Cuervos

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

A finales de noviembre, y un cielo tan oscuro y el aire tan frío. La noche crecía. Caminaba rumbo a mi casa. Carecía de un coche, y aún no poseía uno… Pensaba en estas cosas cuando me detuve en seco: los cuervos en lo alto de los árboles, los cuervos negros como la boca de lobo, sus ojos fijos en mí.

Se heló la sangre en mis venas. Tuve miedo. Quise correr, pero en lugar de hacerlo, me limité a alimentar ese silencio incordioso, esa sensación asfixiante del que sufre la atenta e inescrupulosa mirada de un desconocido.

El más cercano comenzó a graznar horriblemente, resonando su lenguaje de ave espectral en la noche fría.

Algunas luces se encendieron en las ventanas. Ciertos rostros asomaron, mostrando el fastidio en sus expresiones, pero se sumieron en la reanudada penumbra de sus habitaciones. La bandada de cuervos se levantó como un mar agitado y se posó conjuntamente sobre lo que parecía un bulto, a lo lejos.

En efecto, un bulto en mitad de la carretera. Me aproximé poco a poco: algunos cuervos rodeaban aquel objeto tendido en el suelo asfaltado, manchado de rojo por breves sectores.

Sentí que enloquecía. Cuanto más se reducía la distancia, podía comprender de qué se trataba. Pero en el fondo de mi corazón quería negarlo, censuraba mi intuición, el alcance de mi percepción.

Una arcada dominó mi pecho. Sí, eran niños, mutilados, devorados, masacrados. La rabia se mezcló a mi tristeza.

Pero los cuervos aún sufrían hambre y su apetito voraz por los seres humanos apenas se mitigaba con tan efímeros manjares. Impotente, dominada por aquellas miradas penetrantes y cautivadoras, no opuse resistencia cuando una de esas repugnantes criaturas voló hasta mi hombro y se dio a la tarea de picotear mi oído con un furor inenarrable. Yo… ¡Yo no sentía absolutamente nada! Una nube de plumas y graznidos me envolvió por completo. Lo juro y perjuro: ¡no experimentaba dolor!

Un inconfundible ronquido de motor de coche, seguido de una sonora bocina y un potente halo de luz, rompió el silencio sepulcral de la noche fría. Paz, alivio reconfortante: despavoridos huyeron los cuervos. Los había espantado un automóvil fortuito.

Creí que estaba sana y salva. ¡Demasiado tarde supe, gracias al desconcierto y a la persistente incapacidad para sentir dolor, que ellos me arrastraban consigo por los aires!

— Via Creepypastas

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