Mito de Ojáncanu

Allá afuera
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El Ojáncanu es considerado el ser más popular de la mitología de Cantabria , se le conoce con distintos nombres dependiendo de la región y así mismo su descripción cambia de un lugar a otro. Sin embargo, se percibe claramente como un monstruo representante de la maldad, crueldad y brutalidad, protagonista de sangrientas historias, y portador del infortunio.

Este humanoide gigante tiene un aspecto descomunal con voz grave y profunda como un trueno. Tiene un rostro amarillento completamente redondo, su único ojo, a mitad de la frente, relumbra como una candela, está rodeado de unas arrugas pálidas con puntos azules. Es fuerte y de largos brazos; a la puesta del sol, muge y echa espuma por la boca. Está cubierto totalmente de pelo áspero color rojizo proveniente de la espesa melena y barba, donde le crece un pelo blanco. Suele tener diez dedos en cada mano, igual que en cada pie, dos hileras de dientes, y va prácticamente desnudo tapándose con su pelaje.

Mora en las profundas grutas, cubre la entrada con maleza y una enorme piedra que nadie más que él puede mover. Es de carácter salvaje y agresivo, así que el fuerte viento de los temporales, le hace enfadar cuando revuelve sus barbas, reacciona tirando y despedazando grandes rocas y árboles. En ocasiones pelea a pedradas con otros ojáncanos originando así desfiladeros y precipicios. Los ancianos recuerdan el miedo que sentían al verlo andar por encima de la nieve en las noches claras de enero.

Este ogro tiene el don de la metamorfosis, y puede adoptar varias formas para hacer daño, derribar árboles, cegar fuentes, robar ovejas, raptar a jóvenes pastoras, destruir puentes, matar gallinas y vacas, robar imágenes en las iglesias. Además, siembra entre los lugareños el rencor, la soberbia, la envidia y el hurto. A los recién nacidos se les protegía para que no fuesen raptados por ellos con una mezcla de agua bendita con laurel, a la que añaden harina si son niños, pero no en el caso de que sean niñas.

Su dieta básica es el ganado y gente, pero también le gustan las bellotas, de las hojas de los acebos y panojos de maíz que roba. A veces come murciélagos y aves como las golondrinas, además de los tallos de las moreras, y suele hurtar a los pescadores las truchas y las anguilas.

Se le puede matar arrancándole un pelo blanco de la roja barba, o dándole una pedrada en el ojo. También muere al comer setas o fresas silvestres, o si es tocado por una lechuza en la cabeza. Le teme al toque de un sapo volador pues este le arranca la vida en cuestión de minutos si no encuentra un ungüento mágico de hoja verde de avellano. Según la tradición, cuando envejece lo suficiente, son otros ojáncanos jóvenes quienes le matan, le abren el vientre y reparten lo que lleva dentro enterrándolo junto a un roble. Después de nueve meses surgen enormes gusanos del cadáver, la Ojáncana los amamanta con la sangre de sus pechos hasta que se transforman en ojáncanos y ojáncanas al cabo de tres años para comenzar otra vez el ciclo de maldades.

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