Humo en el viento

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Fernando era un niño con mucha suerte, había nacido en cuna de oro con todos los cuidados y cariños de una amorosa familia. Desafortunadamente, perdió a sus padres a muy temprana edad debido a un terrible percance aéreo.

Desde ese día, su custodia quedó en manos de su abuelo Martín, el único pariente vivo que le quedaba. Fue entonces cuando su vida dio un giro de 360°, ya que Martín era un hombre extremadamente estricto y severo; incapaz de transmitir ninguna emoción amorosa.

Al cumplir los 12 años, Fernando fue enviado a un internado y posteriormente al colegio militar. Ahí sufrió toda clase de humillaciones, tanto por parte de sus superiores como de sus compañeros. Esto fue alimentando poco a poco un sentimiento de rencor y venganza en el corazón de ese muchacho.

Transcurrieron nueve años para que volviera a su antiguo hogar, nadie lo recibió en el aeropuerto, ni siquiera mandaron al chofer para recogerlo. Tocó la puerta de su casa y Tomás el mayordomo lo invitó a pasar.

– ¡Qué alegría verlo joven Fernando! Dijo.

– Igualmente Tomás ¿y mi abuelo?

– Se encuentra leyendo en la biblioteca ¿quiere que lo anuncie?

– No, no yo mismo iré a saludarlo.

En efecto, la puerta de aquel enorme recinto se encontraba cerrada, sólo se escapaba por el ojo de la cerradura el humo del puro de don Martín. Sin pensar en lo que hacía, Fernando abrió la puerta y entró corriendo y gritando:

– ¡Abuelo, al fin he regresado, te extrañe mucho!

A lo que el anciano, con el respaldo de la silla del escritorio dándole la espalda a la puerta le contestó:

– ¡Muchacho imprudente, no sabes que debes llamar antes de entrar! Me doy cuenta con tristeza de que el dinero que invertí en tu educación no sirvió de nada. Sube a tu habitación, recoge tus cosas y espera ahí hasta la hora de cenar.

Con los ojos llenos de lágrimas, el joven subió las escaleras y obedeció al pie de la letra las indicaciones de su abuelo. Así transcurrieron varios meses, en los cuales Fernando únicamente pensaba en una cosa; asesinar a Martín pero de una forma que pareciera un accidente, pues ese modo heredaría la fortuna de su familia sin ningún problema.

Una noche de agosto, se presentó la oportunidad perfecta. Martín había pasado gran parte de la tarde en el altillo acomodando viejos papeles. Aprovechando esto, Fernando colocó un puro en la orilla de un escalón con el propósito de que su abuelo se tropezara. Y tal y como lo había previsto, el viejo rodó por la escalera partiéndose el cuello con el barandal de madera.

Luego de un año de esos acontecimientos, todo parecía marchar sobre ruedas en la vida de Fernando, el cual se la pasaba en fiestas 5 veces por semana. Hasta que una mañana un olor conocido lo despertó. Al abrir los ojos vio como el cuarto se llenaba poco a poco de humo. Se levantó de la cama e intentó abrir la ventana pero no pudo, corrió hacia la puerta y ésta estaba cerrada. Mientras tanto el humo continuaba invadiendo el espacio, eliminando el oxígeno a su paso.

Desesperado, comenzó a gritar:

– ¡Abuelo, abuelo no quise hacerlo! ¡PERDÓNAME! A lo que nadie respondió.

Pronto se dio cuenta de que su única escapatoria de esa tortura, era la muerte. Abrió el cajón del buró y sacó un revólver. Lo puso dentro de su boca y sin pensarlo dos veces jaló el gatillo. Un enorme estruendo sacudió la casa. Segundos después, Tomás abrió la puerta sólo para encontrar a su amo envuelto en un charco de sangre, con un agujero en el cráneo.

Fuente:cuentosdeterror.mx

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