Las locuras del amor

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

| LimboP | MORADOR DEL LIMBO
“Se estremece la tierra, ruge la espuma de los mares sobre las montañas, y el cielo arde en música de sombras y liras infernales”

Este es un descarriado del Limbo, penitente del Purgatorio con fecha de nacimiento en un guiño de ¡CreepyLooza! Abstente de la arena, que esto es más legal que tu jfa. Burló La Guillotina y a los Jueces del Infierno, así que cómete tu teclado.

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– La colcha para un crematorio es algo estúpido, ¿no crees, amorcito? – Anabelle, que solía tener el pelo pelirrojo, iba perdiendo el flameado, como solía decirle a la tonalidad. Por algunos momentos se le bajaba el color de la piel. A veces el marrón de sus ojos también se esfumaba. Probablemente tenía miedo. En su mano había una paleta multicolor que sostenía firmemente y lamía con regusto.

Simón, siempre con una sonrisa, la observaba desde encima del cajón. Le dio un beso de labios, pensando que así iba a relajarla.

– Es para mayor comodidad de los muertos.

– Ellos no van a sentir esa comodidad si están muertos, obvio. – Le dio unos golpecitos con el puño. – Igual es cierto. Siempre me pregunté cómo se sentían y yo pensé que rompían espaldas. ¡Pero no, son muy, muy relajantes!

– La colcha también sirve para confeccionar mejor la primera y segunda cámara de fuego. – Rodó los ojos – No necesitas preguntar, mira, es por los olores y residuos que hay dos cámaras u hornos, ambas a temperaturas que no desearías tocar. Pero la primera siempre está más baja que la segunda, para ventilar la atmósfera a través de un tubo.

– Sí, supongamos que te entiendo, Sai. – Se metió la paleta en la boca, sacándosela de a ratos.

– No te preocupes, el gas se acciona cuando el cajón entra en el horno y la división y el propano actúan por sí solos al insertarlos dentro de las cámaras. Lo vas a ver por ti misma dentro de poco, cuando calcine a un muerto. – De repente allí se empezaba a sentir el calor que estaba precalentando los bordes rojos.

– ¿No me vas a dejar sola en ningún momento, no? Este paseo por tu trabajo me parece algo, umm, increíble, sí, esa era, increíble. – Se rió ingenuamente, tratando de cubrirse la boca. – Pero es extraño. Bueno, tu trabajo, ehh, no diría que es el mejor de todos. – Sus ojos tomaron un color rojizo, parecido al de los bordes afelpados. La iluminación y chispas de sus ojos sacaron una sonrisa en Simón. – Yo me volvería loca si tuviese que estar aquí todo el día y encima sola, con tanto fuego y muertos a mi lados, ugh, que asqueroso.

– No es tan malo, en serio.

– ¿Te imaginas tener que enfrentar un suceso paranormal? ¡O peor, ver cómo se quema una persona viva! ¡Y qué te grite por ayuda antes de morir!

– Dios mío, no digas esas cosas, amor. – Se quedó pensando por unos momentos mientras la observaba. Una mueca le recorrió su cara. – A veces siento como si un cuerpo pudiese saltar y matarme, pero eso es todo lo que siento, no estoy seguro como explicarlo, pero muchas veces parece que la gente de acá tuviese vida, a pesar que están muertos, y sé, sé muy bien que están muertos.

– ¿Qué?

– Oh vamos, no me expliqué tan mal. Lo que quiero decir, es que a veces creo que solo quieren tener una última conversación conmigo, que quieren alguien en quien confiar, porque no tuvieron a nadie cuando expiraron. Pero otras veces siento que me engañan para matarme. ¿No será un poco raro lo que siento?

– ¡Sí, muy raro! Todo esto sería una excelente historia de terror, ¿no crees? – La sonrisa de Anabelle le disgustaba y hasta llegaba a darle asco, no estaba seguro si era porque le molestaba que no pudiese tomarse ni esto en serio, o porque en verdad hizo una sonrisa disgustosa. O quizás le molestaba que eso era un gran contraste con todo lo que ella había dicho antes, soltando de la nada todo miedo infantil. Trato de disimular su pensamiento y le devolvió una sonrisa forzosa.

– Callate, tontita y mejor disfrutemos que al fin tenemos tiempo libre y estamos solos.

– ¿Qué? ¿Tienes en mente algo divertido?

– Oh, sí, muy divertido. – Dicho esto, se metió dentro del cajón y presionó a Anabelle. – ¿Alguna vez has intentado hacerlo dentro de un lugar cerrado? – A pesar que la sonrisa de su compañera seguía disgustándole, el beso que le dio lo relajó. Anabelle fue desvestida mientras se quejaba, entre murmullos exigentes. Le había preguntado si estaba seguro que nadie los veía, pero él ya no la escuchaba. Al mismo tiempo Simón se desvestía a una gran velocidad, a pesar de golpearse las extremidades repetidas veces contra la colcha. Que por suerte sí era suave.

Tiraron la ropa a un costado, junto a la paleta, se besaron por al menos un minuto y luego de unos toqueteos mimosos, comenzó la acción. Simón tuvo que abrirle la boca a Anabelle un poco a la fuerza e insertar su miembro para iniciar el coito, ya que la mujer no parecía dispuesta a seguirle el juego, aunque tampoco se quejaba ni daba fuerzas para terminarlo. El mismo problema sucedió con el sexo vaginal, aunque la abertura en este caso era mucho más manipulable.

– Me gustabas mucho más antes, amor. Pero no importa, puedo aguantarlo. – Ella aún mantenía la sonrisa que le desagradaba, quizás era lo más difícil de soportar.

Luego de darle unos pocos golpes en los glúteos, se recostó al lado del cuerpo de su pareja, abrazándola y dándole besos franceses, con gran emoción.

– Simón, en serio, júrame que no te irás. – Estaba empezando a dudar si lo más lógico de todo era sentir miedo en ese momento o si debería estar sintiendo placer.

– ¿Por qué te abandonaría? – Le besó la sien y la tomó de la cintura. – Deja de preocuparte por eso y vivamos tal como nos gusta.

– Sí, sí, sé que nunca me dejarás. Pero, ¿Y si soy yo la que te abandona?

Simón, enojado, golpeó el cajón.

– ¡Callate! ¡Deja de pensar en esas asquerosidades por una vez en tu vida! ¡No va a pasar!

Anabelle se recogió, nunca le habían gritado así. Pestañeaba constantemente, intentando no llorar.

– Lo siento, es solo que… – Sintió un olor putrefacto por unos momentos y unas arcadas lo invadieron. – Disculpa. No sé qué me pasó. – Por un momento, vio lo que ella decía, vio la muerte de Anabelle en la imagen de ella con el cuello partido y la yugular chorreante de sangre. – Por favor, no pienses en nuestra separación. Solo basta, que si no me vas a volver loco. ¿Sí?

Borrando esa imagen sangrienta de la mente, la besó, acariciándole los pechos.

– E-eso me gusta, podríamos seguir aquí todo el día, pero siento que necesitas salir de acá. – Aunque intentó sonar natural, la voz le jugaba en contra. No se sentía que haya estado excitada.

– ¿Estás segura? ¿En serio vas a dejar esto así, en la nada? – Ella asintió, dando un bufido.

– Estoy totalmente segura. Y vístete, estoy seguro que te ayudará. – Él asintió y rápidamente le hizo caso. – Confía en mí, ya te he salvado más de una vez. El tiempo nunca me detuvo, ni mucho menos lo va a hacer ahora.

Simón mantuvo su brazo entrelazado al de su novia, algo confuso, pero embobado en el cuerpo (aún desnudo) de ella.

Escuchó el chirriar de una puerta, y tanto los pasos como los rayos solares que la precedían le indicaron que su turno había terminado (quizás hace mucho tiempo ya) y que entraba el otro encargado de la funeraria, Bob.

Este observó que aún no se había completado el trabajo. Sin pestañear, apartó la mano de Simón, cerró el cajón donde se encontraba el cuerpo de Anabelle y lo metió dentro del horno, donde en menos de unos segundos fue incinerado. No se escuchó ni un grito en ningún momento, al contrario de lo que ella misma había dicho, nunca pidió ayuda. Nunca pudo notar cuando fue que siquiera llegó la muerte. O si pudo haber hecho algo para evitarla.

Todo fue tan rápido e improvisto, que Simón no entendía nada, ni siquiera sabía cómo sentirse luego de tan crudo asesinato. Al ver a Bob, la sangre le hervía. Embistió rápidamente contra el intruso, sin poder pensar en nada más.

– ¡Hijo de puta! ¡¿Qué carajos te pasa!? – Aún entre insultos, empezaba a atinarle unos golpes. Le provocó un sangrado de nariz. – ¡La mataste a sangre fría, hijo de puta!

– ¿Qué decís? ¡Eso de ahí era un cuerpo ya muerto! ¡Calmate, chico! – Intentaba esquivar los golpes de Simón, pero no lo lograba, también intentaba excusarse, sin mayor éxito.

Simón sabía que todas esas palabras eran mentiras, puras mentiras, que debían ser ignoradas. Solo falsedades. Él pudo ver muy bien el cuerpo viviente de la persona con la que había pasado el rato. Y hasta pudo oírla sin ningún problema.

Aparte, era imposible que Anabelle no estuviese viva, ya que había estado saliendo con él por lo menos hace un año y nunca había disfrutado tanto de la compañía della como en esa noche.

Simón seguía y seguía insultándolo, aunque había empezado a recibir golpes de Bob, que cansado, comenzó a defenderse.

– No quiero hacer esto, chico, sé que podemos resolverlo… – Bob entendía que no estaba siendo escuchado, así que le dio un puñetazo en la mejilla derecha y luego de repetir la acción dos veces, se detuvo. Se notaba que Simón no acostumbraba resolver las cosas a golpes y que estaba a punto de caer rendido.

Pero tenía una gran persistencia. Sin poder golpearlo, intentó arrastrar a Bob, apenas moviéndolo unos pasos.

– Ya basta, por favor, entendé que no quiero problemas… – Pero logró darle un empujón con las fuerzas que le quedaban, y antes que ambos se dieran cuenta, Bob estrelló la cabeza contra el piso y no se volvió a levantar. La paleta multicolor aún se encontraba tirada, y cuando el más débil empujó al más fuerte, este último se resbaló.

Simón había ganado, pero no se sentía para nada bien. Le había faltado la palabra a Anabelle y la había dejado sola. La había dejado morir, sin siquiera poder despedirla.

Se arrodilló y la sacó del horno, pero ya era muy tarde, no había cuerpo al cual tocar. Derramó dentro las últimas gotas de sangre y lágrimas que le quedaba.

Un susurro del viento proveniente de afuera le recorrió la cara. No sabía si llegaba desde la brisa, o desde uno de los cajones, pero no le importaba. Desde algún lugar, una voz desconocida le habló con delicadeza.

– Te dije que siempre te salvaría. – La voz tenía un tono femenino.

Simón, parpadeando, vio la paleta y se rió, se rió con los ojos empapados. Entonces se levantó, sabiendo exactamente qué hacer.

Tomó el ensangrentado cuerpo de Bob y lo metió en uno de los cajones acolchonados, empujando la caja dentro del segundo revestimiento de calor.

– Espero no volverte a fallar nunca más, mi amorcito.

— Via Creepypastas

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