Hotel de carretera

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

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Ya hace un par de semanas que duermo mal, creo que se debe a la inquietud que me causa el tener que disertar sobre la novela que acabo de publicar. El coloquio tendrá lugar en el ateneo de la capital, pasado mañana por la tarde. Es decir que, como afortunadamente el tiempo transcurre sin detenerse, pronto podré decir que el mal trago ha pasado y todo volverá a la normalidad.

Sea como fuere, es una suerte contar con el apoyo de mi mujer que cada noche me trae un vaso de leche caliente y una pastilla para que concilie el sueño. Ella está expectante de todo lo que me agobia y trata de remediarlo, dentro de sus posibilidades.

Esta mañana, me he levantado tarde porque he pasado mala noche; a pesar del somnífero he dormido poco y ahora lo veo todo desenfocado. Siento como si el cuerpo no me respondiese. De todas formas, creo que después de comer, cogeré el coche y saldré hacia la capital. Bueno, el tiempo va imponiendo su dictadura, ya he salido y hace un rato que estoy conduciendo mi coche por la carretera hacia el ateneo.

Empieza a anochecer y una niebla densa, cerrada y pegajosa, me impide ver a escasos metros de mí. Conducir con niebla es agobiante. No ves casi nada a más de de veinte metros, desconoces absolutamente lo que pasa. La realidad pierde consistencia. Claro que en la vida en general nos ocurre algo similar, venimos aquí y no acostumbramos a saber por qué, ni si tiene algún sentido todo esto.

Veo con muchas dificultades. Me doy cuenta que no estoy en la plenitud de mis facultades para conducir. Físicamente me encuentro como disminuido, falto de entidad, debe ser por la semana de poco sueño que llevo, necesito parar y pasar la noche en cualquier hotel de carretera y así poder dormir un rato. Todavía faltan un montón de kilómetros para llegar a la capital.

Unas luces rojas parpadeantes de un rótulo anunciando un hotel atraviesan la niebla y me sugestionan para que pare. Agotado, así lo hago.

-Hola, buenas noches -digo, dándome a conocer a un señor con barba blanca, camisa también blanca y chaleco granate que parece entretenido con un ordenador. Este hombre parece tener más nobleza que el cargo que detenta. Un mostrador austero de pino nos separa, imponiendo un carácter muy sobrio al conjunto.

El hombre alza la vista por encima de sus gafas y a través de su poblada barba me dice:

-Ah, hola. Lo estaba esperando. ¿Es el Sr. X, no es así?

  • Perdone, ¿cómo sabe usted mi nombre? Debe tratarse de un error.

El hombre inspiró profundamente y con aburrimiento, como si aquella situación ya la hubiera vivido anteriormente, y, volviendo a mirarme por encima de sus gafas, me dijo:

-No hay ningún error. Incluso han hecho una reserva a su nombre.

-¿Reserva? No entiendo nada.

El hombre resopló y añadió.

-Vamos, vamos, no hay nada que entender. Le acompañaré a su habitación.

Consternado, seguí los pasos del hombre, que golpeaban imperceptiblemente una moqueta gastada por las escaleras hacia el primer piso. La moqueta parecía cada vez más usada y el corredor quería adornarse con un nefasto arrimadero lacado y un papel adamascado color ocre, despegado en muchos puntos. De repente, cuando estábamos llegando a la mitad del pasillo, una puerta de una habitación se abrió violentamente y un hombre grueso y de mediana edad apareció y dijo mirando al hombre que me guiaba:

-He estado pensando y he tomado una determinación.

-Bien, bien -dijo mi guía-, acompaño a este hombre a su habitación y vengo a escuchar su decisión.

Unos pasos más allá, se volvió a abrir, esta vez más suavemente, otra puerta y apareció una mujer joven, bella, si bien un poco pálida y creo que desmejorada. Ella buscó con su voz al hombre de la barba.

-Cuando pueda quiero hablar con usted. He tomado una decisión.

-Enseguida vuelvo a escucharla, espéreme en la habitación.

El hombre se volvió hacia mí en tono animado:

-Parece que se van decidiendo.

Yo cada vez entendía menos de qué iba todo aquello, así que cuando el hombre abrió mi habitación y se introdujo conmigo en ella, le rogué:

-Por favor, se lo suplico, acláreme de que va todo esto. ¿Qué es lo que está pasando?

El hombre me miró entre intrigado y sorprendido y me dijo:

-¿De verdad que no intuye nada? ¿No entiende lo que pasa? Bien, ya veo. Es fácil. Nosotros creemos que el crimen más abominable se da entre familiares o personas muy próximas. Cuanto más unidas están las personas, más execrable es el crimen. En el caso del hombre grueso de mediana edad, que usted hace poco ha conocido detrás de una abertura violenta de puerta, su hermano menor, lo asesinó hace muy pocos días por una cuestión de herencias En cuanto a la mujer joven, su marido, con el que hacía tiempo que no tenía relaciones, la sorprendió con su actual amante y los mató a los dos.

Ambos han pasado un breve periodo de tiempo en las habitaciones del hotel, meditando si querían perseguir a sus agresores en forma de apariciones, espectros, sombras o fantasmas, es decir, si querían hacerles la vida imposible a sus ejecutores, haciéndoles pagar lo que ellos habían hecho previamente o, por el contrario, no vengarse y dejar las cosas tal como estaban. Cuando hable con ellos, me dirán la decisión que han adoptado.

-Es horrible, pero lo entiendo. ¿Pero qué tiene que ver esto conmigo? ¿Qué hago yo aquí?

-¡Pero, buen hombre! ¡¿Cómo puede ser que no se dé cuenta de nada!? Es la primera vez que hablo con un muerto que no sabe que lo está. Aterrice en el Más Allá. Su mujer lo ha estado envenenando lentamente durante quince días.

Yo estaba sin palabras, petrificado y sin reacción posible.

El hombre me zarandeó para que volviera en mí y me dijo:

-Dentro de un par de días le haré una visita para que me comunique su decisión.

— Via Creepypastas

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