Luces en el cielo

Allá afuera
Allá afuera

El hombre siempre se ha interesado por lo que no entiende. Y es perfectamente natural. Lo desconocido produce curiosidad. Cosas que están más allá del espacio, demonios que no podemos ver, lo que hay después de la muerte.

Fue en un poblado mexicano, hace algunas décadas, cuando estos sucesos tuvieron lugar. El pueblo apenas se estaba formado, por lo que no más de treinta personas vivían ahí. Todos conocían a todos.

Un enorme cerro estaba al lado del pueblo, no muy lejos, siempre pacifico. Si uno se fijaba bien, podía ver lo que pasaba ahí. De las pocas personas que vivían en ese pueblo, destacaba un joven de nombre Ernesto, sumamente temerario. A la menor provocación, sacaba un arma para tratar de armar pleitos.

Ernesto era respetado y temido por todos. En el pueblo había una taberna en la que el joven pasaba todas las noches, en poquísimas ocasiones salía no muy ebrio de ahí, pues en la gran mayoría de las veces tenían que arrastrarlo de ahí (no sin recibir unos cuantos golpes antes para calmarlo).

— Ya van dos noches en las que ese cabrón se deja ver. Y da harto miedo.

— Puros cuentos. De seguro estabas todo borrachote.

— No me creas si no quieres. Pero asómate una noche si no me crees. Vas a ver como brilla allá en el cerro.

Ernesto, que se encontraba una mañana paseando por el pequeño pueblo, escucho a unas personas conversar sobre eso y, con curiosidad, presto atención.

— Mira, te lo juro por Dios. Iba yo saliendo de la cantina, cuando voltee hacia el cerro y lo vi. Una luz grande cayó hacia el cerro, y se quedó brillando un rato. Luego, tomo forma de hombre y se escondió. Dejo de brillar un rato después. Yo me lance corriendo para mi casa.

— ¿Hace cuánto que viste eso? — Ernesto le pregunto al hombre, sumamente interesado.

El hombre se sobresaltó al voltear y ver a aquel chico alto, bien vestido y de cabello negro y largo, inmediatamente lo identifico y contesto, con temor.

— Joven Ernesto, tendrá ya cinco días que lo vi. Y mi mujer lo vio antier, una figura con forma de hombre, muy brillante, allá en el cerro.

— Interesante, me gustaría verla un día.

—No joven, no sabe lo que está diciendo, se le pone la piel de gallina a uno cuando lo ve.

Yo digo que es el mismísimo diablo. La otra persona, la que se encontraba hablado con el hombre antes de que Ernesto llegara, se unió a la conversación.

— No te atemorices Ernesto, si quieres hoy que salgas de la taberna esperas a que se

aparezca, si es que lo que dice él es verdad.

El hombre se mostró en serio preocupado.

— No vaya a ser que si lo vemos, esa cosa se moleste y vaya a venir para acá. Sería una

horrible tragedia que algo tan espantoso llegara aquí a nuestro pueblo. Mejor ni lo hagan.

Ernesto, de manera violenta y amenazante, se volteo hacia el viejo.

— ¿Está tratando de insinuar que soy un cobarde? Mire, hombre estúpido, ya debería saber que no es buena idea meterse conmigo. —Ernesto se tocó el cinturón, donde descansaba su pistola, el hombre se hizo para atrás y dijo, con voz temblorosa:

— No joven Ernesto, si quiere verlo, no tratare de impedírselo más.

Ernesto sonrió, de manera maliciosa.

— Este bien, más le valía entender. — Dicho eso, se alejó, con paso firme y rápido.

La otra persona se despidió del viejo, que cuando se quedó solo, murmuro.

— Ojala que una buena lección haga cambiar a ese muchacho.

Bien entrada la noche, Ernesto salía de la cantina. Había procurado no beber mucho para estar consiente a la hora de ver la cosa del cerro. Les conto a todos en la taberna lo que se aparecía, nadie le creyó, pero no lo demostraron y hasta algunos mintieron para no llevarle la contraria. Sabían que era lo correcto para no buscarse problemas.

Ernesto caminaba lentamente, todo el pueblo estaba vacío. Tras un rato, empezó a creer que las palabras del hombre no eran más que patrañas, y, estando a punto de cambiar rumbo para irse a su casa, fue cuando lo vio.

Una cosa brillante cayó del cielo y se estrelló en el cerro. El joven se quedó sumamente impactado y observo. La luz era de un color azul turquesa, y podía observarse sin que el ojo se cansara por un largo rato. Ernesto la observo atentamente, como la luz brillaba, perdía un poco de fuerza, y se volvía a iluminar emitiendo su resplandor azul.

Ernesto pensó rápidamente en ir a hablarle a todos los de la taberna para que vieran el espectáculo, y corrió para avisarles. Pero un sonido fuerte le detuvo y le obligo a dar la vuelta.

Ahora, una luz roja había aparecido junto a la azul. Quizá igual llego del cielo, pensó Ernesto, pero esta provoco un impacto sonoro enorme al llegar. Ambas luces iluminaron la noche, el pueblo, iluminado por el color naranja de los focos de algunas casas, paso a ser azul y rojo.

Ernesto pudo notar como la luz roja brillaba con más intensidad, y parecía dominar a la azul. El muchacho empezó a sentir miedo, y justo cuando iba a echarse a correr, la luz azul pareció desaparecer por un instante, para después tomar una forma humanoide bien definida y echarse a correr. Los ojos del joven se abrieron grandes y observo como la luz roja hacia lo mismo. Ambos conservaban contornos brillantes de sus respectivos colores, y desaparecieron al entrar en una cueva. Ernesto los observo atentamente hasta que desaparecieron, y se dirigió a su casa, con miedo.

Al día siguiente, Ernesto se levantó tarde, casi a las once de la mañana, se sintió tranquilo hasta que recordó lo que vio la noche anterior, y estuvo pensando en eso toda la mañana, cuando salió al pueblo, todos los que estuvieron con él en la taberna se acercaron a interrogarlo.

— ¿Dinos, lo viste? ¿Viste al diablo? —Le pregunto una mujer.

Ernesto trato de parecer seguro de sí mismo.

— Claro que lo vi al desgraciado. ¿Y saben qué? No es tan impresionante, nada más son unas luces y ya. El hombre que vio primero el fenómeno, se acercó a Ernesto y preguntó:

— ¿Estás seguro? Yo vi como tomaba forma de humano y se echaba a correr, era algo de un color verde profundo.

Ernesto tragó saliva. Lo que él vio no era de color verde.

— Bueno, yo vi algo que cayó del cielo y era de color azul. No me explico que sean de diferente color —Ernesto casi se ruborizo por su mentira.

— Si ambos tienen razón, lo más probable es que sean dos —Dijo otra persona.

— Ya está decidido, esta noche, nos quedaremos todos a esperar para verlo. Pasen la voz

—Dijo Ernesto. Todos estuvieron de acuerdo.

Llegada la noche, todas esas personas (y algunas más que habían invitado) se habían reunido en el punto donde Ernesto vio el fenómeno. Algunas mujeres llevaban sus rosarios y rezaban para tratar de quitarse el temor. Ernesto encabezaba a todos, observando fijamente el cerro.

Paso cerca de una hora así, algunos ya se habían ido a sus casas, cuando volvió a suceder. Una luz, ahora de color amarillo, se estrelló en el mismo punto que las anteriores, todos prestaron enorme atención. Era lo mismo: brillaba, se apagaba un rato, y volvía a resplandecer. Era impactante para todos. Unos niños que se encontraban viendo el espectáculo empezaron a llorar y abrazaron a sus madres. Los hombres estaban impactados.

De repente, la forma humanoide original, la de color verde, apareció y se acercó a la luz amarilla, cuando salió, algunas mujeres gritaron, y, a pesar de la distancia, más de uno pudo notar como la figura verde giro la cabeza hacia la gente cuando escucho el grito. Los que se dieron cuenta, callaron a las mujeres y siguieron observando.

La figura verde observo por un largo rato, y volvió a lo suyo. Se acercó nuevamente al ente amarillo, y lo ayudo a levantarse. La gente, horrorizada y sin entender, pudo ver como ambos corrían a la cueva, donde débilmente habían empezado a brillar las luces azul y roja. Después de que entraran a la cueva, las luces se apagaron de poco en poco hasta que desaparecieron.

Todos se quedaron quietos, incluido el mismo Ernesto. A pesar de que los entes no les habían hecho nada, era verdad que causaba pánico ver eso. Un hombre se decidió a hablar, con la voz muy temblorosa.

— No es el diablo, como decían. Deben de ser de esos que escuchamos la otra vez en la radio de Don Armando. ¿Cómo se llamaban? Creo que marcianos, que venían de otro mundo.

El mismo Armando, que también estaba ahí y era el único del pequeño pueblo con radio, lo afirmó, pues en una de las historias que narraban ahí, habían descrito algo parecido. Todos esperaban que Ernesto dijera algo, pues era el más valiente de todos. Pero no dijo nada. Todos se fueron a dormir a sus casas, temerosos de que las criaturas bajaran al pueblo en la noche.

Ernesto no pudo dormir en toda la noche, en verdad tenía mucho miedo. En todo el día, no salió para nada de su casa, hasta que, entrada la noche, se arregló para irse a la taberna. Todos le estaban esperando, con una terrible cara de miedo. Esa noche, estuvieron todos muy callados, sin comentar nada de la noche anterior, hasta que Ernesto dijo:

— Voy a subir al cerro, y cazare a esas cosas.

La gente presto atención, y muchos trataron de detenerlo.

— ¡No Ernesto! No sabes lo que estás diciendo, ni siquiera tienes como defenderte de esas cosas.

Ernesto se sacó rápidamente la pistola del pantalón y le apunto a quien le dijo eso.

— Mira idiota, cállate, que no sabes de quien estás hablando. Por algo tengo la reputación que tengo en el pueblo, no soy un maricón como tú, y si no logro regresar, podrás decir que el maricón soy yo.

El joven que le dijo eso se quedó callado.

— Ernesto, por favor no hagas ninguna estupidez y quédate aquí. Ya sabemos que eres muy valiente, no tienes que demostrar más— le dijo otro. Ernesto hizo ademan burlón de no escucharlo, por lo que esta persona se levantó y le tomo por las ropas, para sacudirlo violentamente.

— Si serás un retrasado, maldito muchacho, ¡TE ESTAMOS DICIENDO POR TU BIEN QUE TE QUEDES AQUÍ Y TU…! El tipo se calló, pues Ernesto había sacado su arma y le propino un buen disparo a quemarropa, que le dio justo en el pecho. El tipo cayó al piso, y Ernesto pregunto, molesto:

— ¿Alguien más quiere impedirme que me vaya a por esas cosas?

Silencio.

— Muy bien.

Ernesto salió de la taberna, muy decidido a irse al cerro. Cruzo velozmente todo el pueblo y, cuando estuvo a pie del cerro, empezó a acobardarse. Si tan solo ver a los extraños visitantes de lejos fue suficiente para atemorizarlo, ¿Cómo reaccionaría al tenerlos frente a frente? Pero ya era demasiado tarde. Tendría que subir si quería volver a dormir tranquilo.

Tomó la pequeña subida que daba al cerro, temblando de pies a cabeza. En lo que iba de la noche, no había caído ninguna otra luz del cielo. Ernesto subió, decidido a cazar a esas cosas.

Por si las dudas, no quitaba su mano derecha de su pistola, que descansaba en una de las bolsas de su pantalón. El aire frío movía sus largos cabellos negros, y le provocaba al joven más escalofríos de los que ya sentía. Por cerca de cuarenta y cinco minutos, subió a oscuras el cerro, para encontrarse con las cosas que cayeron del cielo.

Llegó al punto en el que habían caído todas, volteo a lo lejos, al pueblo, para ver como apenas y se veían las luces anaranjadas de las casas que tenían un foco en su entrada, iluminando y dándole color a las pequeñísimas calles. El joven giro la cabeza hacia una cueva, ninguna luz provenía de ahí. Saco la pistola, y con la voz más firme que pudo sacar, dijo:

— ¡Escúchenme! No sé qué sean ustedes, pero no me gusta lo que le han estado haciendo, espantando a la gente con sus luces. —Dio un disparo al aire para tratar de llamar la atención, por un rato, todo permaneció en silencio ahí, en el oscuro cerro, y Ernesto no movió ni un musculo esperando una respuesta.

— ¡Escúchenme idiotas! No me congelare aquí esperándolos, ¿van a salir o qué?

Y Ernesto se calló, pues al instante de decir eso, unos ojos, unos ojos brillantes empezaron a brillar en la cueva. Primero un par, luego le siguió otro. Y otro. Y otro, hasta que ocho ojos brillantes le miraban directamente.

Una de las figuras entro en escena, parecía humano, al menos del torso hacia abajo, pues su cabeza contorneaba unos horribles cuernos en la oscuridad, al instante apareció otra, que parecía ir con las manos apretadas en forma de garras, con la cabeza mirando al cielo. Ernesto no podía verlos bien, apenas unas sombras negras que no iluminaban para nada. Temblando, tomo su pistola, y como pudo, apunto y disparo.

Erro el disparo, pero la iluminación que dio el arma le permitió ver mejor las características del segundo ser: parecía que iba desnudo, y que su cuerpo estaba cubierto por ojos y bocas múltiples, los ojos parpadeaban, las bocas se abrían y se cerraban, dejando ver sus amarillos dientes. Ernesto pego un grito al percatarse de esto, y dio más disparos erróneos, cuya iluminación le permitió confirmar las características de este ser.

Una tercer criatura salió de la cueva, los ojos le brillaban de un intenso color amarillo (seguramente la de ayer, alcanzo a pensar Ernesto) y se puso al lado del de los cuernos.

Avanzaban lentamente, y con pasos tambaleantes, que al golpear el suelo producían un ruido estremecedor. Ernesto dio otro disparo, que le permitió observar que esta tercera criatura tenía una especie de cola, y una boca en la frente.

El joven estaba ya horrorizado con semejante espectáculo, y se dio cuenta de que no podía huir. Si se hacía para atrás, caería al vacío, y las cosas le impedían regresar. Aterrado, deseo con todas sus fuerzas haberse quedado en la cantina. Ya era tarde para lamentarse.

La cuarta criatura salió de la cueva, a esta le brillaban de un color rojo intenso los ojos, y parecía ser más pequeña que las demás. Cuando esta cuarta criatura se acercó a las otras, el cuarteto se ilumino de sus respectivos colores. Los cuernos del primero eran de un intenso color verde, y parecía no tener más que boca en todo el cuerpo, la cual estaba llena de colmillos y escupía baba verde.

El segundo, se ilumino de color azul, y sus ojos y bocas en todo el cuerpo de igual manera, su cabeza, que miraba hacia el cielo, se retorcía brutalmente, el tercero se ilumino de color amarillo, y su cola producía más brillo que el resto de su cuerpo junto. Tenía únicamente unos ojos blancos.

Cuando el cuarto se ilumino de un intenso color rojo, Ernesto pudo comprobar que no era pequeño como había creído, sino que caminaba como un perro en cuatro patas, y que tenía dos cabezas, con facciones más o menos de un bebe humano, apenas abrió uno de sus cuatro ojos, se puso a lanzar chillidos aterradoramente humanos, y avanzo sobre sus cuatro patas.

— ¡Malditos demonios! Cristo me proteja de ustedes. La gente tenía razón.

Y se echó a correr, soltando la pistola. No pudo escapar, pues tropezó. Las cuatro criaturas se acercaron a él, que se retorcía en el suelo de terror. Antes de sucumbir y desmayarse, Ernesto pudo escuchar como hablaban, escucho a uno expresarse en perfecto español “Lugar estar habitado”, para que después, empezaran a hablar en una lengua extraña.

A la mañana siguiente, todos esperaban a Ernesto, pero el joven no regreso. “Se lo llevo el diablo”, decían algunos. “Los marcianos lo mataron”, decían otros.

En todo el día, Ernesto no regreso, y entrada la noche, algunos pudieron ver como las cuatro luces, una a una, empezaban a brillar, para aparecer en un instante en el cielo y acto seguido, desaparecer en la oscuridad de la noche.

Se organizaron expediciones para buscar a Ernesto, pero no se encontró al joven. En la cueva, solo encontraron polvo, de los colores de las luces. La gente nunca tuvo respuesta de que eran esas cosas, y cientos de teorías salieron de la boca de los habitantes del pequeño pueblo.

Meses después, un hombre, andrajoso y de cabellos grises y largos, llego al pueblo. La gente se le acerco, y lo identificaron como al mismísimo Ernesto. Al instante todos le interrogaron, el hombre tenía la mirada perdida, y parecía haber envejecido unos treinta o cuarenta años, los miro a todos, desconcertado, y se desplomo al suelo, donde antes de morir, alcanzo a decir:

— No eran de este mundo, buscan un lugar no habitado… No eran de este mundo.

— Via Creepypastas

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