En casa de mi tía Marta

Asesinos del Zodiaco
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Este acontecimiento ocurrió hace más de 20 años, pero perdura en mi memoria como el día en que sucedió. Todos los martes por la noche nos reuníamos en casa de mi tía Marta para cenar. Invariablemente el menú estaba compuesto por tamales y atole.

Antes de pasar al comedor, platicamos un rato sobre las cosas que nos habían pasado durante la semana. A veces esas conversaciones se podrían prolongar hasta un par de horas. Justamente a las nueve de la noche, se escuchó claramente cómo alguien entraba por la puerta principal (lo sé, porque en ese momento sonó el reloj cucú, que se encontraba empotrado en una de las paredes).

Todos los que estábamos sentados en la sala, vimos pasar a un hombre con un abrigo y sombrero. Era Narciso, mi bisabuelo. Él acostumbraba llegar un poco antes de la cena, para que así le diera tiempo de dormir una pequeña siesta. De igual forma, tenía la costumbre de irse a su cuarto sin saludar a nadie. Por lo que a nadie tomó por sorpresa ese comportamiento.

La charla siguió y el tiempo pasó volando. Minutos antes de las 10, mi tía me mandó a despertar a mi bisabuelo para cenar. Llegué a su habitación y me llamó la atención que no estaba ahí. Es más, tanto la colcha cómo las almohadas se encontraban perfectamente acomodadas, es decir, estaban dispuestas de un modo inmaculado. Como la casa era muy grande, pensé que estaba en otra habitación, busqué de arriba abajo y no lo encontré.

Me disponía a bajar las escaleras cuando sonó el teléfono, levanté la bocina y una cálida voz me dijo:

– Muy buenas noches, ¿hablo a la casa del señor Narciso Fernández?

– Sí, no se encuentra. ¿Quiere dejarle algún recado? Dije.

– No, señor hablamos de la clínica Montiel, para avisarle que el señor Fernández ha fallecido. Lo encontraron tirado en la avenida. Tal parece que sufrió un paro cardiaco. El forense ha fijado la hora de la muerte a las nueve de la noche.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mi voz quedó congelada dentro de mi pecho. Únicamente escuchaba a aquel hombre decir:

– ¿Hola?, ¿Hola? ¿Sigue en la línea?…

Era exactamente la hora en que lo escuchamos abrir la puerta de la casa. Varios de mis parientes dijeron que tal fue su manera de decirnos adiós. Desde esa fecha, nunca he vuelto a casa de mi tía Marta.

Fuente: cuentosdeterror.mx

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