El guardián del espejo

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Las sombras de los árboles danzan moribundas mientras el sol es devorado en el horizonte. En la feria, las siluetas se vuelven más lóbregas a medida que la oscuridad invade el recinto avanzando silenciosa e implacable, deslizándose suavemente entre los charcos de endeble luz que tratan inútilmente de detener su paso. El aleteo de los murciélagos avisa sutilmente que la noche ha llegado. La luz viciada gotea y se derrama pesadamente sobre aquellos que hacen guardia en sus salones, dejando entrever sus rostros pálidos, carentes ya de emociones humanas, pero muy habituados a la sonrisa forzada que a diario dibujan para atraer a sus compradores y llenar sus bolsillos.

Alicia no era particularmente fanática a este tipo de feria de antigüedades, un lugar tan escaso de vida no era lo que ella tenía en mente al llegar. Las pocas personas presentes se aglomeraban a la entrada de los salones donde se exhibían productos tan inútiles como novedosos; todo tipo de cosas de las cuales se ignora su existencia, pero al verlas es difícil imaginar una vida sin ellas. Alicia se sentía indignada, aquel lugar no era más que una repugnante feria de pueblo, no pasó mucho tiempo antes de que buscara la manera de escapar de aquel lugar, pero antes de marcharse, algo llamó su atención, algo extrañamente viejo parecía querer esconderse al fondo de aquel lugar, un salón inusualmente antiguo e inusualmente genuino en comparación al resto de aquella decadente feria.

Aquel último salón se encontraba iluminado por la luz de una lámpara de aceite, lo que le daba al mismo una aura densa, con un cierto toque de misterio. Al acercarse, Alicia pudo ver en la entrada a la guardiana del salón, no podía distinguirse muy bien, pero era con seguridad una anciana. La lámpara se encontraba directamente encima de aquella vieja, la luz tambaleante se escurría hacia abajo en todo lo que le rodeaba; la sombra de la anciana y los objetos que la circundaban se contorneaban en el suelo formando muecas que por momentos parecían cobrar vida. Aquello era todo un teatro sepulcral, brindando un espectáculo tan tétrico como espectral.

Cuando Alicia se encontró en la entrada del lóbrego salón, pudo ver con más detalle a la anciana, quien levantó la mirada del suelo por un momento para cruzarla con la de su visitante. Alicia se inmutó al ver el rostro grotesco de aquella vieja, un rostro tan extraño que era imposible saber si era vieja de tan fea o fea de tan vieja…, y es que no solo era fea, era repugnante. Sus cabellos casi tan grises, verdosos y ralos como sus dientes, sus ojos escurridos hacia abajo, semicubiertos por párpados caídos, que reflejaban su enorme tristeza y soledad, casi inspiraba lástima. Aquella anciana era sencillamente patética, pero, extrañamente, aquellos ojos no reflejaban la vejez que se encontraba ya bien marcada en cada arruga y verrugas de su cara. Con voz temblorosa y quebrada, le dijo casi sin fuerzas:

-No es muy común que una linda chica como tú venga a un lugar como este–tosió un par de veces y luego se aclaró la garganta–. Entra linda y llévate lo que te guste…

Al terminar de decir aquella última palabra, la vieja regresó su mirada hacia el suelo como extenuada por haber hecho un enorme esfuerzo al hablar. Alicia, por su parte, parecía casi hechizada por la impresión que le había provocado el rostro de la vieja; un parpadeo esporádico le hizo reaccionar y solamente como un reflejo, asintió amablemente siendo incapaz de ocultar la expresión de repulsión que le había perturbado en ese momento.

Al dejar de lado a la anciana y adentrarse en el salón, era evidente el porqué una vieja tan decrépita era la guardiana de tal lugar, pues en su interior todo parecía ser tan o más viejo que ella.

Lámparas, sillas, relojes y toda clase de baratijas de por lo menos un siglo de antigüedad; había objetos que podrían fácilmente haber pertenecido al mismo Cristóbal Colón. Alicia, al ser tan modernista y presuntuosa, no parecía encajar en lo mínimo con el lugar; veía, sin ningún interés obvio, los artículos uno a uno, llegando a lo sumo, ser alguno de ellos levemente interesante.

Cuando Alicia se disponía a salir, vio en una esquina del salón, detrás de algunas viejas pinturas al óleo, un extraño brillo que vislumbró fugazmente a un costado de su campo visual. Si bien no duró tanto como para asegurar que lo había visto, fue suficiente como para sembrar la duda. Volvió de inmediato su mirada hacia aquel lugar, viéndolo fijamente, queriendo agudizar la visión. Permaneció inmóvil por un momento, observando fija hacia aquella esquina escudriñando el lugar con los ojos… Nada. Pero luego, en el justo momento que Alicia quitó la mirada de aquel rincón, la sagaz luz apareció otra vez, e igualmente como antes, durante apenas una fracción de segundo, pero era suficiente como para asegurarse que aquello era cierto.

Alicia se acercó directamente a aquel rincón y tras remover cuidadosamente todas las pinturas una a una, se topó con una borrosa imagen de sí misma… Era un espejo, un viejo espejo cubierto por completo de polvo, parecía tener un siglo de antigüedad y medio siglo de polvo encima.

Con mucha cautela, la joven sacó el espejo del olvido, lo colocó sobre un estante y suavemente removió los años de polvo que le cubría. A diferencia de la anciana, los años parecían haberle favorecido al espejo, era lo suficientemente grande como para reflejar una imagen de cuerpo completo y adornado con un grueso marco de madera de ébano negro, evidentemente tallado a mano con hermosos rostros femeninos intrincados entre refinados adornos dorados ennegrecidos por el tiempo.

Cuando Alicia se vio en el espejo, todo a su alrededor se volvía borroso, todo perdía importancia, realzando así la imagen mostrada en el espejo. Ella se encontraba maravillada por aquel objeto, no era tanto la belleza del espejo lo que le atraía, sino lo que se reflejaba en él; ella veía su reflejo, si bien se consideraba hermosa, pensó que aquel espejo le hacía ver aún más bella.

La joven no lo dudó y salió en busca de la anciana, pero esta ya no estaba, y recordando convenientemente las paradas proferidas por la vieja: “llévate lo que te guste…”, tomó el espejo y con mucho esfuerzo lo sacó del salón para llevarlo a un nuevo hogar, a su casa.

La luz de la luna, que ya comenzaba a menguar, rociaba parcialmente la feria con tristes gotas de luz, la vieja dejaba entrever su grotesco rostro que, en la distancia, observaba a aquella vanidosa joven cargando dificultosamente aquel antiguo objeto mientras se decía a si misma: “Muy pronto seré libre”, luego se dio la vuelta, desapareciendo al mezclarse entre aquellos pocos curiosos que visitaban la extraña feria.

Alicia tardó un par de horas en llegar a su casa, el transporte de aquella pieza de antigüedad se había tornado realmente complicado, pero ella sabía que valía la pena. El reloj sonó anunciando las tres de la mañana, coincidente también con el canto (que parecía más un alarido) de los gallos a la distancia, los perros habían comenzado a aullar y ladrar en las calles que rondaban la casa de Alicia y los gatos hacían también lo suyo en el mismo momento, corriendo pesadamente de manera alocada sobre el tejado mientras gruñían fuertemente entre sí.

Pero poco le importaba esto a Alicia, quien en ese preciso momento había terminado de instalar su nueva adquisición. No pudo resistirse ante el deseo carnal de verse reflejada en el espejo, todos los ruidos del exterior enmudecían gradualmente a la vez que los objetos que le rodeaban se volvían borrosos poco a poco, creando una visión de túnel, donde lo único que destacaba, lo único que tenía importancia, era la imagen que se reflejaba en aquel viejo espejo. Alicia era realmente bella, y en el espejo lo era aún más.

Los días pasaban y Alicia salía cada vez menos de su casa, se había deshecho de todos los espejos restantes en la casa, pues pensaba que eran defectuosos y no la reflejaban tal cual era. Pasaba horas frente a aquel viejo espejo, cepillándose el cabello o simplemente posando y observándose a sí misma.

Era tanto el tiempo que pasaba sola y encerrada en casa que había comenzado a preocupar a sus amistades. El aislamiento había comenzado a hacer efecto en Alicia, tornándola más antipática y ansiosa. El poco tiempo que pasaba con sus amigas no podía dejar de pensar en el espejo, quería verse para maquillarse y corregir los cabellos que no estuviesen en su lugar, estaba convencida de que aquel era el único espejo que la mostraba tan bella tal cual ella realmente era, por eso no podía utilizar otro.

No paraba de hablar de su belleza y de pensar en el momento de regresar a casa para pasar horas nuevamente viéndose en él. Su carácter parecía haber cambiado tanto que era casi intolerable, y no era solo el carácter, sino también su físico, ese estilo de vida ermitaño estaba comenzando a hacer mella en su rostro, tantas horas de desvelo por verse frente al espejo estaba comenzando a marcar fuertes ojeras, su cabello lucía reventado, había comenzado a caerse cansado ya de tanto cepillar. Nadia, una de sus amigas, quiso hacerle ver a Alicia esta situación, pero ese fue el detonante, eso fue lo que convenció a Alicia de que sus amigas estaban plagadas de envidia, envidia hacia ella, celosas por su incomparable belleza. Esa fue la razón por la cual Alicia cortó contacto con sus amigas, la sociedad entera y el mundo; su nuevo mundo era ella y su espejo, todo lo que necesitaba.

El tiempo transcurría sin cesar, haciendo estragos en el rostro y cuerpo de Alicia, pero el reflejo en el espejo cada día se volvía más bello, era como si se alimentara de la belleza de su anfitrión, succionaba la vida de la joven para mantener la suya propia. El bello rostro de su dueña se labraba poco a poco en la madera de ébano negro del espejo, Alicia no se daba cuenta de ello, pues lo único que ella tenía era su espejo y ahí veía solo lo que quería ver.

No tuvo que pasar mucho tiempo antes que ella perdiera su trabajo y, a falta de ingresos, comenzó a vender todos sus bienes uno por uno. Se había vuelto demasiado orgullosa como para pedir ayuda, demasiado vanidosa como para aceptarla, demasiado ermitaña…

Nadia siempre intentó acercarse a su amiga y, aunque esta nunca se lo permitía, intentaba no estar tan alejada, hasta que la misma Alicia hizo que el contacto se hiciera imposible. Un mes después, al no saber nada sobre su amiga, Nadia entró a la casa de Alicia rompiendo vidrios y forzando la puerta. Lo que encontró podría describirse mejor como lo que no encontró: la casa estaba vacía en lo absoluto, no había ahí ni un mueble ni rastro alguno de Alicia ni de su espejo. Se había ido, Nadia no aceptaba del todo aquel hecho. La buscó durante algunos meses, pero sin resultado alguno.

“Quizás comenzó una nueva vida, quizás ahora esté mejor”, trataba de convencerse a sí misma.

Un año después, en una fría noche melancólica, Nadia se encontraba en una feria local, tan extraña como lúgubre, la luna que había comenzado a menguar rociaba gotas de tristeza sobre las personas que asistían a la feria haciéndolas parecer almas en pena rondando en el purgatorio.

La endeble luz intenta abrirse paso entre las mareas de sombras que cobran vida revolcándose en el suelo, al final. Justo al fondo de la feria hay un salón, coronado con la luz de una lámpara de aceite, débil y malicienta, que deja entrever el rostro de una anciana, ya deformado por el tiempo, dándole un aspecto mas que feo, repugnante, patético.

Nadia, al acercarse, no pudo disimular su cara de repugnancia y casi lástima hacia aquel rostro, pero detrás de tanta arruga, en medio de todas las verrugas y grotescos bellos faciales, escondidos bajo los voluptuosos párpados que cedían ante la gravedad, se encontraban un par de hermosos ojos azules que, de alguna extraña manera, no encajaban en lo absoluto con el resto de aquel decrépito cuerpo; eran un par de bellos ojos que Nadia simplemente no podía pasar por alto…, y que le eran tan familiares:

-¿La conozco?

-No lo creo–dijo con voz lenta y temblorosa la vieja–. No es común que una linda chica como tú venga a un lugar como este–la vieja tosió y se aclaró la garganta–: entra y llévate lo que te guste.

Nadia parecía casi hechizada por la impresión que le había provocado el rostro de la vieja; un parpadeo esporádico le hizo reaccionar y, solamente como un reflejo, asintió amablemente, siendo incapaz de ocultar la expresión de repulsión que le había perturbado en ese momento.

La anciana, fatigada por el esfuerzo, volvió a tomar su lugar. Solo habían pasado algunos pocos minutos cuando un brillo fugaz se escapó desde adentro de aquella habitación.

La anciana vio hacia dentro del salón pensando: “El espejo la eligió, pronto seré bella otra vez”, luego, poco a poco y arrastrando con pesadez cada paso, se fue alejando hasta mezclarse con las demás personas que, bajo la endeble luz, parecían ser almas en penas que vagan en el purgatorio.

Escrito por: Nemesis…

— Via Creepypastas

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