Hasta la última gota

El Libro de Job
El Libro de Job

-¿Cómo me ha dicho que se llama?

-Catriona, señora. Catriona Dunn.

-Muy bien Catriona. Veo que ya no me hace falta otras buena referencias para que consigas este puesto. – Contestó la dama mirando los voluptuosos pechos de aquella mujer robusta y regordeta.

-Gracias, señora.- Contestó ella ruborizándose un poco. – He amamantado a varias docenas de niños, a parte de los propios. Mi madre también era muy productiva. Podía dar de mamar hasta bien pasados los cincuenta. – acabó la frase con una sonrisa y una caída de ojos. Se sentía un poco avergonzada por lo que acababa de decir.

-Curioso…- apuntó la mujer.- Hay quien goza de suerte y quien no… como yo. Veras Catriona, estoy seca. No doy ni una gota de leche. Mis pechos se niegan a producir. Ni un mísero calostro. Parece ser que el señor no se acordó de mí el día que fabricó mis senos. Soy árida como un desierto.

Catriona volvió a ruborizarse, le resultaba curioso (y a la vez chocante), que una, Duquesa para ser más concretos tan fina y tan educada como aquella le hablase con tanta libertad de sus mamas. Pero ya lo decía muchas veces su madre: “Cuando uno tiene clase puede permitirse el lujo de descender con dignidad a donde se encuentra el populacho.” Y sí, sin duda alguna aquella mujer tenía mucha clase.

  • ¿Está usted dando ahora de mamar a alguna otras criaturas?- Preguntó la duquesa con cierto interés.

  • No señora. Bueno, hasta hace muy poco… – Su semblante se puso triste. – ..a mi hijo pero murió hace un par de semanas… tras una noche de fría helada.

  • Vaya, lo siento mucho.

-Gracias señora. Ha sido un duro golpe pero en casa ya lo vamos superando…

La duquesa se levantó de su butaca y se acercó hacia ella. Caminó todos los pasos que las separaban con las manos cruzadas, reposadas delicadamente sobre su zona pélvica. Sus chorreras de encaje le daban aun más aire de distinción. Catriona pudo admirar mejor el vestido que portaba. La falta de luz de ambiente no le había permitido admirarlo en todo su esplendor. Era una pieza muy elaborada, de varias capas que lo hacían parecer muy ancho. Era un ropaje sencillo para la distinción de aquella mujer pero solemne, todo él era de un intenso color escarlata adornado con puntillas en hilo blanco. Parecía algo pesado pero tal y como lo portaba aquella hermosa mujer lo hacía parecer muy volátil.

-Me agradas Catriona. Mucho. – Sentenció la mujer con una tenue sonrisa mientras le apoyaba una mano en uno de sus hombros. – Desearía mucho que me ayudases a criar a mi hijo. El pobre no acepta mis pechos, ni siquiera la leche de biberón. Supongo que el contacto de la tetina de cristal no le debe motivar o igual le repugna. Estoy muy preocupada Catriona. El pobre se está quedando en los huesos y temo que en cualquier otro momento se vaya a morir. Además llora mucho porque tiene tanta hambre…

  • No se preocupe señora. Conseguiré sacarlo adelante. Confíe en mi.

  • Gracias Catriona pongo toda mi fe en ti.

La duquesa dio un par de palmadas y la gran puerta del salón se abrió de repente. Apareció tras ella un hombre muy mayor con aspecto de mayordomo o lacayo. También vestía de forma elegante, todo él muy lustroso.

-Angus, Catriona se queda con nosotros. Haz el favor de llevar el equipaje a sus aposentos, creo que se encontrará muy cómoda en la habitación azul, la situada en el ala oeste. Asegúrate de ello y también de que descanse y cene bien antes de darle el pecho al pequeño Alastair. ¡Ah! y paga al cochero que la ha traído hasta aquí. Dile que ya no necesitamos sus servicios.

Angus asintió y tomó en una de sus huesudas manos la voluminosa bolsa de tela algo raída que había traído Catriona.

  • Bien querida, sube tras él y ponte cómoda, aséate y luego cena todo lo que quieras. Dentro de un par de horas podrás ver a mi pequeño y tratar de darle de comer.

-Gracias señora. No se arrepentirá. – contestó entusiasmada. – No se arrepentirá en absoluto de haberme escogido como ama de cría.

-Estoy completamente segura de que no me arrepentiré. – Contestó con firmeza la mujer. De nuevo su boca perfiló una media sonrisa fría y extraña.

Nada más cerrarse la puerta de su habitación Catriona se sentó sobre la cama. Era mullida y confortable y apetecía mucho echarse un buen rato sobre ella. Pero tenía cosas que hacer y un de ellas era deshacer su equipaje. Abrió la bolsa y buscó con cierta ansia en su interior. Tardó un poco pero cuando lo hizo extrajo una pequeña caja de madera. Catriona la abrió y de repente sus ojos se llenaron de lágrimas. Dentro de la caja había una especie de retrato, burdo pintado con colores toscos, opacos. Era la imagen de un recién nacido de cara risueña. Catriona se lo llevó rápidamente al pecho y comenzó a sollozar con fuerza. Así se pasó cinco largos minutos hasta que ya no consiguió extraer más lágrimas de sus ojos. Entonces se puso en pie, besó con amor la imagen y la colocó sobre la mesita de noche junto a la cama. Retiró el equipaje y lo guardó sobre una bella cómoda de madera tallada situada junto a una puerta. Allí guardó todas sus cosas. La habitación que le habían asignado era más grande que la casa en donde vivía con su Dougal y sus hijos. Se acercó hacia uno de los ventanales que daban al exterior. La noche lo cubría todo y las estrellas pintaban como pequeñas luces amarillas sobre el cielo. También habían luces abajo y a lo lejos, “Las de Dufftown o de algún pueblo cercano…” Imaginó. Mientras el opaco paisaje se confundía con su propio reflejo a través de los cristales de la ventana trató de recrear como serían las vistas por la mañana. “Sí, tendrían que ser impresionantes.” Se dijo. Pese a la altitud de los techos no hacía nada de frío en aquella estancia. La habitación disponía de su propia chimenea y además estaba bien amueblada, más de lo que ella podía imaginar. Tenía hasta su propia butaca y una alfombra de lana de varias pulgadas de grosor. Y no sólo eso. ¡Acababa de descubrir un cuarto de baño para ella sola! Se acercó a la bañera. Colocó el tapón de corcho en el desagüe y comenzó a llenarla de agua, templada al principio para luego pasar a caliente. Pese a la terrible pena que ella sentía aun tuvo un instante de sentirse emocionada ante semejante lujo. No se lo pensó dos veces. Se desnudó y metió un pié en el agua, luego el otro y luego sumergió su cuerpo de cintura para abajo. Arrojó agua a su rostro, espalda y pecho. Tomó una pastilla de jabón y comenzó a frotarla sobre su cuerpo. Tuvo especial cuidado de aplicarse mucha espuma en los pezones. No quería que el pequeño Alastair notase sabor a jabón en su boca. Se soltó el cabello y un cabellera rojiza se desplegó por su espalda a modo de extraña cascada. Se mojó la cabeza y se relajó apoyando la nuca sobre la base de la bañera y cerrando los ojos durante unos instantes. Mientras, de su boca comenzó a sonar una dulce canción parecida a una nana. Mientras lo hacía volvió a llorar.

Cuando bajó al salón contiguo a la cocina no pudo creerse lo que veía. Los responsables de los fogones, que no estaban a la vista habían preparado todo tipo de manjares. Había Roast Beef, Budín de calabaza, puré de castañas, gelatinas de todos los colores y formas, incluso una que tenía guisantes y verduras flotando pero estáticas en su interior y todo tipo de panes recién cocidos; también había un pavo gigantesco relleno de pasas y otras frutas y una docena de salsas todas vertidas en delicadas terrinas. Al lado de la mesa había una bandeja con ruedas con todo tipo de dulces y pasteles.

-¿Eso es todo para mí?

-Si señora. – Contestó Angus sin mostrar ni una mínima expresión.- Es el deseo de la Duquesa que usted esté bien alimentada.

Catriona casi tuvo que contener de nuevo las lagrimas. No es que ella y su parientes hubiesen pasado mucha hambre en la vida. Su propio sobrepeso así lo confirmaba. Su padre tenía una granja en el norte y nunca habían faltado buenos alimentos sobre la mesa, ni para ella ni para sus doce hermanos. A parte, su madre era muy buena cocinera, hacía los mejores huevos escoceses de todo el país y no digamos de su famoso pastel de ruibarbo… Pero por supuesto nunca había visto nada tan bien presentado o tan bien elaborado como todos aquellos manjares. Por un momento dejó de lado la gula y volvió a acordarse a su familia, concretamente a su Dougal y sus siete… seis hijos. La tristeza volvió a invadirla pero solo por un instante. Enseguida se preguntó qué cara habrían puesto todos ellos al ver semejante banquete.

Catriona se sentó en una cómoda butaca y comió, hasta hartase. Estaba todo tan delicioso que pensó en comentarle a Angus si podía guardarle todo aquello para hacérselo llegar a los suyos. Pero Angus no volvió a aparecer más.

El reloj de la cocina hizo sonar sus campanadas anunciando que ya eran más de las once de la noche. De repente sonó la campanilla, justo encima de su cabeza. Catriona se levantó sin saber muy bien qué hacer. Se dirigió a la cocina en busca de ayuda. Cuando entró en la sala de los fogones se encontró con una doncella. Era muy delgada de tez pálida y ojos acuosos. Catriona le sonrió. La muchacha no le correspondió.

-La duquesa le está esperando en el salón. Si quiere acompañarme…

-¡Oh¡ Si, gracias.

Catriona y la joven lacónica subieron las escaleras de servicio. Ninguna de las dos decía nada. Caminaron por un pasillo largo que venía de la cocina y conducía a las otras estancias principales de la casa. Todo estaba decorado con tonos bermellones. Varios cuadros y lámparas de gas se apoyaban de sus paredes.

  • Aquí es. – Le anunció la joven señalándole una puerta.

  • Gracias. Es usted muy amable – Contestó Catriona. Pero no recibió respuesta alguna.

Golpeó suavemente con el puño la puerta de madera. Escuchó un “Adelante” y entró en su interior.

La sala donde se encontraba la duquesa era más pequeña que donde la había recibido. No por ello era menos ostentosa. Grandes cortinajes de terciopelo y seda. Cuadros con retratos de posibles antepasados y alguno de motivos de caza. Un par de escudos sobre la chimenea de piedra. Una cabeza de ciervo con los ojos como alucinados y unos poderosa cornamenta que proyectaba sobre el techo una sobra medio espectral. A la altura del suelo había una alfombra de oso unas butacas orejeras y un par de mesitas. Lo demás eran varias estanterías repletas de libros perfectamente ordenados y varias figuras de cerámica delicada. La duquesa no estaba sola. Junto a ella se encontraba un elegante hombre de aspecto alargado, delgado como un palo. Su cara estaba adornada de un enorme y elaborado mostacho, oscuro como un tizón. Más arriba, sobre su ojo derecho, reposaba un monóculo.

-Catriona, te presento a mi esposo, el Duque de Lismore.

-Encantada señor.

El duque le respondió con un simple gesto, moviendo levemente la cabeza.

  • Dejémonos de cortesías. Ya es hora de que al pequeño Alastair le des su primera toma.

La duquesa le ofreció asiento, junto a la chimenea. Ella obedeció. Entonces dio dos palmadas y la puerta principal de la sala se abrió. De ella apareció una mujer muy anciana, vestida toda de negro y de cabellos recogidos con un moño y una tez blanca como la leche. Portaba un pequeño bulto envuelto en delicadas telas entre sus manos. La mujer se lo entregó a la duquesa y ésta se acercó a Catriona.

-Aquí tienes al pequeño Alastair, heredero de la casa Rusbridge.

Catriona destapó la tela del rostro del pequeño. Sobre sus brazos se encontraba el bebe más hermoso que jamás había visto, incluso tan hermoso como su pequeño Finlay, su pequeño ángel que había fallecido hacia solo un par de semanas atrás mientras dormía en su cuna. El pequeño la miró con unos ojos negros e intensos como el azabache. Se veía enfermo, con mucha hambre, su rostro era tan pálido como la anciana que lo había portado, más incluso que la joven doncella que la había acompañado a aquella sala. El rostro de aquel niño era muy perfilado, se le notaban los huesos de los pómulos y su piel era como áspera y carente de vida. Catriona sintió pena por él. Mucha. En el fondo le recordaba tanto a su pequeño Finlay…

-Acércatelo a ver si hay suerte y puede tomar algo. – Le invitó la duquesa.

Obedeció de nuevo. Se desabrochó la camisola que llevaba puesta y extrajo de su interior un descomunal y pecoso pecho. Limpió el pezón y lo arrimó con cuidado a la boca del niño. Este lo rechazó. Catriona insistió y volvió a rechazarlo, es más se puso a llorar. Los Duquesas la miraron con cierta preocupación. Aquello no la amedrentó en absoluto. Tenía demasiada experiencia con bebes difíciles. Insistió una tercera vez y tras dos amagos de rechazo Alastair se agarró al pezón con gran voracidad. Entonces todos en la sala sonrieron.

  • ¿Lo ve señora? No hay que preocuparse. – Comentó Catriona con una gran sonrisa. – Todo está arreglado.

-Ni que lo digas querida.- Respondió la mujer sonriendo de nuevo con media boca. Se acercó a su hijo y acariciándolo en la cabeza le dijo: – Ahora sáciate mi bello Alastair. Bebe, aliméntate no dejes ni una sola gota. Lo necesitas.

Entonces Catriona notó una pequeña punzada en la aureola del pezón. Fue peor que la picadura de un tábano o la mordedura de un ratón. Su vista se nubló por un instante, parpadeó y comenzó a marearse. Bajó la mirada y contempló al pequeño. De repente le pareció como los ojos oscuros del bebé se habían vuelto de un intenso amarillo. Fue un lapsus de un segundo pero el suficiente como para que se sintiese aterrada. Como acto reflejo trató de desprender al pequeño de su pecho pero le fue imposible. Es más hacerlo le producía muchísimo dolor.

  • No, no, no, no, no… – Musitó la duquesa. – Aun no ha comenzado. Debemos ser complacientes ¿No crees?. El pobre está muy hambriento.

El mareo se convirtió en vértigo y luego en debilidad. Catriona se recostó un instante sobre la butaca, curiosamente sin soltar en ningún momento al pequeño. Por un momento se auto convenció que se sentía muy mal por haber comido algo en mal estado…

  • Señora… yo… no…

  • ¡Shhhh! Tranquila lo estás haciendo muy bien. – Le animó la duquesa pasándole su fría mano por la frente.

Catriona miró de nuevo al pequeño. Su mente de nuevo le jugaba malas pasadas. A veces tenía entre sus brazos al pequeño Alastair, segundos más tarde era el pequeño Finlay quien estaba amamantándose otras veces era una especie de criatura demoníaca con dos incisivos alargados clavados sobre su carne, unas manos de dedos ganchudos y uñas afiladas que amasaban y apretaban su pecho con una desagradable lascivia. Y ese ruido que hacía… Trató de levantarse de nuevo pero ya no podía. Esta vez las piernas le fallaban. Lo que sí pudo fue llorar. Llorar sobre todo de miedo y tristeza y con el presentimiento constante de que ya no iba a poder ver más a su marido ni a ninguno de sus hijos. La duquesa se acercó a ella y de un tirón le sacó a su hijo del pecho. El dolor que sintió Catriona fue tremendo y casi perdió el conocimiento. Sintió algo cálido y acuoso que se escapaba por debajo de su falda descendiendo por sus piernas y depositándose en el suelo. Se estaba orinando encima. Sintió mucha vergüenza. La duquesa acercó al neonato al otro pecho. Ya se había saciado suficiente de uno y lo había dejado vacio, tan seco como un trozo de piel rugosa y muerta. De nuevo el dolor. Los llantos de la pobre Catriona hicieron presencia en toda la sala. Alastair comenzó a succionar. Docenas de burbujas de sangre y leche se asomaban por la comisura de sus labios. Poco a poco había recobrando su aspecto saludable todo lo contrario a su ama de cría que iba perdiendo color, salud y tersura. Su piel se iba arrugando, su cuerpo se estaba deshinchando por momentos creando una especie de extraña y grotesca muñeca de carne seca.

-Fin…lay… – gimoteó Catriona. – Doooou… gaal.. a…yuda..me. – Su voz era como un estertor ronco como el que hacía el desagüe cuando se colapsaba de agua sucia. Aun había lagrimas en sus ojos.

-Tranquila – alentó la duquesa a aquella especie de guiñapo que sostenía a su retoño. – Pronto habrá terminado todo.

Y así fue. Una vez saciado, el pequeño Alastair se desprendió del pecho y se quedó reposando sobre el regazo de aquella especie de grotesca momia que antes había sido la pobre Catriona. La duquesa dio un par de palmadas y de nuevo apareció la mujer vestida de negro que tomó al niño en brazos y lo hizo desaparecer tras el marco de la puerta.

  • Ahora sólo queda por hacer una cosa.

La duquesa esperó, paciente, detrás de la butaca y mirando el cuerpo momificado del ama de cría casi como por encima del hombro. No hizo falta mucho tiempo de espera. De repente Catriona abrió los ojos, amarillos e intensos como los de una pantera, su boca se estiró en un rictus ofreciendo una horrible mueca y mostrando unos incisivos puntiagudos, afilados como dos cuchillas. De su garganta se escuchó una especie de chillido animal desgarrador. Aquel ser trató de ponerse en pie de forma violenta.

-Lo siento querida no hay suficiente sitio para todos.- Anunció la duquesa. Alzó una espada y de un rápido movimiento le corto de un tajo la cabeza. Esta rodó por el suelo hasta chocar contra la pared de piedra. El chillido se trasformó en aullido y luego en vahído; por último la nada.

El duque se acercó a ella. Le mostró su brazo y la duquesa colocó su mano por debajo. Ambos se dirigieron hacia la puerta. La cena esperaba en algún lugar de Escocia. Había que dar las condolencias a un pobre marido y seis niños que acababan de perder en muy poco tiempo a otro ser querido y en extraordinarias circunstancias.

— Via Creepypastas

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