LEYENDAS ECUATORIANAS – 30 Leyendas del Ecuador de terror

Asesinos del Zodiaco
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Las leyendas ecuatorianas son un compilado de historias populares que han sobrevivido al paso del tiempo, gracias a una correcta transmisión oral. Se sabe que la gran mayoría de este tipo de historias, procede del tiempo en el que se llevó a cabo la conquista de ese territorio a manos de los españoles.

Dichas crónicas al ir pasando de generación en generación, han ido combinando su base histórica con la ficción, aunque sin dejar de lado elementos que son propios de esa cultura sudamericana.

Para esta recopilación de leyendas, se consultaron tanto fuentes escritas como electrónicas, a fin de que tú como lector obtengas la mayor cantidad de información, sin la necesidad de buscar en otros lados.

Indice

Leyendas del Ecuador

Para poder conocer cuáles son los elementos que definen a las leyendas del Ecuador , es necesario revisar cada una de las historias existentes con sumo cuidado, para poder detectar su importancia desde un punto de vista cultural.

Este ejercicio de investigación puede parecer a primera instancia, algo sencillo, debido a que hoy en día contamos con herramientas cibernéticas que nos permiten la recolección de información en un tiempo mucho menor que el que debíamos invertir en décadas anteriores.

Sin embargo, nuestra tarea consiste en descartar ciertas historias irrelevantes y dejar constancia de aquellas que aún hoy en día continúan siendo referencia en varios países de Sudamérica.

Leyenda de Cantuña

Esta primera leyenda del Ecuador , hace referencia a un indígena al que todos en su pueblo lo conocían como Cantuña. La historia comienza en una época en la que los monjes franciscanos ya se habían establecido en Ecuador.

De hecho, fueron ellos los que le encomendaron al nativo que iniciara la construcción de un templo católico en la ciudad de Quito. Cantuña aceptó de muy buena gana e inclusive aseguró que lo tendría listo en un semestre.

Como única condición solicitó que, al término de su trabajo, le fuera entregada una gran cantidad de dinero. Ciertamente los franciscanos dudaron de la palabra de ese individuo, pues pensaron que, aunque sus compañeros lo socorrieran a edificar el templo, tardaría mucho más tiempo de lo señalado en concluir con las obras.

Pasaron varios meses (en total cinco) y la construcción no iba ni a la mitad. Desesperado por esta situación, a Cantuña se le pasó por la mente, el hacer un pacto con el diablo en el que él le entregaría su alma, a cambio de que «Satanás» concluyera con la tarea en el plazo estipulado.

Lucifer aceptó el trato y puso a trabajar a varios de los demonios del infierno para poder llevarse el alma del indígena a los confines del infierno. Sin embargo, cuando Cantuña observó que la Iglesia estaba casi terminada, pensó en un plan para no perder su alma.

Se acercó al lugar en donde estaban las piedras que se estaban utilizando para construir el último muro y en una de ellas talló la siguiente inscripción: «Aquel que coloque esta losa en su lugar, reconocerá de inmediato que Dios es mucho más poderoso que él».

Dos días más tarde, el diablo tomó la piedra entre sus manos y al mirar el mensaje, de inmediato ordenó a su séquito que regresaran junto con él de inmediato al infierno.

De esa manera, el astuto indígena Cantuña no solamente había conseguido conservar su alma, sino que también concluyó a tiempo la construcción de la Iglesia, con lo cual los monjes franciscanos le tuvieron que pagar las monedas que habían acordado.

La dama tapada

Hay algunos que confunden la leyenda de la dama tapada , con la de la «llorona». No obstante, es conveniente aclarar que se tratan de dos historias distintas y enseguida explicaremos por qué.

La narración nos cuenta que en Ecuador aparece de vez en cuando una joven delgada a quien nadie le puede ver el rostro, pues invariablemente lo lleva cubierto con un velo.

Viste de manera muy elegante y además porta una sombrilla. Los lugareños dicen que cuando está cerca de algún hombre, el espíritu comienza a emanar un aroma sumamente agradable, a fin de que la víctima se sienta atraído hacia ella y la siga a donde quiera que vaya.

Ese perfume es tan seductor que el individuo que lo huele no sabe hacia dónde se dirige. De esa forma, la dama tapada conduce al sujeto a una zona apartada. Es decir, un lugar en donde no hay ninguna otra persona que lo pueda ayudar.

De momento, la mujer se detiene en medio del camino, se para frente al hombre y descubre su rostro. La víctima al mirar la cara de la dama tapada , queda completamente horrorizado pues se trata de un rostro horripilante en estado de putrefacción.

Instantes después, el agradable perfume se convierte en un olor insoportable, semejante al de cuerpos descomponiéndose. El afectado no puede moverse hasta que su corazón deja de latir por completo.

Un amigo ecuatoriano me contó que son muy pocos aquellos que han tenido la suerte de salvarse del ataque del espectro y poder continuar con su vida de manera normal. Pues muchos de los que lograron huir de esa región del bosque y volver a la civilización, perdieron completamente la razón y fueron recluidos en hospitales de salud mental, debido a la terrible impresión que les causó el observar aquel rostro tan espeluznante.

El padre Almeida

El padre Almeida es un personaje de las leyendas ecuatorianas del cual se dice que le gustaba salir por las noches sin ser visto para poder tomar un trago de aguardiente.

La manera en la que abandonaba la Iglesia, era un tanto extraña, ya que subía hasta lo alto de una torre y luego se descolgaba hacia la calle. Lo que no todos sabían es que, para arribar a ese lugar, tenía que pararse encima de una estatua de Jesucristo de tamaño natural.

Una noche que planeaba salir a «saciar su sed» se posó encima del brazo y cuando estaba a punto de irse, alcanzó a escuchar una voz que le decía:

– ¿Cuándo será la última vez que hagas esto padre Almeida?

El sacerdote creyó que la voz había sido producto de su imaginación y sin más le contestó:

– Hasta que vuelva a tener ganas de tomar otro trago.

Luego de decir eso, se dirigió a la cantina clandestina en donde bebía y no salió de ahí hasta que estaba completamente borracho.

El cura iba dando tumbos por la calle, hasta que chocó de lleno con unos hombres que llevaban un féretro en camino hacia el cementerio. El féretro cayó a media calle, ocasionando que la tapa se rompiera.

El padre Almeida no podía creer lo que veían sus ojos, el hombre que estaba dentro del ataúd era el mismo.

Sobra decir que de inmediato recobró la sobriedad y en cuanto llegó a su Iglesia le juró al Cristo de la torre que nunca volvería a probar una gota de vino. Desde ese entonces, la gente afirma que el rostro de dicha imagen cambió completamente y que aún hoy en día se puede ver que esboza una sonrisa de satisfacción, pues una de sus ovejas volvió al redil.

La Bella Aurora

Esta es otra de las leyendas ecuatorianas , que no podíamos dejar de incluir. El relato empieza en la ciudad de Quito y básicamente se trata de la historia de una bellísima joven a la que todos conocían como Aurora (en algunas versiones se dice que su nombre completo era Bella Aurora ).

Era una muchacha que provenía de una familia adinerada, pues sus padres eran personas sumamente influyentes. La vida tanto de ella como de su familia transcurría sin ninguna preocupación, pues tenían todo lo necesario para desempeñar sus actividades tranquilamente.

Como era de suponerse, a la muchacha no le faltaban pretendientes. Es más, ella se daba el lujo de despreciar a la mayoría de los chicos del pueblo, pues como ya dijimos, no requería casarse con nadie para mejorar su estatus.

Una tarde de domingo, la joven salió de su casa en dirección a la Plaza de la Independencia, sitio en el que se llevaban a cabo de manera regular corridas de toros.

La fiesta brava de que el día se desarrollaba en total calma, hasta que de pronto hizo su aparición en el ruedo un enorme toro de pelaje negro, con los ojos inyectados en sangre y vapor saliéndole de la nariz.

El animal corrió hasta la tribuna en donde se encontraba Bella Aurora y se le quedó mirando fijamente. Eso provocó que la muchacha perdiera el conocimiento de inmediato.

Poco después, los padres de la chica la llevaron todavía inconsciente a su domicilio, para que después de reposar un rato en su cama, recobrara el conocimiento.

Bella Aurora despertó luego de un par de horas. Sin embargo, en cuanto abrió los ojos, escuchó un fuerte estruendo y uno de los muros de su dormitorio quedó destrozado por completo.

¡Era el toro negro de la plaza, quien de alguna forma había conseguido seguir el rastro de la joven!

La muchacha quiso gritar y huir de ahí, pero ni la voz, ni sus piernas le respondieron. Luego la bestia la embistió con una furia desmedida, quitándole la vida en cuestión de segundos.

Posteriormente sus padres llegaron a la habitación, mas no pudieron encontrar al animal. Solamente yacía en el piso el cuerpo de su hija fallecida.

El gallo de la catedral

Esta leyenda corta también se originó en la capital de Ecuador , es decir en Quito. Don Ramón Ayala y Sandoval era un sujeto que tenía mucho dinero y que además le encantaba la vida nocturna.

Entre sus aficiones preferidas destacaba el tocar la guitarra y desde luego el beber acompañado de sus amigos. Se decía que su corazón le pertenecía a Mariana, una joven que vivía en las cercanías de su hacienda.

La rutina diaria de don Ramón no cambiaba en absoluto. Se levantaba a las 6:00 de la mañana y después se disponía a desayunar. El almuerzo consistía en un bistec asado acompañado de papas y huevos fritos. Todo eso acompañado de una taza de humeante y espumoso chocolate.

Luego de saciar su apetito, se dirigía a la biblioteca, en donde disfrutaba leyendo un rato. Posteriormente, regresaba a su habitación para tomar una «merecida» siesta.

Después se levantaba de la cama para bañarse, pues debía estar listo para salir por la tarde. Don Ramón paseaba por las calles, hasta llegar al local de vino de Mariana (a quien apodaban la Chola).

Ya con unas copas encima, el hacendado una noche se topó con un gallo de pelea, al que retó a un duelo.

El ave aceptó el enfrentamiento y pronto le dio un picotazo en la cabeza. El hombre se asustó tanto que le pidió perdón enseguida al gallo, a lo que éste le respondió:

– No vuelvas a beber, ya que, si lo haces de nuevo no tendré clemencia y te mataré.

Don Ramón cumplió el juramento que le había hecho a ese gallo de pelea. Duró muchos años sin volver a tomar, hasta que uno de sus camaradas lo invitó a un convivió en el que no pudo sucumbir al deseo de volver a probar el licor.

Después de eso, no se sabe que ocurrió con el hacendado, pues nadie lo volvió a ver.

Leyenda del Chuzalongo

En la región costeña del Ecuador, un hombre que se dedicaba a la agricultura, tenía a su ganado pastando en el monte. De repente, el cielo se ennegreció anunciando una terrible tormenta.

El sujeto preocupado por sus animales, les pidió a sus hijas que condujeran al ganado al granero. Las muchachas hicieron lo que su padre les pidió y en pocos minutos, encerraron a las reses en la bodega.

En eso, se dieron cuenta de que junto a ellas se encontraba una extraña criatura de baja estatura, nariz larga exacta, orejas puntiagudas y una larga cabellera de color gris.

Las muchachas gritaron con todas sus fuerzas, aunque desgraciadamente nadie acudió para ayudarlas. Luego de varias horas y al percatarse de que sus hijas no habían vuelto a la casa, el granjero salió acompañado de su escopeta a buscarlas.

El pobre agricultor se encontró con una horripilante escena. Sobre el pasto halló los cuerpos destrozados de sus hijas. A lo lejos pudo divisar como una diminuta criatura se iba alejando poco a poco en dirección hacia el horizonte.

Otra variante de la leyenda del Chuzalongo , es la que dice que este tipo de duende enfrenta a los hombres en el bosque, cuando por alguna razón estos lo logran ver desnudo, pues es demasiado pudoroso.

Existe otro relato en el que se asegura que el Chuzalongo sólo se deja ver en el momento en el que desea medir su fuerza con otra especie, sin importar que se trate de seres humanos o de animales).

Leyenda de Mariangula

Hay quienes consideran a la leyenda de Mariangula como una historia de terror. Se trata de una adolescente de 14 años, misma que tenía una madre que se dedicaba a vender tripa asada al carbón.

Un día la mujer mandó a su hija Mariangula a conseguir más tripas, pues la mercancía casi se le había agotado por completo. Sin embargo, como la chiquilla era un tanto rebelde, no hizo caso a las indicaciones y prefirió irse a jugar con sus amigos.

Por si esto fuera poco, el dinero que le habían dado para que comprara las vísceras también se lo gastó. Lógicamente después de pasar un buen rato en compañía de sus camaradas y de reflexionar acerca de lo que había hecho, la niña pensó que su mamá la iba a reprender fuertemente.

La preocupación no la dejaba en paz y mientras caminaba a las afueras del cementerio municipal de Quito, pensó en entrar al camposanto y sacarle las tripas uno de los muertos que los sepultureros apenas acababan de enterrar.

Esperó a que oscurecieron a poco más y llevó a cabo su macabro plan. Después se las entregó su madre y no hubo ningún tipo de reprimenda. De hecho, las tripas se vendieron mejor que otros días.

Ya de noche en su casa Mariangula no dejaba de recordar lo que había hecho. De pronto, la niña comenzó a escuchar que golpeaban fuertemente la puerta principal de su domicilio. Eso era algo muy extraño, no sólo porque ya pasaba de las 12:00 de la noche, sino porque ninguno de los demás integrantes de su familia, escuchó los golpes.

Posteriormente una macabra voz empezó a llenar la habitación de la chiquilla diciendo lo siguiente:

«Mariangula devuélveme las tripas que me robaste en el sepulcro». La voz se fue haciendo cada vez más fuerte e inclusive la muchacha pudo escuchar claramente como si alguien subiera por las escaleras en dirección a su cuarto.

Asustadísima por aquellos lamentos fantasmales, a la niña lo único que se le ocurrió hacer fue sacar unas tijeras que tenía en el cajón y abrirse el estómago para pagar su deuda.

A la mañana siguiente, la madre de Mariangula la encontró muerta sobre su propia cama.

La caja ronca

Hace mucho tiempo en la ciudad de San Miguel de Ibarra vivían dos grandes amigos: Carlos y Manuel. Una mañana, el papá de Carlos les pidió que antes de ponerse a jugar, fueran a regar las plantas del jardín, puesto que hacía muchos días que no llovía y casi estaban por secarse.

Ellos accedieron, pero al final no cumplieron con esa labor, ya que se pusieron a correr por el campo. La noche cayó y fue entonces cuando Carlos se acordó de lo que le había pedido su padre.

– Está muy oscuro y tengo miedo. ¿Me acompañas Manuel a regar las plantas?

– Claro, vamos de una vez.

Antes de que se acercaran a la parte trasera de la casa, sitio en el que se encontraban las macetas que debían regar, empezaron a huir una serie de voces que pronunciaban palabras en otro idioma, de la misma forma que ocurre cuando la gente sale en una procesión.

Se ocultaron detrás de un árbol y pudieron ver que aquellos no eran seres humanos, sino criaturas capaces de flotar por el aire. A ninguno de ellos se les pudo ver el rostro, pues lo tenían cubierto con una capucha. Además, en una de sus manos portaban una vela larga apagada.

Luego de que pasaron los encapuchados, apareció una carroza guiada por un ente horripilante que tenía en la cabeza un par de afilados cuernos y dientes iguales a los de un lobo.

Fue en ese preciso momento, cuando Carlos recordó una leyenda ecuatoriana que le contaba su abuelo acerca de una « caja ronca «. La descripción que el anciano había hecho acerca de los seres que custodiaban este mítico objeto, era exactamente igual a las criaturas que acababan de ver.

El terror que sintieron hizo que de inmediato perdieran el conocimiento. Posteriormente cuando volvieron en sí, se percataron de que ahora ellos portaban también una vela larga de color blanco. Sólo que no era de cera sino de hueso de difunto.

Las soltaron de inmediato y cada uno se fue para su domicilio. Desde ese momento, procuraron jamás volver a salir de noche y mucho menos dudar de las historias y mitos que cuentan por las regiones cercanas a la capital de Ecuador.

La Capa del Estudiante

Esta leyenda da inicio cuando unos estudiantes se preparaban para presentar los últimos exámenes del año escolar. Uno de ellos, cuyo nombre de acuerdo con los entendidos era Juan, tenía otros pensamientos en su mente, ya que se encontraba sumamente preocupado por lo viejas que eran sus botas y que no tenía dinero suficiente como para comprarse un par nuevo.

Él era un muchacho vanidoso y le gustaba siempre presentarse a sus exámenes perfectamente bien vestido. Por lo tanto, te imaginarás que no podía ir a la prueba con ese calzado. Sus amigos le aconsejaron que empeñara su capa y que con ese dinero podría adquirir unas botas nuevas.

A Juan no le gustó la idea y después de hablar por varios minutos más con sus compañeros, éstos decidieron prestarle el dinero con una condición:

Tenía la obligación de ir al camposanto de « El Tejar » y buscar la tumba de una mujer que hacía unos días se había quitado la vida. Cuando la hubiese localizado, lo siguiente que debía hacer era clavar un clavo sobre esa tumba.

Para quienes no lo sepan, aquella joven había sido en vida la novia de Juan. Sin embargo, ella tomó la decisión de quitarse la vida, en el momento en el que descubrió que su novio le había sido infiel.

El muchacho estaba indeciso, pues no quería «reabrir heridas de su pasado». No obstante, como necesitaba el dinero tomó la decisión de acudir a su macabra cita.

Saltó la reja del cementerio y rápidamente se dirigió hasta donde estaba la tumba de la chica. De uno de sus bolsillos sacó el martillo y el clavo y comenzó a clavar. En cada golpe que daba inconscientemente era como si le estuviera pidiendo perdón a la joven, por el daño que le había causado.

Cuando terminó, Juan quiso volver con sus amigos, pero algo lo detenía. A la mañana siguiente, los muchachos al darse cuenta de que no regresaba, decidieron entrar al panteón y ver qué había sucedido.

Luego de unos minutos llegaron a la tumba correcta y vieron como el cuerpo de su amigo yacía sin vida al lado de la tumba. Lo más curioso es que la capa del estudiante estaba completamente clavada en la tapa del ataúd.

La muerte de Juan fue sumamente extraña, pues nadie escuchó el más mínimo ruido.

El Huiña Huilli de Bolívar

Esta leyenda me la contaron en uno de mis viajes a Ecuador. José era un tahúr. Es decir, un jugador de cartas experto a quien además le fascinaba hacerles trampa a sus contrincantes.

Una noche salió de la cantina con los bolsillos repletos de monedas. Los lugareños hartos de las trampas de José, le entregaron un bote de vidrio lleno de luciérnagas, para que de esa forma todos pudieran ver que se acercaba al pueblo y así correr a esconderse en sus casas para no toparse con él.

Mientras caminaba cerca de la quebrada de Las Lajas , escuchó claramente los lamentos de un recién nacido. A José poco le importaba el sufrimiento de los demás. A pesar de ello, el llanto del bebé era tan fuerte que no pudo más que seguir el rastro del sonido, para socorrer.

En lo que iba bajando por la colina, dejó caer el frasco de luciérnagas, dejándolo en completa oscuridad. Luego halló al pequeño, lo cubrió con su capa y en ese momento la criatura dejó de llorar.

Ya de regreso, José se dio cuenta que la parte de su cuerpo en donde se estaba recargando el niño, empezó a calentarse de manera desmedida. De inmediato, trató de soltar al niño en el suelo, más en ese momento sintió como una puntiaguda garra se le clavó en el abdomen.

Posteriormente escuchó una voz grave y profunda que le dijo:

«Te tengo, ahora eres mío y te devoraré».

A lo que José tartamudeando le contestó:

– ¿Por qué? Si yo no te he hecho nada. Inclusive acabo de salvar tu vida.

– Eres una persona muy egoísta y la gente como tú merece la muerte. Replicó la horripilante criatura.

El hombre nuevamente suplicó por su vida hasta que se desmayó del enorme pavor que sentía. Al día siguiente, lo despertaron los rayos del sol de la mañana. En cuanto se levantó del suelo, volvió a escuchar el llanto de aquel niño.

José supo que no se había tratado de ningún sueño, ni de alucinaciones causadas por las bebidas alcohólicas. Prometió no volver a tomar y portarse bien por el resto de sus días.

Leyendas Ecuatorianas Cortas para Niños

Las leyendas ecuatorianas cortas para niños son narraciones que unen de manera correcta elementos de la cultura popular con hechos históricos. En la antigüedad, estas historias se pasaban de generación en generación usando solamente el lenguaje oral.

Luego con la llegada de otro tipo de tecnologías, como lo fue el caso de la imprenta, las leyendas se hicieron mucho más populares, debido a que justamente pudieron llegar a muchas más personas en menor tiempo.

El Tsáchila que se convirtió en Sol

Los Tsáchilas son una agrupación indígena ecuatoriana que se asentaron principalmente en la región de Santo Domingo de los Colorados.

Una traducción de su nombre en castellano se entendería como «Gente verdadera». La gente de asentamientos vecinos los bautizó con el mote de «Colorados», debido a que en la antigüedad muchos de ellos solían teñir su cabello con achiote.

Cuando los incas llegaron a la región que hoy conocemos con el nombre de Quito, rápidamente se dispusieron a conquistar dicho territorio. No obstante, las personas que vivían ahí (conocidos como la tribu Kitu-Kara ), decidieron mudarse de ubicación, pues no querían terminar siendo esclavos.

Después de un largo andar, arribaron a un nuevo poblado en donde echaron raíces. Fue en este sitio en donde se originó la leyenda del Tsáchila que se convirtió en Sol.

En un tiempo en el que los viejos podían comunicarse con los pájaros, se decía que en el cielo vivía un tigre enorme que únicamente le gustaba salir cuando el firmamento se encontraba en total oscuridad.

También se cuenta que en una noche en la que el felino tenía muchísima hambre, abrió sus fauces y de un solo bocado se tragó el sol, dejando a la Tierra en penumbras.

Los Tsáchilas ya no podían soportar esa situación, pues al vivir en oscuridad perpetua, casi no tenían alimento que comer. Analizando lo que estaba ocurriendo, los brujos de la tribu llegaron a la conclusión de que la única solución de salvarse era creando su propio sol.

Ellos eligieron a un joven y fuerte muchacho, hijo de una madre soltera. Después del ritual el rostro del muchacho comenzó a brillar, mientras que su cuerpo se empezó a elevar.

Todos en el pueblo estaban tan entusiasmados que se fueron esa tarde a sus casas, con la esperanza de que a la mañana siguiente alumbrara un bello y fulgurante sol.

A pesar de eso, el cielo continuó nublado por tres días más. Al llegar el cuarto, por fin salió de nuevo el sol. Sólo que ahora había otro problema, la luz que emanaba de este era tan potente que cegaba a todo aquel que salía de sus casas.

Fue entonces cuando los sabios se dieron cuenta de que aquel joven ahora convertido en «Astro rey» tenía ambos ojos abiertos y que sólo debía alumbrar con uno.

El más veterano de todos los chamanes, fue el encargado de lanzar una piedra para que uno de los ojos del Joven sol se cerrará para siempre. El tiro fue certero y a partir de entonces, los Tsáchilas y sus descendientes pudieron seguir sus vidas con normalidad.

La Tacona (También conocida como La Tacona de Esmeraldas)

Esmeraldas es una ciudad de Ecuador en la que alguna vez vivió una muchacha de cabellos rubios, quien una noche de luna llena salió a dar un paseo.

Mientras caminaba por una estrecha calle, un sujeto se le acercó y la jaló hasta llevarla a la fuerza a una esquina en donde le robó un beso.

Después de un rato, la muchacha regresa a su casa con el vestido maltratado y sus ojos llenos de lágrimas, debido al terrible susto que se llevó. Posteriormente se metió al cuarto de baño, y mientras estaba lavándose el pelo, hizo el juramento de que ningún otro hombre se aprovecharía de ella.

Del armario sacó un hermoso vestido rojo y unas zapatillas a juego. Luego salió de su domicilio con la intención de tomar unos tragos para olvidar lo que le había pasado.

Los hombres no paraban de admirar su gran belleza. Pronto, le apodaron la «Tacona», dado a que sus zapatos tenían el tacón sumamente alto. De pronto un hombre, decide sacarla a bailar y al terminar la pieza le propone que le acompañe a la orilla del mar, para poder platicar a solas con ella.

La muchacha accede y una vez que están en la playa, el sujeto la toma fuertemente de la cintura para besarla a la fuerza. Sin embargo, antes de que sus labios toquen los de la joven, se da cuenta de que la muchacha se ha transformado en un horrible cadáver.

Lo que ocurrió es que aquella dama había hecho un pacto con la muerte, para cobrar venganza de todo aquel que quisiera hacerle daño a una mujer.

Origen de las Leyendas Ecuatorianas

Las leyendas son historias ancestrales que han sabido combinar elementos del pasado que realmente sucedieron, con aquellos que son producto de la imaginación de los pobladores de una región en particular.

Estos relatos han sido transmitidos a las generaciones posteriores primeramente a través del lenguaje oral y ya después con la llegada de la escritura por medio de las obras escritas.

En pocas palabras, el origen de las leyendas ecuatorianas se encuentra vinculado ampliamente con los usos y costumbres que tenían los moradores originales del territorio que hoy en día conocemos con el nombre de Ecuador.

Algunos autores aseguran que las historias que han trascendido a través del tiempo, es decir aquellas leyendas que se han vuelto famosas, surgieron de las anécdotas que los adultos mayores les contaban a sus niños, a fin de que éstos pudieran conciliar el sueño.

Asimismo, la procedencia de estas crónicas no se limita sólo a la capital ( Quito ), pues también hay leyendas que se crearon en otras provincias.

Leyendas Riobambeñas

En un principio pensamos en colocar en la primera parte de este artículo, 10 leyendas ecuatorianas. Sin embargo, al irlas redactando nos dimos cuenta de que lo más apropiado era compilar la docena para luego continuar con los mitos y leyendas de Ecuador por región.

Es por eso que ahora le toca el turno a las Leyendas Riobambeñas.

El luterano y el escudo de Riobamba

Un hombre extranjero que había llegado a la región de Guamote , se ganaba la vida alquilando su caballo para a todo aquel que lo necesitara.

Del mismo modo, otra fuente de ingresos para este individuo, era dirigirse a la provincia de Riobamba , en donde les pedía caridad a los lugareños, pero no como hacían la mayoría de los mendigos, es decir, «una limosnita por el amor de Dios». Sino que él les pedía directamente que le dieran una moneda o un pedazo de pan.

Lo más extraño sucedió un día en el que el hombre entró a una iglesia y mientras se celebraba una misa en conmemoración a San Pedro, se acercó a donde estaba el sacerdote y sin más dilación le quitó la hostia que sostenía con sus manos.

Los asistentes a la ceremonia no pudieron soportar tal acto de herejía, por lo que sacaron sus espadas y asesinaron al sujeto. Después vinieron las investigaciones y se determinó que el extranjero era un luterano que estaba mal de sus facultades mentales.

La noticia llegó hasta Quito, en donde el presidente municipal pidió que de inmediato los restos de aquel individuo fueran cremados. Se dice que este suceso traspasó fronteras, pues hay quienes afirman que llegó incluso a oídos del rey de España, quien de inmediato le otorgó al presidente municipal, un nuevo escudo de armas como muestra de su agradecimiento por preservar las doctrinas católicas.

El descabezado de Riobamba

La leyenda corta del descabezado de Riobamba narra la anécdota de cómo un espíritu de ultratumba comenzó a pasearse por las calles de aquella ciudad, a principios del siglo XIX.

Una cosa que sin lugar a dudas es para llamar la atención es que se cuenta, todos aquellos que lo pudieron ver de frente, quedaron sin habla de manera inmediata.

Se trataba de un cuerpo descabezado que vagaba sin rumbo. Pasaron varios días para que el espectro dejara de rondar por las calles de Riobamba. Las personas trataban de llegar a sus hogares antes de que se ocultara el sol, para así estar en un lugar seguro, cuando el ente maligno apareciera.

El Agualongo

A finales del siglo XVIII ocurrió un gran terremoto que prácticamente devastó gran parte del centro de Ecuador. No obstante, hay registros que indican que poco antes de que el sismo ocurriera, comenzaron a pasar ciertos fenómenos extraños, como el asunto que les contaremos en las siguientes líneas.

Exactamente en la plaza del centro de Riobamba había una estatua de un niño tejedor. Pues bien, 24 horas antes de que el temblor iniciara, varias personas que estaban reunidas en la plazuela vieron con sus propios ojos como la estatuilla empezó a girar por sí sola sobre su propio eje.

La explicación que varios especialistas le dieron a esta crónica es que la figura de alguna manera conocía lo que estaba a punto de suceder y tuvo la intención de ver a la ciudad de Riobamba como era originalmente, por una última vez, pues al día siguiente de ese hecho, sólo quedaron escombros.

A esa escultura todos en el Ecuador la conocen como el Agualongo.

El duende de San Gerardo

En el poblado de San Gerardo , una localidad sumamente cercana a Riobamba, un sujeto de nombre Juan laboraba en un lugar apartado del bosque, el cual se encontraba muy lejos de la parroquia del pueblo.

De hecho, para llegar a su sitio de trabajo, el hombre tenía que cruzar un espeso bosque. Por eso, todos los días salía de su domicilio antes de que el reloj marcara las 8:00 de la mañana.

Luego de un par de horas de incesante caminar, llegaba a su destino y comenzaba a trabajar hasta después de las 8:00 de la noche, momento en el que retornaba a su hogar.

En una de esas veces en las que Juan regresaba a su casa, tuvo la sensación de que alguien lo venía siguiendo. Al principio, decidió no darle importancia a ese hecho, pues pensó que se trataba del viento que movía las hojas de los árboles.

Después de un rato de seguir caminando oyó una fuerte voz que le dijo:

– Por ninguna razón mires para atrás. Lo único que quiero es que me des el cigarro que llevas en la mano.

No se sabe por qué razón Juan le hizo caso a la misteriosa voz. Lo importante es que, al día siguiente, para no quedarse sin pitillos que fumar, el hombre se llevó una cajetilla completa.

Una vez más a medio camino de su casa, la voz le pidió que le diera un cigarrillo. Juan se hizo el despistado, pero logró ver a través del rabillo del ojo que quien le pedía los cigarros era un hombre de muy baja estatura que en su mano izquierda llevaba un látigo y en la derecha un sombrero demasiado grande.

Al arribar a su casa, esta vez el hombre le contó lo que había pasado a su mamá, quien le aconsejó que, desde el día siguiente, no saliera de su casa sin llevar una cruz consigo, a fin de que ese amuleto lo protegiera.

El sujeto se llevó la cajetilla de cigarros y el crucifico en su pantalón. En esa ocasión, el duende no le pidió cigarrillos, sino que simplemente empezó a darle latigazos por la espalda.

El dolor que Juan sentía producto de los azotes era casi insoportable. Por eso, se armó de valor y tomó la cruz con una de sus manos y se la enseñó al enano.

En ese instante, la criatura desapareció en la oscuridad del bosque y nunca más se le volvió a ver. Como esta hay otras historias que cuentan los encuentros que tuvieron los lugareños de Riobamba con el duende de San Gerardo.

La silla del Cementerio

Los panteones o cementerios son lugares en los que la vida y la muerte se mezclan. Decimos esto porque cada vez que se entierra una persona, sus dolientes acuden a darle el último adiós.

Por su parte, algunos autores de leyendas ecuatorianas de terror aseveran que, en este lugar, hay miles de historias que merecen ser contadas. Esto analizándolo desde un cierto punto de vista es verdad, ya que, si las lápidas pudieran hablar, seguramente nos contarían crónicas fantásticas de fantasmas o entes que se aparecen a mitad de la noche.

Ahora bien, alejándonos un poco de las historias de miedo , les quisiera compartir esta crónica que más que otra cosa es una historia de amor. Se trataba de un matrimonio que por azares del destino había arribado a la ciudad de Riobamba a fines del siglo XIX.

Eran dos seres que compartían todos sus gustos y aficiones, pero lo que más les complacía era llevar a cabo acciones que desencadenaran en el bien social.

Nadie pudo imaginar la tragedia que estaba por sufrir aquella pareja. Y es que de momento Elizabeth (así se llamaba la mujer del matrimonio) enfermó repentinamente y luego de luchar varios meses contra una desconocida enfermedad murió.

Mientras tanto, su esposo Jozef se quedó con el alma destrozada. Lo peor es que no podía sacar la imagen de ella de su mente. El hombre pasaba día y noche abrazado a la lápida de su mujer.

Algo que no hemos mencionado hasta este momento, es que ambos eran extranjeros y, por lo tanto, tenían un plazo de estancia máximo dentro del territorio ecuatoriano. Sin embargo, cuando éste se cumplió, Jozef se negó rotundamente a dejar sola la tumba de su esposa, pues decía que en su país de origen ya no le quedaba nadie.

Las autoridades se comparecieron de él y dejaron que la siguiera visitando en el cementerio de forma regular. Así, cualquiera que visitara panteón, podía ver a aquel hombre sentado en una silla, junto a ella.

Había veces en las que ambos «conversaban» otras tantas, él le leía poemas de su libro favorito.

Luego de varios años Jozef murió y fue sepultado por la propia gente del cementerio al lado de su esposa. Por último, los sepultureros decidieron colocar por siempre una silla. A esa tumba, como un fiel recordatorio de que el amor verdadero (y sobretodo eterno) existe.

Leyendas Guayaquileñas

Si tienes la oportunidad de visitar la ciudad de Guayaquil , no debes dejar de salir a pasear por sus calles, para que la gente te empiece a contar una inmensa cantidad de leyendas guayaquileñas , es decir, historias que fueron creadas en esa región y que aún a la fecha siguen resonando en el imaginario colectivo, no sólo de los pobladores de esa bella nación, sino también en otros países sudamericanos.

La viuda del Tamarindo

La viuda del tamarindo es un espectro que se asemeja a la silueta de una mujer vestida de manera muy elegante. Misma que sale de noche para atormentar a quienes salen de parranda.

La dama camina rápidamente hasta que se sitúa por delante de su víctima. Luego le hace una seña invitándolo a que la siga. Después de recorrer al menos 2 km, la mayoría de los hombres se detienen a recuperar el aliento, pues su estado de ebriedad les impide caminar con normalidad.

Y es que en el preciso momento en el que sujeto pronuncia una palabra, la viuda del tamarindo se voltea y deja ver su rostro, el cual es el de una macabra calavera.

Hay otra versión de esta crónica legendaria en la que se afirma que en entre los árboles de tamarindo que se hallaban en la parroquia de Morro , salía a medianoche una mujer vestida de negro, persiguiendo a los transeúntes.

La diferencia entre ésta y la historia anterior, es que el espíritu desaparecía de inmediato una vez que alguien trataba de verle el rostro.

El ataúd ambulante

Durante la noche en la zona en donde se forma el gran Guayas , se puede ver un féretro de madera flotando con la tapa entreabierta. Sobre ésta hay una vela de gran tamaño que sirve para iluminar a los dos cuerpos que reposan en el ataúd.

Se trata de una madre y su pequeño hijo. Ella en vida respondía al nombre de Mina, en tanto que el pequeño no alcanzó a ser bautizado.

La mujer se enamoró perdidamente de un soldado español, con quien contrajo nupcias en el más profundo secretismo. Por su parte, el padre de la dama al enterarse de esa noticia, se enfadó muchísimo, pues para él los españoles habían traído la desgracia a su país.

Lleno de una profunda rabia lanzó un maleficio en contra de su hija, no sólo por haberse casado con un «enemigo», sino también por dejar su religión y convertirse en católica.

La maldición lleva el nombre de «Chauma» y básicamente el conjuro consiste en no dejar que el alma de su hija ni de su nieto descansen.

Fray Simplón y las palomas

La leyenda cuenta que Fray Simplón era un padre perteneciente a la orden de los franciscanos, el cual guardaba un especial cariño por las palomas. Desgraciadamente en el año de 1726, ocurrió la erupción del volcán Cotopaxi, ocasionando que el campanario del templo edificado en honor a San Francisco quedara seriamente dañado.

Después de que sucedió el percance, el corregidor de Guayaquil le indicó al fraile, que tanto él como sus compañeros tenían únicamente tres semanas para reparar los daños del templo, pues de lo contrario mandaría a las autoridades a demoler la Iglesia.

Tal y como era de suponerse, el tiempo otorgado por las autoridades, fue muy corto, por lo que una mañana, gente del ayuntamiento llegó y acabó con el templo en pocas horas, dejando sólo un montón de escombros.

Por increíble que parezca, esa misma noche miles de palomas blancas llegaron y con sus picos comenzaron a recoger los restos de la Iglesia y de alguna forma la reconstruyeron tal y como si se tratara de un rompecabezas.

El corregidor quedó tan asombrado, que pidió entrevistarse de inmediato con Fray Simplón a quien le preguntó:

– ¿A quién le rezaste para que tu templo quedara de nuevo en pie?

– A nadie señor. Sólo fueron los ángeles en forma de palomas, quienes decidieron ayudar en la tarea.

El niño de la mano negra

Esta leyenda ecuatoriana nos narra la historia de un niño de nombre Toribio, quien nació sin su mano derecha. De inmediato sus padres al darse cuenta de esto, le rezaron una novena a la Virgen del Soto, para que intercediera por ellos y les hiciera el milagro de que su pequeño recobrara dicha extremidad.

Los años pasaron y el pequeño Toribio en vez de sentirse mal por su problema, era uno de los niños más queridos de la región, puesto que siempre estaba dispuesto a ayudar a los mendigos y a los desamparados que pasaran cerca de su domicilio.

Un día llegó hasta su casa, una viejecita acompañada de un niño pequeño. Ella le pidió un plato de comida. Toribio no solamente les entregó los alimentos que le había solicitado, sino que también les dio una bolsa llena de frutas para el camino.

La anciana al percatarse de ese gesto de generosidad, le dijo que, al día siguiente, ella le daría un obsequio. Por la mañana, los padres de Toribio despertaron sobresaltados debido a los gritos de éste.

No eran alaridos de terror ni nada por el estilo, sino de algarabía. Emocionadísimo el pequeño les mostró que ya tenía su mano derecha (sólo que esta era de color negro).

Por otro lado, se cuenta que cuando Toribio se hizo adulto, enfrentó en más de una ocasión a los piratas que pasaron por Ecuador. Luego su cuerpo fue sepultado y años después exhumado, dado que aquellos terrenos en donde descansaban sus restos, serían usados para otro propósito.

Sin embargo, hay gente que aún afirma que, dentro del féretro, solamente había dos elementos: polvo de huesos y la mano negra en perfecto estado.

Posor-Já

La parroquia de Posor-Já fue bautizada con ese nombre, gracias a la llegada de una niña que llegó sola a esa localidad en una extraña embarcación.

Para aquellos que no lo sepan, el nombre Posor-Já, es la manera que tenían los nativos para expresar la siguiente oración: Espuma de Mar». De hecho, había algunos indígenas que la consideraban como una princesa que había llegado para protegerlos.

En el momento en el que la niña se convirtió en mujer, la gente comenzó a escucharla con suma atención, pues los pobladores se dieron cuenta de que poseía el don de la adivinación. Es decir, era capaz de predecir los acontecimientos futuros.

Prueba de ello se dice que vaticinó el fin del reinado de Atahualpa, tal y como sucedió. Una vez que hizo una serie de predicciones, se dirigió al mar y comenzó a caminar hacia él, hasta que se perdió por completo en el horizonte.

Leyendas Cuencanas

El término leyendas cuencanas hace referencia a aquellos mitos y leyendas que sucedieron durante el periodo de la conquista, dentro de la ciudad de Cuenca.

De igual forma como hemos venido viendo con otro tipo de leyendas, la temática de estas historias también es sumamente variada. Así que, sin más preámbulos, veamos cuáles son las principales narraciones de esta zona geográfica.

El cura sin cabeza

La leyenda del cura sin cabeza , no solamente se conoce en cuenca, puesto que hay personas que afirman que ocurrió lo mismo en otras regiones ecuatorianas.

Se cuenta que hace muchísimos años (de hecho, más de un siglo) había un sacerdote al que le gustaba salir con varias mujeres después de concluir sus misas.

Obviamente este tipo de conducta era propulsada por los moradores de Cuenca, pero lamentablemente nadie podía hacer nada para evitarlo, ya que el cura era amigo de las autoridades eclesiásticas que en algún momento pudieron removerlo.

El sacerdote siguió saliendo con varias muchachas solteras, hasta el día de su muerte. Se dice que a su funeral no acudió nadie, salvo el sepulturero.

Cuando el enterrador comenzaba a echar la tierra sobre el ataúd, la tapa de éste se abrió, permitiéndole ver que aquel cuerpo no tenía cabeza.

El hombre terminó de hacer su trabajo y luego se dirigió a una cantina en la que les relató a los asistentes lo sucedido. De inmediato hubo quienes afirmaron:

– De seguro fue el demonio el que se llevó su cabeza al infierno.

Desde ese momento, el cuerpo del cura vaga por las noches con la esperanza de recuperarla.

El farol de la viuda

Esta leyenda nos habla de una mujer casada que engañaba a su marido, escapándose por las noches con otro hombre. Sin embargo, para no ser descubierta en el engaño, la dama siempre salía de su casa acompañada de su hijo pequeño, pues decía que, si el bebé no daba su paseo nocturno, no podría conciliar el sueño.

En una de esas noches iba caminando al lado de su amante a orillas del río Tomebamba. Luego de manera totalmente inesperada la mujer dejó caer al niño al agua.

Minutos después, la mujer recobró la razón y recordó lo que había hecho. De inmediato sintió una terrible desesperación que llenó tanto su cuerpo como su mente de angustia.

Velozmente fue a buscar un farol de petróleo, para alumbrar las orillas del río y comenzar a buscar a su hijo. Desafortunadamente el bebé jamás fue encontrado.

Por su parte, el marido de la mujer al enterarse de lo sucedido, se quitó la vida. Eso provocó que la dama perdiera la poca cordura que aún tenía y también acabara suicidándose.

No obstante, la gente de Cuenca dice que su espectro ha permanecido merodeando las orillas del río Tomebamba, pues no descansará hasta encontrar a su bebe.

Una variación de esta leyenda ecuatoriana , asevera que el fantasma de la viuda del farol se dedica a asustar a los hombres infieles que salen a pasear con mujeres que no son sus esposas.

El perro encadenado

El perro encadenado es una especie de bestia que de acuerdo con las mujeres que solían ir a la iglesia en el siglo XIX, representaba el retorno de Lucifer a la Tierra.

Tal aseveración se debía al hecho de que de acuerdo con las crónicas que se tenían, se trataba de un can que tenía un par de cuernos y sus ojos eran tan brillantes que parecían un par de carbones ardiendo.

También se decía que Dios había permitido que el perro rondará por las calles de Cuenca, con el fin de recordarles a los sacerdotes que debían continuar con su labor de evangelización y que no solamente se dedicaran a comer y beber como hasta entonces.

Una cuestión que no hemos mencionado es que esta bestia arrastraba una pesadísima cadena por todas las calles por donde se movía. Lógicamente el ruido de aquel metal rozando con la tierra era tan horrendo que, de sólo escucharlo, la gente quedaba horrorizada.

Otra manera en la que el can asustaba a los lugareños era dando aullidos durante las noches de luna llena. Inclusive había veces en las que sus gruñidos se mezclaban con el sonido de la lechuza, provocando que el ambiente se volviera aún más tétrico.

Esos ruidos eran interpretados por los indígenas como «señales del más allá» que indicaban un mal augurio. Dicho de otra manera, cada vez que se escuchaba al perro y al búho al unísono, ellos sabían que un integrante de su tribu iba a morir.

En México se adoptó un dicho similar que reza así:

«Cuando el tecolote canta, el indio muere».

Leyendas Quiteñas

Las leyendas quiteñas han sido desde su invención una manera en la que la gente de generaciones pasadas ha logrado comunicarse con la gente que vive en la capital de Ecuador actualmente, gracias a que sus relatos fueron transmitidos de generación en generación.

Quito es un lugar mágico y místico, en el que prácticamente en cada una de sus calles, podríamos encontrar una historia fascinante.

El Cristo de los Andes

Manuel Chili , un muchacho de origen indígena tenía la capacidad de ir de un lado a otro dentro del templo de La Compañía. Esa agilidad tenía sorprendida a los sacerdotes, quienes eran los encargados del templo.

Con el correr de los años, el joven se transformó en un magnífico artista. Tanto así que los jesuitas pidieron hacerse cargo de él (tanto de su alimentación, como de su educación).

El talento del chico era algo que se podía ver a kilómetros de distancia. Por ello, uno de los frailes le pagó un curso de pintura y escultura, para que finalmente emergiera todo su potencial que aún permanecía oculto.

De esa manera fue como surgió el magnífico Caspicara, un brillantísimo artista, quien pasaba más de la mitad del día balanceándose en andamios. Se dice que esa actividad fue la que poco a poco desencadenó en él pavor a las alturas.

Su miedo era tan profundo que a veces mantenía sus ojos cerrados por largos periodos hasta que lograba calmarse y así poder continuar con su trabajo. Sin embargo, si por alguna razón el capellán de la iglesia lo llegaba a ver de ese modo, de inmediato lo reprendía, pues pensaba que Manuel estaba descansando en vez de ponerse a trabajar.

Pese a eso, el prestigio del artista indígena se esparció por varios lugares de Sudamérica, llegando incluso a los países vecinos. Es decir, a Venezuela y Colombia.

Las obras que se conservan de él en la actualidad, no tienen un precio establecido, pues se trata de piezas únicas de incalculable valor. Lo malo de esta historia es que como casi todos los artistas famosos de épocas antiguas, el pobre Manuel murió prácticamente abandonado en un hospicio.

La olla del Panecillo

El Panecillo es una elevación que se encuentra dentro de la ciudad de Quito. La persona que me contó esta leyenda me dijo que hacía muchísimos años, una mujer acostumbraba llevar a pastar a su vaca a esa zona, pues no tenía otro lugar en donde alimentarla, debido a que contaba con muy poco dinero.

Un día dejó a la vaca sola cerca de la olla, más cuando regresó el animal había desaparecido. Sumamente asustada por perder a su única fuente de sustento, la mujer empezó a recorrer las cercanías del lugar, para ver si podía encontrarla.

Las horas pasaban y pasaban y la vaca continuaba sin aparecer. Era tal su propósito por localizarla, que bajó hasta el fondo de la olla, para revisar si la vaquilla se encontraba allí.

Cuál sería la sorpresa de la mujer que en aquel lugar se alzaba un palacio de enorme tamaño.

El castillo tenía las puertas abiertas y en su interior se alcanzaba a observar a una bellísima princesa sentada en su trono.

Su alteza al darse cuenta de la llegada de la mujer, rápidamente le preguntó esbozando una sonrisa:

– ¿Por qué has venido a visitarme el día de hoy?

– No señora, no es una visita. De hecho, me apena mucho que me vea así. Lo que pasa es que he extraviado a mi vaquita y si no la encuentro, quedaré aún más pobre de lo que soy, puesto que es mi única fuente de ingresos.

Mencionó la mujer, mientras que de sus ojos brotaban algunas lágrimas.

Luego de escucharla, la princesa le obsequió una mazorca y un ladrillo de oro para tratar de compensar la pérdida. De igual forma, le dijo que no se preocupara, ya que seguramente la vaquita había regresado a su casa.

La mujer le agradeció a la princesa todas sus atenciones y cuando iba caminando hacia fuera del castillo, observó con infinita alegría que su vaca la estaba esperando.

El penacho de Atahualpa

Dice la leyenda que una vez que murió el último de los Shyri, (así es como se nombraba a los Jefes indígenas que gobernaban Quito), los moradores elevaron al trono a la hija de éste, cuyo nombre era Pacha.

Posteriormente, el conquistador Huayna Cápac , acudió para reunirse con la soberana en son de paz. Pacha escuchó atentamente las palabras del extranjero.

Por su parte, el hombre quedó enamorado perdidamente de la joven princesa. Al poco tiempo ambos se casaron y comenzaron a vivir en el palacio real. En ese lugar fue donde nació el príncipe de nombre Atahualpa.

Atahualpa obedecía todas y cada una de las reglas que le imponía su padre. Una bella tarde, el chico paseaba por las cercanías del palacio cuando de momento vio a una hermosa guacamaya de llamativos colores.

Inmediatamente sacó su arco y flecha y mató al ave de un certero tiro. Feliz por lo que había hecho, corrió enseñarle a su madre a la guacamaya muerta. La reina se molestó mucho y le recordó:

– A los únicos que nos está permitido matar es a los enemigos, pues ellos cuentan con armas para defenderse de nuestros ataques. Sin embargo, las aves sólo están en este mundo con el propósito de adornarlo con sus bellos plumajes.

Luego de decir esas palabras, Pacha tomó una de las plumas del ave muerta y la agregó al penacho de su hijo, como un recordatorio de que no se debe matar a ninguna criatura sólo por placer.

La Iglesia del Robo

Cuenta la leyenda que una mañana un grupo de sacerdotes se dirigía hacia la quebrada de Jerusalén. cuando por fin llegaron a su destino, se pusieron muy tristes, puesto que notaron que alguien había robado las hostias y el cáliz de la Iglesia.

– Quien pudo llevar a cabo este sacrilegio? Preguntó el más veterano de los curas.

– No lo sé padre, pero debemos encontrar los objetos perdidos. Respondió otro de los sacerdotes.

Los clérigos convocaron a que la gente saliera en procesiones por todas las calles de Quito, hasta dar con los pillos. Algunos de los indígenas salieron inclusive con objetos de flagelación, para demostrarle a Dios que ellos no habían tenido absolutamente nada que ver con las fechorías cometidas en el templo.

Por ejemplo, había quienes arrastraban pesadas cadenas o también los que se azotaban la espalda con látigos.

Esta reacción de la gente quizás parezca rara en la actualidad, pero hay que tomar en cuenta que esta historia ocurrió hace más de 200 años, cuando las personas demostraban su fe de otra manera.

Especialistas en el tema dicen que estas acciones fueron llevadas a cabo, sobre todo para evitar que la ira de Dios llegara a la capital de Ecuador. En las procesiones la muchedumbre recorrió desde la Iglesia de Santa Clara hasta la de Santa Catalina, sin hallar el más mínimo rastro de los ladrones.

Sin embargo, cuando ya se había perdido casi toda esperanza, una indígena corrió a avisarles a los sacerdotes que había encontrado el cofre de plata en donde se guardaba el cáliz y las hostias.

Al parecer los bandidos creyeron que esa caja estaba llena de monedas o de algún otro tipo de tesoro. Sin embargo, en el momento en el que lo abrieron y se encontraron que sólo tenía una copa y cientos de hostias, la dejaron abandonada cerca de la quebrada. Hay quien dice que huyeron a Conocoto , aunque cabe mencionar que esas versiones jamás fueron comprobadas al 100%.

Finalmente, los ladrones fueron apresados y condenados a morir en la horca. De igual forma, en el sitio en el que se hallaron los objetos sagrados, los sacerdotes mandaron edificar un nuevo templo al que bautizaron con el nombre de la Iglesia del robo.

El último ensueño de Manuelita

Manuelita Sáenz se encontraba en su lecho de muerte. Ella estaba agonizando, debido a una altísima fiebre. En uno de sus delirios vio un destello de luz que segundos más tarde se transformó en la silueta del «Libertador de las Américas». Obviamente me refiero a Simón Bolívar.

La aparición se dirigió a ella con voz suave:

– Querida Manuelita, te devuelvo esta corona hecha de rosas. Por si no lo recuerdas, fue la misma que arrojaste desde el balcón el día que entre triunfante a la ciudad de Quito.

– ¡Bolívar! Contéstame una cosa… ¿Te parece que me veo bonita con este vestido blanco?

– Por supuesto mi señora. No olvides que ese es el color de la libertad. Además, vine para llevarte conmigo a un lugar en donde no existen las barreras del tiempo. Dame tu mano y acompáñame a la inmortalidad.

La mujer quiso incorporarse de la cama, pero no pudo. Desesperada empezó a gritar:

– Bolívar, no me abandones aquí. Deseo irme contigo.

De pronto, el eco resonó en la habitación diciendo:

– Querida mía, no puedo esperar más tiempo. Vámonos ahora.

Una vez más Manuelita trató de levantarse de la cama. Frustrada por no poder hacerlo, empezó a gritar y a llorar desesperadamente:

– No me dejes amor mío, Quiero estar de nuevo entre tus brazos.

La criada de la señora Sáenz escuchó sus lamentaciones y acudió lo más rápido que pudo atenderla.

– ¿Llamó usted?

– No Imaya, no estaba hablando contigo. Me encontraba charlando con Bolívar. ¿Acaso no lo viste?

– Temo que no señora.

En el preciso instante en el que sonaron las campanas de la capilla que se encontraba cerca de su domicilio, exactamente a las 6:00 de la tarde, Manuelita Saenz expiró su cultivo aliento.

Por fin, estaba lista para reunirse con el amor de su vida.

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