Mi perro estuvo perdido por tres días

Allá afuera
Allá afuera

Fui criado en una pequeña comunidad de pescadores en el lado oeste de Canadá, rodeado por el golfo de San Lorenzo y el bosque boreal. Pasé la mayor parte de mi vida cazando en esos bosques, así que puedes imaginar mi alegría cuando mis padres me dieron un “perro de caza”.

Sandy era un perro pastor de Shetland, y, aunque están más en forma para el pastoreo y el seguimiento de ovejas, lo llevaba conmigo al bosque en cada excursión que podía. Sandy había estado conmigo durante suficientes viajes de caza como para acostumbrarse a despertar justo antes del amanecer y, en algunas ocasiones, ayudaba a localizar ardillas o conejos que se encontraban a través de la grandes áreas del bosque.

Sandy no era de mi propiedad, nunca fue tratado como si me perteneciera. Sandy era un miembro de la familia, mi mejor compañero y mi amigo más fiel. Pienso con cariño en todas las veces que se sentaba en el asiento delantero del camión sin que se lo indicara, listo para dar un paseo en cualquier parte del bosque al que lo llevara. Puedo decir honestamente que nunca habrá un perro que llene el vacío que Sandy dejó en mi vida.

Había hablado con mi familia acerca de llevar a Sandy, mi equipo de casa y algunas cosas esenciales a una de las cabañas de mi abuelo durante unos días. No les encantó la idea, pero logré convencerlos. Todo estaba ya en el viejo Ford azul, Sandy incluido, y, un par de horas después, nos establecíamos en una de las viejas y solitarias cabañas de mi abuelo.

Y es aquí donde las cosas se jodieron. Sandy, lo siento mucho. Había pasado la mayor parte de mi vida rodeado de naturaleza. Pocas veces me habían sucedido cosas raras, pero todo se podía explicar científicamente. Es por eso que evité el extraño comportamiento de Sandy en las primeras noches, probablemente se debía por el nerviosismo de un perro que es capaz de escuchar los ruidos lejanos de varios coyotes, lobos, osos y alces.

Ese era un territorio virgen. Hubo un montón de tiempo para que la vida silvestre se asentara aquí también.

La primera noche fue bastante normal. Había puesto la cama de Sandy en la esquina de la sala de estar, al lado de la televisión que parecía de la década de los 90′. Pensé que sería bueno dar a Sandy un lugar para recostarse, a pesar de que él dormía acurrucado conmigo nueve de cada diez veces. Cerca de las 10 de la noche, Sandy miró directamente a la puerta de madera y gimió. Pensé que quería orinar así que abrí la puerta para dejarlo salir.

Pero, en lugar de eso, se sentó junto a la puerta mirando hacia el borde del bosque más allá del camino. Yo también me levanté y miré unos minutos antes de decidir que debió de ser un grillo. El resto de la noche fue normal, y Sandy durmió bien conmigo.

La segunda noche, le atribuí la rareza de su estrés. Temprano en el día habíamos caminado un par de kilómetros a través del bosque mas allá de la cabaña, y creí oír el sonido de ramas crujiendo bajo algo pesado. Esperaba que no fuera un alce, porque mi escopeta no habría tenido oportunidad alguna, pero algo cambió en Sandy, algo que no le preste mucha atención en ese momento.

Se inclinó a si mismo sobre sus patas traseras, su parte delantera se apretó contra el suelo. Mostró sus dientes y gruñó hacia la nada. Supuse que seria mejor cazar mas tarde, lo que fuera que haya sido eso se había ido ya. Sandy se sintió de buen humor, pero una vez adentro no quiso moverse incluso cuando trate de hacerlo salir para que hiciera sus deberes, se sentó al lado de la puerta y lloró quejándose para hacerme saber que no quería ir afuera.

No lo presioné. Si se orinaba en el suelo, que así fuera. Sandy nunca se había portado mal, podía disculpar un accidente o dos, si realmente no quería estar allí afuera. «Debió haber sido un oso», pensé antes de cerrar la puerta y terminar con el día.

La tercera noche fue cuando todo se fue al demonio, y hasta el día de hoy sigo sin comprender por completo qué es lo que pasó. Sandy no comió en todo el día. Me las arreglé para disparar un conejo en la madrugada, cuando Sandy decidió no querer estar afuera por más tiempo del necesario y se retiró al interior de la cabaña.

Lo cociné, le tiré un poco de salsa y se lo di a mi perro. No hacía eso todo el tiempo, pero pensé que era una ocasión especial, y tal vez un tratamiento lo pondría en un mejor estado de ánimo para otro paseo al día siguiente.

Pero Sandy no lo tocó, ni siquiera lo olfateó. En su lugar, se sentó a mi lado en el sofá, observando atentamente la puerta. puse su cabeza sobre mis piernas pero, pero los ojos seguían fijos en esa puerta. Después de tres horas de ver graciosas cintas de VHS en el televisor, Sandy comenzó a llorar, abrazándose cerca de mi cuerpo.

Debe sonar tonto, pero era mi familia. Pensé que, si algo ahí afuera asustaba a Sandy, era mi trabajo hacer algo al respecto. Cargué mi escopeta, abrí la puerta, me paré en la puerta y esperé. Estuve esperando al menos una media hora, mirando a la nada. Apenas se escuchaba un ruido alguno, a excepción del débil zumbido de insectos y hojas que se agitaban en el frío viento del otoño. Los alces no son criaturas elegantes, y, si fuera un alce, lo habría oído venir.

Alrededor de los 40 minutos, Sandy salió como un rayo en la oscuridad de los arboles más allá del camino ladrando salvajemente. Empecé a preocuparme, a pesar de saber que mi perro no estaba totalmente indefenso en la naturaleza. Oí los ladridos de Sandy desvanecerse en la distancia y luego detenerse por completo.

Esperé horas de pie en la puerta con mi escopeta listo para acabar con lo que fuera que estaba esperando en el bosque. Esperé horas para que Sandy regresara a la casa. Esperé hasta que el sol comenzaba a salir y luego esperé hasta el anochecer, sentado en frente de la cabaña. Combatiendo mi privación de sueño para ver a mi perro de nuevo.

Sandy sí volvió, pero después de tres días. Había niebla en ese momento y oscurecía cada minuto que pasaba, la noche pintaba el cielo de azul marino. Empecé a preocuparse de que tendría que salir y encontrar más provisiones para las próximas noches. No podía dejar a Sandy ahí, perdido en el bosque con frío y probablemente con hambre. La idea de que pudiera estar esperando ahí afuera para que yo lo encontrara y lo trajera a casa ya era demasiado angustiante.

Empacaba lo que necesitaba para el viaje del día siguiente. Pensé que mañana sería el último día antes de ir a la ciudad y ver si mi padre me ayudaría a encontrar a Sandy. Era un hombre jubilado y retirado, pero estaba seguro de que, si le mencionaba el nombre de Sandy, estaría más que dispuesto a ayudarme a buscarlo. Afortunadamente, Sandy volvió antes de que yo hubiera terminado esa línea de pensamiento.

Lo vi desde la ventana, en el sendero que conducía a la carretera principal, a unos pocos metros de la cabaña. Normalmente lo escuchaba correr y rasguñar la puerta unas cuantas veces, ansioso por entrar, pero esto era diferente. Podía ver el reflejo de sus ojos como perlas verdes en la niebla. Por un momento pensé que podía ser un animal, pero el contorno de su cuerpo era inconfundible. Sin embargo algo me hizo dudar, había algo diferente en su lenguaje corporal. Miré por la ventana unos instantes antes de que la razón venciera mi instinto. «Sandy podría estar herido», pensé. «O peor».

Abri la puerta de un golpe, pero él no entró de inmediato. Solo se quedó ahi, observándome atentamente, así que le silbé.

—Ven, Sandy. Ven aquí, chico.

La forma en que se movía era… diferente. Era como si sus caderas se hubieran dislocado, y el ángulo de sus patas cambiaba de dirección con cada paso, como si hubiera olvidado caminar correctamente. Su cabeza estaba inclinada al suelo, pero no mostraba sus dientes. No parecía agresivo. La única manera de describir la mirada que me dio es que era “tímida”, como si se hubiera metido en problemas, y yo le gritara por ello.

Se sentó en el escalón y no aparto su mirada de mí. No fue hasta que me moví por completo de la puerta que decidió entrar directamente a su cama. No se detuvo en mi mano y ni me olfateó. Él no esperó a que lo acariciaran y no saltó sobre mí como solía hacerlo. Fue directo a su cama, donde se sentó y me observó durante bastante tiempo. Lo llamé un par de veces mas, pero él no respondió.

Había extrañado a mi amigo, pero logré molerlo físicamente hacia mí. Había algo en él que decía que no debía haberlo dejado entrar, pero pensé que era una tontería y unas horas mas tarde me fui a la cama. Cuanto más pienso en ello, no recuerdo haberlo visto parpadear una sola vez. Se sentó ahí como una estatua, y cuando apagué la luz, todavía podía ver el reflejo verde de sus ojos siguiéndome mientras cerraba la puerta de mi habitación.

Podría jurar que lo oí caminar por la noche, el sonido de las uñas arrastrándose por el suelo de madera hacia la puerta de madera de mi habitación, pero eran lentos y deliberados. No era como la rapidez de Sandy al darse cuenta de que me había ido a la cama. Escuché los ruidos detenerse afuera de mi habitación, pero no escuché su llanto. No le di mayor importancia y me dormí profundamente.

Cuando desperté, pensé que debía haber sido un sueño. Sandy seguía sentada en la misma posición de cuando me fui a dormir a la cama. Era como si no moviera un solo músculo en toda la noche, y, cuando le dije buenos días, ni siquiera movió su cola. Me siguió hasta la cocina, pero se detuvo en la puerta cuando puse su plato en el suelo y lo llené de comida. Su mitad trasera se movía de una forma extraña mientras se dirigía lentamente hacia mí.

Tenia una sensación extraña sobre su aspecto aquel día. Era como si fuera un poco más largo durante la noche. Estaba encorvado hacia abajo de nuevo, como cuando se dirigía a la puerta la noche anterior. No entró en la cocina. Me imaginé que debía haber estado hambriento después de haber estado afuera durante tanto tiempo, pero él me miró como si me estuviera esperando a que me acercara un poco más a el.

Después de un ligero concurso de miradas entre mi perro y yo, decidí sacarlo de su trance y dije su nombre en voz alta.

—Sandy.

Pero no hubo respuesta. No quería acercarme al perro y dejar la cocina, pero ese era mi Sandy, y el mayor daño que había hecho era comer moscas. Efectivamente, mientras pasé a su lado, él se volvió y su cuerpo se balanceaba de forma poco natural, pero no se acercó a mí. Cuando me fui a cazar ese día, no pude encontrar nada. Las huellas de ciervos en el barro ya eran de varios días antes. No podía escuchar insectos, ni pájaros, ni siquiera el aullido de un coyote cercano.

Los únicos sonidos a kilómetros de distancia del camping eran mi propia respiración, y el sonido de las hojas crujiendo por debajo de mis pies. Cuando el sol comenzó a meterse, tome mi camino de regreso, debía haber empacado mis cosas y largarme de ahí de una buena vez.

Justo detrás de un grupo de árboles, con la cabaña apenas visible más allá del horizonte, descubrí la razón por la cual no había animales en la zona.

Generalmente, cuando hay muertes masivas de animales, eso generalmente significa que algo está mal en el área de la masacre, y la vida silvestre suele ser lo suficientemente inteligente como para salir del diablo. Incluso los gatos se crían instintivamente a no gustar beber del agua que está cerca de donde está su alimento, porque, si ven un animal muerto cerca de una corriente, se figuran que está contaminada y encuentran otra fuente de agua.

Cientos de ardillas estaban destripadas y esparcidas por la hierba en un círculo casi perfecto. La mayoría fueron desolladas vivas, pero cuando me di la vuelta para levantar todo el contenido de mi estómago, había unas pocas docenas que estaban de adentro hacia afuera. No pude evitar vomitar repetidamente mientras intentaba caminar alrededor del círculo de diminutos órganos y puré de cuerpos, no sólo por la horrible escena, sino porque el olor era insoportable.

No sé cuánto tiempo llevaban ahí, pero, si hubiera encontrado esto antes, me habría ido de inmediato junto con Sandy. Poco a poco, la cantidad de cuerpos disminuyó, y terminó en una ardilla muerta aquí y allá. La cosa más grande que logré encontrar, a sólo unos metros de la zona fue un ciervo.

Parecía como si algo hubiera decidido desollarlo de pies y cabeza, y poner algo de la piel sobre una rama como bronceándola. La cabeza se había ido con un corte limpio, y cuando me había dado cuenta de que los órganos habían sido removidos, pase de un ritmo de marcha a un trote rápido. Afortunadamente la cabaña no estaba demasiado lejos. Exhalé por una última vez, limpié mi boca con una de mis manga y miré a la cabaña para ver a Sandy observándome desde la ventana.

Traté de razonar conmigo mismo y decirme que el extraño comportamiento de Sandy podía haber sido un trauma. Sé que es estúpido pensar en ello ahora, pero en ese momento, era la única explicación razonable que tenía para no volverme loco. El cuerpo alargado pudo haber sido un producto de mi soledad. Sandy se había dado cuenta de que había algo extraño con ese lugar, y, en el segundo en que lo hizo, debí haberle hecho caso y largarnos de nuevo a la cuidad.

Una vez que la puerta se cerró detrás de mí, comencé a empacar la comida y lo esencial de nuevo, moviéndome rápidamente para tratar de meter todo a la camioneta antes de que llegara la noche. Sería peligroso intentar maniobrar en la noche, hubiera sido fácil deslizarme por un barranco y nunca mas se hablaría de mi. No quería quedarme una noche más, pero no tenía elección. Había regresado a la cabaña momentos antes de que el sol desapareciera, y una vez mas el cielo se baño de un azul marino.

No le presté atención a Sandy. Él se sentó en su cama y me vio empacar, metería sus cosas a la camioneta por la mañana y estaríamos de vuelta en la ciudad antes de la noche del día siguiente. Echándole un vistazo por escasos segundos, se me vino en la mente que estaba un poco más largo hoy y, cuando me fui a la cama, me fue difícil dormir durante horas.

Debieron ser cerca de las cuatro o cinco de la mañana cuando lo escuché.

El sonido de silbidos. El mismo silbato que solía usar para llamar a mi perro. Un sudor frío recorrió mi cuerpo cuando me di cuenta de que quien mataba a esas ardillas y colgaba la piel podría haber entrado a la cabaña.

Por suerte, la puerta de mi habitación no hizo ruido alguno cuando la abrí lentamente. Esperé un momento, escuchando a quien llamaba a mi perro por unos segundos más antes de que me atreviera a dar un vistazo y quienquiera que fuera que pudiese herir a Sandy.

La puerta principal estaba abierta. Todo lo que vi fue la mitad trasera de Sandy, demasiada larga y delgada, casi un espiral en la parte posterior de la puerta. Su mitad delantera estaba afuera. Lo que fuese que hubiese hecho pasar por mi perro, silbaba lentamente, llamando a Sandy. En ese momento, puedo jurar que se encorvo hacia el suelo otra vez y dijo:

—SAAANNDYYYYY.

En la voz más demoníaca que jamás escuché, cerré la puerta tan suavemente como la había abierto.

No sé cuánto tiempo esperé con la espalda pegada contra la puerta. Sabía que dejé mi arma en el perchero. Sé que no pude dormir. Esperé hasta que el sol salio del horizonte, y luego esperé un poco más, hasta que debió ser mediodía y finalmente tuve el valor para abrir la puerta de nuevo y escapar hacia la camioneta. No moriría en ese lugar.

Sandy se había ido y la puerta estaba abierta. Su comida estaba intacta, pero la nevera estaba abierta, y toda la carne había desaparecido. No me molesté en empacar sus cosas. Me puse la mochila, y corrí hacia la camioneta tan rápido como pude, y la encendí. No puedo describir la sensación que me invadió cuando me di cuenta de que tendría que dejar a Sandy en ese lugar. La idea de que podría estar muerto nunca fue un pensamiento en mi mente. No creo que pudiera resistir saber que lo que fuese que dejé entrar a casa, lo que fuese que destripó a aquellos animales, pudiera haber hecho lo mismo con él.

Regresé por los caminos sinuosos tan rápido como pude sin desviarme hacia los acantilados. Sentí como si estuviera dando vueltas en círculos por un laberinto que me llevaría de vuelta a la cabaña, pero cuando llegué al pavimento en el camino de regreso a la ciudad, me sentí aliviado, pensando que por fin estaba a salvo.

Justo cuando estaba entrando al camino del pavimento, sentí algo duro golpear el parabrisas trasero, enviando vidrios rotos al asiento de los pasajeros. Sólo vi de reojo la cabeza decapitada del ciervo, llenándose de vidrios y cayendo en el asiento trasero. Lloré durante la mayor parte del camino a casa, con las manos apretando el volante con tanta fuerza que mis nudillos estaban blancos.

Me gustaría terminar esta historia de manera positiva. Me gustaría poder decir que encontré a Sandy en casa, esperándome. Me gustaría decir que ese fue el final, una experiencia traumatizante en el bosque que superaré con el tiempo.

Ayer por la noche tuve dificultades para poder dormir. Seguía repitiendo el viaje entero en mi cabeza. Si haces un viaje con tu perro, te aconsejo no lo dejes fuera de tu vista por mucho tiempo. Si no, lo que vuelve podría no ser tu perro.

— Via Creepypastas

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