Estación gountemborough

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Miro la hora, son pasadas la 1:30 de la mañana. Miguel se fue a la entrada de la estación a ver si había algún personal de seguridad que nos pudiera sacar de ahí. Me he quedado solo por el momento, sentado en el banquillo de espera, recordando lo bien que lo habíamos pasado esa noche. Fue una fiesta increíble. Camila en verdad sabe hacer fiestas. Ella es tan hermosa. Llego a preguntarme si la volveré a ver. ¿Eh? ¿Pero en que diantre estoy pensando? Claro que la voy a volver a ver.

Si no nos sacan de aquí esta noche, sólo será esperar a que abran la estación mañana y listo, todo arreglado. Aun así me desespera estar aquí metido. No nos dimos cuenta de a qué horas cerraron la estación. Miguel volvió, sin suerte. Inmediatamente nos relajamos y concluimos que solo será cuestión de esperar hasta mañana.

Me desperté de repente. Algo me había picado las costillas. Me levanté y vi que era un señor con un bastón y una pierna ortopédica. Tenía la camisa remangada para lucir un costoso reloj de oro. Nos preguntó si nos quedamos atrapados también. Le respondí que sí. Volteé a ver y vi que Miguel se estaba quedando dormido de nuevo. El señor nos dijo que nos levantáramos, había encontrado una manera de salir; sólo había que bajar a las vías del tren e ir a la siguiente estación, que era una estación muy usada y que constantemente se saturaba de gente.

Por lo que la mantenían siempre abierta. Miguel ni se inmutó. Decía que para que molestarse. Eran como las 4:30 de la madrugada y la estación abría a las 6:00. Solo sería cuestión de esperar en lugar de arriesgarnos a que nos atropellara un tren. Le di la razón a Miguel y decidí quedarme en la estación. El señor nos dice que hagamos lo que queramos y se baja a las vías del tren para perderse en la oscuridad.

En ese momento me asaltó una duda y se la conté a Miguel. Él era como un hermano mayor para mí, y si él no sabía la respuesta a algo, me era difícil saber quién sí la sabría. Le pregunté que si la siguiente estación estaba abierta, entonces por qué no había pasado ni un solo tren en toda la noche. Miguel se despertó de repente. Era una buena pregunta, y no podían estar todos retrasados por más de cinco horas… era algo ilógico. Miré nuevamente el reloj y vi que eran las cinco en punto.

Sólo quedaba una hora. Intente dormirme otra vez cuando un grito desgarrador nos despertó de repente. El grito salió de la profundidad del túnel y de inmediato supimos que aquel hombre que nos despertó estaba en problemas. Nos levantamos y fuimos al borde con la intención de ir a ver qué pasaba, pero el miedo de que fuéramos los siguientes en gritar nos impedía mover un músculo.

Finalmente lo vimos. Aquel hombre atravesó las vías del tren corriendo, llorando y suplicando por su vida, y se perdió en la oscuridad del túnel del otro lado. Me preguntaba qué había pasado. Y justo en ese momento vimos lo más aterrador que nos hubiéramos imaginado. Del túnel por el que salió el señor salió algo. Era un hombre, o eso parecía. Llevaba una capa negra con capucha que le cubría todo el cuerpo. Solo se veía aquella capa. De repente un brazo se asomó por uno de los tantos pliegues de la capa.

Pensé que sería un brazo esquelético y putrefacto, típico de un fantasma, pero no. El brazo era fuerte y musculoso, muy bien formado. Lo que paraba nuestros corazones era que la piel era de un color azul negruzco y en lugar de uñas tenía garras, similares a las de un águila. Finalmente nos dimos cuenta de su intención, estaba señalando hacia el túnel por el cual se fue el señor de la pierna ortopédica. La oscuridad empezó a cambiar, a tomar forma. No podía creer lo que estaba pasando, Miguel estaba paralizado y temblando.

Finalmente la oscuridad se transformó en un enorme lobo negro del cual lo único que se podía distinguir además de su silueta eran sus penetrantes ojos y sus brillantes colmillos. El lobo emprendió la carrera hacia donde su amo le señalaba y volvimos a escuchar el desgarrador grito de ese señor. El lobo reapareció y se acercó a aquel espectro. Fue felicitado por su labor con una caricia en el hocico y de repente el lobo regurgitó la pierna ortopédica, que ahora estaba llena de símbolos y runas extrañas, y también el reloj de oro. El espectro recogió la pierna y dijo algo… su voz era profunda, ancestral y gutural… nunca lo olvidaré. Dijo:

Sucio lujurioso, ahora tu hija podrá dormir tranquilamente sabiendo que no será victima tuya. Recibe el juicio de Minos. Requiescat in Pace.

Miguel finalmente reaccionó y me dio un codazo para que yo también reaccionara. Y me dijo rápidamente al oído que teníamos que salir de allí. El espectro volteó a vernos. No veía su cara, ni sus ojos, pero podía sentir que nos miraba. Miguel gritó que nos largáramos y cuando nos dimos la vuelta para salir corriendo el espectro estaba frente a nosotros. Su capa se movía como si fuera más ligera que el aire y empezó a rodearnos, como alistándose para devorarnos. Miguel se quedó mirándolo fijo.

Lo conocía muy bien y sabía que estaba rezando en su mente. Yo no sabía qué hacer. Tenía muchos pensamientos en la cabeza. ¿Qué nos iba a hacer? ¿Qué pasaría con nuestras familias? ¿Nos torturará o moriremos instantáneamente? Juro que en ese momento lo que más quería era que me diera un paro cardíaco para salir de aquel horror de una vez por todas. Incluso forcé a mi corazón a que se detuviera, sin éxito.

No vuelvan.

Fue todo lo que nos dijo. Entonces oímos como abrían la reja de la estación y empezaban a entrar un par de personas. Volteé a ver y aquel ser había desaparecido. Agité a Miguel y le dije que nos fuéramos y tomáramos un taxi mejor. Miguel aceptó de inmediato y nos fuimos lo más rápido posible. Dos días después le conté esa historia a Camila, y me dijo que ese era el espectro de Goutenborough, o que al menos le decían así porque solo se aparecía en esa estación. También me contó que por raras razones mucha gente se queda encerrada en esa estación y decían haberlo visto.

Pero que eran avistamientos ocasionales, pues admitió que nunca había escuchado algo como lo del lobo. Cuando salí de su casa pasé junto a la estación Gountemborough y se me erizó la piel. Al lado mío pasó un chico como de mi edad, lo reconocí de inmediato. Solía asaltar gente cerca de la universidad. Me detuve de repente al ver que empezó a descender por la escalera hacia la estación. No me atrevía a decirle lo del espectro. Él ni me conocía, creería que soy un lunático.

En cuanto entró a la estación las rejas se cerraron. Un celador pasó frente a mí y coloco un candado en la reja. Estaba a punto de decirle que iba a dejar a ese chico encerrado cuando se dio la vuelta y me saludo quitándose el sombrero de guardia. En ese justo instante reconocí el reloj de oro, ahora puesto en la muñeca de aquel celador. Le respondí el saludo levantando ligeramente la mano. Él pasó junto a mí y cuando voltee a ver había desaparecido. Supe de inmediato lo que estaba pasando y corrí tan rápido como pude. Nadie volvió a asaltar gente cerca de la universidad.

— Via Creepypastas

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