La lora de mis vecinos

Asesinos del Zodiaco
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Mi barrio es sumamente silencioso y tranquilo, me encanta vivir aquí. Todas las mañanas me despierto; lo único que puedo escuchar es el viento moviendo las copas de los árboles. Soy maestro de yoga y vivo solo desde que mis padres murieron. Tengo vecinos -gente madura y respetable, amante del orden-, de entre ellos especialmente dos simpáticos ancianitos, a quienes les gustan las gallinas y las plantas
Lora
ornamentales.

Una tarde descubrí que la pareja de ancianitos había comprado una lora verde. A través de la tapia no muy alta percibo la jaula en medio del jardín, y a una bonita lora en esta. Sus gritos estridentes “¡Chiquillos!” me habían puesto sobre aviso: era muy ruidosa y no parecía conocer el cansancio.

Amanece después de tantos días madrugando por culpa de sus chillidos. “¡Ana, papi, jajaja!”. Despierto confundido. “¿Cómo? Ah, claro, es la lora”. El reloj me indica las 5 de la mañana. Trato de dormir, pero los gritos de la lora me irritan. Nada, sin embargo, interrumpiría el curso de mi rutina. Me alisté temprano y salí al trabajo.

Tras una extenuante jornada, vuelvo al vecindario. Todo estaba en silencio, como en los viejos tiempos. Así que me siento en la cama, pongo música suave y hago mis ejercicios de meditación. Me relajo completamente, suelto mi cuerpo… ¡No puedo creerlo! Esa lora sigue gritando como loca.

Ahora es mi día libre. Pero la lora me despertó a las 5 de la mañana. ¡No pude dormir! Por más que lo intento, esos gritos me distraen, me enojan. La mejor manera de acabar con este martirio que me arruina la vida es exterminando el problema de raíz… No, no, soy una persona de bien, en paz conmigo mismo y con el mundo. Decidí ser paciente.

Una semana después me encuentro con la ira hirviendo en mi pecho, sosteniendo un rifle desde el techo de mi casa. La lora no cesa de chillar, indiferente. Me tiembla el pulso. Pero no hay dudas ya.

¡Fiuu! La bala surca el aire y atraviesa el cráneo del pájaro, explotando este a causa del impacto. No puede ser, continúa de pie, balanceándose al interior de su jaula decorada.

“¡Asesino, asesino!”, chilla alocadamente, con el torso ensangrentado y la cabeza hecha pedazos, dirigiendo su frenética alma en cada palabra contra mí.

¡No! ¡No! ¡No!… Entonces despierto de la pesadilla, una pesadilla. Las ojeras ennegrecen los bordes de mis cuencas visuales, sombreando un pálido rostro de cadáver: tantas son las noches de insomnio por ese estúpido pajarraco. Y cuando logro conciliar un sueño engañoso, sufro pesadillas en que de una u otra manera acabo con el ave. ¡No lo aguanto más! Esta será la última noche para su barullo infernal.

Esperé a que fuese la media noche, cuando los ancianitos duermen profundamente y la lora guarda un silencio muy breve. Abrí cautelosamente la jaula, luego de acercarme con la misma cautela a la casa de mis vecinos. De inmediato despertó el animal y se puso a chillar. Lo tomé del cuello con ambas manos, llenándome de ira mortal. La lora aleteaba, tratando de huir, pero solté una mano, con la cual le arranqué las alas. Cogí después sus patas y las arranqué también.

El desgraciado animal aún chillaba, de modo que cogí su cabeza, la apreté con fuerza y la arranqué igualmente. ¡Por fin! Lo había logrado. Los ancianos prendieron las luces. Me escurrí silenciosamente hasta mi casa, favorecido por las sombras de la noche.

Oí sus llantos, sus palabras tristes. Pero yo solo pensaba en mi triunfo, en que podía dormir profundamente y con delicia. A la mañana siguiente los remordimientos me atacaron, ¿por qué no me quejé con sus dueños antes de tomar alguna medida retorcida y exagerada? En fin, lo hecho, hecho estaba.

Me desperté alrededor de las cinco de la mañana… Qué raro, cómo es posible. A mis oídos llegaron las palabras: “Ana, chiquillos, ¡papi!”. ¡No puedo creerlo! ¿Habrán comprado otra lora?

Brinqué de la cama y corrí descalzo a fijarme por la tapia. Cuando dirigí mi vista hacia la jaula, la encontré vacía. Los chillidos continuaron toda la noche. Y así sucede hasta hoy en día: desde la jaula vacía suenan los chillidos espantosos.

— Via Creepypastas

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