El numero del diablo

Nivel 2: Puede ser peor-discusiones
Nivel 2: Puede ser peor-discusiones

Fui víctima de esto, de la forma más vulgar y corriente de comunicarnos con él. Una cifra maligna, diabólica, supuestamente derivada de su nombre, introducida en el medio más cotidiano. No creo que gustes de lo que voy a contar…

Aquel día me entretenía jugando en mi Super Nintendo; repetía una y otra vez el mismo nivel del juego, que sencillamente no completaba por mero aburrimiento. Creí que podría distraerme un poco en eso, pero ya no me divertía como cuando era niño. Terminé por dejar la consola de lado y lanzarme a mi cama en un suspiro, pensando en quizás, conciliar el sueño un rato.

No pude centrarme en la oscuridad de mi párpados cuando alguien llamó a la puerta. Me incorporé, sentándome en el borde de la cama. Pasó un rato hasta que volvieron a llamar. Vaya que estaba fastidiado, pero de todas formas salí de mi habitación y fui bajando las escaleras con torpeza, gritando un “voy” de vez en cuando conforme el visitante se impacientaba. Al final, quizás tardé demasiado pues para cuando abrí la puerta, ya no había nadie. Lo único que me esperaba era una carta en el buzón; por suerte sólo había sido el cartero, al parecer.

Tomé el sobre y entré, dejándome caer sentado en el sofá. Venía de parte de mi amigo Bryan. ¿Desde cuándo él me mandaba cartas? Algo extrañado, saqué el papel del sobre y leí aquellos garabatos apresurados. Decía:

Atte. Bryan.

¿Tan urgente era como para enviarme un carta? ¿Por qué no me llamó, o algo parecido? Pero, de todas formas la curiosidad me invadía. No lo pensé demasiado: salí de mi casa rumbo a la suya sin llevar nada conmigo.

Llegué llamando a la puerta, pero nunca abrió. Miré por la ventana y todas las luces estaban apagadas… ¿Estaba presente? Al cansarme de esperar, decidí entrar por mis propios medios. El hombre siempre guardaba una llave de repuesto en la maceta del cactus junto a la puerta; bastante a la vista, sí, aunque me arañé un poco los dedos con la maldita planta.

Entré, y quizás por el mal aire del interior de la casa, decidí dejar la puerta abierta. Caminé a paso lento y dudoso mirando a mi alrededor; me encontré con la TV encendida y muda, sintonizando las caricaturas. No había nada anormal, pero por alguna razón entré en estado de alerta.

Subí las escaleras y me encaminé a la habitación de Bryan; la puerta estaba entreabierta. La empujé suavemente y entré al cuarto: y ahí estaba él, tirado en el suelo; la boca abierta, dejando escurrir un hilillo de saliva, y los ojos en blanco. Corrí hacia él y me arrodillé a su lado. Lo tomé de los hombros y lo sacudí torpemente, sin conseguir respuesta alguna. Le llamé por su nombre, le grité preguntándole qué había pasado; pero él no habló. En algún momento empecé a llorar mientras notaba que mi amigo estaba muerto.

Lo revisé y no encontré herida alguna, no golpe, nada; miré por la habitación sin separarme de su cuerpo, pero tampoco habían pistas. Sin embargo, cuando volví la mirada a él, pude ver un pequeño objeto en el suelo.

Era una tarjeta SIM de color blanco, sin ningún otro detalle. La tomé con cierta desconfianza y la revisé; dudé un poco pero la guardé en mi bolsillo. ¿Sería eso de lo que hablaba Bryan? Me levanté y corrí al estar, en donde estaba el teléfono de la casa. Llamé a emergencias instantáneamente, como si hubiese esperanza; ese día me interrogaron, pero nadie sabía lo que había pasado. La única pista encontrada estaba en mi bolsillo, y decidí no revelarla.

Cuando finalmente pude volver a casa, aún me hallaba fuera de mí. No parecía real, sólo… Recibí una carta de mi mejor amigo, algo le había pasado. Fui con él, y sólo encontré su cadáver. Y ahora, en casa, con algo que pudo haber sido una pista para la policía oculto en el bolsillo de mi pantalón.

Tomé el objeto y le di otro vistazo. Subí a mi habitación, tomé mi celular e inserté la tarjeta SIM blanca. Apenas lo hice, el teléfono se volvió loco. La imagen perdía el color, luego era blanca, después volvía a la normalidad; lo apagué y reinicié, pero no reconocía la tarjeta. Revisé los contactos y todos habían desaparecido, a excepción de un tal “666”.

¿666? ¿Era una broma? Suspiré mirando el único contacto, sin creerme que eso fuese medianamente real. Pero, ¿y si este número tenía la respuesta a lo que había pasado…? Lo medité por unos momentos, hasta que me decidí y llamé.

Demoró alrededor de un minuto repicando; el pitido ya era bastante aturdidor. Finalmente, contestó y al otro lado de la línea, sólo oía una respiración extraña… Estaba algo inquieto, por no decir asustado. Como quien fuese quien estuviese al otro lado de la línea no dijo palabra alguna, me decidí por hablar. Lo único que dije fue “hola”.

Pasaron unos segundos hasta que oí un suspiro molesto del otro lado. No dijo nada; me molesté por eso. Colgué y lancé el celular a mi cama, bufando con enojo.

Reflexioné por unos momentos, hasta que la curiosidad me volvió a invadir. Tomé el aparato, llamé al número y esperé; tardó casi lo mismo en contestar, y apenas lo hizo, hablé. Quise quejarme por su silencio, o explotar en preguntas sobre lo que le había pasado a mi amigo; pero la respiración extrañamente calmada al otro lado me hizo un nudo de nervios. Nuevamente, lo único que pude articular fue un “hola”; pero esta vez tuvo respuesta.

No debiste marcar a este número”. Eso fue todo lo que dijo aquella voz ronca. Colgó la llamada y por unos segundos permanecí inmóvil, aún con el celular apoyado en mi oreja. Apenas lo bajé atontado, un fuerte crujido estremeció la casa.

No pude mantenerme de pie cuando, como si de una película se tratase, el fuerte y repentino temblor quebró el suelo bajo mis pies. Mi caída no se detuvo al llegar al piso de abajo, como pensé, sino que seguí, y seguí, y seguí cayendo… Todo se volvió oscuro a mi alrededor; las únicas fuentes de luz eran el agujero por el que había caído y la pantalla de mi celular.

Choqué bruscamente contra el suelo y perdí el conocimiento al instante.

Mi piel estaba ardiendo: había caído de espaldas sobre un suelo caliente. No podía moverme, y así fue por un par de minutos hasta que finalmente, abrí los ojos. Una luz llameante atenuaba la penumbra de donde fuese que estuviese, y ya no veía encima mío el hoyo por el que caí.

Tomé unos segundos para tomar aire y sentarme; mi espalda crujió como una botella plástica al retorcerse. Pero estaba vivo, increíblemente. Miré a mi alrededor y encontré mi celular. ¿Cómo es posible que no se había roto? Lo tomé, y sacando fuerzas de algún lado, me puse de pie. Guardé el teléfono en mi bolsillo y empecé a caminar. Luego de ver los alrededores oscuros y llameantes, me di la idea de que me encontraba en el mismísimo infierno.

¿Había muerto o algo parecido? No lo sabía, así que decidí explorar el lugar. Sudando frío por el miedo, o quizás por el sorprendente calor, caminé en dirección a donde parecía haber más movimiento. Algo me hacía seguir adelante, ignorando las horrendas miradas de los monstruos deformes y demonios que habitaban el lugar, y los lastimeros quejidos de las almas en condena.

Estas últimas estaban por todo el lugar, siendo azotadas por sus inhumanos vigilantes y dejadas vagar por ríos de lava. Cruzando un puente de roca, una llamó mi atención: lloraba al margen del río, dejando sus piernas inmovilizadas arder en el magma. Cuando pude detallar mejor su rostro, noté que era él… Era Bryan.

Quise detenerme, pero aquella fuerza extraña me hacía avanzar. Caminé aguantando el llanto por los gritos y sollozos de mi amigo, hasta que llegué a un salón enorme. Las puertas se cerraron detrás de mí, y ya no oía los gritos, para mi suerte. Miré a mi alrededor: en medio de aquel salón lujoso había un trono que resaltaba ante lo demás, en especial por el hombre sentado en él.

Me aproximé al único ocupante del lugar y me arrodillé ante él de forma automática, permaneciendo en silencio. Cuando se percató de mi presencia, me miró con soberbia y una sonrisa se formó en sus labios.

Me llamaste, así que ahora yo te llamo”, dijo, al tiempo de alzar su mano. Detrás mío, su arma se movió en sincronía con su gesto: la enorme guadaña se blandió, y sin darme tiempo de responder (aunque de hecho, no podía), cortó mi cuello. Todo se volvió negro otra vez.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor: estaba en mi habitación. Me juraba que había sido todo un sueño, así que decidí llamar a Bryan. En la mesa auxiliar estaba mi celular; lo tomé, y para mi sorpresa, al ver los contactos el único que tenía era aquel número diabólico. Entré en pánico: todo había pasado en verdad; fui al baño para intentar calmarme.

Lavé mis manos y mi rostro. Cuando vi mi reflejo en el espejo del baño, entré en pánico: detrás mío podía ver un “yo” etéreo angustiado, que era arrastrado por las sombras a quién sabe dónde. Me di la vuelta y no había nada: sólo podía verlo en el reflejo.

Me sentía enfermo y débil, me apoyé del lavabo mientras sentía que el aire se escapaba de mis pulmones. Tomé fuerzas del pánico y corrí en busca del teléfono, arranqué literalmente la tarjeta SIM y corrí con ella de vuelta al baño. Ayudándome de la llave con la que reparaba la ducha constantemente, hice añicos el maldito objeto blanco y me deshice de los fragmentos en el lavamanos.

Miré nuevamente al espejo: ya no veía ese otro yo en ninguna parte. Me centré en la imagen hasta que salté hacia atrás cuando repentinamente, la cara sonriente de aquel hombre apareció en el espejo.

No soporté más la increíble presión y el cansancio y me desmayé, escuchando aquella voz repetir esa frase…

Me llamaste, así que ahora yo te llamo

— Via Creepypastas

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