La foto de la ventana del baño

Allá afuera
Allá afuera

Una madre soltera se muda con sus dos hijos a una casa humilde, en un barrio nuevo, intentando un nuevo inicio después de aquella complicada vida que llevaban. Una noche, el mayor de sus hijos, de quince años, gritó. Gritos ensordecedores por la madrugada, que despertaron a su hermano menor y a su madre. Ella entró apresuradamente al cuarto.

—¿Qué pasa? ¿Hay un ladrón?

—Vi algo… no sé cómo describirlo… pero era horrible— respondió, la madre vio sus ojos, que solo reflejaban una cosa; temor.

En seguida la madre notó un gigantesco moretón en el abdomen de su hijo menor. Él no lo había sentido, es más, si él no hubiera ido al baño quizás nunca lo hubieran notado.

La madre fue a revisar al hermano menor, estaba solo en su habitación. Quizás el intruso había ido con él.

Cuando ella llegó, solo estaba su hijo en la habitación. Aparentemente sano, pero se equivocaba. Su hijo se había levantado, se dirigía hacia el baño. Si no fuera por lo corta que le quedaba su remera, la madre nunca se hubiera dado cuenta del enorme moretón que tenía en su abdomen.

—¿Cómo te hiciste eso?— preguntó la madre.

—N-no lo sé. No me di cuenta que tenía uno…

¿Un golpe? ¿En la cama? Se preguntó la madre. Que aún no sabía lo que esto significaba. El inicio de una larga tortura.

Los electrodomésticos se encendían solos, la licuadora sonaba a altas horas de la madrugada, las puertas se abrían y cerraban. Lo más curioso es que estas situaciones solo se daban cuando nadie estaba mirando.

Los chicos amanecían con moretones, cada vez más grandes, como si les hubieran pegado una paliza durante la noche. Pero ellos nunca se daban cuenta.

La voz se corría en la escuela de los hermanos, esos golpes tan graves no pasarían desapercibidos, los maestros sospechaban de la madre, no los culpaba, ¿qué podían decir ellos? “me los hice cuando dormía”. La madre lloraba, no podía pedir ayuda, aquellos dos jóvenes era lo único que tenían.

Se escuchaban pasos. La madre, con rabia, intentaba confrontar al ente maligno. Cada vez las anomalías eran más y más graves, siempre los pasos se dirigían a las habitaciones de sus hijos. La pobre alma de la madre se estaba quebrando, al igual que su mente, lo único que podía hacer era llorar, llorar y llorar.

En busca de una solución, hizo que sus hijos durmieran con ella. El tiempo seguía pasando, y la situación solo se deterioraba. La vida de la pobre mujer estaba colapsando. Las anomalías que causaba el ente cada vez eran más molestas, en una ocasión la madre se despertó aterrorizada porque creyó ver al ser que lo observaba desde la ventana de su cuarto. Encendió la luz, intentando no desesperarse.

Lamentablemente, la salud mental de la familia empeoraba. El primero en irse al más allá fue su hijo de quince años, suicidio. Se cortó las venas hasta morir desangrado en el baño. Si no fuera por el único hijo que le quedaba, ella hubiera seguido los pasos de su hijo. Había una nota pegada en el espejo, al lado de una cámara.

“Mamá, lo encontré”.

— Via Creepypastas

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