Lolita (parte 4)

Allá afuera
Allá afuera

Había quedado completamente saciada por un día, gozaba con el sexo pero no le bastaba a menos de que viniera acompañado de dolor ajeno y mucha sangre. Caminó de regreso, ya no tenía ninguna prisa, todas aquellas personas que pasaban junto a ella no significaban nada, se abstraía tanto de la realidad que le parecían parte de la escenografía de su vida, entes efímeros de función ornamental.

Al entrar en su habitación pudo percibir el hedor a putrefacción que despedía el cuerpo destazado, supo que había sido un error dejarlo tanto tiempo y no estaba segura si las gemelas se lo comerían así.

Se puso un impermeable morado –no quería llenarse de restos pestilentes- tomó de nuevo la sierra eléctrica y cortó la cabeza verticalmente justo a la mitad esparciendo sesos por doquier, no era la forma más sencilla pero sí la más entretenida. Mutiló el resto del cuerpo en trozos pequeños hasta que quedó convertido en una papilla humana, con pulpa extra, que fue depositando en dos grandes baldes para luego agregarles trufas y revolver la mezcla.

Las pequeñas Jen y Sylvia pasaban la mayor parte de tiempo en el patio trasero de la casa y eran tratadas idénticamente a un perro y parecían conformes con eso, eran rechonchas, rosadas y convenientemente omnívoras, aquel par de cerditas eran la mascota ideal de Lolita; por sus pancitas habían pasado al menos doce humanos así que esperaba que no se pusieran quisquillosas por uno más.

Les puso sus correas y las guió a su habitación, ellas la siguieron entusiastamente pues sabían que aquel viaje las conduciría a una abundante comida. Olfatearon el cadáver y comenzaron a devorarlo sin pensarlo, Lolita pudo escuchar el crujido de los huesos entre los dientes de las cerdas y sonrió, “Bien, no tendré que cavar hoy”.

Cuando las gemelas terminaron de comer las devolvió al patio, limpió los pocos restos que quedaban esparcidos por los muebles, lavó su impermeable y finalmente se dejó caer sobre su cama para distraerse con una de las pocas cosas que tenía en común con el resto de los humanos: Facebook.

Por más detestables e insípidos que fueran sus compañeros de aula se mantenía al tanto de sus insignificantes vidas para mantener su facha de normalidad, lo único que disfrutaba de aquel medio era el libre acceso a numerosas fotografías que satisfacían su voyerismo y que tantas veces la habían acompañado en sus masturbaciones compulsivas.

Un recuadro se abrió en la parte inferior de su pantalla, “Cristina Sánchez”, con tan sólo leer ese nombre su mente se llenó de recuerdos pero uno se impuso ante los demás. Cristina era su prima y solía pasar mucho tiempo en su casa cuanto era púberes ya que su tía trabajaba todo el día. A ellas no les molestaba en absoluto pues adoraban estar juntas, incluso seguían duchándose juntas cuando Lolita tenía nueve años y ella doce. A la madre de Lolita no le parecía incorrecto hasta que una tarde entró a su habitación y encontró a Cristina dándole sexo oral.

Fue entonces cuando sus madres decidieron que ya era lo bastante madura para permanecer sola en su casa e hicieron lo posible por mantenerlas alejadas. Aquel plan había funcionado algunos años pero gracias a la tecnología habían vuelto a encontrarse, primero virtualmente y luego en persona.

La edad le había sentado bien y ahora, a sus diecinueve años se veía más hermosa que nunca, tenía el cabello largo y rizado, maquillaje felino y pequeños tatuajes en lugares estratégicamente provocativos. Reencontrarse con ella había sido magnífico y más aún porque era la persona más cercana a comprenderla pues compartía su ninfomanía y solía invitarla a numerosas fiestas sexuales, seguramente era eso para lo que le hablaba en esta ocasión. Lolita adoraba esos eventos pues podía tener todo el sexo que quisiera pero también le resultaban frustrante ya que no podía mutilar ni mucho menos asesinar a nadie en ellos.

En efecto el mensaje de su prima era acerca de otra de esas reuniones, ella respondió que estaba interesada en asistir y como era costumbre Cristina le dijo que pasaría a recogerla a su casa en un par de horas. Algunas de esas orgías eran temáticas y se exigía un vestuario apropiado, sólo ropa de piel, trajes de Lolita, incluso hubo una en la que todos habían llevado botargas con cierres convenientes pero esta invitación sólo decía que debía portar un vestido de cóctel, así que escogió uno morado ajustado de la parte superior y ancho de la inferior que permitía ver la mayor parte de sus torneadas piernas, no es que fuera atlética, su concepto de ejercicio era mover vigorosamente la cadera sobre un buen pene y hasta ahora le había funcionado.

Normalmente tenía el aspecto de una chica común, pero cuando se esmeraba podía dejar sin aliento a cualquiera, ese día lo había hecho y lucía como una hermosa pixie con su corto cabello alborotado.

Justo cuando estaba terminando recibió un mensaje de Cristina informándole que estaba esperándola fuera de su casa, por supuesto no podía dejar que su madre la viera o comenzaría un drama innecesario; así que caminó lo más rápido que le permitían sus tacones ilusionada con verla, deseaba besar aquellos labios sabor cereza y percibir el perfume en su cabello mientras mordisqueaba su cuello y jugueteaba con uno de sus pezones escuchando sus excitantes gemidos como lo había hecho tantas veces. Se acercó al automóvil y abrió la puerta del copiloto encontrándose con una delgada adolescente de piel lechosa.

-Hola Loli, ella es una amiga mía, se llama Leei, ¿no te molesta sentarte en el asiento trasero por hoy, verdad? Lolita lo hizo mecánicamente, no le agradaba que usurparan su lugar junto a Cristina, pero ya había compartido muchas mujeres y hombres con ella y la chica era atractiva así que no le dio importancia.

La fiesta no era como ninguna a la que hubiera asistido, la locación era una hacienda gigantesca a mitad de la nada y todos los invitados parecían salidos de una revista de modas, parecía que Cristina estaba consiguiendo mejores contactos. Sin duda sería una buena noche de cacería, en su noche más fructífera habían conseguido treinta parejas sexuales que habían compartido gustosas.

-Iremos a buscar una habitación, te veo más tarde –dijo inesperadamente Cristina huyendo con Leei.

¿Qué carajo? Jamás la había dejado abandonada de aquella forma, nunca entraba en ninguna habitación porque gozaba siendo observada y más que nada…¡¿Qué clase de nombre era Leei?!


Autor: Fairuza

Fuente: http://fairuzaescritora.blogspot.com.es/

— Via Creepypastas

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