En la Inmensidad
No pude evitarlo, el bote se sacudió muy fuerte y caí en el abismo helado. Intenté nadar de vuelta a la superficie, pero no pude moverme. Mi cuerpo se sentía como una piedra. Luché por retener el aliento que me quedaba. No pude más y abrí la boca, rindiéndome al reflejo de respirar. El agua salada en la garganta me llenó hasta los pulmones. Continuaba hundiéndome. No podía entenderlo, debía estar inconsciente. No. Debía estar muerto. Continuaba hundiéndome. Di un último vistazo a la ya diminuta silueta del casco, balanceándose allá, arriba; nadie intentaría rescatarme, estaba dado por muerto. Continuaba hundiéndome. La poca luz que llegaba hasta aquí se diluía y antes de que lo supiera, la oscuridad se volvió absoluta. Continuaba hundiéndome. Miré hacia arriba: oscuridad; miré hacia abajo: oscuridad; helada, tintosa, endeble.
Pasaron horas. Continuaba hundiéndome. Me rendí, asumí una posición fetal y esperé y esperé… la muerte, algo, lo que fuera. Me pareció estar dormido por un tiempo, luego, un sonido apenas audible, gentil, vino de debajo de mí. Como el aullido de una ballena, pensé y pensar en eso me dio escalofríos, pero al mismo tiempo me llenó de curiosidad: ¿qué podía aullar así? Una ballena no. Una ballena no canta de así. Dejé de hundirme. Mis pies tocaron el fondo marino. Me sentí aliviado. Estaba recostado en un suelo muy extraño: no era arena, sino más bien, una cubierta esponjosa, casi gelatinosa. Abrí los párpados todo lo que pude tratando de ver mejor. El suelo brillaba. Me acurruqué. Era cálido ahí. Deslicé una de mis manos inspeccionando con cuidado, debajo de la “piel”, de esa cosa esponjosa, había una fina tubería que emitía alguna clase de líquido. Un aullido inmenso pareció surgir del universo mismo. La cosa esponjosa comenzó a moverse.
Sentí el movimiento, me estaba elevando y yo de pronto tuve que encajar ambas manos para no “caerme”.
Sujeté dos de las tuberías con fuerza, el aullido creció.
Entonces entendí dónde estaba.
A qué estaba sujeto.
Era un ojo.
— Via Creepypastas