El infierno en la tierra

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Poco a poco me fui dando cuenta de que no eran mis sueños, de que estaba despertando, y aquellos gritos tan horribles no estaban dentro de mi cabeza, sino que venían del exterior de las paredes de mi decimosegundo piso.

Eran gritos de mucha gente, en diferentes tonos, incluso pude distinguir que algunos no eran simples alaridos de pánico o de lo que coño fuera, sino que decían frases que dado mi estado de somnolencia no pude distinguir su significado. La verdad es que tampoco despertaban mucho mi interés;

Vivo en el centro de la ciudad, donde, pese a la altura de mi domicilio, me suele despertar muy a menudo los ruidos que vienen de la calle: la confluencia de mucho trafico, las pitas de los vehículos, los gritos de aquellos que montados en su vehículo pierden la calma al ver que llegan tarde a su lugar de trabajo y piensan que, gritando, maldiciendo o armando escándalo el atasco desaparecerá como por arte de magia.

También incluso, muchas veces los accidentes de trafico dejaban un gran numero de morbosos curiosos, bomberos y ambulancias que sus sirenas no eran el despertador mas agradable que uno pudiera desear…

A veces recordaba las palabras de la señora que, 7 meses atrás me había alquilado ese piso:

– “En el mismo centro de la ciudad, todo muy cerca, y a la misma vez, debido a la altura del mismo, unas vistas espectaculares y alejado de todo ruido molesto”.

Ja, maldita cabrona. Sin duda una buena vendedora.

Todavía, en mi estado de semi-inconsciencia pero ya sin poder dormir del todo, me di cuenta que esta mañana el escándalo que venia de la calle era algo diferente al del resto de los días. Algo tenía aunque no era capaz de descifrar muy bien el que era.

Mas escándalo que otras veces, los gritos tenían una profundidad especial, un sonido algo distinto, como, no sé, de mayor desesperación podría decir, no eran continuos…

¿Alguna manifestación quizás?

Si era eso, una manifestación, está estaba siendo duramente reprimida por la policía, de ahí esos gritos tan desesperados. No lo sé. No me terminaba de convencer ese motivo… ¿Un accidente de tráfico múltiple…? Ni idea. Sea lo que sea no me iba a levantar de la cama para comprobarlo y joder así mi “maravillosa” y habitual resaca de los domingos.

Si es algo importante ya me enteraría al mediodía en el telediario. Por cierto, ¿qué hora es?, da igual, aunque el calor me hacia presentir que seria ya el mediodía. Demasiado calor. Otra incomodidad más, y otra rareza: Estamos en Febrero, no suele haber este calor.

Hoy parece que se me había juntado todo con la idea de no dejarme dormir… Se escuchan sirenas a lo lejos. La cosa parece ser importante. Da igual, ¡que no me levanto! Puto piso céntrico y puta vendedora. Me pregunto si las personas que viven en los barrios de las afueras tienen los mismos problemas acústicos.

Ya, pese a que sigo en la cama con los ojos cerrados luchando contra mi mismo y las condiciones adversas contra cualquier persona que estuviera intentando dormir por los alrededores, intento afinar el oído para ver si alguna frase, algún grito desde abajo me desvela el motivo de tanto escándalo caótico.

Al intentar potenciar mi sentido del oído, parece ser que he potenciado también sin darme cuenta el olfato. Una nueva peculiaridad se une al resto para no dejarme dormir: Un olor fuerte, profundo, se cuela por mi ventana. Seguramente se llevara colando toda la mañana pero mi estado de somnolencia que ahora mismo ya no era tal, había evitado que lo sintiera con tanta nitidez como lo estaba sintiendo ahora.

Era un olor bastante desagradable. Asqueroso se podría denominar. Demasiado fuerte. Olía como ha quemado, pero no un olor ha quemado normal, a papel quemado, o a madera, no. No sabría decir a que era exactamente. Lo que sí esta claro es que yo recuerde, nunca había sentido un olor a quemado tan horrible y profundo.

Sentía no solo que lo olía a través de los orificios de mi nariz, sino como si dicho olor entrara en mi cuerpo por todos los poros del mismo.

¡Que asco! Joder, ahora había una razón algo más importante para levantarme; ese pestazo iba a dejar mal oliendo toda mi casa. Y tenía la pinta que no salía fácilmente. Tendría que levantarme a cerrar la ventana. Dios, ¡maldita mañana! Me estaba poniendo de muy mal humor.

Entre el calor bochornoso, el escándalo callejero, y ahora ese olor a quemado tan profundo era el caldo de cultivo ideal para que, unido a mi resaca tenga un sentimiento de rabia he impotencia que me desbordaba.

-¡Me cago en su puta madre! –grité, mientras le daba un puñetazo a mi cama.

La propia impotencia y cabezonería me seguía reteniendo en la cama, aunque ya no sabía si era contra mi propia voluntad.

… ¿Pero que coño es eso? De la calle venia un sonido que, pese a no haberlo escuchado nunca mas que en películas, creía distinguir de cualquier otro sonido perfectamente:

Eran disparos. Disparos de armas de fuego. No me lo podía creer. Ahora sí abrí los ojos de par en par, como si los ojos pudieran ayudarme a escuchar mejor. Quería asegurarme de que la imaginación no me estaba jugando una mala pasada. Sin duda eran disparos.

El corazón se me empezó a acelerar sobretodo cuando oí nuevos gritos, quiero decir, gritos diferentes a los que estaba oyendo en la calle, gritos que me atrevería a decir que eran “no-humanos”, con una claridad casi perfecta. Tan perfectos que parecían cercanos. Quiero decir, más cercanos que los que venían de la calle, como a pocos metros detrás de mi ventana.

¿Qué coño estaba pasando ahí fuera?

¿Estábamos siendo invadidos por algún ejército extranjero?

Estaba realmente asustado, la velocidad de los latidos de mi corazón se habían unido a la velocidad de mi respiración. Estaba sudando incluso más de lo que sudaba anteriormente con el calor.

¿Un ataque terrorista?

Mil ideas se me amontonaban en la cabeza. No sabía que pensar ni que hacer. Estaba realmente asustado. De repente una explosión en la calle bastante fuerte había seguido al sonido del choque de dos vehículos, seguramente el choque de algún camión con material altamente inflamable.

No esperé más. Casi de manera refleja, como un resorte y sin pensarlo, salté de mi cama y corrí hacia mi ventana. Fuese lo que fuese lo que estaba pasando ahí fuera no iba a parar porque yo siguiera como un niño pequeño asustado sin moverme. Me acerque a la ventana y mire instantáneamente hacia abajo, hacia la calle.

Lo que vi. hizo que abriera los ojos como si se me fueran a salir para luego, cerrarlos fuerte y volverlos a abrir esperando que solo haya sido una imaginación. No, no lo era, todo ese caos seguía allí:

Coches empotrados contra paredes o chocados unos con otros y envueltos en llamas de fuego habían sido abandonados por sus ocupantes. Gente que corría de un lado para otro sin saber muy bien hacia donde se dirigían, gritando, desesperada huían de algo que, ante mi estado de “shock” aun no podía comprender el qué.

Un camión cisterna estaba envuelto en llamas en mitad de la amplia calle sin tener un motivo aparente por el que había explotado. Los jardines y árboles desde donde alcanzaba aquellas vistas “privilegiadas” de mi piso también estaban envueltos en llamas.

“Unas vistas increíbles”, cose que tipo de broma macabra se le ocurrió hacerme a mi cerebro al recordad en ese momento las palabras que ahora sonaban tan irónicas de la vendedora del piso. Las calles, hasta donde alcanzaba mi vista ardían literalmente y estaban envueltas en un absoluto caos que sin duda, escapaba al control y entendimiento de las personas que corrían presas del pánico de un lado a otro. Más explosiones.

Haya, a lo lejos, seguían explotando coches, gasolineras enteras. En la calle, justo en la calle de mi mismo edificio no eran solo los coches y los jardines de la rotonda lo que ardían. Había pequeños fuegos en mitad de la calle, de la carretera… Entonces pude comprender qué es lo que ardía debajo de esas llamas que mataban centenares de pequeñas hogueras regadas por todos lados.

Lo comprendí cuando me fije que varios de ellas se movían, o mejor dicho se arrastraban:

¡Eran personas!

Seres humanos envueltos en llamas, que se arrastraban por el suelo intentando escapar a un dolor y agonía inimaginable y que mientras se arrastraban dejaban tras de si un reguero de pequeñas llamas posiblemente eran resto de su propia ropa mezclada con su propia piel que derretidas de su cuerpo se quedaban pegadas en el asfalto ante el avance a rastras de “la mayoría” de sus cuerpos.

Cuerpos incendiados, derritiéndose, arrastrándose, gritando y agonizando, intentando escapar, o tal vez, morir cuanto antes para poner fin a tanto dolor insufrible. Algunos de estos cuerpos ya estaban inertes, y otros, se quedaban inertes al pasar sobre ellos de manera involuntaria alguno vehículo que se tropezaban en su camino en su loca huida hacia la nada.

Entonces me fije en los edificios cercanos. Muchas de sus ventanas también eran presas de las llamas. Un fuego que abrazaba todo, que se comía todo y mostraba una nueva situación realmente horrible y agónica:

De algunas de las ventanas de las que salía ese fuego y espeso humo negro, muchas personas se tiraban al vació, algunos por no morir asfixiados, otros por no morir presas de las llamas como estaban contemplando sus ojos que sucedía en la calle, y otros ya, victimas del fuego se lanzaban envueltos en llamas al vació, como si de antorchas humanas se tratara.

No se que era mas horrible, si el verlos saltar desesperadamente al vacío, o el sonido de sus cuerpos al estrellarse contra el suelo. En ese momento no pude ni pararme a pensar si yo en su lugar, preferiría sentir como mi piel la devora las llamas y antes de morir puedo ver como esta misma piel se despega de mi cuerpo derretida mientras el dolor me come vivo, o tirarme al vacío y sentir como mis huesos y cráneo impactan contra el suelo.

Todo esto pasaba muy rápido. Me mantenía inamovible, sin saber muy bien si lo que estaba viendo era un sueño o que coño era. El terror absoluto me tenía paralizado. No reaccionaba, no era dueño de mi. Ni siquiera podía gritar. Veía como coches de bomberos circulaban sin rumbo en mitad de las carreteras hacia estrellarse contra algún nidifico o otro vehículo.

Ahora comprendía de que era ese olor a quemado tan nauseabundo que nunca antes en mí vida (afortunadamente) había sentido: era el olor a piel humana quemada. Era el olor a personas ardiendo, descomponiéndose vivo. Era, me atrevería a decir, el olor del propio infierno.

Al ver lo que estaba pasando en el resto de edificios, recobre un poco de sentido común y recordé que yo también estaba en lo alto de un edificio. Mire las ventanas de los pisos más inferiores al mió para comprobar lo que era una evidencia. Las viviendas de mi bloque, no eran ajenas al resto:

También muchas ventanas ardían y mis vecinos corrían la misma suerte que el resto de personas que el infierno les había sorprendido en su “dulce hogar”. Incluso, por un segundo me pareció ver a Marta, mi joven vecina del piso de abajo lanzar al vació primero a su bebe de 4 meses para detrás, lanzarse ella. Estaba en demasiado estado de “shock.” como para confirmar darme cuenta a ciencia cierta de lo que pasaba a mí alrededor.

Ahora también comprendía aquel calor tan fuera de época que me incomodaba en la cama: las llamas de varios pisos cerca del mió hacia que yo estuviera durmiendo dentro de un microondas. Lo más doloroso era pensar que ese “calor” me lo estaban dando los cuerpos ardiendo de mis vecinos, entre ellos muchos niños o personas mayores.

Volví la vista a la calle, a las aceras y carreteras, a aquellas calles que solo unas horas atrás estaban en absoluto silencio y tranquilidad, cuando yo volvía por ellas, aun de noche, después de una buena juerga. Ahora, simplemente parecían otro mundo.

En este nuevo reconocimiento visual de las calles, me di cuenta que también habían vehículos militares detenidos, desde donde algunos soldados salían huyendo victimas del miedo y la perdida de la cordura y otros, descargaban la munición de sus armas al aire, al cielo, antes de que algunos de sus vehículos también salieran por los aires como si de papel se tratara, victimas de llamas y bolas de fuego que venían desde el cielo.

Entonces, de manera mecánica, mi cabeza se elevo al cielo para ver de donde procedía tanto terror, y fue entonces cuando mi mirada se tropezó con el mayor y mas surrealista de los horrores que hasta ahora había contemplado: delante de ese cielo gris y oscuro, a lo largo y ancho del mismo, una especia de reptiles gigantes, negros y alados vomitaban toda su ira contra la humanidad.

Reptiles de unos 15 metros de longitud, quizás algún metro más completamente negros cuyas escamas brillaban ante el reflejo de una nueva ráfaga de llamas que salían de sus fauces abiertas en dirección a las calles.

Sus ojos reflejaban el mismo mal, el mismo demonio, inyectados en un color “anaranjado fuego” o quizás rojos, que llamaban poderosamente la atención y mas ante el contraste de sus oscuras pieles, y que eran capaz de con solo sus miradas, hacer que el miedo te paralizara absolutamente. Pese a su gran tamaño, se movía con extrema velocidad y agilidad en los cielos, como si de peces en el agua se tratara.

Algunos descendían un poco pareciendo disfrutar del infierno de su creación para ver mas de cerca tal infierno, o quizás para hacer mas acertados los impactos de sus bolas de fuego. Estaban por todo el cielo, allá a lo lejos también se veían, dominando el cielo y la tierra, y en todas partes sus acciones parecían ser las mismas.

Ninguno estaba en el suelo o posado en ningún edificio, aunque, por sus afiladas y grañidísimas garras seguro que podían hacerlo sin problemas, ocasionando los mismo o mas destrozos desde la tierra como en el cielo. Parecían disfrutar burlándose de lo inofensivas que eran las armas de fuego con las cuales los insignificantes humanos les intentaban hacer frente sin, lógicamente, resultado alguno.

Los oí gritar. Ese grito se me metió por los oídos, por la cabeza, por todo el cuerpo y me hizo temblar. Se me quedo grabado repetidamente en mi cerebro. Poco menos que me sangraron los oídos ante los gritos de esos reptiles alados dispuestos a hacer de la tierra un autentico infierno.

No me lo podía creer. No lo podía entender. No podía reaccionar. No sabía a donde mirar o que hacer. No sentía mi cuerpo. Parecía como si la sangre dentro de mí se hubiera detenido presa del pánico y se negara a circular con normalidad. Sin duda ninguna, este era el fin, el fin de la humanidad, el fin del mundo tal cual lo conocemos, el Apocalipsis como lo llamarían algunos.

La gente agonizaba. Pronto todo habría acabado para nosotros, los insignificantes humanos. Cuando estaba envuelto en ese tipo de pensamientos, nuevamente el grito de una de aquellas bestias me hizo volver en si y dirigir mi mirada hacia el frente, de donde provenía ese diabólico sonido.

Uno de esos monstruos se dirigía hacia mí, estando ya a pocos metros, pero no sin antes lanzar una bola de fuego hacia la ventana en la que me encontraba. Lo ultimo que sentí es que todo se volvía muy luminoso, de color naranja y un calor inmenso, infinito me abrazaba todos y cada uno de los centímetros de mi piel, para luego sentir cómo caía al vacío.

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— Via Creepypastas

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