Guerras Celestiales

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Las Guerras Celestiales son acaso el primer conflicto bélico del universo, una serie de guerras, batallas y escaramuzas cuyo origen nadie conoce con certeza.

Una idea paradigmática de las Guerras Celestiales es la imagen del arcángel Miguel, comandante en jefe de los ejércitos divinos, enfrentándose al Dragón, nada menos que Satanás, el gran rebelde que eligió su individualidad sobre cualquier otro don de Dios. Pero esta es apenas una de las tantas imágenes y referencias poderosas que nos remiten a ese conflicto primigenio.

El Libro de las Revelaciones señala que Miguel y sus ángeles fueron enviados por Dios para exiliar a Satanás de su reino. La batalla fue encarnizada y se extendió desde los círculos más altos del cielo hasta las cumbres de nuestras montañas, sacudiendo los cimientos de la Tierra. Paradójicamente, algunos ensayos sobre el Libro de las Revelaciones sostienen que el inicio de las Guerras Celestiales tuvo lugar antes de la Creación, cosa poco probable si tenemos en cuenta que Isaías denuncia haber visto descender a Lucifer de como un rayo precipitándose hacia los abismos.

Otra fuente interesante sobre las Guerras Celestiales son los Manuscritos del Mar Muerto, en donde se narra la Guerra de los hijos de la luz contra los hijos de la oscuridad, refiriéndose claramente a los ángeles fieles a Dios y las huestes en consonancia con Satanás.

Allí se señala que, al igual que Dios, quien se mantuvo al margen del conflicto, al menos de un modo activo, Satanás también comandó a sus ejércitos desde la retaguardia, encomendándole a Belial el ordenamiento de sus defensas. Los Manuscritos del Mar Muerto son menos definitivos que El libro de las Revelaciones, donde Miguel y sus esbirros derrotan con relativa facilidad a los ángeles de las tinieblas. Aquí, la guerra se desarrolla a lo largo de siete batallas de extraordinaria crudeza, y suma un elemento capital para la comprensión del conflicto.

Según los Manuscritos, Miguel y su ejército son ángeles de Dios, es decir, entes sobrenaturales cuya voluntad vibra al unísono con la esencia del Creador, en consecuencia, carecen de libre albedrío, lo cual se traduce en cierto automatismo basado en los postulados divinos. En otras palabras, los ángeles de la luz actúan acorde a su Creador, no eligen, no resuelven por sí mismos, sino que ejecutan sus órdenes. Satanás, ya liberado de las cadenas de humildad y obediencia, aplica toda su lógica para la organización y logística del conflicto, forzando a sus súbditos a resolver y pensar por sí mismos la mejor manera de repeler la avanzada divina, poniendo en un verdadero aprieto a los ejércitos celestes.

Es interesante cómo los Manuscritos detallan a los ángeles de la luz como dueños de una voluntad implacable. En sus corazones arde una sola idea: cumplir los designios de Dios, es decir, expulsar a Satanás y sus traidores del cielo. Por otro lado tenemos al Señor de las Tinieblas, cuya estrategia se basa en todo lo contrario; impulsar a que sus soldados piensen por sí mismos, que luchen, sí, por la causa, pero siempre desde un marco que estimula la individualidad por encima de los deseos y necesidades del grupo.

En este sentido, las Guerras Celestiales, al menos desde el ángulo de Satanás, son un mensaje claro de que la victoria es irrelevante, además de imposible si tenemos en cuenta que el gestor de los ángeles de la luz es nada menos que una entidad omnipotente, en otras palabras, invencible.

Isaías menciona la caída final de Lucifer (Isaías 14:4-17) pero el pasaje alude el asunto superficialmente, más interesado en utilizar la metáfora para referir a cuestiones políticas de su tiempo, entre ellas, la caída del rey de Babilonia. No obstante, esta frase es citada a menudo como el momento en que concluyó la última Guerra Celestial al caer Lucifer de las alturas:

“¡Cómo has caído del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte.”

La tradición judeo-cristiana apunta a Satanás como la causa primigenia del conflicto, acusándolo simplemente de “pensar por si mismo”. Con el correr de los siglos, el argumento se fue empobreciendo, en particular cuando los hebreos tomaron contacto fluido con el pueblo griego, que alabaría esa cualidad por encima de la prepotencia divina; de modo que también se lo acusó de soberbia, de considerarse un igual de Dios, paralelo que, en cierta medida, no era falso; ya que después de Dios la única criatura en el universo capaz de “pensar por si mismo” fue Satanás.

El poeta inglés John Milton (1608–1674) sugiere en El Paraíso perdido (Paradise Lost) que las Guerras Celestiales tuvieron un origen diferente, y que fueron provocadas por la negación de Satanás y sus aliados a arrodillarse frente a Adán como muestra de sumisión ante la criatura preferida del Señor. Más adelante, también se sugiere que Satanás se sintió traicionado por Dios al mantener en secreto la existencia de su hijo, el Mesías, como vehículo para corporizarse en la Tierra a su debido tiempo.

En las postrimerías eruditas de las Guerras Celestiales, Carl Jung apunta que el conflicto no tiene lugar en un pasado remoto ni en las amplias llanuras del Cielo, sino en el alma humana. Las Guerras, según este gigantesco pensador, son eternas, perpetuas, continuas, se inician con el despertar de la conciencia humana, y su campo de batalla es nada menos que el corazón de cada hombre y mujer sobre la Tierra.

Para concluir, y acaso como homenaje a los vencidos, nos quedamos con el gran discurso de Satanás a sus ejércitos luego de la Caída, cuando la derrota y la desazón se apodera de los ángeles de la oscuridad, recluídos para siempre en las vastas cavernas del infierno.

John Milton imagina las siguientes palabras:

“¡Legiones de espíritus inmortales! ¡Dioses con quienes sólo puede igualarse el Omnipotente! No dejó aquel combate de ser glorioso, por más que el resultado fuera adverso, como lo atestigua este lugar y este terrible cambio sobre el que es odioso discurrir. Pero ¿qué espíritu, por previsor que fuera, y por más que tuviera profundo conocimiento de lo pasado y de lo presente, habría temido que la fuerza unida de tantos dioses como estos, llegaría a ser rechazada? ¿Quién podría creer, aun después de nuestra derrota, que todas estas poderosas legiones, cuyo destierro ha dejado desierto el cielo, no volverían en sí, levantándose a recobrar su primitiva morada? En cuanto a mí, todo el ejército celeste es testigo de que ni las opiniones contrarias a la mía, ni los peligros en que me he visto han podido frustrar mis esperanzas; pero Aquel que reinando como monarca en el cielo, había estado hasta entonces seguro sobre su trono, sostenido por una antigua reputación, por el consentimiento o la costumbre, hacía ante nosotros ostentación de su pompa regia, mas nos ocultaba su fuerza, con lo que nos alentó a la empresa que ha sido causa de nuestra ruina. Ahora ya sabemos cuál es su poder y cuál el nuestro, de modo que si no provocamos, tampoco tememos que se nos declare una nueva guerra. Lo mejor que podemos hacer es fomentar algún secreto designio para obtener por astucia o por artificio lo que no hemos conseguido por la fuerza, para que al fin podamos probarle que el que vence por la fuerza, no triunfa sino a medias sobre su enemigo. El espacio puede producir nuevos mundos, y sobre esto circulaba en el cielo hace tiempo un rumor, respecto a que el Omnipotente pensaba crear en breve una generación que sus predilectas miradas contemplarían como igual a la de los hijos del cielo. Contra ese mundo podríamos intentar nuestra primera agresión, tan siquiera como ensayo; contra ese o cualquier otro, porque este antro infernal no retendrá cautivos para siempre a los espíritus celestiales, ni estarán sumidos mucho tiempo en las tinieblas del abismo. Tales proyectos, sin embargo, deben madurarse en pleno consejo. Ya no queda esperanza de paz, porque, ¿quién pensaría en someterse? ¡Habrá guerra! ¡Guerra franca o encubierta es lo que debemos determinar!”

— Via Creepypastas

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