La Caja 703

Allá afuera
Allá afuera

Esta historia no es mía, y como siempre, la escribiré con todo el respeto y cariño que hay en mi corazón para una persona real que fue muy querida por sus colegas y familiares. Sobra aclarar que no hago esto con mala intención o con fines lucrativos, sino por simples razones literarias. Pido perdón por anticipado si algunas cosas que escribo no son como pasaron en realidad.

Regularmente escribo historias inventadas por mí ya que esto tiene doble fin: ayudarme a desarrollar mi creatividad y mantenerme en zona neutral. No se trata de si creo o no creo en fantasmas, sino de que nadie debería de jugar con las cosas que no entiende, y con jugar me refiero a creerse capaz de expresarse abiertamente sobre determinado tema sin temor a las consecuencias. Y aunque a mí no me consta todo lo que he escuchado, sí que hubo un tal “Porritas” que perdió su vida en este desafortunado y terrible accidente. No pude hacer que mi padre y mi hermano recordaran otra cosa más que su apellido; lo conocían como “Porritas”, y es todo lo que sé.

Mi padre fue quien me lo contó y mi hermano, más tarde, lo confirmó. Ambos son chóferes de tráiler. Hoy en día mi hermano trabaja en DINAMO pero antes trabajaba en VRP junto con mi padre. Desconozco si él estaba trabajando ya en las fechas en que el tal Porras estuvo ahí, pero mi papá sí lo conoció.

Mi papá solía ser de cruces, o sea que iba de Juárez al Paso TX. Su tractor era uno de los que más se descomponía, y Porras era mecánico que más le hacía reparaciones. El accidente sucedió en la denominada “cuchilla”, que es donde está la base de VRP, al final del día de trabajo ya entrada la noche. Como su aprendiz ya sabía más o menos como acomodar las cajas, le pidió que estacionara una vacía, la 703, a la que le había reparado una direccional, con las demás. Él le estaba dando indicaciones desde atrás y el “chalán” conducía a muy baja velocidad.

Cuando la caja quedó exactamente paralela a otra separada por tan solo un metro y medio, Porras dio la indicación para que el conductor se detuviera y apagara el tractor. Sus dos grandes errores fueron: el hacer dicha indicación en forma de un “vente ya” en lugar de “gira la llave”, y el otro fue no esperar a que el tractor estuviera apagado para ir a asegurar la puerta de la caja. El conductor (y esto son especulaciones) entendió “¡dale!”, y eso hizo, prensando a Porras entre las dos cajas, justo por la mitad del cuerpo. Le aplastó por completo la columna y le desgarró todos los órganos internos.

El chófer sintió el golpe, frenó, apagó el tractor y fue a ver de inmediato. Las versiones tanto oficiales como extraoficiales coinciden en que Porras seguía vivo y sufriendo. El conductor entró en pánico y les habló a los demás chóferes que estaban en la base. Ellos llegaron corriendo y trajeron al enfermero de la compañía.

“Me duele un chingo, cabrón. Ya quítenme esta chingadera”, dicen que le repetía una y otra vez a cualquiera que se lo preguntaba. Pero no querían hacerlo hasta que llegara el doctor.

El médico examinó el incidente detenidamente y después de un instante, le palmeó el hombro a Porras.

“Cálmela poquito ya nomas, mi Porritas. Hay se lo quitan ya”, le dijo.

“Apúrenle, cabrón. Si sí duele”, repitió Porras.

El médico les dijo aparte a los demás chóferes en voz baja que Porras ya estaba muerto. Que todo lo que lo mantenía hablando y moviéndose eran esas dos cajas de tráiler, pero que al separarlas, sus órganos internos colapsarían y él entraría en shock. Nadie se lo dijo. Todos se reunieron en torno a él y le daban ánimos.

“Hay se la quitan ya, mi Porritas”, le decían mientras lo palmeaban y lo consolaban. Y él les repetía una y otra vez que se apuraran, quizá sabiendo o quizá no que se estaban despidiendo para siempre sin despedirse.

El hecho es que, en cuanto el conductor puso en marcha el tractor y las cajas finalmente se separaron, Porras cayó totalmente muerto en el asfalto. Creo recordar que Porras tenía esposa y un retoño, pero no podría asegurarlo.

Se dio parte a las autoridades y se indemnizó a la familia. Se hizo un funeral al que asistieron casi todos los chóferes. Nadie juzgó al conductor que lo aplastó: fue un desafortunado accidente, pero un accidente a fin de cuentas. En un trabajo de este tipo, los accidentes son frecuentes. El hecho fue muy lamentado y comentado, pero uno o dos meses después, ya todo en el trabajo había vuelto a la normalidad.

La caja de tráiler que él había reparado, la que lo mató, fue puesta en servicio nuevamente (era una caja de tráiler absolutamente funcional y debía usarse). Un chófer la llevó a Santa Teresa para que cargaran un lote de computadoras en FOXCONN. La caja salió vacía de la base y regresó vacía esa misma noche. El conductor estaba mortalmente aterrorizado y lo explicó todo al gerente.

Resulta ser que llegó a Santa Teresa y acomodó la caja para que los estibadores la cargaran. Reportó y le dijeron que esperara esa caja para llevarla al Paso, lo que significaba cuatro o cinco horas ahí. Generalmente, los chóferes van acompañados por chalanes u otros chóferes para que les “ayuden”, y cuando no, el día se hace menos interesante y aburrido. Como él iba solo, se apartó en su tractor hacia una orilla del complejo industrial y se echó a dormir un rato (así es la vida de un chófer de quinta rueda. ¡Qué envidia!). El guardia de seguridad lo despertó cerca de las seis de la tarde (horario de invierno). Cuando le preguntó que si ya estaba lista la carga, el guardia le pidió que lo siguiera sin decir nada.

Entraron por la puerta de servicio y fueron al área de estibadores. La caja estaba abierta, pero estaba tan vacía como cuando llegó. Los estibadores no habían puesto ningún pallet de material dentro; en cambio, se mantenían a varios metros de distancia de la entrada, viéndolo llegar. Extraño como suena, el guardia le pidió que entrara en la caja. Algo le quería decir, pero hay cosas que no se pueden decir con palabras, cosas que no se pueden poner en un reporte o como causa de rechazo de empleo. El conductor entró en la caja y caminó hacia el fondo. Le explicó temeroso al gerente cómo, a medio camino hacia el fondo de la caja, invadía una atmósfera imposiblemente fría y lúgubre. Los vellos de la nuca se le erizaron y el aire se hizo oprimente.

Salió al instante de ahí, pálido y temblando. El guardia no hizo más que asentir. El conductor revisó y confirmó que se trataba de la caja 703.

Tuvo que tolerar un largo y silencioso viaje de regreso a la base, en la oscuridad, sabiendo que venía jalando la caja que había matado a Porritas a su espalda. ¿Pueden imaginarlo?

Esa caja la revisó el gerente, varios chóferes, Víctor Reyes (el dueño de la compañía) en persona. No volvió a operar nunca más. Se quedó un buen tiempo en la base, juntando polvo.

Eso fue hasta que un chófer casi nuevo quiso meter su caja a las dos de la madrugada al taller a que le repararan un cuarto trasero. Fue con el coordinador de tráfico, quien le explicó que el taller cerraba a las once.

“¡Achis! Pero si hay anda el mecánico”, dijo muy seguro el conductor.

“¿Cuál mecánico?”, le preguntó el coordinador.

“Ahí andaba un mecánico abajo de una caja. Le estaba arreglando un foco”, dijo apuntando en la dirección de la 703.

El coordinador se rió hablándole al gerente.

“Mira, que el Porritas todavía no se quiere ir”, le dijo.

Lo último que escuché de esa caja fue que Víctor Reyes ordenó que se la llevaran a las orillas de Cd. Juárez. Mi papá y mi hermano dicen que todavía está ahí, no muy lejos de donde está el Panteón San Rafael, entre Juárez y Samalayuca. Podría decir que Porritas fue enterrado en ese panteón para aumentar el dramatismo, pero la verdad es que no sé.

Lo que sí sé es que ni las deshuesadoras ni los de fierro-viejo ni los ladrones ni las autoridades se han atrevido a acercarse a esa caja. Hay muchas anécdotas con respecto a la 703 (nadie tiene mejores anécdotas que los traileros, exceptuando quizá al tatarabuelo) pero basta con decirles que todas se remontan a la primera. El chófer encargado de llevarla, el único que conoce su ubicación exacta, dice que volvió en temporada de verano. Incluso con el sol calentando a 40 grados, a medio camino del fondo de la caja, estaba frío como un iglú.

Nunca más volvió a acercarse a esa caja. Ni los animales salvajes lo hacen, según dijo.

— Via Creepypastas

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