La marca de Caín

El Puente Negro
El Puente Negro

Siempre recuerdo aquella vieja historia del Génesis sobre dos hermanos, Caín y Abel, que me contaba mi abuela cuando era un niño. El primero era el mayor y se dedicaba a la agricultura; el segundo, al pastoreo. Un día ambos hermanos mostraron sus ofrendas a Dios y este prefirió la de Abel. Caín no pudo soportarlo. Manipulado por los celos y la ira, asesinó a su hermano para así obtener el título del primer fratricida de la historia. Pasaron muchas cosas con Caín, cosas que ya he olvidado, pero siempre recordaré el castigo que recibió. Dios decidió marcarlo con una seña particular. Una marca que se ha pensado que fue puesta para que Caín fuera reconocido como el asesino que fue. Sin embargo esa marca fue puesta para que no pudiera esconderse de quienes lo atormentarían toda su vida. Y Caín murió en Nod cuando ya no pudo sobrellevar las horribles visiones que le fueron dadas como castigo. Lamentablemente la historia no terminó ahí.

Al principio pensé que era un lunar como cualquier otro, ni muy grande, ni muy pequeño. Pero pasó el tiempo y la mancha fue creciendo en mi pecho. Cada día era más visible, cada día era más difícil de esconder. Comencé a preocuparme, pues una mancha así es fácilmente atribuible al cáncer. ¿Qué no daría porque lo hubiera sido? Después de unos cuantos estudios clínicos mi preocupación se fue. De acuerdo con los médicos no había absolutamente nada de qué preocuparse, solo era un problema con la pigmentación de mi pecho. Y así lo creí durante un par de años.

Tiempo más tarde en una reunión decembrina, después de más de una década sin saber nada de ella, volví a ver a mi abuela. Antes de reparar en mí, lucía tranquila, incluso jubilosa. Pero al acercarme a saludarla ella notó la mancha en mi pecho y su rostro tornó pajizo. “Qayin, Qayin, Qayin” empezó a titubear sin detenerse.

-¿Qué has hecho? ¿Por qué lo hiciste, Qayin?- Preguntó enfurecida.

-¿Hacer qué? ¿Quién es Qayin?-

No hubo respuesta. Jamás volvió a dirigirme la palabra.

Lo que titubeó mi abuela solo era el hebreo para Caín. “Qayin, Qayin, Qayin”, pasé mucho tiempo preguntándome quién era “Qayin”. ¿Cómo no pude haberlo recordado desde el inicio? En sueños me llamaron por ese nombre, ininteligible para mí en aquel momento. “Qayin, ahora estás marcado. Ya no puedes esconderte”. Las visiones comenzaron tres días después de ese sueño.

En la oscuridad y en la luz las cosas ya no son para mí lo que deberían ser. Los demonios no se esconden. Lo que pueda escribir de ellos no basta para describir lo que realmente son. Cuernos, pezuñas, piel roja y brillante… Solo son patrañas inventadas por la iglesia para mantenerse en el negocio. Pero el miedo no solo está en sus abominables y repugnantes formas, sino en lo que ellos te hacen recordar. El peor de tus pecados, el pecado que te hace merecedor de la marca de Caín.

Realmente la quise, pero el insomnio es insufrible. Verla dormir todas las noches, mientras yo pasaba horas dando vueltas de un lado a otro de la cama, hizo que dejara de quererla. Y con el tiempo esa falta de cariño se transformó en odio. La envidia fue la perdición de Caín y también la mía. “Quizá el Diablo está debajo de la cama en este momento, quizá ha estado ahí desde siempre” me dijo ella una vez antes de ir a dormir. Y el Diablo estuvo con ella, porque el Diablo era yo. El primer corte en la garganta fue el más difícil…

Ahora ella repite la misma frase a mi lado y esta vez “Diablo” tiene un sentido literal. Me ve y se ríe porque ha llegado la hora de que el criminal impune pague sus pecados. Así que, para cualquiera que lea esto, tal vez esa mancha, que repentinamente ha aparecido en alguna parte de su cuerpo, no sea solo un lunar.

— Via Creepypastas

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