No tocar

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Se acercaba una reunión importante en la que participaría la señora Anaya, y como era su costumbre, acudió a la modista para que le confeccionara su vestido nuevo. En esa ocasión, llevó también a su pequeña hija Magui. La niña tenía apenas cinco años, no le ilusionaba mucho la fiesta, pero estar en aquel lugar, le dio mucho gusto, porque ahí “se hacían los vestidos de princesas”, había cientos de ellos colgados por todas partes.

El encanto no duró mucho, tuvo que aguantar horas sobre un cajón de madera, mientras median aquí y allá, probaban telas, realizaban ajustes, etc., esa clase de cosas que una niña no quiere hacer, además al terminar, quisieron que esperara un par de horas más sentada inmóvil en un sillón mientras hacían lo mismo con su madre.

Por su puesto no hubo forma que la niña estuviera de acuerdo, y se fue a curiosear por ahí, a pesar de que por todos lados tenían enormes letreros de “ No Tocar “, la pequeña pasaba sus manos por encima de todo lo que tenía a su paso, pues ni siquiera sabía leer. Llegó incluso hasta una bodega, que parecía estar oculta a propósito, detrás de cientos de cajas y mercancía. Su tamaño le permitió pasar entre tantos obstáculos y descubrir las cortinas que tapaban la puerta. Una gran cantidad de letreros prohibían el paso, pero para la niña no significaban nada.

Dentro encontró decenas de maniquíes de varios tamaños, con vestidos tan hermosos como jamás había visto, uno de ellos en particular llamó más su atención, ya que era de su tamaño, y llevaba un hermoso atuendo que fácilmente podía quedarle.

Nuevamente enormes letreros pedían “No tocar” a los maniquíes, pero la niña no podía hacer otra cosa que ignorarlos y seguir sus impulsos, puso sus dedos sobre aquella hermosa tela de colores vibrantes, la cual conservaba mayor suavidad que sus propias manos. La hermosura no se limitaba al vestido, también el maniquí lucia muy bien, parecía una niña igual que ella, solo que algo inmóvil.

Magui no pudo resistir la curiosidad, y tomó su mano, en ese momento los ojos del maniquí brillaron, y un humo negro salió de su interior, directo hacia la boca de la niña, no hubo ocasión de gritar… el cuerpo de Magui se fue endureciendo rápidamente, en unos instantes, lo terrible estaba hecho ; ahí estaba Magui, inmóvil en un rincón de la bodega, un nuevo maniquí para la colección.

La buscaron por días, meses, hasta que no pudieron más. Aunque la dueña sabía la terrible magia que se escondía dentro de los maniquíes, tuvo miedo de entrar en la bodega y comprobar que ya tenían un miembro más.

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