Olores supra-sensibles

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Los olores distintivos; inusuales; fuera de lugar; ocupan un rol habitual en casi todos los fenómenos paranormales.

Los fantasmas y espíritus de personas humanas, por ejemplo, emiten un olor similar al producido por el humo; más tenue, en algunos casos, o realmente fuerte, si el emisor es un ente de considerable poder de manifestación. Existe una larga tradición de fenómenos paranormales asociados a los fantasmas y, naturalmente, a la necesidad que estos manifiestan por comunicar algún tipo de mensaje a sus seres queridos. Al respecto, las opciones son muchas: susurros, apariciones en sueños, pequeños sucesos de tipo poltergeist, y, finalmente, los olores.

El olor más asociado a las apariciones fantasmales benéficas es el olor a flores, sobre todo jazmines, lilas y rosas. Entre los olores negativos se encuentra el olor a humedad, a moho, a putrefacción. La mayoría de los grimorios y tratados demonológicos sostienen que el olor que precede a las apariciones demoníacas es el olor a azufre.

No obstante, hay fantasmas que presentan olores singulares, estrechamente asociados a quienes fueron en vida.

Se los conoce como «olores de conexión», es decir, olores que se asocian directamente a la persona fallecida, como el olor del café, por ejemplo, o de un perfume en particular. Desde luego, estas apariciones odoríferas solo tienen valor cuando no hay causas lógicas que puedan explicarlos.

En general, se considera que los olores son utilizados por los difuntos para trasmitirle a sus seres queridos que están cerca de ellos.

Ahora bien, además del olor de los fantasmas también existen otros, acaso más interesantes: los olores fantasma.

Nuestra mente es capaz de recrear imágenes, recordar sonidos, texturas, impresiones, y en especial de crear olores que sólo existen en nuestra mente. Como si estuviésemos sufriendo una visión, estos olores son exclusivamente nuestros, no importa cuán agradables o asquerosos sean.

Que quede claro: no nos referimos a las personas que sufren hiperosmnia, especie de trastorno que produce un tipo de hipersensibilidad olfativa al estilo de Jean-Baptiste Grenouille, protagonista de El perfume (Das Parfum), de Patrick Süskind.

Por el contrario. Más bien hablamos de lo que Joan Liebermann-Smith llama fantosmia, es decir, olores fantasma: aromas que nadie más puede percibir justamente porque solo existen en nuestra mente.

Lo curioso es que nuestra conciencia parece detectar rápidamente cuando se enfrenta a un olor fantasma. Si nuestra nariz huele, por ejemplo, olor a café o pan, difícilmente se detenga a analizarlos en profundidad. No obstante, cuando se trata de olores fantasmas es casi inevitable que el sujeto pregunte en voz alta:

—¿No hueles a…?

La respuesta de su interlocutor será, desde luego, que no huele a nada.

La mayoría de los olores fantasma no son especialmente agradables ni desagradables. Son, independientemente de nuestras afinidades olfativas.

La fantosmia se caracteriza por percibir olores allí donde no hay nada. Normalmente son olores fuertes, fácilmente identificables.

Esto suele ocurrirnos a todos, en mayor o menor medida, cuando nuestro cerebro dispara conexiones frente a un estímulo determinado. Por ejemplo: un sonido o un lugar pueden despertar el recuerdo de alguien, y éste un olor determinado. La asociación se produce a nivel inconsciente, de tal forma que solo percibimos sus efectos, en este caso, el olor.

¿Acaso no hay lugares que invariablemente huelen siempre a lo mismo?

Incluso es posible que, al oler ciertos aromas, pensemos inevitablemente en una persona.

Esto sucede debido a un desfasaje en la evolución de nuestro cerebro. El área encargada de procesar la información sobre señales químicas es quizás la más antigua de nuestro cerebro, y está allí mucho antes de que siquiera comiencen a desarrollarse las estructuras asociadas al pensamiento abstracto. Los olores atraviesan la parte baja del sistema límbico, es decir, la zona más emocional del cerebro.

Visto de esta forma, los olores fantasma no se diferencian en nada del olor de los fantasmas.

Si alguna vez nos ocurre aquello de oler algo que nadie más huele, sería interesante profundizar en él, razonar el por qué así como el dónde estos olores ocurren. Sin dudas seremos capaces de detectar allí al persistente fantasma de un recuerdo, tal vez el de alguien que ya no está.

Son pocos los casos de fantasmas que emiten una fragancia a flores. Uno de los ejemplos más conocidos es el de Dolley Madison, esposa del cuarto presidente de los Estados Unidos, James Madison, cuya presencia aún hoy emite un fuerte olor a lilas en Madison House, Washington.

Otro espíritu famoso que cultiva el hábito de emitir aromas a flores es la Dama del Jazmín (Jasmine Lady); fantasma de una mujer desconocida que fue asesinada por su marido en el Hotel Mineral Springs. Su presencia siempre es precedida por el olor a jazmines, esencia que —se dice— era la que utilizaba en vida.

La leyenda sostiene que esta misteriosa mujer y su marido llegaron al hotel para disfrutar de sus aguas termales. Durante su estadía la mujer conoció a otro huésped, se enamoró perdidamente y mantuvo con él un fulminante romance. Como su marido estaba hospedado en el mismo hotel, la mujer utilizaba un perfume de jazmín para informarle a su amante de que podían verse durante la noche.

Los olores ocasionados por los fantasmas suelen ser súbitos y muy breves. Aparecen y desaparecen casi en el acto, y solo ocurren en sitios específicos.

Ahora bien, los olores desagradables tampoco son infrecuentes en apariciones más bien funestas. Los espíritus no humanos del plano astral desprenden un fuerte hedor a putrefacción, en algunos casos, o a vegetales en estado de descomposición. Estos últimos generalmente se relacionan con fenómenos de tipo poltergeist.

Por otro lado, los ángeles emiten un olor muy distintivo, en particular los ángeles guardianes.

Muchos consideran que, al igual que los demonios, los ángeles utilizan el olor para trasmitir un mensaje a los humanos. No hablamos aquí de mensajes que puedan ser fácilmente traducible en palabras, sino un mensaje construido por emociones que solo el receptor es capaz de identificar e interpretar.

Recordemos que nuestro cerebro examina los aromas en la misma área en donde se procesan los pensamientos intuitivos y aquello que conocemos como «sentimientos» —el sistema límbico—; de modo que las fragancias son una especie de detonador, tanto de emociones como de recuerdos, con lo cual pueden provocar en nosotros un amplio abanico de sensaciones muy específicas.

La investigadora Doreen Virtue sostiene en su obra: Cómo conectarse con los arcángeles, que los ángeles poseen una especie de código basado en fragancias para comunicarse con nosotros.

El aroma a flores, especialmente a rosas, es el más empleado por los ángeles de todas las jerarquías.

Aaron Leitch, en su libro El lenguaje angelical: historia y mitos sobre la lengua de los ángeles, explica que los ángeles usan el olor a rosas debido a que esta flor posee una energía y una vibración más alta que las demás, con lo cual se convierte en el vehículo primario de comunicación para seres que comparten esa elevada vibración.

¿Qué significa oler a rosas?

Bueno, si creemos en los ángeles podemos seguir la explicación de Doreen Virtue, esta vez vertida en el libro: Cómo escuchar a tu ángel de la guarda, donde especula que el olor a rosas proviene de nuestro ángel de la guarda, y que el significado del mensaje tiene que ver con el valor, el coraje, en otras palabras: aliento para enfrentar una situación difícil.

Sin embargo, el olor de los ángeles posee un amplio rango de interpretación incluso para un mismo individuo.

Los que creen en esta posibilidad sostienen que el ángel de la guarda puede enviar fragancias que nos recuerden particularmente a una persona, a un momento de nuestras vidas, agradable o no; con el propósito de que lo examinemos en relación a los que nos está ocurriendo actualmente.

En la mayoría de los casos, el olor enviado por los ángeles nos recuerda a una persona en particular.

Pero hay aromas que, lejos de recordarnos a alguien, evocan lugares especiales en nuestra memoria: el hogar, el mar, las montañas, incluso el aroma a ciertos árboles, detonan en nosotros toda clase de sensaciones. Aquellos que creen realmente en los ángeles, explican que este tipo de mensajes pueden servirnos para trabajar sobre algo inconcluso en nuestras vidas.

Por extraño que parezca, los ángeles también son capaces de emitir el olor a ciertas comidas que disparan en nuestro cerebro todo tipo de recuerdos. No es el olor en sí lo que importa del mensaje, sino lo que provoca en nuestra memoria.

John Dee, por ejemplo, que estudió a fondo el Enoquiano: la lengua de los ángeles, afirma que cada fragancia emitida por los ángeles posee un significado propio para cada uno, aunque de hecho posean rasgos en común:

  1. Incienso: iluminación espiritual.
  2. Rosas: valor, coraje, comodidad.
  3. Uvas: gratitud.
  4. Menta: pureza.
  5. Canela: paz.
  6. Picea: alegría.

Aquellos que deseen profundizar en este complejo pero fascinante idioma de los ángeles pueden consultar un interesante libro titulado: Diccionario enoquiano: los ángeles caídos de John Dee y El libro de Enoc.

Los demonios, por otra parte, también son grandes emisores de olores, en este caso, claramente desagradables.

En algunos tratados demonológicos, por ejemplo: Daemonolatriae y De Praestigiis Daemonum et Incantationibus ac Venificiis, se sostiene que el olor es la mejor manera de identificar la presencia de un demonio. Los exorcistas medievales eran considerados como verdaderos sabuesos capaces de seguir el rastro de los demonios en una aldea en particular siguiendo su olor.

Otro libro prohibido, el De Daemonialitate et Incubis et Succubis, conjetura que los Íncubos y Súcubos emiten una especie de vapor afrodisíaco capaz de despertar en nosotros una pasión descontrolada. Pasado el pecaminoso momento de fervor, ese mismo olor se transforma en un fétido vaho a sudor.

De la démonomanie des sorciers y el famoso Malleus Maleficarum, por otra parte, aclaran que incluso las brujas emiten un diabólico olor a aguas pútridas, estancadas, y en ciertos casos a excremento. No es que este hedor proceda naturalmente de ellas, sino que lo utilizan para enmascarar el olor a azufre que queda impregnado en ellas durante los sabbats y aquelarres.

Los demonios propiamente dichos, es decir, las presencias demoníacas, huelen a azufre. El hedor es tan fuerte que quien lo huele siente como si el interior de sus fosas nasales se estuviera quemando.

Para finalizar este repaso odorífero del más allá, diremos que Michaël Ranft, autor de uno de los libros malditos más extraños de todos los tiempos, el De Masticatione Mortuorum in Tumulis; algo así como «de la masticación de los muertos en sus tumbas», afirma que incluso los vampiros en general emiten un hedor singular, cuyo rastro se impregna en los sitios que frecuentan durante la noche.

Este hedor putrescente, sobrecogedor —aclara el sabio—, suele ser confundido con el olor a gases de procedencia más bien intestinal; pedos, en otras palabras.

— Via Creepypastas

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