No sigas las voces…

Cuando nos mudábamos a una casa nueva, la recorría e intentaba hallar todos sus secretos y pasadizos. Aquella casa tenía muchos cuartos secretos.
Las habitaciones tenían camas y roperos enormes. Los roperos parecían hechos para albergar la ropa de muchas personas. No había, sin embargo, demasiadas camas. Mis conclusiones no encajaban; algo no concordaba. Mi día de investigaciones se extendió, primero, a una semana, luego, a un mes y, finalmente, a tres meses de conclusiones sin rumbo o sentido. Enloquecía; no sabía qué pensar. Pronto, cesé de comer, de bañarme, de estar con mi familia, de vivir en este mundo. Mi mundo era conclusiones sin sentido.
Mis locuras me hicieron escuchar voces, susurros, que me amenazaban con la muerte si no me iba. Las voces resonaban en mi cabeza. No podía sacarlas. «Nada es real», pensaba. «Es solo una ilusión». «No te preocupes, todo estará bien», me repetían. «Ven, sígueme», me susurraban «No te preocupes; serás bienvenido». «Si no vienes, iremos por ti». ¿Estaba loco? ¿Eran esas voces verdad? Mi mente explotaría, mi mundo explotaría.
«Debo ir; debo saber qué quieren de mí», pensé cuando mi cordura estaba perdida. Caminaba por los pasillos del sótano de la casa. Mis mejillas estaban rojas, y lágrimas caían sobre ellas. Me dolía el estómago. No podía respirar. Cada vez me acercaba más, y más, y más. «¡¡No sigas las voces!!», me había dicho. «¡¡No sigas las voces!!». Mi cuerpo cayo; me hube fracturado. Me ahogaba con mi propia saliva. Era horrible.
Una niña apareció y me dijo que saliera rápido de ahí. No era una niña normal; tenía una luz alrededor, y no tocaba el suelo. Debía correr; saldría de ahí.
Me levanté y corrí; corrí lo que mi rodilla fracturada me permitía.Sentía las voces acercarse. Algunas me decían que corra; y otras, que no me fuera sin saludar. No paré de correr hasta que fui derribada y caí. Miré y era un fantasma. Me quería levantar. No obstante, no me podía mover; mi otra rodilla se hubo fracturado. El fantasma se fue y me arrastré hasta donde pude.«Vamos, tienes que seguir», pensaba. Y seguí; llegué al final del recorrido. Otra vez en mi casa, fuera de el sótano; estaba a salvo.
Fui arrastrada de vuelta abajo. Estaba encerrada una habitación sin salida; era una prisionera. «Pronto abrirán», pensaba. Noté que tenía una silla de ruedas. Y eso me dio una idea.
Me impulsé tan fuerte como podía. Mis mejillas ardían. Lloraba. Mi pecho se cerraba. Mi cordura desaparecía; él aparecía. Me perseguía con rapidez. Su voz me había torturado desde que me había mudado a esa infernal casa. Salí; me fui de esa casa. Jamás volví a recorrer una casas.
— Via Creepypastas