El Guardia del Puente

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Jesús y su hermano Roberto, habían viajado a un pequeño pueblo en medio de la nada, envidos por su abuelo, que agonizando en su cama les pidió, fueran hasta su vieja casa, a desenterrar una vasija en la cual había unas monedas de oro, que ahorró por allá en sus tiempos de juventud, con la intensión de darle una a cada miembro de su familia antes de morir.

Los dos jóvenes fueron a cumplir el encargo, el camión los dejó en la carretera, y ellos tuvieron que caminar horas internándose entre la maleza, sin rastros de civilización, con transitaban por un camino angosto por el cual solo cabían ellos dos. Oscureció y ellos seguían caminando, hasta que por fin a lo lejos, avistaron una luz, caminaron en su rumbo, cuando estuvieron cerca vieron que era un puente, en una presa. Como la noche era muy fría, y temían perderse en el camino, decidieron ir a refugiarse en aquel edificio.

En medio de la oscuridad, sintieron pasos detrás de ellos, se apresuraron un poco cuando una voz rasposa les dijo _ -¿Quién va?- _ el alma les volvió al cuerpo cuando vieron un anciano de rostro caído cargando una lámpara de gasolina, que les dijo que era el guardia del lugar y con gusto les brindaba refugio hasta el amanecer, incluso el mismo podría guiarlos al pueblo después de que abriera las compuertas en la madrugada para que se regaran los campos. Era apenas un pequeño cuarto donde el hombre vivía, pero lo ofreció sin reparo a los dos jóvenes, diciendo que él no lo utilizaba porque tenía que hacer la guardia. Cansados de tanto caminar se echaron los dos a dormir.

Tenían dificultad para conciliar el sueno porque escuchaban una especie de cuchicheo , como si muchas personas hablaran en voz baja alrededor de ellos, el guardia les dijo que era el agua que goteaba y caía por las rampas. Uno de los jóvenes no creyó por completo el “cuento” porque el anciano le parecía muy raro, así que cuando este se fue a la ronda lo siguió, de pronto los cuchicheos se convirtieron en quejidos cuando se acercaban a un lugar donde había muchas agujeros que parecían albercas. El viejo arrojaba en ellas los polvos de unos sacos rojos que tenía bajo llave. El muchacho esperó hasta que terminara y se marchara, entonces se acercó a las albercas, pudo ver que en cada una de ellas, había gente desnuda, atada al piso por los pies, que a pesar de que gritaban constantemente, no se ahogaban, solo podía verse el sufrimiento en sus caras.

El observaba asombrado, cuando un terrible quejido lo hizo correr hasta otra habitación, el guardia tenia a una mujer atada en la mesa, le escurría sangre del pecho, donde le puso una bolsa gelatinosa, que se arrastró como una serpiente , hasta acomodarse muy bien en el hueco que la mujer tenía en el pecho. La herida se cerró por sí sola, y luego de eso el viejo la ató en una de las albercas. Ya estaban por dar las tres de la mañana, el agua de las piscinas se puso amarilla, un amarillo tan brillante que hacía que la noche se tornara en día. Cuando todas las albercas estuvieron encendidas el hombre abrió las compuertas y los campos se llenaron de aquel destello, que por un momento hizo despertar al otro hermano que aun dormía al creer que había amanecido, pero en un par de segundos la oscuridad volvió de nuevo.

El hermano que había presenciado todo aquel hecho corrió en busca del otro y salieron los dos corriendo, caminaron por horas pero no amanecía, sus relojes ya marcaban las ocho, y mientras veían atrás la profunda oscuridad, se encandilaron con la luz de día en la carretera. Extrañados por este hecho pero mucho más por lo sucedido en la compuerta, solo caminaron a orillas de la carretera hasta que pasó el camión que los llevó a casa.

Cuando le dijeron al abuelo él muy tranquilo contesto –Olvide decirles, que no se metieran con el guardia del puente, es el encargado de que los campos florezcan con las almas que la gente del pueblo ofrece-. Parecía que era una práctica muy antigua en aquel lugar, sacrificar las vidas de algunos para el beneficio de los demás, y aquel anciano era quien hacia todo aquello posible.

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