La niña del lazo rojo

Asesinos del Zodiaco
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Me desperté al oír el clic de la puerta cerrarse. Miré a mi derecha: mi hermano menor no estaba. Me paré de la cama, dejando al descubierto mi pijama color azul. Agarré la linterna del cajón de la mesita de luz y la encendí, para después salir de mi cuarto y alumbrar el pasillo desierto.

Empecé a bajar las escaleras, apuntando a todos lados con la linterna en la mano derecha. Esto era muy raro: Tommas no se levantaba de la cama en toda la noche, a él le aterraba la sola idea de bajar las escaleras solo y con la oscuridad frente suya, sin dejar ver nada.

Al terminar de bajar las escaleras fui caminando hacia el living que estaba del lado izquierdo y no había nada. Me fijé tras el sofá, nada. Fui al pasillo de la planta baja nuevamente y entré, esta vez a la puerta del lado derecho, ósea la cocina y tampoco, no había nadie.

Entonces salí de la cocina y caminé derecho en el pasillo al costado derecho de la escalera, entré a la puerta que estaba bajo las escaleras y no, en el baño no estaba. Así que a los últimos lugares donde iría eran dos: el patio trasero y el patio delantero.

Fui primero al patio delantero, pero solo había autos estacionados y las plantas que había cuidado mi madre. Nuestro perro Max, alterado, ladraba mientras miraba hacia el patio trasero, como si quisiera ir, pero la cadena que tenía en su cuello se lo impedía. Podía sentir los nervios del animal, haciendo que me asuste un poco de sus acciones, aquel no era el tranquilo y pacífico perro que habíamos adoptado.

Así que caminé hacia él y al llegar frente al perro le acaricié su cabeza, pero eso no lo calmó. Seguía de alguna manera apuntando hacia el patio trasero.

—Ya, calma Max— dije mientras trataba de calmarlo, pero no había caso, él no dejaba de ladrar y tratar de correr hacia el patio trasero.

Suspiré y negué con la cabeza. No iba a calmarlo con simples palabras. Así que me di media vuelta y caminé hacia el patio trasero. En el césped, pequeñas gotas de sangre conducían a la punta izquierda del jardín, donde había un gran árbol y un pequeño espacio totalmente oscuro.

Caminé nervioso y, con el temor recorriendo mi cuerpo hasta aquel lugar entre la cerca y el árbol, levanté la linterna y la luz alumbró a una pequeña niña de entre unos 8 o 9 años, tez blanca como la nieve, ojos azules y cabello totalmente negro, acompañado con un lazo rojo.

Ella levantó su rostro encontrándose con la luz de la linterna alumbrándola.

Pero cuando ella levantó su rostro, noté algo, tenía sangre en toda su cara y ropa, y portaba un cuchillo de carnicero en su mano derecha. A su lado, aparecía el cuerpo de un pobre niño de entre los 5 años con su cara totalmente desfigurada y sin ojos. El niño llevaba un pijama color verde, teñido de rojo por la sangre que manaba de su propio cuerpo.

Ahí reconocí a mi hermano ahora muerto, al lado de aquella niña que me miraba con una sonrisa sádica que te desquiciaba. Ella pasó la punta del cuchillo por la comisura de sus labios que formaban aquella sonrisa y con voz ronca, dijo:

—¿Quieres jugar conmigo, niño?

Y desde aquel día, nadie pudo encontrar los cuerpos sin vida de Tommas y su hermano mayor, Noah. Solo un rastro de sangre desde el umbral de la puerta trasera hasta el espacio entre aquel árbol y la cerca, la cual tenía un gran hueco que mostraba claramente el camino al bosque de donde nadie volvía.

Se dice que la niña del lazo rojo es una pequeña que, siendo claustrofóbica y nictofóbica (que le teme a la oscuridad), fue encerrada en un casillero por sus compañeros de clase, abandonada e incendiada en el bosque, muriendo por las llamas, llamas que tornaron negro su rubio cabello, sobreviviendo al fuego el lazo rojo, perteneciente a la niña, que usaron para atrancar la puerta del casillero. Dicen también que su fantasma puede volver a tomar posesión de su cuerpo cada noche de luna llena, por lo que siempre ronda ese bosque, y que así acaba con la vida de otros niños con su mismo temor a la oscuridad.

— Via Creepypastas

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