Historia del viejo ermitaño

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Eso de trabajar para el estado ya no me estaba gustando; nos enviaron a las comunidades aledañas para levantar un censo y tuvimos que caminar entre los árboles para llegar hasta la casa de un viejo ermitaño, que era el único que faltaba. Por fortuna, no estaba muy internado en la arboleda, ya que no me interesaba mucho adentrarme en “ El bosque de las ánimas “, ni siquiera reuní valor para preguntar sobre el origen de tal nombre.

En unos minutos, llegamos a una cochambrosa casa, llena de inmundicia y pestes desconocidas. Luego apareció un vejestorio, andrajoso y sucio. Los pies, parecían más bien pezuñas a falta de calzado y agitaba un una rama en su único brazo, amenazando con matarnos.

Johana, mi compañera, me clavó tan fuerte las unas que acabé gritando; el viejo se nos vino encima con más ímpetu, balbuceando mil cosas y causando nauseas con su asqueroso aliento. Por fortuna no miraba muy bien, así que los palos fueron para un par de árboles cercanos. Después de desquitar su coraje, nos dijo que siguiéramos hasta su jacal como si nada hubiese pasado, sin embargo mejor lo interrogamos afuera, con la debida distancia. Al terminar todas las preguntas, nos informó que aún había un habitante más en el poblado y era nuestra obligación incluirlo en los datos.

Entre otras cosas, dijo que se trataba de un habitante eventual, que solo venia cada diez años, y que estábamos de suerte porque se encontraba ahí. Nos dio indicaciones para llegar, pero luego soltó tremendas historias que lo dimos por loco; según sus relatos el supuesto morador del espeso bosque era un ser interestelar, que venía a la tierra para alimentarse y reproducirse.

Agregó también advertencias, no debíamos movernos bruscamente o hablar alto porque podríamos asustarle, causando que nos partiera en dos con sus enormes garras y succionara nuestras entrañas con las múltiples mangueras colgantes de su boca.

—¡Patrañas! —dije molesto por tal pérdida de tiempo y preparándome para marcharme.

—¿Porque no me crees muchacho imberbe? —Refunfuñó él agitando su rama— él es mi padre —agregó con una voz retumbante que movió los arboles cercanos…luego dejó salir de sus boca esas largas mangueras succionadoras, para que no tuviéramos duda de lo que decía.

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