El zapatero

El Puente Negro
El Puente Negro

Era medianoche y no se oía nada. Escasa iluminación entraba por la pequeña ventana gracias a la luna. La novicia no había podido conciliar el sueño. Se mantenía con los ojos cerrados, repasando mentalmente diversas oraciones. Se sentía inquieta.

Cuando no aguantó la sensación de estar siendo observada, abrió los ojos y vio ante su catre a una mujer ataviada de blanco, pálida, despeinada y con una gran mancha roja en la entrepierna. La novicia no dudó que se trataba de un espectro, o de una encarnación del Diablo para tentarla. Al ver que la aparición movía los labios como si hablara, aunque sin producir sonido alguno, profirió un alarido que atrajo a otras novicias, a dos monjas y a la superiora. Ésta no se molestó en inquirir sobre qué había pasado; reprendió a la novicia y a sus pares y ordenó que todas regresaran a la cama. En menos de dos minutos la celda estuvo llena y vacía de gente.

La novicia no hubiera querido quedarse sola. Le costaba trabajo serenarse. Supo que no dormiría por el resto de la noche y, quizá, en las noches subsiguientes. De pronto se abrió la puerta lentamente. Ella pensó que el espectro regresaba, por lo que se ovilló en una esquina del catre, se cubrió el rostro y sollozó, al tiempo que balbuceaba oraciones para conjurar al Malo.

Una mano se posó en su hombro. La novicia iba a gritar, pero la mano aquella le cubrió la boca. Era una de las monjas, quien la veía con el índice sobre los labios. Se sentó junto a ella y le pidió que le contara lo que había pasado. La interpelada narró detalladamente lo sucedido. La oyente suspiró, fijó la vista en otra parte y se mantuvo en silencio.

—¿Quién era? —susurró la novicia, refiriéndose a la aparición.
—Una víctima del zapatero —reveló la monja, también susurrando.
Toda la conversación sería en susurros para no atraer a nadie.
—¿Del zapatero?
—Sí. Juliana entró en el convento obligada por sus padres, quienes no la querían ver involucrada con un militar. Pero éste no se resignó a perderla. Estuvo merodeando por los alrededores del convento, sin duda para hallar la oportunidad de llevársela. Llegué a verlo varias veces. Yo era tan novicia como Juliana.
Pausa.
—¿Y el zapatero?
La monja suspiró.
—Lo trajo aquí la Madre Superiora de entonces —dijo—. Lo encontró mendigando en un mercado y le preguntó si sabía de jardinería. Él respondió que sí, aunque no era cierto. Hasta después supimos que había sido zapatero. Perdió a su esposa, veinte años menor que él, en un asalto. Unos bandidos la violaron y la mataron. Creo que eso lo enloqueció. Después declaró que se había jurado impedir “la corrupción de la castidad”. Se refería a su esposa. Según él, ella era virgen. Para mí que por culpa de él no tenían hijos.
La monja calló. La novicia no había quedado satisfecha.
—¿Y Juliana?
—Era un modelo de virtud. Casta a carta cabal. Ya había preferido el servicio a Dios a una vida mundana con el militar, pero éste seguía merodeando. Cuando el zapatero lo pilló, lo encaró para preguntarle a quién buscaba. El militar fue sincero e incluso le pidió ayuda para que, en la noche, Juliana escapara del convento para irse con él. El zapatero había escuchado suficientes detalles. Conocía a Juliana y la admiraba por su imagen pura y angelical. La verdad es que la veía especialmente, profundamente…
—¿Ayudó al militar?
—En absoluto. Le siguió la corriente y lo hizo venir una noche. Lo llevó a su cobertizo y ahí lo mató a hachazos. Enseguida entró en el convento armado con cloroformo y utensilios propios de su oficio. Entró en la celda de Juliana…
—¿Cuál era?
—Ésta.
La novicia tragó saliva y palideció al grado de horrorizar a la confidente, quien desvió la vista y continuó:
—Como era fornido, inmediatamente sometió a Juliana, la durmió y…
Ahora ella palideció.
—¿Y?
La monja tragó saliva antes de continuar.
—¿Dijiste que ella tenía sangre en la entrepierna?
—Sí —dijo la novicia con un hilo de voz, y cerró los ojos de angustia.
—El zapatero usó una aguja curva para mantenerla casta por siempre. No hizo las cosas bien y Juliana murió desangrada. La encontramos al día siguiente, con el zapatero rezando a su lado, de rodillas. Nos vio con ternura y nos dijo que ya nadie trataría de aprovecharse de Juliana. Vinieron por él y se lo llevaron a la cárcel, aunque luego lo trasladaron a un manicomio. Nunca aceptó que había matado a nadie, ni siquiera al militar.
Hubo una breve pausa.
—Ella aparece cada aniversario de su muerte.
—¿Y por qué parece que habla?
—Algo querrá decir. Quizá advertir sobre algún peligro.
—¿Cuál?
La monja elevó los hombros. Ya rompía el alba. Aquélla recomendó a la novicia que tuviera fortaleza espiritual para soportar las siguientes apariciones. Se fue. Al promediar el día, la chica ya había dejado el convento para siempre.

— Via Creepypastas

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