Cuando el agua se hizo demasiado profunda, simplemente nos acostamos sobre nuestros estómagos y usamos nuestras manos para remar, lo cual también funcionaba —pero no igual de bien—.

La primera vez que tuvimos que recurrir a ese método de propulsión, recuerdo haber pensado que, desde el cielo, se debió de haber visto como si un hombre colosalmente gordo de brazos diminutos salió a nadar.

Nos tomó varios viajes para lograr que la balsa llegara a la porción intransitable del bosque. Navegábamos por un rato y luego atracábamos la balsa. La próxima vez, corríamos por el bosque para llegar a la balsa y viajábamos un poco más.

Continuamos esto bien entrado mi primer grado de escuela primaria. Josh y yo fuimos asignados a Grupos diferentes ese año, así que, como no nos veíamos durante el día escolar, nuestros padres estaban más dispuestos a dejarnos jugar todos los fines de semana de cada semana. Lo que es más, el papá de Josh había aceptado un trabajo de construcción extenso que requería trabajar los fines de semana, y su madre estaba de turno en el hospital. Para Josh, esto significaba que se quedaba en mi casa la mayor parte del fin de semana, semana tras semana.

Hicimos un progreso excelente, pero cuando finalmente llegamos al impasse y tuvimos la oportunidad de explorar más allá de él, no pudimos encontrar un lugar para atracar la balsa. El bosque era demasiado espeso, y el agua había erosionado la tierra al punto en que había un aumento del terreno bajo el afluente, exponiendo las raíces húmedas y retorcidas de los árboles. Teníamos que regresar cada vez y acabar dejando la balsa en la misma condensación de árboles que nos motivó a construirla en primer lugar. Y lo que era aún peor, el invierno había llegado, así que no podíamos justificar el salir de la casa en nuestros trajes de baño. No estábamos llegando a nada; siempre teníamos que volver antes de expandir nuestro terreno.

En un sábado, cerca de las siete de la noche, Josh y yo estábamos jugando cuando una de las compañeras de trabajo de mi mamá llamó a nuestra puerta. Su nombre era Samantha, y la recuerdo bien porque le propuse matrimonio un par de años después cuando acompañé a mi mamá al trabajo.

Mi mamá dijo que tenía que ir al trabajo para reparar un problema que había surgido, y que volvería en alrededor de dos horas. Su auto estaba siendo reparado, por lo que tendría que viajar con Samantha. Dijo que no podía salir de la casa bajo ninguna circunstancia ni abrirle la puerta a nadie, y estaba a la mitad de explicarme que llamaría cada hora, pero terminó ese comentario prematuramente cuando recordó que nuestro teléfono había sido desactivado por pagos atrasados —razón por la cual Samantha había llegado sin avisar—. Me clavó la mirada en tanto cerraba la puerta, y dijo: «Quédate aquí».

Esta era nuestra oportunidad.

Las observamos conducir por el camino serpentino hacia la salida, y tan pronto como su auto rotó en la última intersección visible, corrimos a mi habitación. Saqué mi mochila mientras Josh agarraba el mapa.

—Oye, ¿tienes una linterna? —inquirió Josh.

—No, pero vamos a volver antes de que oscurezca.

—Estaba pensando que deberíamos tener una, solo por si acaso.

—Mi mamá tiene una, pero no sé en dónde la guarda… ¡Espera!

Corrí a mi clóset y bajé una caja del estante superior.

—¿Tienes una linterna ahí?

—No exactamente…

Abrí la caja y revelé tres candelas romanas que había tomado de entre las que mi mamá amasó para el Día de la Independencia del verano pasado. Junto con un encendedor que me las había ingeniado para quitarle unos meses atrás, podría asegurar que al menos tuviéramos algo de luz si la necesitábamos. Esto ocurrió unas semanas antes de que se me diera la oportunidad para temerle al bosque, así que no fue el miedo lo que motivó nuestra búsqueda de una fuente de luz, solo el realismo. Lo tiramos todo en la mochila y escapamos por la puerta trasera, cerciorándonos de haber cerrado para que Cajas no se fuera a salir. Teníamos una hora y cincuenta minutos.

Corrimos por el bosque tan rápido como pudimos y llegamos a la balsa en unos quince minutos. Teníamos nuestros trajes de baño debajo de nuestra ropa, así que nos quitamos las camisas y nuestros pantalones cortos, y los dejamos en dos bultos separados cerca de la orilla del agua. Desatamos nuestra balsa del árbol, agarramos nuestras ramas-remos y zarpamos.

Tratamos de movernos rápidamente para llegar a un punto más allá del contenido de nuestro mapa en expansión continua, pues no teníamos tiempo que perder con vistas antiguas. Después de que pasamos el último lugar registrado en el mapa, el agua se hizo más y más honda. Estaba oscureciendo, volviéndose más difícil el distinguir un árbol del otro, y ambos nos estábamos sintiendo un poco nerviosos. Remábamos velozmente con la intención de ahorrar tiempo, pero esto generaba mucho ruido conforme nuestros remos disolvían la tensión de la superficie del agua. En el trasfondo, podíamos oír el crujido de hojas muertas y el quiebre de ramas caídas por la arboleda de nuestra derecha. No sabíamos qué tipo de animales residían en la profundidad de este bosque, pero estábamos seguros de que no queríamos descubrirlo.

Mientras Josh corregía el mapa que yo estaba iluminando con el encendedor, fuimos confrontados por el hecho de que los sonidos no eran espontáneos. Rápida y rítmicamente, escuchamos:

Crunch

Snap

Crunch

Parecía estarse distanciando de nosotros ligeramente, insertándose en la espesura más allá de nuestro mapa. Se había vuelto demasiado oscuro como para que viéramos. Había juzgado mal por cuánto tiempo persistiría el sol.

Nerviosamente, llamé:

—¿Hola?

Hubo un momento breve de ansiedad asfixiante en tanto permanecíamos estáticos sobre el agua. El silencio fue roto súbitamente por una risa.

—«¿Hola?» —se mofó Josh.

—¿Y qué?

—Hola, Señor Monstruo-en-el-bosque, sé que se está escondiendo, pero quizá quiere contestar mi «hola»? ¡Holaaaaaa!

Me di cuenta de lo estúpido que había sido eso. Fuera lo que fuera, no iba a responder. Ni siquiera me di cuenta de que lo había dicho hasta después de hacerlo.

Josh continuó: «Holaaaaaa», con un falsete agudo.

—Holaaaa —lo contrarresté con el barítono más profundo que pude lograr.

—¡Hola compa!

—Ho-la. Bip Bup.

—HooOOOLLLAAAaa.

Continuamos burlándonos del otro, y estábamos en el proceso de hacer girar la balsa para regresar, cuando lo escuchamos:

«Hola».

Fue susurrado y forzado como si hubiese sido accionado por el último aliento de un par de pulmones desinflándose, pero no sonó aquejado. Había venido del lugar justo más allá del mapa, el cual ahora se ubicaba detrás de nosotros dado que habíamos girado la balsa. Lentamente, me volteé en dirección del sonido mientras buscaba a tientas las candelas romanas. Quería ver.

—¿Qué estás haciendo? —siseó Josh.

Pero ya la había encendido. Cuando la mecha chispeante se hundió en la envoltura, la sostuve hacia el cielo. En realidad, nunca había usado una de estas, y pensé que tendría un talento cinematográfico para ello. Un orbe verde y brillante se disparó a las estrellas y se extinguió velozmente. Reajusté mi brazo hacia el horizonte. Podía recordar que tenía varios colores, pero no sabía cuántas veces podía disparar una de estas hasta que se hubiera agotado. Una bola de luz roja salió despedida y crepitó por los árboles, pero no vi nada aún.

—¡Solo vámonos! —me presionó Josh, girándose para encarar la dirección a casa, y empezó a remar con agitación.

—Una más…

Bajando el brazo directamente hacia el bosque frente a mí, otra bola roja fue lanzada del tubo. Viajó en línea recta hasta que colisionó con un árbol, explotando la luz brevemente en un diámetro mucho mayor.

Aún nada.

Dejé caer la candela en el lago y observé a una última bola de fuego penetrar el agua, solo para morir rápidamente, sofocada. Una vez que comenzamos a remar en dirección a mi casa, escuchamos un crujido sonoro en el bosque y para nada disimulado. La ruptura de ramas y el pisoteo de hojas sobrecogían el ruido de nuestro salpiqueo.

Estaba corriendo.

Bajo nuestro pánico, empujamos la balsa con demasiada violencia y sentí a una de las cuerdas bajo mi pecho aflojarse.

—Josh, ¡ten cuidado!

Pero era muy tarde. Nuestra balsa se estaba rompiendo. Dentro de poco, se había venido abajo por completo. Los dos nos aferramos a un pedazo de espuma plástica, pero las piezas no eran lo suficientemente grandes como para mantenernos a flote, y nuestras piernas colgaban por debajo de nosotros en el agua de invierno.

—¡Josh! ¡Rápido! —grité señalando al mapa a su lado.

Forcejeó, pero estaba muy helado como para movernos con libertad, y ambos observamos al mapa conforme se alejaba flotando.

—Te… Tengo f… frío —tartamudeó Josh, afligido—. Hay que sssalir del a…. agua.

Nos acercamos a la orilla escuchando el crujido frenético atronando hacia nosotros desde el bosque de arriba. Incesantes, pateamos con nuestras piernas y pudimos alcanzar el muelle de nuestra balsa. Nos quitamos los trajes de baño y estábamos desesperados por meternos en ropa seca que nos escudara del frío cortante en el aire. Me puse mis shorts, pero algo andaba mal. Me giré hacia Josh:

—Oye, ¿en dónde está mi camisa?

Se encogió de hombros y sugirió:

—¿Quizá el viento la tiró al agua y flotó en el lago?

Le dije a Josh que volviera a casa, y que dijera que estábamos jugando a las escondidas si mi mamá estaba en casa. Tenía que encontrar mi camisa.

Corrí detrás de las casas y me asomé por el agua, inspeccionando la costa. Se me ocurrió que, con algo de suerte, tal vez podría encontrar el mapa también. Me estaba movilizando bastante rápido porque necesitaba llegar a casa, y estaba a punto de rendirme cuando mi concentración fue interrumpida por un sonido que vino desde atrás.

—Hola.

Me di la vuelta. Era doña Maggie. Nunca la había visto por la noche antes, y bajo esa luz pobre se veía excesivamente frágil. La calidez usual que envolvía su actitud parecía haberse apagado con la brisa. No podía recordar haberla visto alguna vez sin una sonrisa, así que su rostro se veía extraño.

—Hola, doña Maggie.

—Ah, ¡hola, Chris! —La calidez y sonrisa retornaron, incluso si sus recuerdos no hicieron lo mismo—. No podía ver que eras tú en la oscuridad de ahí.

Bromeando, le pregunté si me iba a invitar a comer un bocadillo, pero dijo que quizá en otra ocasión. Estaba muy ocupado buscando mis cosas como para prestarle atención realmente, pero sonaba feliz, así que no me sentí mal. Dijo otro par de cosas más, pero tenía prisa. Le dije buenas noches y corrí por su acera hacia mi casa. La podía escuchar detrás de mí caminando por su jardín congelado.

Llegué unos minutos antes que mi mamá. Y para cuando ella llegó, Josh y yo ya nos habíamos cambiado de ropa y calentado. Nos habíamos salido con la nuestra, a pesar de que habíamos perdido el mapa.

—¿La pudiste encontrar?

—Nah, pero vi a doña Maggie. Me llamó Chris de nuevo. Te lo digo, solo alégrate de que nunca la has visto de noche.

Ambos nos reímos y él me preguntó si me había invitado a comer bocadillos, bromeando con que debían ser terribles porque ni siquiera lograba regalarlos. Le dije que no lo había hecho, y él estaba sorprendido. Ahora que tenía el tiempo para pensarlo, yo también lo estaba. Cada vez que la veíamos nos ofrecía bocadillos, y ahí estuve, habiéndome invitado solo —aunque sarcásticamente— y me dijo que no.

Mientras Josh seguía hablando de doña Maggie, noté de pronto que el encendedor aún podría estar en mi bolsillo, y sería desastroso si mi mamá lo encontraba. Agarré mis shorts del suelo y palpé mis bolsillos. Sentí algo, pero no era el encendedor. Desde mi bolsillo trasero, saqué un pedazo de papel doblado, y mi corazón dio un vuelco. «¿El mapa? —pensé—. Pero lo vi irse flotando».

Dibujado en el papel, dentro de un óvalo grande, estaban dos figuras de palitos tomados de las manos. Uno era mucho más grande que el otro, pero ninguno tenía rostro. El papel estaba roto, así que faltaba una parte, y había un número escrito cerca de la esquina superior derecha. Era un número quince o un dieciséis. Nerviosamente, le entregué a Josh el papel y le pregunté si él lo había puesto en mi bolsillo en algún punto, pero se burló de la idea y me preguntó por qué estaba tan preocupado. Apunté a la figura de palitos más pequeña y a lo que estaba escrito a su lado.

Eran mis iniciales.

Le conté a Josh el resto de la conversación entre doña Maggie y yo. Siempre había atribuído el intercambio extraño a su enfermedad, hasta revisitar los eventos en mi mente todos estos años después. A medida que lo analizo ahora, regresa el sentimiento de tristeza profunda evocado por doña Maggie, pero es magnificado por una sensación amenazadora de desesperanza cuando reflexiono acerca de lo que trató de decir con «quizá en otra ocasión».

Sabía lo que había dicho, pero no comprendí lo que significaba. Ni comprendí lo que sus palabras significaban semanas después, cuando observé a hombres con trajes anticontaminantes anaranjados cargando lo que pensé que eran bolsas negras de basura desde su casa. Aún no lo comprendí cuando clausuraron la casa y la cercaron poco antes de que nos mudáramos.

Pero ahora lo entiendo. Entiendo por qué sus últimas palabras fueron tan importantes incluso si ni yo ni ella nos dimos cuenta en aquel momento.

Esa noche, doña Maggie me dijo que Tom, su esposo, había vuelto a casa; pero ahora sé quién se mudó ahí realmente. Al igual que sé por qué nunca vi el cuerpo de doña Maggie siendo trasladado en una camilla.

Las bolsas no estaban llenas de basura.

Capitulo 5: Pantallas

Al final del verano entre preescolar y mi primer año de primaria, me resfrié. El resfriado estomacal tiene todos los componentes de un resfriado cotidiano; sin embargo, con este vomitas en una cubeta y no en el retrete porque ya estás sentado en él —la enfermedad se purga desde ambas salidas—. Duró alrededor de diez días, pero justo antes de que pasara, el malestar recibió una extensión en la forma de conjuntivitis. Mis párpados se habían fusionado tanto entre sí por la mucosidad seca generada durante la noche que, la primera mañana con la infección, pensé que me había quedado ciego.

Cuando comencé mi primer grado, tenía un calambre en mi cuello por los diez días de descanso letárgico, y dos ojos inflamados e inyectados de sangre. Josh estaba en otro Grupo y no almorzábamos a la misma hora, así que, incluso en una cafetería reventando con docientos niños, tenía una mesa para mí mismo.

Empecé a mantener comida de repuesto en mi mochila, la cual llevaba al baño para comer después del almuerzo, dado que mis comidas escolares usualmente eran confiscadas por niños mayores que sabían que no podría hacerles frente, pues nadie se sentaba conmigo. Esta dinámica persistió incluso después de que mi condición había mejorado; nadie quiere ser amigo del niño que es acosado. La única razón por la que se detuvo fue por las acciones de un niño llamado Alex.

Alex estaba en tercer grado y era más grande que la mayoría de los demás niños de cualquier grado. Alrededor de la tercera semana escolar, comenzó a sentarse conmigo en el almuerzo, y esto marcó el final inmediato para el escaseo de mi suministro de comida. Él era lo suficientemente amable, pero me parecía un tanto lento. Nunca hablábamos a profundidad, excepto cuando al fin decidí preguntarle por qué se sentaba conmigo.

Estaba enamorado de la hermana de Josh, Veronica. Veronica iba a cuarto grado y probablemente era la chica más linda de la escuela. Incluso a la edad de seis años, cuando apoyaba por completo la noción de que las niñas eran asquerosas, estaba consciente de cuán linda era Veronica. En su tercer grado, Josh me contó que dos chicos habían entablado una pelea física a raíz de un argumento sobre la relevancia de los mensajes que ella había escrito es sus anuarios. Uno de los chicos golpeó al otro en la frente con la esquina del anuario, y la herida requirió suturas.

Aunque no fue uno de esos niños, Alex quería que ella se interesara en él, y me confesó que sabía de mi amistad con Josh. Comprendí que había anticipado que yo le expresaría su acción ostensiblemente filantrópica a Veronica, y que ella se sentiría conmovida por su altruismo. Si le contaba, él se seguiría sentando conmigo por todo el tiempo que fuera necesario.

Debido a que esto aconteció durante el tiempo en el que Josh se quedaba en mi casa construyendo la balsa, y navegando el afluente conmigo, no tuve la oportunidad de hablar con Veronica; simplemente no la veía. Se lo mencioné a Josh y él se burló de Alex, pero dijo que le contaría a su hermana si eso era lo que yo quería. Dudé que lo haría. Josh estaba irritado con que las personas parecieran estar tan cautivadas por su hermana. Recuerdo que se refería a ella como «vaca horrorosa». Nunca le comenté nada a Josh, pero recuerdo haber querido decir, incluso entonces, que ella era linda y que un día sería hermosa.

Tuve razón. Cuando tenía quince años, estaba viendo una película en un lugar que mis amigos y yo llegamos a llamar el «Teatro Mugroso». Quizá fue agradable en algún punto, pero el tiempo y la negligencia habían marchitado al lugar gravemente. El teatro tenía mesas transportables y sillas en el piso más bajo, así que cuando la sala estaba llena, había pocos lugares en los que te podías sentar para ver toda la pantalla. Imagino que el teatro aún estaba abierto por tres razones: era barato ver una película ahí; mostraban una película de culto varias veces al mes a la medianoche; y porque vendían cerveza a menores de edad durante las funciones de medianoche. Fui a las primeras dos, y esa noche estaban pasando Scanners, de David Cronenberg, por un dólar.

Mis amigos y yo estábamos sentados hasta el fondo. Quería sentarme más cerca del frente para tener un mejor panorama, pero Ryan nos había traído, así que cedí. Un par de minutos antes de que la película comenzara, un grupo de niñas entró. Todas eran muy atractivas, pero fuera cual fuera la belleza que tenían, era eclipsada por la chica de cabello rubio oscuro. Conforme se giró para moverse a su asiento, pude captar una vista plena de su rostro, lo cual gatilló la sensación de mariposas en mi estómago; era Veronica.

No la había visto en un largo tiempo. Josh y yo nos dejamos de ver progresivamente luego de que nos escabullimos en mi casa vieja aquella noche cuando teníamos diez años. Mientras que todos los demás se enfocaban en la pantalla, yo me concentré en Veronica, solo volteándome cuando el sentimiento de que estaba siendo un pervertido me sobrecogía. Ella era realmente hermosa, justo como pensé que sería.

Mis amigos se levantaron una vez que los créditos empezaron a rodar. Solo había una salida y no querían quedarse atascados esperando a que la multitud se despejara. Me entretuve en mi asiento con la esperanza de que pudiera captar la atención de Veronica. Al ver que ella y sus amigas caminaron a mi lado, tomé la oportunidad.

—Oye, Veronica.

Se volteó hacia mí, observándome un poco sorprendida.

—¿Sí?

Me levanté de mi asiento y me paré hacia la luz que sobresalía de la puerta abierta.

—Soy yo. El amigo de Josh, de hace tiempo. Cómo… ¿Cómo has estado?

—¡Oh, por Dios! ¡Oye! ¡Ha pasado tanto! —Le gesticuló a sus amigas que saldría en un momento.

—Sí, unos cuantos años, ¡al menos! No desde la última vez que me quedé con Josh. ¿Cómo le va a él, por cierto?

—Ah, es cierto. Recuerdo todos sus juegos. ¿Aún juegas a las Tortugas Ninja con tus amigos?

Se rio por lo bajo y yo me sonrojé.

—No. Ya no soy un niño… Mis amigos y yo ahora jugamos de X-Men. —En verdad estaba esperando que se riera.

Lo hizo.

—¡Jaja! Eres lindo. ¿Vienes a estas películas siempre?

Aún estaba impresionado por lo que dijo. «¿Piensa que soy lindo? ¿Simplemente quiso decir que soy gracioso? ¿Piensa que soy atractivo?». De pronto, me di cuenta de que me había hecho una pregunta, y mi mente trató de procesar lo que había sido.

—¡SÍ! —dije con demasiada fuerza—. Sí. Lo intento, al menos. ¿Qué hay de ti?

—Vengo aquí de vez en cuando. A mi novio no le gustaban estas películas, pero acabamos de romper, así que planeo venir de ahora en adelante.

Traté de parecer casual, pero fallé.

—Oh, pues genial… ¡No que hayan terminado! Sino que vayas a poder venir más a menudo.

Se rio de nuevo. Intenté recuperarme.

—¿Así que vendrás la semana que viene? Supuestamente van a pasar Day of the Dead. Es bastante genial.

—Sí, estaré aquí.

Sonrió, y estaba a punto de sugerir que quizá nos podríamos sentar juntos, cuando acortó rápidamente el espacio entre nosotros y me abrazó.

—Fue muy bueno verte —me dijo con sus abrazos rodeándome.

Estaba tratando de pensar qué decir, pero mi mayor problema era que había olvidado cómo hablar. Por suerte, Ryan, a quien podía escuchar aproximándose desde el pasillo, vino y me habló.

—Ey, ¿sí sabes que la película se acabó, verdad? Vámonos a la verg… AHHHH SÍÍÍÍÍÍ.

Veronica me soltó y dijo que me vería la próxima vez. Fue ahuyentada de la sala por los sonidos pornográficos que Ryan estaba haciendo. Me había enfurecido, pero esto se disipó tan pronto como escuché a Veronica riéndose en el vestíbulo.

No podía esperar para la película. La familia de Ryan iba a salir de la ciudad, así que él no sería capaz de llevarnos, y los otros amigos con los que estaba esa noche no tenían carros. Un par de días antes de la película, le pregunté a mi mamá si me podía llevar. Respondió casi de inmediato negándome mi petición, pero insistí y ella notó la desesperación en mi voz. Me preguntó por qué tenía tantas ganas de ir si ya había visto la película, y dudé antes de decirle que esperaba encontrarme con una chica. Me sonrió y me preguntó en broma si ella la conocía, a lo que respondí con reticencia que era Veronica. La sonrisa desapareció de su rostro y reiteró, con frialdad, que «no».

Decidí que llamaría a Veronica para ver si ella me podía recoger. No tenía idea de si aún vivía en la misma casa, aunque valía la pena el intento. Pero entonces me di cuenta de que Josh podría contestar. No había hablado con él en casi tres años, y si me contestaba, obviamente no podía pedir que me pasara a su hermana. Me sentía culpable por llamar para hablar con Veronica y no con Josh, pero hice a un lado este sentimiento; Josh tampoco me había llamado en años. Levanté el teléfono y marqué el número que aún estaba tallado en mi memoria muscular por haberlo marcado con tanta frecuencia hace todos esos años.

Timbró varias veces antes de que alguien contestara. No era Josh. Sentí una mezcla tanto de alivio como de decepción; comprendí en ese segundo que en verdad había extrañado a Josh. Llamaría después de ese fin de semana y hablaría con él, pero esa era mi única oportunidad para saber si Veronica me podía llevar.

La persona en la otra línea me dijo que había marcado el número equivocado. Le repetí el número, y me lo confirmó. Dijo que debieron de haberlo cambiado, y estuve de acuerdo. Me disculpé por la inconveniencia y colgué. Me sentí intensamente triste de un momento a otro porque ahora no podría contactar a Josh incluso si quería; me sentí terrible por haber tenido miedo de que pudiera contestar el teléfono. Había sido mi mejor amigo de todos.

La única manera en la que podría ponerme en contacto con él era a través de Veronica. Así que ahora, y no es como si lo necesitara, pero tenía otra razón para verla.

Le dije a mi mamá el día previo a la película que ya no estaba preocupado por ir, pero que quería saber si me podía dejar en la casa de mi amigo Chris. Accedió y me fue a dejar ese sábado unas horas antes de la película. Mi plan era caminar desde su casa hasta el teatro, dado que solo vivía a un par de kilómetros de distancia. Ellos iban a la iglesia los domingos por la mañana, y sus papás se iban a dormir temprano la noche anterior.

Me fui de su casa a las once y veinte. Quería llegar solo un poco antes de la película. Iba por mi propia cuenta y no quería estar esperando ahí. En mi camino hacia el teatro, supuse que si Verónica se presentaba, sería muy conveniente que llegáramos a la entrada al mismo tiempo. Me debatí si debía esperar afuera del teatro o solo entrar. Ambas alternativas tenían sus ventajas y desventajas. En tanto meditaba estas preocupaciones, noté que la cegadora corriente constante de faros de auto había sido sustituida por un resplandor solitario que se rehusaba a pasar. La carretera no era iluminada por el alumbrado público, así que yo estaba caminando en la grama con la carretera a medio metro de mi izquierda. Me paré un poco más hacia mi derecha y giré el cuello para ver quién estaba detrás de mí.

Un auto se había detenido a varios metros de distancia.

Lo único que podía ver eran sus luces violentamente brillantes que penetraban los alrededores. Pensé que podría ser uno de los padres de Chris, que quizá habían ido a su habitación y vieron que yo estaba ausente. No hubiera tomado mucho para presionar a Chris a que confesara.

Di un paso hacia el auto, y rompió su pausa, comenzando a manejar hacia mí a un ritmo vacilante. Pasó a mi lado y no era el auto de los padres de Chris, o ningún auto que reconociera, de hecho. Traté de ver quién era el conductor, pero estaba muy oscuro y sus ventanas estaban polarizadas.

No pensé mucho al respecto; algunas personas encuentran gracioso el asustar a otras —yo me había ocultado con frecuencia en esquinas y asustado a mi mamá, después de todo—.

Lo calculé bien y llegué ahí unos diez minutos antes de la película. Había decidido esperar afuera hasta las once con cincuenta y siete minutos, pues eso me daría tiempo para encontrar a Veronica adentro si ya estaba sentada. Mientras consideraba la posibilidad de que quizá no vendría, la vi. Estaba sola, y era hermosa.

La saludé con la mano y me acerqué a ella. Me sonrió y me preguntó si mis amigos ya estaban adentro. Le dije que no, y me di cuenta de que debió haber parecido que estaba tratando de forzar una cita. Ella no se molestó por eso, ni se incomodó cuando le entregué su boleto que ya había comprado. Me vio socarronamente, y le dije: «No te preocupes, soy rico». Ser rio y fuimos adentro.

Nos traje palomitas y dos bebidas, y me entretuve la mayor parte de la película debatiéndome si debía acercar mi mano a las palomitas al mismo tiempo que ella para que se pudieran rozar. Se miraba que estaba disfrutando la película, y, de un momento a otro, había terminado. No permanecimos en el teatro, y puesto que era la función de medianoche, no podíamos deambular en el vestíbulo.

El estacionamiento del teatro era grande y se conectaba con un mall que estaba fuera de negocios. Queriendo evitar que la noche finalizara, seguí la conversación mientras caminábamos hacia el viejo mall. Antes de cruzar la esquina y perder la vista del teatro, miré hacia atrás y vi que su auto no era el único que quedaba en el estacionamiento: el otro era del mismo color y modelo que el auto de hace una horas.

Mi intranquilidad inmediata se convirtió en entendimiento. Ahora tenía más sentido. El conductor trabajaba aquí y debió haber observado que yo iba al teatro. Inyectar terror verdadero en un fanático del género era la táctica más lógica.

Caminamos alrededor del mall y hablamos de la película. Le dije que había pensado que Day of the Dead era mejor que Dawn of the Dead, pero ella se rehusó a estar de acuerdo. Le conté lo que sucedió cuando llamé a su número viejo y mi dilema acerca de quién iba a contestar. No lo encontró tan gracioso como yo, pero tomó mi teléfono y puso su número en él. Comentó que el mío tenía que ser el peor celular que había visto. Su evaluación no rescindió cuando agregué que no podía recibir o tomar fotografías. La llamé para que tuviera mi número.

Me dijo que se estaba graduando, pero que no le había ido bien en la secundaria ese año, así que no estaba segura de si sería admitida en alguna universidad. Le dije que adjuntara una fotografía de sí misma en la aplicación, y que la aceptarían solo para poder admirarla. Ella no se rio, y pensé que la pude haber ofendido. La miré de reojo nerviosamente y me estaba sonriendo. Incluso bajo la escasa luz, podía notar que se estaba sonrojando. Quería sostener su mano, pero no lo hice.

Mientras regresábamos del extremo opuesto del mall hacia el teatro, le pregunté sobre Josh. Ella me dijo que no quería hablar de eso. Le pregunté si al menos le iba bien, y solo me dijo que «no lo sabía». Supuse que Josh debió haber tomado una mala decisión en algún punto, y que se empezó a meter en problemas. Me sentí mal. Me sentí culpable.

Estando en el estacionamiento, noté que aquel auto se había ido, y que el de ella era el único auto que restaba. Me preguntó si necesitaba un aventón, y aunque en realidad no lo necesitaba, le dije que se lo agradecería. Me había bebido toda mi gaseosa durante la película, y el caminar tanto estaba poniendo presión en mi vejiga. Sabía que podía esperar hasta que regresara a la casa de Chris, pero había decidido que iba a tratar de besarla cuando llegáramos ahí, y no quería que esta inquietud biológica me sacara del auto en un apuro. Sería mi primer beso.

No podía idear ninguna treta para camuflar lo que quería hacer. El teatro había cerrado y solo tenía una opción. Le dije que lo haría detrás de teatro, pero que volvería en «dos sacudidas». Era evidente que pensé que fue hilarante, y creo que ella se rio más por lo gracioso que me pareció a mí que por lo gracioso que era en realidad.

Noté que había una cerca metálica estirándose paralelamente por detrás del muro del edificio. En donde me encontraba, ella aún podía verme, y la cerca no tenía un fin visible. Supuse que solo me la saltaría y trataría de volver lo más pronto posible. Quizá era muy trabajoso, pero pensé que era lo más cortés. Escalé la cerca y me alejé para poder orinar.

Durante un momento, lo único que podía escuchar eran los grillos en la grama y la colisión de líquido contra el cemento. Estos sonidos fueron abrumados por un chirrido difuso que se aquietó velozmente, siendo reemplazado por una cascada de vibraciones atronadoras.

No tardé en entender lo que era: un auto agravando el rugido de su motor.

Me volteé hacia la cerca, pero antes de que pudiera reaccionar, escuché un grito interrumpido, y la repercusión del motor culminó en un golpe seco aturdidor.

El estrépito del motor se reanudó al instante. Empecé a correr; me preocupaba que la persona que chocó el auto necesitara ayuda. Al llegar a la cerca, vi que solo había un auto en el estacionamiento. No vi ninguna evidencia de un choque, y pensé que quizá había malinterpretado su dirección o proximidad. Cuando corrí hacia el auto de Veronica, y mi orientación cambió, vi lo que el auto había golpeado. Mis piernas dejaron de funcionar casi completamente.

Su auto se encontraba entre nosotros, y a medida que acortaba la distancia y lo rodeaba, pude ver a Veronica con plenitud.

Su cuerpo estaba torcido y arrugado como una figura descartada que pretendía representar un catálogo de cosas que el cuerpo humano no es capaz de hacer. Podía ver el hueso de su espinilla derecha cortando a través de sus pantalones, y su brazo izquierdo envolvía tan rígidamente el reverso de su cuello, que su mano caía en su pecho derecho. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás y su boca se abría con amplitud hacia el cielo. No había mucha sangre. Mientras la observé por primera vez, se me hizo difícil apreciar si estaba acostada sobre su espalda o sobre su estómago, y esta ilusión óptica me enfermó. Cuando eres confrontado con algo que simplemente no pertenece a este mundo, tu mente trata de convencerse a sí misma de que está soñando, y con ese fin te transfiere la sensación amainada de que todas las cosas se mueven lentamente. En ese momento, en verdad sentí como que iba a despertar en cualquier momento.

Pero no desperté.

Busqué mi teléfono a tientas para llamar por ayuda, pero no tenía señal. Pude ver el teléfono de Veronica saliendo de lo que pensé que era su bolsillo derecho. Temblando, extendí una mano a su teléfono, y conforme lo deslicé, ella se movió y jadeó agresivamente en busca de aire, como si tratase de inhalar el mundo entero.

Esto me sobresaltó tanto que trastabillé y caí en el asfalto con su teléfono en mi mano. Ella trataba de reajustar su cuerpo para devolverlo a su posición natural, pero con cada espasmo y tirón, podía escuchar la ruptura y el moler de huesos. Por reflejo, me eché hacia ella y puse mi rostro sobre el suyo.

—Verónica, no te muevas. No te muevas, ¿está bien? Solo quédate quieta. No muevas. Veronica, por favor, no te muevas más.

Continué diciendo eso, pero las palabras empezaron a desmoronarse a medida que las lágrimas caían por mi rostro. Abrí su teléfono; aún funcionaba. Llamé al novecientos once y esperé con ella, diciéndole que estaría bien, y sintiéndome culpable por mentirle cada vez que lo decía.

Cuando el ruido de las sirenas atravesó el aire, ella se notó más alerta. Había permanecido consciente desde que la encontré, y ahora un poco más de luz regresaba a sus ojos. Su cerebro aún la protegía del dolor, pero se veía como que si al fin le estaba permitiendo estar consciente de que algo estaba terriblemente mal en ella.

Sus ojos rodaron hacia los míos y sus labios se movieron. Estaba batallando, pero la escuché.

—M… Mi… fot… foto. M… Mi foto… me tomó una… foto.

No entendí a qué se refería, y le dije lo único que podía decir:

—Lo siento tanto, Veronica.

Conduje en la ambulancia con ella en donde finalmente perdió la consciencia. Esperé en la habitación que habían reservado para ella. Aún tenía su teléfono y lo puse en su bolso. Llamé a mi mamá con el teléfono del hospital. Eran las cuatro de la mañana. Le dije que estaba bien, pero que Veronica no lo estaba. Ella me insultó y me dijo que vendría, pero le respondí que no me iría hasta que Veronica saliera de cirugía. Dijo que vendría de todas formas.

Mi mamá y yo no hablamos mucho. Le pedí disculpas por haber mentido, y ella me dijo que conversaríamos después. Creo que si hubiéramos hablado más en esa habitación… si solo le hubiera contado de Cajas o de la noche con la balsa; si ella me hubiera compartido lo que sabía… creo que las cosas habrían cambiado. Pero nos sentamos en silencio. Me dijo que me amaba, y que podía llamarla siempre que necesitara ayuda.

Antes de que mi mamá se fuera, los papás de Veronica entraron corriendo. Su papá y mi mamá intercambiaron unas cuantas palabras, que escaló a una discusión. La mamá de Veronica habló con la persona en la recepción. Su mamá era una enfermera, pero no trabajaba en ese hospital. Estoy seguro de que había querido transferir a Veronica, pero su condición era prohibitiva. Mientras esperábamos, la policía llegó y hablaron con todos nosotros. Les dije lo que pasó, tomaron algunas notas, y se fueron.

Veronica salió de la cirugía con el noventa por ciento de su cuerpo cubierto en yeso blanco y grueso. Su brazo derecho estaba libre, y el resto de su cuerpo había sido revestido como un capullo. Aún estaba bajo el efecto de la anestesia, pero recuerdo que me sentía como me sentí antes de kínder. Le pregunté a la enfermera si tenía un marcador, solo que no pude pensar en nada que pudiera escribirle. Me dormí en una silla en la esquina, y me fui a casa el día siguiente.

Regresé todas las tardes por muchos días. En un punto, habían movido a otro paciente a su habitación, y colocaron un biombo plástico que actuó como pantalla separadora. Aunque Veronica no parecía sentirse mejor, tenía más momentos de lucidez. Pero, aun durante estos periodos, no hablábamos realmente. El choque le había quebrado la mandíbula, así que los doctores se la habían sellado. Me sentaba con ella por un tiempo, pero no había mucho que podía decir. Me levanté y caminé hacia ella. La besé en la frente, y ella me susurró algo a través de sus dientes cerrados.

—Josh…

Eso me sorprendió un poco, pero la observé y le pregunté:

—¿No te ha venido a ver?

—No…

Descubrí que eso me irritó sobremanera. Incluso si Josh se había estado metiendo en problemas, debería venir a ver a su hermana.

Estaba a punto de expresar esto, cuando ella dijo:

—No… Josh huyó. Te debí haber dicho.

Sentí a mi sangre convertirse en hielo.

—¿Cuándo? ¿Cuándo pasó esto?

—Cuando tenía trece.

—Pero… ¿dejó una nota, o algo?

—En su almohada.

Ella comenzó a llorar, y yo imité su gesto, pero ahora creo que estábamos llorando por razones diferentes, incluso si no lo sabía. En ese punto, había muchas cosas que no recordaba de mi infancia, y había muchas conexiones que no había hecho. Le dije que me tenía que ir, pero que le escribiría la próxima vez.

Recibí un mensaje de ella al día siguiente diciéndome que no regresara. Le pregunté por qué, y me dijo que ya no quería que la viera en esa condición. Respeté sus deseos a regañadientes. Nos mandábamos mensajes todos los días, pero le escondí esto a mi mamá porque sabía que ella no quería que hablara con Veronica. Usualmente, sus mensajes no eran muy largos, y en su mayoría eran una respuesta a los mensajes extensos que le enviaba.

Traté de llamarla una vez. Sabía que no tenía permitido hablar, pero tenía la esperanza de poder escuchar su voz. Contestó la llamada; no dijo nada, pero pude escuchar cuán trabajosa era su respiración.

Una semana después de que me dijera que no regresara, me mandó un mensaje que simplemente decía «Te amo».

Me llené de tantas emociones diferentes, pero respondí expresando la más prevalente.

«Yo también te amo».

Ella me dijo que quería estar conmigo, y que no podía esperar al momento en el que pudiera verme de nuevo. Me dijo que había sido dada de alta del hospital y que continuaría sus cuidados en casa.

Estos intercambios se alargaron por varias semanas. En un punto, le había empezado a insistir con que nos viéramos, y me dijo que la semana siguiente pensaba que podría asistir a la película de la medianoche. No podía creerlo, pero prometió que lo intentaría. Recibí un mensaje de ella la tarde de ese día, «Te veré esta noche».

Hice que Ryan me condujera, dado que los padres de Chris habían descubierto lo que pasó y dijeron que ya no era bienvenido en su casa. Le expliqué a Ryan que posiblemente estaría en muy mal estado, pero que realmente la quería, y él me dijo que nos daría espacio. Condujimos hacia allí.

Veronica no se presentó. Le había reservado un asiento junto a mí cerca de la salida, para que pudiera entrar y salir con facilidad, pero a los diez minutos de la película, un hombre se sentó en la silla.

—Disculpa —murmuré—. Este asiento está reservado.

No me hizo caso, naturalmente. Solo observó la pantalla. Recuerdo haberme querido mover porque algo estaba mal con la forma en la que respiraba.

Me rendí al entender que ella no vendría. Le mandé un mensaje al día siguiente preguntándole si se encontraba bien, y por qué no se había presentado. Me respondió con lo que sería el último mensaje que recibí de ella.

«Nos veremos de nuevo. Pronto».

Estaba delirante, y me preocupé por ella. Le envié muchas respuestas recordándole sobre la película y diciendo no era para tanto, pero me dejó de responder. Me sentí cada vez más triste con el pasar de los días. No podía comunicarme con ella porque no sabía el número de su casa, y no estaba seguro de en dónde vivían. Mi humor se tornó aún más deprimido, y mi madre, quien había sido muy amable últimamente, me preguntó si estaba bien. Le dije que no había sabido nada de Veronica en días, y sentí a toda la calidez abandonar su semblante.

—¿A qué te refieres?

—Se suponía que nos íbamos a ver en el teatro ayer. Sé que aún no se ha terminado de recuperar, pero me dijo que trataría de llegar, y luego de eso me dejó de hablar del todo. Me debe odiar.

Mi mamá se veía confundida, y podía leer el escepticismo en su rostro. Cuando me tomó en serio, sus ojos comenzaron a lagrimar y me jaló hacia ella, acogiéndome. Estaba sollozando, pero se sintió como una reacción demasiado intensa para mi problema, y no había ninguna razón para pensar que ella tenía aprecio alguno por Veronica. Respiró un aliento tremuloso y luego dijo algo que aún me provoca náuseas, incluso ahora.

—Veronica está muerta, cariño. Oh, Dios. Pensé que que lo sabías. Murió el último día que la visitaste. Cariño, ha estado muerta por semanas.

Ella se había desmoronado por completo, pero yo sabía que no era por Veronica.

Me salí de su agarre y tambaleé hacia atrás. Mi mente se había inundado. No era posible. Hace solo unos días había estado mensajeando con ella. La única pregunta que pensé en hacer, fue probablemente la más trivial que podía hacer:

—¿Entonces por qué seguía disponible su número?

Mi mamá siguió sollozando. No me contestó.

Exploté:

—¡¿ENTONCES POR QUÉ SE HAN TARDADO TANTO EN DESACTIVAR SU PUTO NÚMERO?!

Llegué a descubrir más adelante que los padres de Veronica pensaron que su teléfono se había perdido en el accidente, a pesar de que yo lo dejé en su bolso la noche que fue llevada al hospital. Cuando recibieron sus pertenencias, el teléfono no estaba entre ellas.

La compañía telefónica los contactó eventualmente, ya que tenían un pago pendiente significativo por el envío de cientos de fotografías desde el teléfono de Veronica. Fotografías. Fotografías que fueron enviadas a mi teléfono. Fotografías que nunca recibí porque mi teléfono no las permitía.

Descubrieron que todas fueron enviadas a mi celular la noche que murió. Desactivaron el número de inmediato. Traté de no pensar en el contenido de esas fotografías, pero recuerdo haberme preguntado, por alguna razón, si yo había estado en alguna de ellas.

Mi boca se secó y sentí la punzada dolorosa de la desesperación a medida que recordé el último mensaje que había recibido de su celular…

«Nos veremos de nuevo. Pronto».

Capitulo Final: Amigos

En el primer día de kínder, mi mamá había decidido llevarme a la escuela; los dos estábamos tan nerviosos que ella quería estar ahí hasta el momento en el que entrara a la clase. Me tomé un poco más de lo esperado para arreglarme debido a mi brazo que no había terminado de sanar. El yeso se extendía varios centímetros por encima de mi codo, lo cual significaba que, al bañarme, tenía que cubrir mi brazo entero con una bolsa de látex elaborada especialmente. La bolsa había sido diseñada para ser compacta y de manera que su abertura se pudiera sellar, repeliendo el agua que de otra forma destruiría el yeso. Me había vuelto bastante hábil para ajustar la bolsa por mi propia cuenta. Sin embargo, esa mañana —quizá por mi emoción o nerviosismo—, no había jalado el tirante con la suficiente firmeza, y a la mitad del baño pude sentir el agua acumulándose dentro de la bolsa y alrededor de mis dedos. Salté hacia afuera y rompí el escudo de látex, pero podía sentir que la masa anteriormente rígida se había suavizado después de absorber el agua.

No existe ninguna forma de limpiar efectivamente el área entre tu cuerpo y el yeso; la piel muerta, que normalmente se hubiera caído, solo se queda ahí. Cuando se humedece, emite un hedor, y este hedor aparentemente es proporcional a la cantidad de humedad introducida, ya que poco después de que traté de secarme, fui agredido por la poderosa esencia de podrido. Conforme seguí frotando el yeso agitadamente con la toalla, este empezó a desintegrarse.

Me estaba sintiendo cada vez más estresado. Había asignado tanto esfuerzo a mi primer día de escuela como un niño era capaz de hacerlo. Me había sentado con mi mamá escogiendo mi ropa la noche anterior; había invertido mucho tiempo seleccionando mi mochila; y había albergado la anticipación excesiva de mostrarle a todos mi lonchera que tenía a las Tortugas Ninja en ella. Había caído en el hábito de mi mamá de referirme a estos niños, que aún no había conocido, como mis «amigos», pero a medida que la condición del yeso empeoraba, me sentía profundamente triste ante el pensamiento de que no podría aplicar esa etiqueta con nadie para cuando el día finalizara.

Derrotado, se lo enseñé a mi mamá.

Sacar la mayoría de la humedad nos tomó treinta minutos. Para solucionar el problema del olor, mi mamá cortó capas de jabón y las metió por debajo del yeso para enmascarar el olor rancio con uno más agradable.

Una vez que llegamos a la escuela, mis compañeros de clase ya habían iniciado su segunda actividad, y yo fui delegado a uno de los equipos. No se me aclaró cuáles eran las instrucciones de la actividad, y dentro de cinco minutos ya había violado las reglas tan irreparablemente, que los demás miembros del equipo se quejaron con la maestra y la cuestionaron sobre por qué tenía que estar con ellos.

Había traído un marcador a la escuela con la esperanza de que pudiera recolectar algunas firmas o dibujos para mi yeso, y súbitamente me sentía torpe por tener el marcador en mi bolsillo.

A los preescolares se nos reservaba la cafetería para almorzar, pero algunas de las mesas no estaban disponibles, de modo que nadie se tuviera que sentar solo. Estaba rasguñándome tímidamente bajo los extremos quebradizos de mi yeso cuando un niño se sentó frente a mí.

—Me gusta tu lonchera —comentó.

Podía notar que se estaba burlando de mí, y me torné muy enojado. En mi mente, mi lonchera era la última cosa buena de mi día. No alcé la vista de mi brazo, y sentí un ardor en mis ojos por las lágrimas que estaba reprimiendo. Lo miré solo para decirle que me dejara en paz, pero antes de que pudiera expulsar las palabras, algo me detuvo.

Teníamos la misma lonchera.

Me reí:

—¡A mí también me gusta tu lonchera!

—Pienso que Miguelangelo es el más genial —me dijo imitando movimientos de nunchaku.

Estaba a la mitad de mi argumento de que Rafael era mi favorito, cuando derramó su cartón de leche sobre su regazo.

Me esmeré en ahogar mi risa, pues no conocía a ese niño en lo absoluto, pero la expresión arrugada de mi rostro debió de haberle parecido graciosa, y se comenzó a reír de primero.

Súbitamente, ya no me sentía mal por mi yeso, y pensé que esta persona difícilmente lo iba a notar de todas formas. Solo entonces, decidí poner mi suerte a prueba:

—¡Oye! ¿Te gustaría firmar mi yeso?

En lo que sacaba mi marcador, él me preguntó cómo fue que me quebré el brazo. Le dije que me caí del árbol más alto en mi vecindario; pareció impresionado. Lo observé tratando de garabatear su nombre trabajosamente, y luego de que había terminado, le pregunté qué decía.

Me respondió que decía «Josh».

Josh y yo almorzamos juntos todos los días, y nos agrupábamos para proyectos siempre que podíamos. Llegué a conocer otros niños, pero creo que sabía, incluso entonces, que Josh era mi único amigo verdadero.

Movilizar una amistad afuera de la escuela cuando tienes cinco años es, de hecho, más difícil de lo que la mayoría recuerda. El día que lanzamos nuestros globos, nos divertimos tanto que le pregunté a Josh si quería venir a mi casa al día siguiente para jugar. Él dijo que sí, que traería algunos de sus juguetes; y lo animé con que podríamos ir a explorar y quizá a nadar en el lago.

Estando en casa, lo consulté con mi mamá y me dijo que estaba bien. Mi entusiasmo era desmesurado, hasta que me di cuenta de que no tenía ninguna manera de contactar a Josh para contarle la noticia. Pasé todo el fin de semana preocupándome por si nuestra amistad se iba a disolver para el lunes.

Después del fin de semana, me sentí aliviado al descubrir que él se había topado con el mismo obstáculo y que pensó que era gracioso. Más tarde esa semana, nos recordamos intercambiar nuestros números telefónicos. Mi mamá habló con el papá de Josh, y se decidió que mi mamá recogería a Josh y a mí de la escuela ese viernes. Alternamos esta estructura básica cada fin de semana. El hecho de que viviéramos tan cerca hacía las cosas mucho más fáciles para nuestros padres, quienes parecían estar ocupados con el trabajo constantemente.

El día que mi mamá y yo nos mudamos al otro lado de la ciudad al final de mi primer grado, estaba seguro de que había visto la conclusión de nuestra amistad. Conforme nos alejamos de la casa en la que había vivido toda mi vida, sentí una tristeza que sabía que no era solo por una casa: me estaba despidiendo de mi amigo por siempre. Pero Josh y yo —para mi asombro y gusto— permanecimos juntos.

A pesar del hecho de que solo nos veíamos los fines de semana, nunca perdimos nuestro parentesco distintivo. Nuestras personalidades colisionaban, nuestros sentidos del humor se complementaban mutuamente, y descubríamos con frecuencia que habíamos desarrollado un gusto independiente por las mismas cosas. Incluso sonábamos lo suficientemente similar como para que, cuando me quedaba en la casa de Josh, él llamara a mi mamá pretendiendo ser yo; su taza de éxito era impresionante.

Mi mamá solía bromear con que la única forma de distinguirnos era por medio de nuestro cabello —él tenía cabello rubio oscuro y liso, como su hermana; mientras que yo tenía cabello marrón oscuro y rizado, al igual que mi mamá—.

Alguien podría creer que la circunstancia con la mayor probabilidad de separar a dos amigos jóvenes es aquello que está más allá de su control; sin embargo, creo que el catalizador de nuestra desvinculación gradual fue mi insistencia con que nos escabulléramos a mi casa vieja para buscar a Cajas.

El fin de semana siguiente a eso, invité a Josh a mi casa, manteniendo nuestra tradición de alternar casas, pero me dijo que no se sentía dispuesto. Empezamos a vernos menos progresivamente el año siguiente; había pasado de ser una vez a la semana, a una vez al mes, a una vez cada par de meses.

En mi doceavo cumpleaños, mi mamá me dijo que lo festejaríamos. No había hecho muchos amigos desde que nos mudamos, y no me pudo hacer una fiesta sorpresa porque, precisamente, ella no sabía a quién invitar. Le mencioné al puñado de niños con los que me había acercado, y llamé a Josh para saber si quería venir. En un principio, me dijo que no creía que pudiera llegar, pero el día anterior a mi fiesta, me llamó para decirme que vendría. Me sentía muy emocionado porque no lo había visto en un largo tiempo.

La fiesta fue muy buena. Mi preocupación más grande era que Josh y los demás niños no se pudieran llevar bien, pero parecía que se agradaron lo suficiente. Josh estaba sorpresivamente callado. No me había traído un regalo y se disculpó por eso, pero le dije que no era para tanto; estaba feliz con que hubiera llegado. Traté de empezar varias conversaciones con él, pero todas terminaban en callejones sin salida. Le pregunté qué era lo que le pasaba, le dije que no comprendía por qué las cosas se habían vuelto tan incómodas entre nosotros —nunca había sido así antes—. Solíamos juntarnos casi todos los fines de semana y hablábamos en el teléfono cada dos días. Le pregunté qué nos había pasado.

Él me clavó la mirada luego de haberla fijado en sus zapatos, y simplemente dijo:

—Te fuiste.

Justo después de que dijera eso, mi mamá nos gritó desde la otra habitación que era momento para abrir los regalos. Forcé una sonrisa y caminé hacia el comedor, y ellos me cantaron «Feliz Cumpleaños». Había un par de cajas con envoltorio y muchas tarjetas, dado que la mayor parte de mi familia extendida vivía fuera de nuestro estado.

Los regalos eran tontos y poco memorables, aunque recuerdo que Brian me dio un juguete de Mighty Max en la forma de una serpiente que conservé por muchos años. Mi mamá había insistido con que abriera todas las tarjetas que me habían mandado y que le agradeciera a todas las personas que me habían dado una, porque hace muchos años, en Navidad, había roto los envoltorios y los sobres con tanto fervor que había destruido la posibilidad de discernir quién me había mandado cuál regalo, o cuál cantidad de dinero.

Separamos los que habían sido enviados en el correo de los que me habían traído ese día, para que mis amigos no tuvieran que ser espectadores de los regalos de personas que nunca habían conocido. La mayoría de las cartas de mis amigos tenían un par de dólares en ellas, y las de los miembros de mi familia contenían billetes más grandes.

Un sobre no tenía ningún nombre escrito en él, pero estaba en la pila, así que lo abrí. La tarjeta tenía un patrón floral genérico por el frente, y estaba un poco sucia, dando la impresión de que era una tarjeta que había sido recibida por alguien más, quien ahora la estaba reciclando para mi cumpleaños. En realidad, apreciaba la idea de que reutilizaran la tarjeta; siempre había pensado que las tarjetas eran tontas.

La incliné de manera que el dinero no se fuera a caer cuando la abriera, pero lo único que contenía en el interior era un mensaje que venía impreso en la tarjeta.

«Te amo».

Quienquiera que me había dado esa carta, no había escrito nada en ella, pero había remarcado un círculo alrededor del mensaje.

Me reí un poco y dije:

—Rayos, gracias por la increíble tarjeta, mamá.

Ella me vio con los ojos entrecerrados, y luego dirigió su atención a la tarjeta. Me dijo que no era de ella, y se veía jocosa cuando se la mostró a mis amigos, observando sus expresiones para tratar de identificar quién había hecho la broma. Ninguno de los niños dio un paso al frente, y mi mamá dijo:

—No te preocupes, cariño. Al menos ahora sabes que dos personas te aman.

Enfatizó eso con un beso extremadamente prolongado y cursi en mi frente, que transformó la perplejidad del grupo en histeria. Todos se estaban riendo, así que pudo haber sido cualquiera de ellos, pero Mike parecía estarse riendo más fuerte. Para convertirme en un participante en vez del sujeto del chiste, le dije que solo porque me hubiera dado una tarjeta, no debería pensar que lo iba a besar más tarde. Todos nos reímos, y cuando miré a Josh, vi que por fin estaba sonriendo.

—Bueno, creo que ese regalo pudo haber sido el ganador, pero tienes un par más que te falta abrir.

Mi mamá deslizó otro regalo frente a mí. Aún estaba sintiendo los temblores de risitas suprimidas en mi abdomen conforme rompía el papel colorido. Al ver el regalo, ya no tenía ninguna necesidad para aguantar mi emoción. Mi sonrisa se volteó mientras veía lo que me había dado. Era un par de walkie-talkies.

—¡Pues, adelante! ¡Muéstraselos a todos!

Los levanté, y todos parecieron aprobarlo, pero cuando capté la atención de Josh, pude ver que se había tornado de una tonalidad enfermiza de blanco. Entrelazamos nuestros ojos por un momento, y luego se dio la vuelta y caminó hacia la cocina. Mientras lo veía marcar un número en nuestro teléfono fijo, mi mamá me susurró al oído que sabía que Josh y yo no habíamos hablado mucho desde que uno de nuestros walkie-talkies se había roto, así que pensó que esto me gustaría. Fui invadido por un sentido de apreciación intenso hacia la consideración de mi mamá, pero este sentimiento fue sobrecogido por las emociones resucitadas de aquel recuerdo que me había esforzado tanto por enterrar.

Cuando todos estaban comiendo pastel, le pregunté a Josh a quién había llamado. Me dijo que no se estaba sintiendo bien, y le avisó a su papá que lo pasara recogiendo. Entendí que se quería ir, pero le dije que deseaba que pudiéramos juntarnos más. Extendí uno de mis walkie-talkies en su dirección, pero él lo rechazó con su mano.

Desalentado, le dije:

—Bueno, gracias por venir, supongo. Espero que te pueda ver antes de mi siguiente cumpleaños.

—Lo siento… Trataré de llamarte más a menudo. En serio lo haré.

La conversación se atascó mientras esperábamos a su papá cerca de mi puerta. Contemplé su rostro. Josh se veía genuinamente arrepentido de que no se hubiera esforzado más. Pero sentí que su humor se reforzó por una idea que lo había golpeado. Me dijo que ya sabía qué era lo que me iba a dar para mi cumpleaños. Que tardaría un poco, pero que pensaba que me iba a encantar.

Parecía portar un mejor espíritu, y se disculpó por haber sido un aguafiestas. Dijo que estaba cansado, que no había podido dormir muy bien. Le pregunté a qué se debía eso cuando abrió la puerta en respuesta a la bocina de su papá. Se dio la vuelta hacia mí y me gesticuló un adiós en tanto respondía mi pregunta:

—Creo que he estado caminando dormido.

Esa fue la última vez que vi a mi amigo, y un par de meses más tarde, se había ido.

En la actualidad, mi relación con mi mamá se ha lacerado estas últimas semanas por mis intentos de saber más detalles sobre mi infancia. Es común el caso de que alguien no sepa distinguir el punto de quiebre de algo hasta que se provoca una fractura, y después de la última conversación con mi mamá, imagino que pasaremos el resto de nuestras vidas tratando de reparar lo que nos tomó una vida entera construir.

Ella había designado demasiada energía para mantenerme a salvo, tanto física como psicológicamente… pero creo que los muros que pretendían aislarme del daño, también estaban protegiendo su propia estabilidad emocional.

A medida que la verdad salió a flote la última vez que hablamos, pude escuchar un estremecimiento en su voz que reverberaba el colapso de su mundo. No imagino que mi mamá y yo seguiremos hablando mucho ahora, y aunque aún existen ciertas cosas que no comprendo, creo que sé lo suficiente.

Después de que Josh desapareció, sus padres habían hecho todo lo que pudieron para encontrarlo. Desde el primer día, la policía había sugerido que contactaran a todos los padres de los amigos de Josh para verificar si estaba con alguno de ellos. La policía había sido incapaz de proveer cualquier dato nuevo acerca del paradero de Josh, a pesar del hecho de que habían recibido una llamada anónima de una mujer que les rogaba que compararan ese caso con el caso de acecho que había sido abierto hace seis años.

Si la noción de la realidad de la madre de Josh se debilitó cuando su hijo se esfumó, entonces se rompió cuando Veronica murió. Ella había visto morir a muchas personas en el hospital, pero no hay ninguna medida de desensibilización que pueda inocular a una persona en contra de la muerte de su propio hijo.

Ella visitaba a Veronica dos veces al día, una vez antes de su jornada de trabajo, y una vez después. El día que Veronica murió, su madre salió tarde de su trabajo, y para cuando llegó al hospital de su hija, Veronica ya había sido declarada muerta.

Esto fue demasiado para ella, y con el transcurso de las siguientes semanas, se volvió más y más inestable. Con frecuencia, vagaba en la intemperie gritándole a Josh y Veronica que regresaran a casa, y hubo muchas instancias en las que su esposo la encontró merodeando mi vecindario viejo a la mitad de la noche —pobremente vestida y buscando, desamparada, a su hijos—.

A raíz del deterioro mental de su esposa, el papá de Josh ya no podía viajar por su trabajo, y comenzó a tomar trabajos de construcción de menor paga con tal de estar cerca de casa. Cuando se dieron a la tarea de expandir mi viejo vecindario aún más —alrededor de tres meses después de la muerte de Veronica—, el papá de Josh aplicó a todas las vacantes disponibles y fue contratado. Él estaba cualificado para liderar sitios de construcción, pero tomó un trabajo de personal auxiliar para la construcción de marcos y la limpieza de los sitios, y todo lo que se necesitara. Incluso aceptaba los trabajos ocasionales que se presentaban —podar céspedes, reparar cercas—; cualquier cosa que evitara la necesidad de viajar.

Ejecutaron una poda del bosque en el área del afluente para transformar la tierra en propiedad habitable. Al papá de Josh se le delegó la responsabilidad de nivelar el terreno deforestado, y este proyecto le garantizaría muchas semanas se trabajo.

Al tercer día, llegó a un lugar que no podía nivelar. Cada vez que conducía encima de él, se sentía más bajo que el terreno circundante. Frustrado, se bajó de la máquina para visualizar el área. Estaba tentado a simplemente arrojar tierra en la depresión, pero sabía que eso solo sería una solución estética y temporal. Había trabajado en construcción por años, y sabía que, a veces, los sistemas de raíces de los árboles grandes que son cortados se descomponen, causando debilidades en el suelo que también se manifiestan en la superficie. Sopesó sus opciones y optó por cavar con una pala en caso de que el problema pudiera ser resuelto sin depender de una máquina que tendría que ser traía desde otro sitio de construcción.

Y a medida que mi mamá describió en dónde era, supe que yo había estado en ese lugar antes de que el suelo fuera perforado y antes de que fuera rellenado.

Sentí una rigidez en mi pecho.

Él cavó un agujero de metro y medio en la depresión del terreno más céntrica, hasta que su pala chocó con algo duro. Enterró la pala continuamente en un intento por determinar el grosor de la raíz y la densidad de la red, cuando, de repente, su pala atravesó la resistencia. Confundido, agrandó el agujero. Después de media hora de estar excavando, acabó frente a un cajón de dos metros de largo y un metro de ancho. Estaba cubierto con una sábana café que se metía por un costado de la madera.

Nuestras mentes se dedican a evitar la disonancia. Si albergamos una creencia lo suficientemente fuerte, nuestras mentes rechazarán con vigor la evidencia conflictiva para que podamos conservar la integridad de nuestro entendimiento del universo.

Hasta ese preciso momento, y a pesar de todo lo que la lógica hubiese indicado —a pesar del hecho de que una pequeña y sofocada parte de él entendiera encima de qué estaba parado—, este hombre creía, sabía, que su hijo estaba vivo.

Mi mamá recibió una llamada a las seis de la noche. Reconoció de quién era, pero no logró entender qué era lo que le decía.

Lo que sí comprendió, la hizo salir de inmediato.

«AQUÍ ABAJO… AHORA… HIJO… DIOS, POR FAVOR».

Cuando llegó, encontró al papá de Josh sentado perfectamente inmóvil con su espalda contra el agujero. Estaba sosteniendo la pala con tanta firmeza que se podría partir, y estaba viendo directamente hacia el frente con ojos que se veían tan muertos como los de un tiburón. No respondió a ninguna de las palabras de mi mamá, y solo reaccionó cuando ella trató de quitarle la pala con gentileza.

Arrastró su mirada hacia los ojos de mi mamá, y dijo: «No lo entiendo». Repitió eso como si hubiese olvidado todas las demás palabras, y mi mamá aún lo podía escuchar murmurándolo cuando caminó a su lado y dio un vistazo al agujero.

Ella me dijo que deseó haberse arrancado los ojos antes de ver hacia el cráter, y yo le contesté que ya sabía qué era lo que estaba a punto de decir, y que no necesitaba continuar. Observé su rostro y estaba expresando una mirada de una desesperación tan marcada, que hizo que mi estómago se volteara. Me di cuenta de que ella había sabido esto por casi diez años, y que había contado con que nunca me lo tuviera que decir. Como resultado, nunca había entrelazado las palabras apropiadas para describir lo que vio, y mientras estoy sentado aquí, afronto la misma dificultad de articulación.

Josh estaba muerto. Su rostro se había hundido y contorsionado de tal manera que era como si la miseria y la desesperanza de todo el mundo hubiesen sido transferidas a él. El olor agresivo del deterioro se elevó desde la cripta, y mi madre se tuvo que cubrir su nariz y boca para impedir que vomitase. La piel de Josh estaba agrietada, casi reptiliana, y un flujo de sangre que surcaba estas líneas se había secado sobre su cara después de haberse acumulado, y también había manchado la madera alrededor de su cabeza. Sus ojos se preservaban semiabiertos, fijados hacia arriba. Mi mamá dijo que, por su aspecto, no había muerto desde hace mucho, y el tiempo no le había conferido la piedad de la degradación para eliminar el dolor y el terror que ahora estaban tallados en su rostro. El resto de su cuerpo, sin embargo, no era visible.

Alguien más lo estaba cubriendo.

Era grande y yacía boca abajo encima de Josh, y a medida que la mente de mi mamá se ensanchó lo suficiente como para poder absorber lo que sus ojos trataban de decirle, se hizo consciente de la relevancia de la manera en la cual reposaba.

Estaba abrazando a Josh.

La muerte mantenía gélidas sus piernas, pero adoptaban la forma de enredaderas en un bosque tropical exuberante. Uno de sus brazos descansaba debajo del cuello de Josh, enrollado en su cuerpo de manera que pudieran acostarse aún más cerca.

Cuando el sol pasó a través de los árboles, la luz se reflejó en algo adherido a la camisa de Josh. Mi mamá se encorvó en una rodilla para levantar el cuello de su camisa a la altura de su nariz y poder bloquear el hedor. Al ver qué fue lo que atrapó al sol, sus piernas la abandonaron y casi se cae en la tumba.

Era una fotografía…

Era una fotografía mía de cuando era niño.

Se tambaleó hacia atrás, jadeando y tiritando, y colisionó con el papá de Josh, quien aún estaba sentado, apartando su mirada del agujero. Comprendió por qué la había llamado, pero no se pudo forzar a sí misma a revelarle lo que le había ocultado a los demás durante todos esos años. La familia de Josh nunca supo nada acerca de la noche en la que yo me desperté en el bosque. Ella sabía que tuvo que haberles dicho, pero contárselo ahora no ayudaría en nada.

En tanto se sentaba ahí apoyando su espalda contra el papá de Josh, él habló.

—No le puedo decir a mi esposa. No le puedo decir que nuestro niño pequeño…

Su voz menguó cuando presionó su rostro húmedo en sus manos embarradas con tierra:

—No podría soportarlo…

Después de un momento, se puso de pie y se movió hacia la tumba. Con un último sollozo, se bajó hacia el ataúd. El papá de Josh es un hombre grande, pero no era tan grande como el hombre en el cajón. Agarró el reverso de la camisa del sujeto y jaló con fuerza —era como si intentara lanzar al hombre desde la tumba con un solo gesto—. Pero la camisa se rasgó y el cuerpo cayó de nuevo sobre su hijo.

—¡HIJO DE PUTA!

Agarró al hombre desde los hombros y lo arrojó hacia atrás hasta que lo había levantado de Josh, sentándolo incómodamente, pero derecho, contra la pared de la tumba. Observó al hombre y dio un paso hacia atrás.

—Oh Dios… Oh Dios, no. No, no, no… Dios, por favor… ¡DIOS, POR FAVOR, NO!

Con movimientos ralentizados pero poderosos, alzó y empujó el cadáver afuera del agujero, y los dos escucharon el sonido de vidrio rodando por la madera. Era una botella. Se la entregó a mi mamá.

Era éter.

—Oh, Josh —se lamentó—. Mi niño… mi niño pequeño. ¿Por qué hay tanta sangre? ¡¿Qué te hizo?!

Conforme mi mamá observaba al hombre que estaba boca arriba, supo que encaraba a la persona que había acechado nuestras vidas por más de una década. Ella se lo había imaginado tantas veces —siempre maligno y aterrador—, y el llanto del papá de Josh parecía confirmar sus peores miedos. Pero mientras se fijaba en su rostro, pensó que no se veía como quien se había imaginado; solo era un hombre.

Enfocándose en su expresión congelada, en realidad se veía serena. Las esquinas de sus labios se giraban hacia arriba un poco; vio que estaba sonriendo. No era la sonrisa esperada del maniático de alguna película o historia de terror; no era la sonrisa de un demonio, o la sonrisa de un amigo. Esa era la sonrisa de alegría o satisfacción. Era la sonrisa de dicha.

Era la sonrisa de amor.

Debajo de su cuello, vio una herida tremenda en su piel, en donde la piel había sido arrancada. Al principio, se sintió aliviada de que la sangre no había sido de Josh. Quizá él había sufrido menos. Pero este consuelo fue breve una vez que se dio cuenta de lo equivocada que estaba. Se llevó una mano a su boca y musitó, casi como si tuviera miedo de recordarle al mundo lo que había sucedido:

—Estaban vivos.

Josh debió de haber mordido el cuello del hombre en un intento por liberarse, y a pesar de que el hombre había muerto, Josh no pudo moverlo.

Comencé a llorar cuando pensé por cuánto tiempo estuvo atrapado Josh ahí.

Mi mamá revisó los bolsillos del hombre para encontrar algún tipo de identificación, pero solo encontró un pedazo de papel. En él, había un dibujo de un hombre sosteniendo la mano de un niño pequeño, y, al lado del niño, estaban unas iniciales.

Mis iniciales.

En tanto el padre de Josh sacaba a su hijo de la tumba, mi mamá deslizó el pedazo de papel en su bolsillo. Él continuó murmurando que el cabello de su hijo había sido teñido. Mi mamá confirmó que era cierto; ahora tenía una tonalidad de marrón oscuro, y también notó que había sido vestido extrañamente, pues su ropa era demasiado pequeña.

Después de que el papá de Josh acostó a su hijo con delicadeza sobre la tierra suave, empezó a presionar su mano gentilmente contra el pantalón de su hijo para palpar sus bolsillos, y escuchó una arruga. Con cuidado, recuperó un pedazo de papel doblado del bolsillo de Josh. Lo escudriñó, pero se irritó. Ausentemente, se lo pasó a mi madre, pero ella tampoco lo reconoció.

Ella me dijo que era un mapa, y sentí que mi corazón se fragmentó. Josh estaba terminando el mapa; esa tuvo que haber sido su idea para mi regalo de cumpleaños. Y deseé, fútilmente, que no hubiese sido secuestrado mientras lo expandía, como si eso fuese a importar ahora.

Ella escuchó al papá de Josh gruñir y lo vio empujando el cuerpo del hombre en la tierra. A medida que caminó hacia la máquina con la que había encontrado ese lugar, puso su mano en un bote de gasolina y se detuvo con su espalda hacia mi mamá.

—Deberías irte.

—Lo siento mucho.

—No es tu culpa. Yo hice esto.

—No puedes pensar así. Esto no tiene nad…

Él la interceptó rotundamente, sin proyectar emoción alguna.

—Hace más o menos un mes, un hombre se me acercó mientras estaba limpiando en el sitio de construcción una cuadra abajo. Me preguntó si quería ganar algo de dinero extra, y como mi esposa no está trabajando, acepté. Me dijo que algunos niños habían cavado varios agujeros en su propiedad, y que me ofrecía cien dólares para rellenarlos. Me dijo que primero quería tomar unas fotografías para la compañía de seguros, pero que si llegaba después de las cinco de la tarde del día siguiente, estaría bien. Pensé que ese hombre era un estúpido, porque muy pronto iba a tener que limpiar esa área de todas formas, pero necesitaba el dinero. Ni siquiera creí que tuviera los cien dólares, pero puso el billete en mi mano, e hice el trabajo al día siguiente. He estado tan exhausto, que no volví a pensar en ello hasta hoy, cuando quité al mismo hombre desde encima de mi hijo.

El papá de Josh apuntó hacia la tumba.

—Me pagó cien dólares para que lo enterrara junto a mi hijo.

Fue como si decirlo en voz alta lo obligara a aceptar lo que había pasado, y se desmoronó al suelo entre lágrimas. Mi mamá no pudo pensar en nada que decir, y solo se mantuvo en silencio hasta que finalmente le preguntó qué era lo que iba a hacer con Josh.

—Su última morada no será aquí con ese monstruo.

Cuando mi mamá dio un vistazo hacia atrás, habiendo llegado a su auto, pudo ver humo negro ondulándose y neutralizando el ámbar del cielo. Y ansió, contra todas las esperanzas, que los padres de Josh estuvieran bien.

Abandoné la casa de mi mamá sin decir mucho más. Le dije que la amaba, y que hablaría con ella pronto, pero no sé lo que esa palabra implica para nosotros. Me subí a mi auto y me fui.

Ahora entiendo por qué los eventos de mi infancia se habían detenido desde hace años. Como un adulto, ahora veo las conexiones que se perdieron en un niño que tendía a ver el mundo en capturas en vez de secuencias.

Reflexioné acerca de Josh. Lo amé entonces, y lo sigo amando. Lo extraño más ahora que sé que nunca lo volveré a ver, y me encuentro deseando que lo hubiese abrazado la última vez que lo vi.

Reflexioné acerca de sus padres, de cuánto habían perdido y de cuán rápido había transpirado esa pérdida. Ellos no saben de mi conexión con nada de esto, pero ahora nunca podré verlos a los ojos.

Reflexioné acerca de Veronica. Solo la había llegado a conocer más tarde en mi vida, pero durante esas breves semanas, pienso que en realidad llegué a amarla.

Reflexioné acerca de mi madre. Se había esforzado tanto por protegerme, y fue más fuerte de lo que yo alguna vez podré ser.

Traté de no pensar acerca del hombre y de lo que le hizo a Josh por más de dos años.

En su mayoría, solo pienso en Josh. A veces desearía que nunca se hubiese sentado al otro lado de mí aquel día en kínder; que nunca me hubiese permitido descubrir lo que se sentía tener un amigo verdadero. El mundo es un lugar cruel, hecho aún más cruel por el ser humano. No habrá justicia para mi amigo, ninguna confrontación final, ninguna venganza; ha pasado una década desde que terminó para todos menos para mí.

Te extraño, Josh. Me disculpo por que me hayas elegido, pero siempre atesoraré mis recuerdos contigo.

Fuimos exploradores.

Fuimos aventureros.

Fuimos amigos.

Ese fue el final de este maravilloso Creepy.

— Via Creepypastas

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