El Anfiteatro

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Ya ha pasado un año, y aún no he logrado sacar esas horrendas imágenes de mi cabeza. A pesar de que, se suponía, no debía revelar nada, simplemente no puedo callar… Debo contarlo, debo decir la verdad; es por esto que hoy aquí lo escribo.

Cuando logré terminar la preparatoria, me vi interesado en la carrera de la medicina y quise embarcarme en ella; aunque sería complicado, podría ayudar a los demás a aliviar sus males, salvar a sus seres queridos y además, ganaría un buen dinero con ello; lo veía prometedor.

Con ese deseo en mente, realicé mis trámites para entrar en la Universidad Pública de mi ciudad, pero debido a mi baja puntuación y a mi falta de cupo, no fui aceptado. Mi padre me propuso un trato: él me pagaría educación privada, con tal que yo me esforzara al máximo, que fuera el mejor; acepté inmediatamente, ilusionado.

A los pocos días de esta propuesta, vimos un comercial sobre una Universidad Privada cuyas inscripciones seguían abiertas; llamó nuestra atención así que decidí investigar sobre ella en la web.

Luego de unas semanas y un jugoso pago inicial, logré entrar a esta Universidad y comenzar con mi añorada carrera de medicina. Estaba encantado con las cómodas instalaciones: aulas bien equipadas, una enorme biblioteca, un laboratorio de computo, anfiteatros bien provistos de los cadáveres necesarios para cada grupo de alumnos, y en cuanto a los maestros, de los mejores doctores en su área.

El primer día fue una presentación a la medicina común, y al segundo tuvimos la primera clase de anatomía en el anfiteatro; fue emocionante.

La primera impresión, ciertamente fue impactante; era la primera vez que veía un cadáver en mi vida. Sin embargo, luego de la lección del profesor, el impacto se volvió curiosidad.

Detallando el cadáver, se notaba que los rasgos faciales eran casi irreconocibles, aún cuando lo demás del cuerpo estaba perfectamente conservado. Mientras observaba un esqueleto que pendía de un gancho, pude escuchar a uno de mis compañeros preguntar al profesor sobre la procedencia de los cadáveres; afiné el oído en mi interés.

El doctor le contestó que estos pertenecían a personas que habían donado su cuerpo voluntariamente, o que la Morgue de la ciudad lo había hecho por ellas cuando nadie las reclamaba.

Eso sonaba convincente para mí.

Minutos después, alguien más le preguntó al Doctor cada cuánto tiempo traían nuevos cadáveres, y él contestó que a cada año los cambiaban. Eso me dejó pensativo; no me convencía mucho puesto que eran cinco anfiteatros con al menos, cinco cadáveres cada uno.

Honestamente, no creía que tal cantidad de gente donara su cuerpo para esto, para ser profanado; aunque luego descarté la idea y decidí no seguir pensando en ello.

Meses después, la clase del anfiteatro se volvió mi favorita; era extremadamente interesante el observar el cuerpo humano por dentro. Mi anfiteatro favorito era el último, el quinto; estaba junto a la biblioteca. Detrás de él estaba el cuarto en el que los cadáveres eran sumergidos en una bañera con químicos, aunque jamás entramos allí… Sólo veíamos un poco por una pequeña ventana en la puerta que conectaba esta habitación con el anfiteatro.

Estaba prohibido entrar ahí, aún cuando no estaba cerrado. Lo único que sabíamos era que entre ambas habitaciones había un pasillo largo y oscuro, que recuerdo había sido descrito como el de una película de terror por mi novia en esos tiempos.

De este pasillo, unas escaleras conectaban la habitación con los otros cuatro anfiteatros, que estaban más abajo.

Un día, la clase se extendió más de lo debido y al terminar, las ganas de ir al baño no me permitieron aguantarme; la próxima clase pronto comenzaría.

Cuando terminé de satisfacer mis necesidades, el poco tiempo que tenía para llegar a la clase del laboratorio de computo me hizo decidir tomar un pequeño atajo por los anfiteatros. A estas horas no habían clases en ellos, siempre estaban abiertos así que sería sencillo; pensé.

Me adentré en aquel oscuro pasillo y llegué fácilmente a las escaleras. Noté que había una puerta doble junto a estas, y estaba abierta; no la había notado antes, o mejor dicho, no como una puerta; pensaba que simplemente era un armario. Me mató la curiosidad y me asomé, notando que en área que creíamos vacía de debajo de la biblioteca, en realidad había un callejón bien iluminado y oculto perfectamente por los pasadizos de las instalaciones.

Allí, en frente, estaba estacionada una furgoneta blanca sin ningún símbolo que la identificara como perteneciente a la Universidad, cosa anormal.

Me desconcertaba aquel extraño túnel secreto, no entendía el porqué estaba allí. Sin pensar en la hora, me quedé observando aquel lugar intentando asimilarlo, hasta que un grito de arriba de las escaleras llamó mi atención.

Subí buscando su procedencia y seguí con un mal presentimiento el rastro de sangre que cubría los escalones, desde la furgoneta hasta arriba.

Fui lo más cauteloso que pude; la puerta del cuarto estaba abierta y, ocultándome junto al marco de esta, detallé lo que ocurría en la habitación de la bañera, horrorizándome en el acto…

Dos hombres fornidos sostenían a uno más delgado y con apariencia de vagabundo por sus ropas; la cabeza del pobre hombre escurría la sangre mientras suplicaba a gritos desesperados que le soltaran, que no le hicieran daño.

Noté la presencia del doctor que me daba clases en el anfiteatro; tenía una jeringa con un líquido desconocido en mano. “No te preocupes, es por el beneficio de la ciencia”, le dijo al vagabundo, y posteriormente inyectó el extraño líquido en su cuello.

Pude ver como poco a poco los movimientos del pobre hombre iban perdiendo fuerzas, hasta que cesaron.

El Doctor sacó la jeringa de su cuello, dando la orden a los hombres de desnudar al fallecido. Desprendieron las vestimentas del cuerpo y lo arrojaron a la bañera, que posteriormente cerraron.

Estaba atónito, y no reaccioné cuando el doctor les dijo que podían irse. Los hombres se dieron vuelta y me vieron; no me había ocultado bien… Intenté correr pero estos me atraparon a mitad de la escalera gritándole al doctor “Es un alumno”. Este les pidió que me llevaran ante él.

Me arrastraron hasta el cuarto; yo intentaba luchar. Me detuve apenas detallé los puntos ciegos de la habitación, esos que nunca pudimos ver por la ventana.

Cinco cuerpos colgaban de grandes ganchos, abiertos desde el cuello hasta el pubis; carecían de órganos. Volteé hacia el doctor, que se encontraba en la parte del cuarto visible desde afuera; estaba ante la pared desnuda y la bañera.

Me miraba fijamente; me llamó por mi nombre con tranquilidad y comenzó a hablar… “Sí, lo que acabas de ver es la verdadera forma de obtener los cadáveres… Se necesitan muchos para mantener una cantidad aceptable en los anfiteatros, y sencillamente las donaciones no son muchas. Así estamos mejor surtidos, ¿no?”.

Soltó una pequeña risa al decir eso, mientras sus manos jugaban con la jeringa y su vista se apartaba momentáneamente de mí. Continuó… “Secuestrando a los vagabundos de las calles, obtenemos cuerpos en buen estado que nadie reclamaría o extrañaría. Sencillo, ¿cierto? No es tan malo… Pero ahora que lo has visto, ahora que te digo esto, no es posible dejar que te vayas como si nada”.Creí que me iba a dar un infarto. Pensaba que me asesinaría igual que como hizo con el vagabundo, pero interrumpió mi pánico al volver a hablar.“Sé bien que crees que te mataré, eso sería lo lógico, pero no podemos asesinar a un alumno así como así. Todo lo que haremos será hacer que jures que nunca hablarás de esto; y créeme que si descubrimos que lo hiciste, desearás jamás haberlo hecho…

Sin embago, si no dices nada a nadie y quedas en silencio, no sólo te dejaremos vivir, no, ¡hay más! Te reembolsaremos tu carrera, te daremos una jugosa pensión anual e incluso una beca completa en cualquier otra carrera que elijas, siempre y cuando no tenga que ver con medicina.”

Estaba aterrado, por lo que hice el juramento que pedía y posteriormente, firmé una declaración como él quiso.

Lo demás luego de eso es irrelevante. Dejé la carrera, me dieron el dinero que prometieron y entré al mundo de la literatura. Tengo buenas notas y mucho dinero, incluso una nueva novia puesto que por obvias razones, tuve que romper con la anterior.

Para mi desgracia, aún llevo tatuado en mi mente el recuerdo vívido de los gritos del hombre y la imagen del doctor dándole aquella inyección letal.

Siento como si alguien me siguiera y eso me vuelve loco; mis espaldas ya no pueden con el peso de la culpa y la necesidad de hablar es demasiada. Lo confieso todo de esta forma, solo en casa, mientras veo por la ventana cómo una furgoneta blanca llega ante mi puerta mientras escribo esta última oración.

— Via Creepypastas

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