Potestades infernales

Allá afuera
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Cuando nos preguntamos qué son los demonios, lo primero que pensamos es que son ángeles caídos; sin embargo, otros han respondido de forma diferente: espíritus desencarnados de gente malvada; símbolos de nuestro lado oscuro; entidades siniestras creadas por nuestras mentes; personificaciones de fuerzas misteriosas; etcétera.

Los demonios poseen un lugar en interesante en la historia de la mente humana. Así como espíritus benévolos han sido venerados como fuentes de todo bien, los demonios eran los culpables de cuanto mal podía verse en el mundo. Así, diferentes nombres, formas y funciones les fueron asignados a estos seres que, según la época, adquirían fisonomía y caracteres diferentes.

En la Europa medieval era muy frecuente la creencia en espíritus malignos. Los demonólogos compilaron grandes catálogos con numerosos nombres y clasificaciones para los seres infernales, desde Satán, en la cima jerárquica, hasta Ukobach, quien alimentaba los hornos del infierno.

En aquellos tiempos, se creía que un buen mago podía entablar contacto con los seres malignos para negociar y, aún hoy, hay quienes creen que es posible ordenarle a un espíritu maligno, realizando una tarea para perjudicar a alguien.

El cristianismo heredó la demonología judía, pero no la concepción demonológica del “judaísmo clásico”, sino concepciones muy difundidas en el judaísmo anterior. Por ello, la demonología cristiana será muy distinta de la del judaísmo; la demonología que tomó de aquel concibe a los demonios como ángeles caídos, ángeles réprobos que desobedecieron a Dios y por eso se convirtieron en demonios.

La traducción de la Biblia al griego, que sería la versión más utilizada por los judíos de la Diáspora, había traducido “Satán” como diábolos (de donde proviene la palabra “diablo”), pero esta palabra tiene una connotación más negativa que “Satán” en hebreo, pues al sentido de adversario y acusador le añadía un sentido de calumniador, falseador y mentiroso, ausente en el original hebreo. Junto a este giro, hubo otros como el de San Jerónimo, que en su Vulgata (su traducción de la Biblia) introdujo “Lucifer” como nombre propio en un pasaje del Libro de Isaías.

— Via Creepypastas

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