Pendiente de un hilo

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Red Thread by irohane
“Eres un monstruo y no mereces el honor de vivir”.

Aquello era lo que en el pasado muchos de mis compañeros me gritaban, riéndose de mí y humillándome ante las chicas. Llegué a este mundo con una malformación en la cara lo suficientemente seria como para perder mi ojo derecho, a causa de ello el resto de mi vida se convirtió en un difícil camino cuyo único destino era sobrevivir.

A pesar de que la adolescencia fue la época más traumática siempre tuve el apoyo incondicional de mi abuelo, el cual haciendo uso de su gran sabiduría me aconsejaba logrando hacerme sentir mejor.

Muchas fueron las frases que me hicieron pensar pero tan solo una de ellas fue lo suficientemente impactante como para cambiar el rumbo de mi vida.

“Nada es verdad ni mentira, todo depende del cristal por el cual se mira”

La primera vez que escuché aquella oración no comprendí realmente la grandeza de su significado, incluso subestimé su sentido racional, pero mi abuelo me explicó con detalle su concepto:

Cada persona es especial por alguna particularidad que lo hace único, que mi rostro fuese distinto al del resto no significaba que por ello fuese un monstruo.

Todo el mundo no ve del mismo modo, para muchos el color negro es sinónimo de muerte y mal augurio, sin embargo para otros es el poder y la elegancia, todo depende de quién lo mire. Aquellas palabras con las que me aconsejaba día tras día me ayudaron a seguir adelante, a llevar a cabo mis estudios y a no dar mayor importancia a aquellos que intentaron dañarme.

Lamentablemente la peor época estaba por llegar y el fallecimiento de mi abuelo fue el súmmum de mi infelicidad. En aquel entonces yo ya había acabado BUP y me disponía a buscar un trabajo para pagarme los estudios Universitarios; muchas fueron las entrevistas y pocas las llamadas, podía verlo en sus miradas, sus rostros oscilaban entre la sorpresa y el miedo ¿Por qué nadie se molestaba en conocerme?

Heredé su casa y también su fortuna, lo cierto es que me hubiese gustado ganar el dinero con mi propio esfuerzo, ser independiente, pero tras su muerte caí en una profunda depresión que me convirtió en el extraño que soy ahora.

A pesar de todo hubo una persona que dedicó su tiempo en ayudarme, su nombre era Elisabeth Wallace, y durante un tiempo relevó a mi abuelo. De pequeño estuve viviendo en la casa que ahora habitaba, sus padres tenían una fuerte amistad con los míos, y siempre celebrábamos reunidos las fiestas, se puede decir que nos criamos juntos.

Ante tanta amabilidad acabé cogiéndole un gran afecto, su mirada no era como la de los demás; no mostraba el más mínimo sentimiento de compasión por mi malformación, simplemente me trataba como a los demás. Fueron sus ojos los que me enamoraron, mi fijación por ellos acabó desencadenando en mi una especie de admiración y obsesión que se reflejaba incluso en mis sueños.

Lo cierto es que jamás intenté declararle mis sentimientos, no hacía falta porque ya sabía su respuesta:

¿Quién podría enamorarse de mí?

En vez de eso me encerré en el subterráneo y dediqué el resto de mis años a experimentar sobre algo que llevaba tiempo pensando. Aquella frase que me recitó mi abuelo en su momento me causó una inquietud frente a un misterio que gran parte de la humanidad no tiene presente.

Si bien los gatos a diferencia de los humanos pueden ver los rayos ultravioleta que nos rodean.

¿Qué otros pigmentos no somos capaces de visualizar?

¿De qué color es realmente el mundo que nosotros conocemos?

Para algunos quizás el azul sea rojo, para otros incluso todo esté formado por una escala de grises. Pero según la ciencia ¿Cuál sería su color verdadero?

Gracias a mi evasión del mundo exterior pude dedicar todo mi tiempo en un gran proyecto que según mi opinión revolucionaría el concepto de lo que vemos. Muchos inviernos bajo el suelo estuve, ayudado por mis medios y mis propios conocimientos, hasta que finalmente lo di por concluido. Era un especie de prisma, negro absoluto, incapaz de reflejar luz, con forma piramidal y con unos enganches informatizados situados en su base.

No tardé demasiado en hacerlo, aquella madrugada de Agosto me lo incrusté en la ubicuidad derecha de mi cara donde mi ojo faltaba. Al hacerlo sentí un corrosivo escozor esparcirse por mi cabeza, minutos después se convirtió en un dolor palpitante, pero gracias a las precauciones que había tomado no sufrí demasiado.

Estuve en cama alrededor de una semana hasta que mi cuerpo asimiló el poligonal objeto como una prolongación natural de mi cuerpo. Finalmente llegó el gran día, recuerdo que abrí aquella puerta que llevaba tiempo sin cruzar, avancé dos pasos sobre la acera y alzando la cabeza fijé la mirada.

Me es imposible describir con palabras lo que aquel prisma reflejó en mi mente, tan solo puedo decir que aquello que estaba presenciando era muy distinto a lo que mi ojo humano estaba acostumbrado.

Con el izquierdo podía ver como la lluvia caía con naturalidad sobre el asfalto, y circulaba torrencialmente sobre los adoquines calle abajo, sin embargo, a través de mi invento podía ver un sinfín de colores nuevos, imposibles de categorizar, ya que no eran comparables con nada semejante.

A pesar de todo lo más deslumbrante estaba por llegar, lo descubrí al girar la cabeza hacia el sentido opuesto por el que circulaba el agua, carretera arriba cientos rayos de luz rebotaban contra las paredes de los distintos edificios, se bifurcaban al contacto con el agua y parpadeaban al ser eclipsados por algún objeto opaco.

Era increíble, todos aquellos colores que desde pequeño fui asimilando ahora resultaban ser completamente distintos, incluso algunos de ellos poseían unos hermosos degradados que variaban su tonalidad a medida que el cuerpo adquiría movimiento.

La felicidad me acompañaba en toda mi expectación, me sentía en paz a causa de ser el primer hombre en poder ver cómo era la realidad. A raíz de mi logro mi presencia en el exterior fue de lo más frecuente; la gente me miraba desconcertada al observar aquel objeto contundente en mi cara, pero no me importaba ya que solían hacerlo de todas maneras.

Mi concentración jamás había sido tan imperturbable, todas aquellas magníficas luces me tenían cautivado, quizás hipnotizado, lo cierto es que me pasaba las horas mirando hacia el cielo y observando como aquellos fenómenos tenían un cierto parentesco a la conocida Aurora Boreal.

Pero una tarde no muy veraniega me percaté de algo que aún no había discernido; recuerdo que ya cansado de tanto caminar decidí ir a sentarme en el banco de un parque cercano, mi agotamiento dio paso al sueño y sin darme cuenta cerré mi ojo izquierdo. Estaba en una fase de transición a mi imaginación cuando mi prisma siempre activo me mostró una nítida imagen de algo completamente desconcertante. Me desvelé casi al instante y un tanto alterado observé como aquel solitario anciano daba de comer a las palomas. Fue delirante.

Hilos, cientos de hilos emergían de su piel, tensándose en cada gesto y controlando sus movimientos. Atónito observé cómo se alzaban sobre su cabeza, ascendiendo hacia el cielo y alcanzando una altura lo suficientemente lejana como para dejar de verlos. Miré a mí alrededor y aquel suceso se repitió; aquellos niños jugando al baloncesto, aquella señora que paseaba a su perro, incluso en aquel cochecito azulado podían verse los escalofriantes filamentos ondear en columna sobre el bebé.

Aterrado corrí hacia mi guarida, en mi transcurso pude ver a todas aquellas personas ignorantes de lo que sucedía, me miraban, me observaban, y sus hilos también lo hacían. Lo más extraño estaba por llegar, en el regreso a mi hogar descubrí que mi cuerpo estaba totalmente libre de ellos.

Me miré una y otra vez, brazos, manos y piernas, ni rastro de nada parecido.

¿Cómo era posible?

¿Por qué yo no los tenía?

¿Qué me hacía diferente al resto?

Muchas hipótesis pasaron por mi cabeza, algunas de ellas pusieron en duda mi propio sentido de la razón, pero tan solo unas pocas me ayudaron a desentrañar aquel misterio. Por alguna razón que soy incapaz de comprender el mundo estaba siendo controlado, las masas eran manipuladas por una desconocida fuerza que se ocultaba tras las nubes, y mi misión parecía ser liberarlas de su cautiverio.

Una de las causas por las que pienso que soy libre ocurrió hará cosa de cinco años cuando tras la muerte de mi abuelo intenté suicidarme un par de veces, recuerdo que mi platónica Elisabeth no lo permitió pero lamentablemente los daños me llevaron directamente al hospital.

Quizás también haya sido a causa de mi estilo de vida, distinto al del resto y evitando la corriente que arrasa a esta sociedad. Lo cierto es que no se qué pensar. A pesar de estar totalmente desorientado algo sí que tenía claro, debía liberarla, ella era la única persona en mi vida que merecía ser salvada. Por eso mismo aquella noche piqué a su puerta de una forma frenética, esperando a que ella en algún momento saliera.

Cuando apareció su expresión cambió y como esperaba no tardó en preguntarme que era aquello que tenía incrustado en la cara. Pero no había tiempo para explicaciones, necesitaba hacerla libre, y tijeras en mano me abalancé con la intención de cortar aquellas hebras que la manejaban. Lamentablemente no pude llegar a hacerlo, asustada me apartó violentamente, y entre gritos volvió al interior de su piso.

Debí haberme tranquilizado antes de actuar de tal manera, jamás me perdonaría ¿Y si ya no quería volver a verme? ¡Maldita sea! ¿¡Que había hecho!? ¡Ahora nunca podría llegar a explicarle lo que había descubierto! ¡Perdóname Elisabeth, perdóname por haberte asustado!

La semana siguió su transcurso y yo insistente no logré contactar con ella, debía estar muy enfadada como para no responder a mis llamadas.

¡No podía soportarlo!

Eran como tristes marionetas, podía verlo en sus rostros, realmente no deseaban hacerlo, pero por mucho que se negasen aquellos maquiavélicos hilos fueron los que le empujaron a que robase en aquel supermercado, provocaron que matase a su esposa, y torturaron a aquellos animales. Ante tanto caos no tuve más remedio que intentar comunicarme con ella a través de correo ordinario.

Introduje la carta en un sobre perfumado, con estampados de flores y con un texto de arrepentimiento en su interior. También en aquel texto la cité para que viniese a casa cuando estuviese preparada, tenía algo que enseñarle, concretamente quería mostrarle mi gran hallazgo.

Cuando sonó el timbre mis piernas temblaron y mi corazón se aceleró de un modo poco habitual, tenía que ser ella ¿Quién sino se molestaría en venir a verme?

Abrí la puerta y como bien predije allí estaba, de pie frente a mí mientras sostenía el escrito con su mano derecha. Al mirarla pude ver como su rostro expresaba preocupación, y en cierto modo me alegré de ello. Mi nula autoestima me repetía una y otra vez que jamás podría llegar a tenerla, que nunca llegaría a quererme de esa manera, pero aquel gesto de intranquilidad era lo más similar al amor que jamás me ofrecería.

Tras una breve charla bajamos al sótano, y sin perder más tiempo inicié el sistema informático primordial en el desarrollo de mi proyecto. Elisabeth se situó a mis espaldas y observó con detenimiento lo que le explicaba. Imaginé que llegaría a sorprenderse mucho más, que después de mi exhaustiva explicación ella cedería a que la salvase, pero en vez de eso lo único que hizo fue recorrer el sótano buscando algo.

Le pregunté, pero ella me ignoró, simplemente agarró una de mis sillas y la desplazó hacia el centro de la habitación. Estaba desconcertado, no comprendía con exactitud cuál era su intención, tan solo pude discernir algo cuando observé como ataba una horca desde una de la vigas.

-No eres diferente al resto-Dijo Elisabeth

-Ni siquiera destacas entre la multitud. Fue como un sofoco de calor, cuando intenté preguntarle por sus crueles palabras no logré hacerlo, mis labios estaban sellados en una expresión que me era imposible variar.

A pesar de dar la orden ninguna de mis extremidades podían moverse, por alguna extraña razón mi sistema nervioso parecía haberse paralizado, engarrotado, o quizás muerto.

Lo intenté de nuevo pero aquella agonía no cesaba, estaba encerrado en un cuerpo que me era imposible controlar.

-Fuiste un experimento, por una vez quisimos dar libre albedrío a un humano y en vez de aprovecharlo malgastaste tu vida encerrándote en este asqueroso sótano.

¿Qué estaba ocurriendo?

¿Por qué no podía ni siquiera hablar?

¿Cuál era la causa de mi repentina parálisis?

Lo descubrí cuando mi mirada se desplazó involuntariamente hacia el suelo y pude ver así como aquellos maquiavélicos hilos ahora también emergían de mi piel.

  • Lo único que has hecho ha sido lamentarte una y otra vez por tu destino, en vez de intentar cambiarlo por ti mismo.

Avancé baldosa por baldosa sin ni siquiera desearlo, y así me situé a su lado. A pesar de no controlar mi movilidad algo sí que había prevalecido, mis cinco sentidos estaban intactos y me sirvieron de expectación para lo que estaba ocurriendo.

Cuando me subí a la silla pude sentir de nuevo aquel agradable aroma de piel que la caracterizaba, después me até la soga al cuello y finalmente me regalaron unos segundos para observar aquel rostro del cual me había enamorado.

-Siempre he sabido que yo te gustaba. Es fácil suponerlo, los desgraciados como tú que apenas tenéis posibilidades para descubrir el amor siempre os acabáis enamorando de la persona que más os hace caso. Lo cierto es que intentaba disimular el asco que me dabas solo porque me entristecía tu deseo por tenerme.

Pero ¿A quién pretendes engañar? Mírate, eres horrible, jamás en tu vida podrás llegar a tener una relación. Mis lágrimas no se manifestaron, pero pude sentirlas en mi interior, se lamentaron por no haber sabido aprovechar la oportunidad que se me brindó, por no haber seguido el ejemplo que mi abuelo me aconsejó, y sobretodo lloré al descubrir que la única persona de la cual me enamoré resultó ser un títere sin corazón.

-Eres un monstruo y no mereces vivir

En aquellos últimos segundos, mientras la gruesa cuerda desgarraba mi cuello, me pregunté si aquel último acto también había sido involuntario.

— Via Creepypastas

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