Llueve
Llueve, pero no saldré de aquí, mi casa. Las ventanas están cerradas, aún así el frío de invierno va de acá para allá. Las calientes brasas de la vieja estufa a leña de mi difunto abuelo queman mi cuerpo, pero mi alma sigue helada. Mi cuerpo arde, pero yo tengo frío. “-Que continúe ardiendo-” me dice alguien. Pero yo estoy solo, no hay nadie aquí, nadie se ha metido a mi casa ¿Verdad?. Golpean la puerta. Mi pálida cara iluminada por el fuego mira hacia ella como si tuviera algo… Especial, algo atractivo. Los golpes en la puerta se vuelven constantes y su eco retumba en mi cabeza. Una extraña fuerza me obliga a abrirla. Oscuridad pura.
“No hay nadie allí, nunca lo hubo, Miguel.” Me dice de nuevo ese alguien, esa voz, y le respondo con un grito que se alineó perfectamente con un trueno de afuera “ ¡¿Quién eres?! ”. La respuesta no tardó en llegar, “Descúbrelo”, eso dijo, nada más. Vuelvo a mirar el fuego, está menguando. Sus llamas se achican y se enfrían, ni las ardientes brasas aguantan esta helada noche. Siento la lluvia en mi cabeza, “¿Cómo llegué acá afuera?” Me repito en mi mente mientras pienso en la extraña voz. Y “él” vuelve a hablar: “A veces las cosas están bastante más cerca de lo que crees. No hace falta revisar cada esquina, tan sólo hace falta ver lo que los ojos no logran descifrar”.
Luego de un tiempo intentando resolver ese enigma, tomo consciencia y vuelvo a entrar a mi casa. El fuego está apagado, y noto algo bastante escalofriante: Mi vida también lo está…
— Via Creepypastas