No nos quedamos encerrados

No nos quedamos encerrados
No nos quedamos encerrados

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Esta historia es acerca de algo increíblemente horripilante, pero no trata de monstruos, de seres del espacio exterior o de demonios. Eso dependerá de la percepción de cada quien. Habla de algo que puede ocurrirnos en cualquier momento y cuando menos lo esperamos la soledad.

A pesar que muchos aprecian la soledad en algún punto de la vida, para la gran mayoría, esto implica un temor irracional, el temor a la imposibilidad de ayuda, de comprensión y de compañía. Como ya lo mencioné, mi historia habla acerca de la soledad y de cómo es que la mente puede ser capaz de sobrellevarla.

Antes de comenzar

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Ciudad Delicias, una pequeña ciudad en crecimiento que se encuentra en el estado norteño de Chihuahua, en México. En el año 2008 se anunció la llegada del centro comercial de origen estadounidense “WallMart” a la ciudad, el cual haría competencia con el hasta entonces actual centro comercial “Soriana”, que abastecía a toda la región.

Como ya es sospechado (casi sabido), una de las estrategias de “Soriana” ante la llegada de nuevas competencias es la “renovación forzosa” de sus tiendas, y esto se hace mediante el “sospechoso incendio”, meses antes de la inauguración de “WallMart”, con el fin de “estrenar” una tienda prácticamente nueva al mismo tiempo que la competencia.

Dicho evento sitúa a “Soriana” en dos fases: La Soriana nueva (después del incendio) y la Soriana vieja (antes del incendio y donde ocurre la historia).

No nos quedamos encerrados

Nuestra historia tiene lugar en la víspera de navidad de 1989. Siendo casi las 11:00 pm (hora en que Soriana cierra sus puertas), el profesor Julio Weckmann se dirigió a dicho supermercado a comprar una medicina para calmar el dolor de muela de la esposa.

Cuando llegó al establecimiento, las puertas ya estaban cerradas al público; sin embargo, pensó que aún lo podrían atender si lograba entrar, por lo que ingresó a la tienda por la puerta de los empleados. Una vez dentro, se dirigió a la farmacia, la cual ya estaba cerrada. Sin más remedio, optó por el pasillo de lácteos.

A pesar de que la mayoría de las luces estaban apagadas y la oscuridad de la tienda era notoria, el profesor Weckmann no le dio importancia al hecho, ya que en invierno la tienda departamental suele bajar la intensidad de sus luces a partir de las 9:00 pm para ahorrar energía.

Una vez completada la lista de enseres, el profesor se dirigió a las cajas registradoras, llevándose la sorpresa de que ninguna estaba abierta. Y no solo eso, el almacén estaba completamente vacío. Ni un alma rondaba la tienda a esa hora.

Un escalofrío rodeó al profesor Weckmann, y, dejando en un carrito todos sus productos, se dirigió a la puerta de salida. En la puerta estaba ausente el guardia de seguridad. El profesor se encontraba completamente solo y encerrado en la tienda.

El desespero se empezó a apoderar del profesor; sin embargo, cierta tranquilidad y un toque de miedo llegaron a él cuando en uno de los pasillos escuchó ruidos y un silbido entonando una melodía. El profesor, con intriga, se acercó hacia la fuente de ruido, descubriendo que era una joven empleada con un gafete en el uniforme que decía “Ana Leyva”.

-Buenas noches, señorita- dijo el profesor con un tono de nerviosismo.

-Buenas noches, señor, ¿qué hace usted a esta hora dentro del establecimiento? Usted no debería de estar aquí.

-Lo sé, señorita, la verdad no me di cuenta de la hora y sin saberlo me quedé encerrado. Fui hacia la puerta de salida, pero el guardia de seguridad no se encuentra. ¿Usted me haría el favor de abrir la puerta para irme?

-Señor, lo más probable es que a esta hora el guardia esté haciendo el rondín por el estacionamiento y la parte trasera de la tienda- dijo la joven-. Lamentablemente yo no tengo llave de la puerta principal, y aun si la tuviera, la alarma sonaría. Lo único que usted puede hacer es esperar al guardia para que él le abra, o bien, esperar dos horas a que entre el turno de la noche. Dicho turno entra a las 2:00 am y se encarga de acomodar toda la mercancía para el siguiente día.

-Señorita- le respondió el profesor Weckmann –, en serio, me urge irme a mi casa. Mi señora no se siente muy bien de salud y lo más probable es que ya esté preocupada.

Diciendo esto, la empleada le sugirió al profesor subir a las oficinas, más específicamente a la oficina del gerente, para ver si había alguna llave de la puerta de personal. Dicha idea al profesor le pareció bien y los dos se dirigieron hacia la oficina del gerente.

Una vez en la zona de oficinas, la empleada tomó una linterna del escritorio principal, debido a que la oscuridad era completa. Al llegar a la oficina del gerente, entró primero ella, seguida del profesor. Justo cuando el profesor cerró la puerta, la joven le dijo:

-Señor, no vaya cerrar la puerta porque solamente abre por afuera- dicho comentario en ese momento fue en vano, ya que el señor había dejado la puerta cerrarse, dejándolos dentro de la oficina.

-¡Qué barbaridad!- dijo el profesor –. Señorita, si me hubiera dicho antes, no hubiera soltado la puerta, ahora nos hemos quedado encerrados aquí.

A lo que la joven contestó:

-No, señor, no nos hemos quedado encerrados, solo usted se ha quedado encerrado.

Dicho esto, la joven desapareció ante los ojos del profesor Weckmann, quien se tuvo que quedar toda la noche hasta las 7:00am cuando el Licenciado Gameros, gerente del lugar, arribó a su trabajo. El profesor contó todo lo que había pasado y, después de un interrogatorio, el gerente decidió no presentar cargo alguno.

Al inicio de este relato, yo aclaré bien que no se trataba de una historia de fantasmas. En la actualidad, a más de 20 años de ocurrido el suceso, jamás se ha vuelto a ver a la joven Ana Leyva.

Según el profesor Weckmann, quien ahora, retirado de la docencia, es locutor de un programa de variedades en la radio local, él jamás vio un fantasma (entes que ni siquiera cree que existen). Él tiene la idea de que la joven “Ana Leyva” solamente fue un producto de su imaginación para enfrentar uno de sus más grandes temores: la soledad.

— Via Creepypastas

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