Ciertas monedas quemadas

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

Personajes

DOUGLAS IV DE HAUSE-GUND, señor de un castillo al sur de Noruega

ROBERT DE HAUSE-GUND, su hermano y consejero

IMRE GAUDÍ, dueño de unas islas cercanas a Alemania

MESHULAM GLOECKNER, su hechicero personal

PIERRE II COIN, heredero de unos terreros extensos al norte de Inglaterra

ESPECIAS, su ama de cría y hechicera personal

PLOMES DE SAN QUIRICIO D’ORCIA, rebelde en contra del actual rey de Italia

CACHETES, extraño religioso con los cachetes arrancados

CARBÓN, sirviente del rey Devandra Gandagee

FANTASMA DE DEVENDRA GANDAGEE

UNA TERRIBLE Y ESPANTOSA CRIATURA

Acto I

Acto I. Escena primera. Comienzo de la escucha de propuestas y la entrada del primer buscador

Salón especial del castillo, de forma heptagonal. Hay seis puertas y una de ellas está hecha de oro. En el centro hay una mesa redonda y tres sillas. En una de las paredes del salón hay estantería llena de armas y objetos valiosos. Entran Douglas IV y Robert.

Robert: Por favor, Alteza, explique la razón de tan chiflada decisión.

Douglas IV: La tristeza que me ha dado la muerte de mi hijo y heredero. Sin él, ¿qué soy? ¿quién soy? ¿qué es lo que me rodea? ¿qué debería creer? ¿en quien debería confiar? ¿acaso importa todo eso y lo que me falta por mencionar? El mundo ya no tiene sentido para este viejo viudo. Mejor estoy sin toda esta pocilga que millones hombres desearían tener. Que se lo gasten y se lo coman. Yo solo quiero dejarlo todo y volver a empezar. Me importa una mierda el mundo y el futuro del susodicho. (Se sienta en una silla en frente de la mesa.)

Robert: ¡Pero es todo eso lo que conforma tu ser y todo lo que te rodea! Este castillo es lo único que te queda. Sin él serás nada. Tus beneficios se irán al momento que digas la palabra incorrecta y posiblemente mueras comido por un animal salvaje. (Se estremece al decir la palabra “salvaje”).

Douglas IV: Si aquello me lleva a ser feliz de nuevo, entonces me conformó y lo aceptaré de inmediato. (Se reacomoda). Ahora cállate, que en cualquier momento el primer “señor de honor” llegará.

(Entra Imre Gaudí, por una puerta de color rojo, seguido de Meshulam Gloeckner. Gaudí hace una reverencia profunda. Meshulam solo se digna a mirar).

Douglas IV: ¿Cuáles son vuestras propuestas, admirable señor?

Imre: Su Grandísima Excelencia, mi propuesta principal está relacionada con la innovación militar y arquitectónica. Mis tierras, ha usted bien de saber, son ricas en un material de posiblemente sea más duro que el diamante, mas flexible que los calzones de la mujer mas gorda, y mas duradero que una campana de bronce. Aun no tiene nombre. Y aquí le he traído un ejemplar para que mi lealtad no quede en duda. (Gira la cabeza hacía Meshulam). ¡Mostradle uno con forma de pirámide!

Meshulam: (Saca de un bolsillo bien escondido el objeto y lo expone sobre su mano) Como puede ver, su majestad, es de un color parecido al negro, pero no es negro. Ni siquiera entra en la categoría de color oscuros. No es un color del que se tenga conocimiento. (Lo acerca a la luz de una antorcha) Los de este tipo pueden reflejar, por un lado, todos los colores del arcoíris y, por el otro, la luz de un objeto invisible al ojo humano y animal. Pienso yo que proviene del limbo o del mismísimo averno.

Imre: (Le quita el objeto de las manos a Meshulam) Es muy manipulable, hay que añadir. Si se derrite, puede extenderse en una línea recta hasta adquirir la longitud de veinte estadios. Es multiusos: se puede utilizar como condimento para las comidas, material para construir casas, o ácido para quemarle la piel a un gran enemigo. Todo depende de quien lo posea.

Douglas IV: ¿Y cuales son los usos que se les dan en vuestras tierras?

Imre: (Se lo piensa un poco antes de responder) Dos, muy importantes: darle más fuerza a las armaduras de los soldados y para quemar a los enemigos que se encuentran encerrados en los calabozos… (Para al ver un gesto de Douglas IV)

Douglas IV: Ya has hablado suficiente, poderosísimo señor. En mi cabeza y en la de mi consejero rondan las ideas, muy claras. Mañana, al levantarse el sol, os diré si sois dignos de mi tesoro. Pienso que ya habéis hecho mucho con venir aquí, por lo que os pido que reposéis en uno de mis mucho aposentos. Pero por el momento, sentaos y pedid, que es de lo poco que os puedo daros.

Imre: ¡Su Alteza es muy, muy amable con este anciano de pocas habilidades! (Deja el objeto sobre la mesa, a unos metros de Douglas IV.)

Meshulam: ¡Su Excelencia, siempre estaremos a su servicio! Y yo, el tercer mago Gloeckner, estoy muy honrado de haber conocido al único hijo del gran Douglas III, el famoso sobreviviente de la enfermedad del amor. Siento vuestras perdidas y os deseo buena vida.

Douglas IV: Os agradezco todo, pues habéis sido de los pocos que han traído paz a este viejo castillo. Por favor, sentiros como en casa. (Se devuelve hacía Robert.) Traedle vino verde a nuestros invitados, que se deben de estar muriendo de la sed con esos labios tan secos.

Robert: Como su alteza ordene (Sale por una puerta azul claro).

Acto I. Escena segunda. La llegada del segundo buscador

Se encuentran sentados Douglas IV, Imre Gaudí y Meshulam Glockner, bebiendo en copas de oro y plata. Meshulam ha bebido unas veinte copas, mientras que los restantes solo pudieron con una. Robert se mantiene de pie, mirándolos a todos. Alguien toca a una de las puertas, de color azul, un par de veces.

Douglas IV: ¡Que siga, y bendita sea su estancia! (Pierre II Coin cumple la orden y entra, empujado dentro por Especias. Todos le miran, especialmente Gaudí.) Vos debéis ser Pierre II, ¿verdad? Elegante, distinguido y bello al mismo tiempo. Lo que me han dicho es cierto.

Pierre II: (Con la vergüenza hasta el cuello) S… Sí, Su Alteza. Ese es el nombre que mi padre me dio a los pocos días de vida. (Hace una reverencia a cada uno de los presentes). Me imagino que quera que empiece excusándome de la tardanza.

Douglas IV: No es necesario ni importante. Todos vienen a su tiempo. Lo que necesito de ti son tus propuestas, o mejor dicho, las que te ha dicho tu padre que expongan ante mi.

Pierre II: C-c-c-como su alteza desee. (Empieza a temblar; un sudor frío escurre por su frente, y más cuando mira de reojo a Gaudí y a su hechicero). He venido desde el norte de Inglaterra para traerle la propuesta de mi padre, que trata de la gastronomía y los avances de la cultura. Mi padre ha visto siempre que sus rivales le ganan en todo. Eso lo hace enojarse mucho. El quiere que su nombre se oído hasta en otros planetas, por lo que cuando oyó de usted, aprovecho la oportunidad para poder ganar el suficiente dinero como para construir maquinaria para vencerlos a todos. Estas cosas incluyen la creación de distintos materiales de lujo, de los cuales muy poco pueden alardear. Platillos, utensilios, ropa, viviendas. Creo ya se tienen idea de lo que le hablo.

Douglas IV: Príncipe Coin, ¿su padre el rey ha tenido éxito con los proyectos que ha llevado a cabo durante su mandado y, posiblemente, desde que tiene la habilidad de hacer negocios?

Pierre II: (Se sonroja, su expresión es de tristeza y hecha la mirada hacía otro lado) Mi padre, mi padre. (Casi caen lagrimas de sus ojos). Él…

Robert: (Con aire furioso) ¡Mira al rey cuando te habla! (Pierre II da un brinco del miedo y se queda titubeando)

Pierre II: No, no, no. Todos sus intentos han sido en vano. ¡Pero! (Alza la mano al aire) Está seguro de que esta vez será diferente, que todo saldrá bien. Y por eso le he traído, su Alteza, una muestra del nivel que ha alzando los productos de mi padre, los cuales han sido catalogados por los países cercanos como “los mejores del planeta tierra”. (Se gira en dirección de Especias, quien sigue afuera, mirándolo todo con una sonrisa nauseabunda) ¡Madre, trae los platos! Trae los regalos. Por favor, por favor, por favor. (Especias cumple, entrando con los platos en la mano).

Especias: (Dirigiese a Douglas IV, pero mirando todo el tiempo a Meshulam) Su alteza, preciosidad magnifica, tesoro del mundo. (Le envía un beso a Meshulam. Este solo se digna a alejarse rápidamente. Gaudí le mira, extrañado.) Estos valiosísimos regalos son los novedosos que ha producido un grupo muy especial, el cual la alteza se encargado de elegir cuidadosamente. Son muy resistentes y se pueden limpiar fácilmente. Pero los detalles son lo mejor. Lo mejor. Los corceles que hay en los bordes son del mejor oro que se ha podido conseguir. Para obtenerlo, los mineros tienen que trabajar cuatro semanas seguidas sin parar. Un solo error, y todo el esfuerzo se iría a la basura. (Los deja a la derecha de Douglas IV. Este, a su vez, los mira detenidamente.)

Robert: Señorita, los ojos del rey están aquí.

Especias: (Girando la cabeza hacía Douglas IV, algo desconcertada) Oh, claro, claro. Perdonen semejante acto de irrespeto. No ha sido mi intención.

Douglas IV: (Volviéndose a Pierre II) La propuesta de tu padre no es la más interesante que he oído por el momento, pero tiene potencial, y por eso la tendré en cuenta junto a las demás. Estoy muy agradecido con usted, príncipe. Por favor, acepté estar en mis aposentos hasta que haga me decisión (Pierre II se queda boquiabierto). No es mucho, pero por lo menos valdrá la pena (Le da una sonrisa muy forzada).

Pierre II: (Con lagrimas escurriéndole de la cara, las cuales van mojando poco a poco la mesa redonda). Oh, oh, oh. Gracias, muchas gracias, su Alteza.

Douglas IV: ¿Querrá el príncipe o la dama algo de beber? (Robert le hace mala cara y le da un pequeño golpe en el codo.) Todo el en que entra aquí, viene con los labios secos.

Especias: No, gracias. (Se pone al frente de Meshulam.) Lo que veo ahora mismo me refresca como si fuera un hermoso día con mucha brisa. (Se acerca mucho mas a Meshulam). Heeeerrrrmmmoosssooo dddddiiiiiiiiaaaa. (Meshulam se aleja y se pone atrás de Douglas IV.)

Meshulam: Me disculpo, alteza, pero tengo ciertos asuntos los cuales resolver. Y para ello, necesito el apoyo y ayuda de la soledad. (Dice “soledad” al mismo tiempo que le da una mirada juzgadora a Especias.)

Douglas IV: Tened mi permiso y te deseo las mejores de las suertes. (Meshulam sale corriendo por una puerta de color verde. Especias lo mira todo el tiempo.)

Especias: Disculpe, Alteza, pero una señorita como yo, tras un viaje tan largo, necesita arreglarse y hacer sus necesidades. (Douglas IV le hace un gesto afirmativo. Ella hace una pequeña reverencia. Sale de la misma forma y por la misma puerta que Meshulam.)

Acto I. Escena tercera. La llegada del tercer buscador y compañía

Están Pierre II, Imre Gaudí y Douglas IV sentados alrededor de la silla redonda. Robert esta sentado en una esquina, bebiendo a sorbos grandes de su copa. Pierre mira con atención la suya, la cual está vacía. Imre Gaudí se encuentra pensativo y con los ojos cerrados. Douglas mira atento una puerta de color verde. La puerta verde se abre lentamente y todos miran a quien va a entrar. Entra Cachetes, dando pasos ligeros, los cuales nadie logra escuchar. La carne roja que eran antes su mejillas causan una gran impresión a todos. Hace una reverencia larga a Douglas IV.

Douglas IV: ¿Eres tú Plomes de San Quiricio d’Orcia? ¿O uno de sus muchos sirvientes? (Cachetes se tarda varios minutos en responder. Su expresión siempre es neutral.)

Cachetes: Bhavaan ka Chumban.

Robert: ¿Qué?

Cachetes: Bhavaan ka Chumban. Es un apodo indio. Se lo suelen dar a los hombres que llegan a cierto pueblo sin nombre al este de India, sin rumbo fijo o perdidos en este mundo. La primera vez que lo oí fue de la boca de un niño indio muerto de hambre, quien me encontró en las orillas de una playa llena de basura. Tras oírlo tantas veces, le pregunté que significaba, y el me respondió con “Mejillas de Dios”. Quede avergonzado por toda la vida. Decía que tenía los cachetes de Dios. Pero yo no soy Dios, ¿verdad? Por lo que decidí quitármelos. Tras ello le respondí dibujando garabatos en la arena que yo no tenía los cachetes de Dios, sino que no tenía ningunos cachetes, pero no dejaron de llamarme así. Y paso tanto tiempo que olvide mi nombre, y me vi obligado a llevar ese apodo como nombre. He perdido mi verdadero nombre, y Dios me ha castigado cambiándomelo por los actos que hice hace tantos años. No importa como me llamen, ese apodo es como ahora los ángeles me llaman. (Nadie tuvo la valentía de hablar.)

Imre: Y entonces, hombre sin rumbo, ¿dónde esta tu señor? El rey de estas tierras le espera. Nosotros también lo esperamos.

Cachetes: Pronto ha de llegar el Pino. A veces le gusta extraviarse por el bosque. No es deber mío cuestionarle, pues solo el maneja su propia vida. Me dijo hacía varias horas que viniera acá a tranquilizarlos y también a decirles que no se preocuparan. Llegara en poco tiempo, tras cumplir con lo que deba de cumplir.

Robert: ¿Qué clase de excusa es esa? ¿Por qué perdería así su tiempo? Lo único que hace es irrespetar al rey y destruir la poca confianza que tiene en él.

Cachetes: Paciencia, vive de ella, pues lo único que le queda al ser humano. (Lo mira fijamente, con los ojos como platos.)

(Pasa un gran silencio. Todos miran a Cachetes. Robert y Imre lo miran con desconfianza. Pierre II lo mira con confusión. Douglas IV lo mira con interés. Una de las puertas, una de color verde, se abre precipitosamente. Entra Plomes al mismo tiempo que se toma un último trago de una botella. Se atrasa en notar donde esta y se apresura a hacer una longeva reverencia a Douglas IV. Lo hace todo con una sonrisa en su rostro.)

Plomes: Alteza, veo que la gente ha llegado antes. Mis mas sinceras disculpas, aunque creo que Cachetes el Rojo ya os lo ha explicado todo lo que tenido que enfrentar y perder. Por otro lado, ¿está en frente de mi quien creo que es? ¿El hijo del ya sin virilidad, rey de Inglaterra? Ufffff, muchacho, que peor momento para que vinieras. Sabes, ya se viene la hora de la conversación entre adultos. Vete a jugar con tus muñecas y con tus libros, si es que cuando vuelvas a casa aún sigan existiendo. (Douglas IV se levanta de su asiento con agilidad.)

Douglas IV: Rey rebelde, Pierre II Coin se ha ganado su puesto en esta junta; lo mismo que Imre Gaudí. La cuestión no es si estos dos señores deben estar aquí, sino de que si tú deberías estar aquí. (Plomes finge impresionarse y pone ambas manos sobre su pecho.)

Plomes: Os lo dije, Cachetes Rojos. Ellos no me permiten jugar. Todo el mundo está en contra de mi.

Pierre II: (Con el rostro rojo y a punto de escupir fuego.) ¡Ojala fuera así! Pedazo de… (Douglas le tapa la boca. Aquello no sirve para esconder la gran furia del chico.)

Douglas IV: ¡No es así! No es así. Y nunca lo va a ser. He dicho que le daré mi fortuna a quien sea digno de ella. Tu puedes ser el vencedor o el perdedor; todo depende de tu decisión. ¿Qué harás para ganarla, Plomes? ¿Cuales son tus propuestas? Ven aquí y escúpelas. (Plomes sonríe victorioso. Se acerca a la mesa, pone una pierna sobre la susodicha, se impulsa y logra ponerse recto sin caerse. Camina y se dirige al centro. Imre logra agarrar la única copa cercana mientras que Pierre, menos afortunado, es manchado de vino al serle tirada de una pata la copa. Pierre II se levanta de la mesa, putrefacto.)

Pierre II: ¡Suficiente! (Sale corriendo de la sala por una puerta de color negro.)

Plomes: Maravilloso. Ya que se fue el niño, podemos ya conversar libremente sobre temas de adultos. (Mira a Douglas IV con cariño) ¡Su Excelencia Excelentísima! No se deje engañar por el dibujo, no se va parecerá nunca al verdadero. Las medidas no son exactas, pero el número de esclavos necesarios, sí. Un millón, todos morenos, serán suficientes para movilizarlo, y el doble, amarillos y con los ojos como la raja de mi culo, serán necesarios para hacerlo funcionar. Pero estoy seguro de que todo será un éxito. Cachetes el Ángel ha visto mi victoria en las llamas, y él nunca me mentiría. Con semejante cañón, más gran que el castillo de Windsor, lograré destruir a Inglaterra y a todas las inmundicias que viven allá. Un mundo sin putos ingleses, o mejor, un mundo con pocos y todos ellos muriéndose de hambre. ¿Se lo imagina? Yo si. Sería como un sueño hecho realidad.

(Se hizo el silencio de nuevo. Fue Robert quien lo cortó.)

Robert: Alteza, hermano del alma, ¿no estarás en serio escuchando lo que este excéntrico te está diciendo, verdad? (Tras unos segundo, Douglas le responde con una mirada divertida.) No, no. Me niego a ser cómplice de lo que posiblemente sea la destrucción del mundo. (Se va con prisa, pero al llegar a la puerta, gira por un segundo.) Con su sagrado permiso, alteza. (Sale por la misma puerta que Pierre II).

(Plomes baja y se sienta en la silla restante. Reposa los pies en la mesa, tirando en el proceso uno de los platos de Pierre II.)

Imre: Plomes, ¿qué clase de ser eres? No eres humano, de eso estoy seguro. Ninguno de mis soldados, ni el más brutal, sería capaz de imaginar tal cosa.

Plomes: Creo, junto a Cachetes de Jamón, que soy lo que los sabios ahora llaman “hombre nuevo”.

Douglas IV: ¿Y que clase de criatura es el “hombre nuevo”?

Plomes: Primero, es un hombre que supera a todo lo creado por Dios. Segundo, es capaz de captar las mentiras y las verdades. Tercero, nació sabiéndolo todo, libre del desconocimiento y la ignorancia. Cuatro, Dios ha perdido control de él. (Da una agradable sonrisa.) Podéis llamarlo como queráis, pero yo prefiero el que uso un herrero antes de que le empalara: “anticristo”.

Acto I. Escena cuarta. La llegada del último buscador y la finalización de la escucha de propuestas

Se escuchan múltiples truenos. La lluvia moja a borbotones las ventanas. Entra Carbón, por una puerta de color negro, lentamente y titiritando mucho. Al ver a Douglas IV, hace una reverencia profunda, como si se la estuviera haciendo a un dios.

Plomes: Vaya esclavo mas obediente, alteza. ¿En qué pocilga lo estabais escondiendo de mi?

Douglas IV: En este castillo solo vivo yo y mi consejero. No sé de donde haya salido este hombre de tez oscura.

Imre: Extrañamente, me recuerda a los siervos de Devandra Gandagee. Conocí a algunos mientras cruzaba por una aldea el sur de S… (Para al escuchar un grito. Gira la cabeza para ver que Carbón grita desesperadamente, como si hubiera visto a un fantasma.)

Carbón: Nooooooooooo. Noooooooooo. Por favor, por favor. Dios, dios, ayuda, ayuda. El fuego, el fuego. Ardeee, ardeee, ardeee. Mamá, mamá. Ahhhhhhhhhh…. (El esclavo calla al recibir un golpe limpio de Cachetes. Se pone cabizbajo y empieza a chuparse el dedo gordo de la mano derecha.)

Douglas IV: Calmaos, siervo. Estáis en mi castillo, y hasta que os marchéis de él, nadie os podrá hacer daño. (Carbón solo se limita a mirarlo.) Anda, mueve con libertad. Y mientras lo haces, decidme quien os envió y si da la causa de que ha oído lo que se dice de mi, soltad sus propuestas ahora mismo.

Carbón: No puedo decir su nombre, alteza. Está maldito. Sus riquezas están en peligro mientras habló. Muchos dicen que os omnipresente y que huele el oro tan bien como un tiburón percibe la sangre.

Plomes: Oh, ya sé de quien habláis. También he conocido alguna de sus anécdotas. Es cierto solo que dicen los últimos chismes, ¿es verdad que ha convertido el oro quemado de su difunto padre en oro nuevo por medio de la magia?

Carbón: ¿Qué importa si lo vuelve oro nuevo o oro viejo? De todos modos se lo va a comer. Hace varias semanas, cuando me envió hacía acá, se tragó completo a un hombre bañando en oro. No he podido dormir desde entonces.

Douglas IV: Lastimoso, muy lastimoso, siervo. Pero eso no es lo que quiero saber de vosotros ahora, sino lo que os dijo vuestro maníaco rey. ¿Qué está dispuesto el Come Piedra a hacer con mi dinero? (Carbón le mira con temor, igual que a los demás en la sala.)

Carbón: (Casi gritando). Él, el dios que vive en el cielo, el dueño del mundo, planea utilizar vuestro dinero de tres formas. Una es la construcción de esculturas del tamaño de dos torres… (Se detiene al escuchar la maliciosa risa de Plomes.)

Plomes: De ser así, le pediré que haga una a mi nombre. La pondría en el centro de una Inglaterra quemada y destruida. O quizá, si es que el tiempo alcanza, fundirla y hervir a fuego lento a los ingleses sobrevivientes. (Douglas IV le hace callar.)

Douglas IV: Continúe, buen hombre. ¿Cuáles son las dos propuestas faltantes?

Carbón: Literalmente, comprar el mundo, y construir pirámides más grandes de las que hay en Egipto.

Douglas IV: Otra propuesta extravagante. Escuchad bien, rey rebelde, pues tenéis un nuevo rival ahora, quizá más poderoso que vos. (En este punto, Plomes ríe lo más fuerte que puede. Lagrimas caen de sus mejillas y le da un fuerte dolor en el estomago.)

Plomes: Me dirá usted, alteza, la forma en que una masa deforme, con un ojo chueco y sin virilidad vaya a ser competencia con semejante hombre como yo. (Douglas IV le responde con un gesto usando los hombros.)

Douglas IV: Os agradezco… (Hace un gesto con la mano para que el siervo le diga su nombre.)

Carbón: El único que sé de mi mismo es que soy un esclavo al que se le castiga quemándole los pies con carbón al fuego vivo.

Plomes: Pues entonces, que ese sea tu nombre. ¿Sabes qué? Se relaciona bien con tu espantoso tono de piel. (Carbón no cambia para nada su expresión de miedo.)

Douglas IV: Entonces, inicio de nuevo. Os agradezco, Carbón, por vuestro servicio y valentía. Todas uno de mis aposentos, por esta noche, como pago por el deber que habéis cumplido hoy. (Carbón lo mira fijamente, pero lo que reflejan sus ojos son otras cosas. Mira con detenimiento lo que hay detrás de Douglas IV: una espada reluciente.)

(Carbón hubiera vomitado el piso que brillaba, pero logra tapar su boca con sus dos manos. Luego, camina hacia tras, mirando hacía ninguna parte, hasta la puerta desde donde vino y cae hacia fuera. La puerta se cierra estrepitosamente.)

Plomes: Recordadme de nunca salir o entrar por aquella puerta. (Nadie le pone atención.)

Douglas IV: Con esto ya ha sido suficiente por esta noche. Las estrellas ya alumbran el cielo lleno de oscuridad. Es hora de descansar. Imre, Plomes y usted, siervo del Señor, les doy por segunda ves mi gratitud. (Gira la cabeza hacía una de las puertas, hecha de oro.) No sabéis como arregláis el corazón ha este hombre con el alma rompiéndose a pedazos.

Acto II

Acto II. Escena primera. Los sentimientos vuelven débil al hombre

Está Pierre II sentado en una sencilla cama. La habitación es de piedra azul. A la izquierda del príncipe hay un gran escritorio, largo. Hay ropa tirada en un rincón. Entra Especias, feliz e indiferente a la tristeza de Pierre II.

Especias: He tenido suerte al esconderlo, príncipe. Ni el consejero del rey ni ese hermosísimo mago han notado su existencia. (Saca de su manto una botellita con un liquido de color azul oscuro.) Parece que la suerte está de nuestro bando por ahora. (Pierre II ni le mira.)

Pierre II: Madre… (De vuelve finalmente hacía ella) ¿Cómo es que lo debo hacer? Llevo horas planeando, pero cada vez que intento llevarlo a la practica, falla. Ya estoy empezando a creer que la voy a embarrar.

Especias: (Ríe un poco antes de responderle.) Príncipe, recuerda todas las decisiones que has tomado desde ese fatídico día. ¿Hay alguno que no haya valido la pena? (Pierre II le responde negando con la cabeza.) Pues entonces, ¿por qué os estresáis de aquella manera? (Se acerca y lo agarra de la cintura. Le da unos dos besos.) Mientras que estés conmigo nada malo te pasara.

Pierre II: Tengo miedo, Madre. Temo de que ese anciano, o ese sujeto con el parche en el ojo, o ese… Ese hijo de puta del bigote… (Calla al segundo tras recibir una abofeteada por parte de Especias.)

Especias: Oh, cariño, cuidado con esos modales. Así no se ha comportar el futuro dueño del mundo; el hombre que quiso alguna vez tu madre que fueras y el cual es mi tarea convertirte. No puedes dejar que los sentimientos te controlen. ¿Entiendes? (Pierre II la miran con mucho miedo.)

Pierre II: Sí, Madre. Pero si no son esos sujetos, es ese objeto el que me atemoriza. ¿Qué tal si se me rompe y se escurre por el piso? ¿O si me ven poniéndolo en la bebida? ¿Y si no funciona? (Especias se queda pensativa unos minutos al escuchar “no función”. Pasado aquel tiempo, ríe sin control.)

Especias: ¡Jo, jo, jo, jo! Tesoro, siempre estoy segura de lo que digo y para demostrártelo, lo probare con una de esas bestias que viven a las afueras, en la naturaleza. (Se aproxima a la salida.) ¡No intentes hacer algo estúpido mientras no éste! Quizá una de esas bestias te encuentre y te devore lentamente. Y recuerda por qué estas aquí. (Señala al lugar donde se encuentra la ropa tirada.) Tu padre espera a que triunfes. (Sale callada.)

Pierre II: ¿Padre? Padre, padre… ¡papá! (Cae al piso precipitosamente. Llora y grita fuertemente.)

Acto II. Escena segunda. Bestias de la naturaleza

Dentro de un sistema de cuevas. Oscuridad total. Se oyen pisadas y el jadeo de una persona. Esta persona trona sus dedos y de esa acción su mano de prende en llamas. Las llamas son azules. Se descubre que el individuo es Especias, toda sucia de barro. Hay dos agujeros por los cuales pasar. Uno esta hacía el norte y el otro hacía el este.

Especias: ¡Alimaña! Donde estás, amor. No puedes correr por siempre de mi. (Hace el maullido de un gato a la perfección.) No hagas esto más difícil, por que si no lo has de pagar muy caro. (Se escucha el eco, desde el agujero este, de un leve murmullo. Especias corre en pos de él. Aquello hace que las llamas se apaguen.)

(Llega a un lugar diferente y vuelve a hacer el proceso de encender la llama. Al prender, se pone a escuchar con atención. Camina lentamente. Se escucha un murmullo más cercano en un agujero lejano y entra por él. No hay paredes. Encuentra al gato, boca arriba, con las patas extendidas y en un charco de sangre. Lo coge por el cuello.)

Especias: Mírate, sin vida y totalmente sucio. No estás para nada presentable para conocer a mi tesoro. (Algo en el suelo toma su atención con rapidez. Una moneda.) ¿Y esto qué? (La agarra con rapidez. Se escucha un rugido muy cercano. Casi al lado de ella. Se gira.) ¿Quién está ahí? (No hay respuesta) Fuiste tu, ¿verdad? Me las vais a pagar, muchacho. ¿Quién te crees para matar a las presas de otros? Te daré tal paliza que los correazos que te daba tu madre parecerán simples toques. (Sigue sin haber respuesta.) Sal de la oscuridad, cobarde. (Lanza las llamas hacía la oscuridad. Por un segundo, se ve la figura de una criatura muy alta y de color negro. Tiene una boca muy grande con muchos dientes. Especias tiembla del susto, boquiabierta.) Que… que… ¡Que puta mierda eres!

(La bestia se abalanza sobre Especias en cuestión de segundos. La mujer no logra hacer nada al respecto. Vuelve a haber oscuridad total.)

Acto II. Escena tercera. Detalles y detalles

Cuarto de paredes de roca oscura con agregados de color rojo. Hay una mesa junto a una de las esquinas. Una chimenea prendida. En el fondo hay una ventana con forma de arco; Imre Gaudí mira a través de ella la oscuridad de afuera. Entra Meshulam Gloeckner con un gran saco, al hombro, lleno de objetos abstractos.

Meshulam: Mi señor. (Hace una reverencia.) He llegado con múltiples objetos de su índole.

Imre: Empezad por la espada, mago. He esperado todo el día para verla de cerca. (Meshulam saca de su saco una espada larga. El mango de la espada tiene forma de un cráneo humano. Se la entrega.) Esta es muy diferente, Gloeckner. ¿No os habéis equivocado?

Meshulam: Os aseguro que es la correcta. El mensajero me lo verificó a gritos antes de que lo apuñalara.

Imre: No será la mejor, pero tiene buen filo. ¿Podré ensartarla desde cualquier ángulo?

Meshulam: Y con cualquier fuerza. Solo es necesario hacer un leve movimiento para hacer una herida profunda.

Imre: Estoy satisfecho, mago.

Meshulam: No se anime tanto, señor. Esta noche seguirá siendo larga para usted. Hay varias cosas a las que debe echar ojo dos veces. (Pone el saco en el suelo. Saca un objeto pesado, con forma uniforme, de color gris.) Empezando por eso

Imre: ¿Para que arruinarme la noche con un bloque de piedra?

Meshulam: No es un bloque de piedra cualquiera. Es un pedazo de la puerta de entrada al patio, donde tuvimos que poner a nuestros caballos.

Imre: ¿Y cual es la condición de los caballos?

Meshulam: Los trece del rey han muerto. Los dos del príncipe tienen la cabeza aplastada con los sesos desparramados en el pasto. Por lo que pude ver, el príncipe rebelde no tienen ni uno; los dioses sabrán como llegó acá. Y los nuestros tienen los miembros totalmente rotos y torcidos.

Imre: Ya me era suficiente que hubiera peligros adentro del castillo. Meshulam, respóndeme, ¿contra quien estamos batallando? ¿Un idiota con bigote o una bestia come hombres.

Meshulam: Quisiera que fuera el primero, pero hoy estamos atrapados en de las garras de una terrible criatura. Sus pisadas son pequeñas pero su altura es superior a la de un gigante. A este paso nos tocara salir volando; pero no estoy en capacidad de hacer hechizos como ese.

Imre: ¿Qué me sugerirías, Gloeckner?

Meshulam: Mantenernos dentro del castillo y cuidarnos las espaldas de nuestros enemigos. Creo que ellos son peores que esa bestia de allí afuera. Pero, ¿quiere saber algo? Ya he encontrado veneno. (Saca del saco una botellita con liquido azul.) La encontré, al lado de una antorcha, en lo más alto de una pared de cristal azul. Se me hubiera pasado por alto, si no fuera por las gotas de inmundicia que salían del techo y se deslizaban por las paredes para ensuciar el suelo. (Le entrega la botella a Imre.)

Imre: Mmmmmm… Este tipo de veneno nunca lo había visto antes. ¿De que animal es? ¿De donde proviene?

Meshulam: Da la casualidad que cerca de la susodicha pared había una vieja edición de un libro llamado Lagrimas de demonios y ángeles. En el libro decía que ese tipo de veneno es proveniente de un pez llamado pez globo. Y sobre su procedencia, creo haber escuchado que hay muchos peces globos en el Japón.

Imre: Sea lo que sea, no nos servirá de nada por ahora. (Se lo entrega de nuevo a Gleockner. Pero lo mira de reojo por última vez.) ¿Pusiste algún tipo de señuelo?

Meshulam: ¿Cree que soy mi hermano mayor? Pues claro que lo hecho. Y estoy ansioso de ver si nuestra presa ha sido lo suficientemente idiota como para caer en el anzuelo.

Acto III

Acto III. Escena primera. Una última orden

Una noche con estrellas y una luna llena. Hay un camino de pie que da al patio del castillo. La naturaleza es escasa, solo se encuentran unos pocos matorrales. Entra Carbón, silenciosamente, cabizbajo y sin rumbo alguno. Repentinamente, un objeto en el suelo capta su atención: una moneda dorada con una espantosa cara a ambos lados.

Carbón: ¿Será esto suficiente para comprar comida, o… puede ser esto mi comida?

Una voz desconocida: Ninguna de ambas, porque no es tuya.

(Carbón levanta la mira y mira al cielo. Específicamente a la luna, y hay encuentra a quien le respondió. La luna, llena, ha tomado la cara de Devandra Gandagee. Carbón cae al suelo, estupefacto.)

Carbón: ¡Alteza! (Devandra le da una sonrisa.) No, no. Esto no es verdad. Tu no eres el rey, sino un demonio. ¡Un demonio que se hace pasar por mi rey! (Se levanta y alza sus brazos en protesta. Devandra se ríe.)

Devandra: Como puedo estar mintiéndote, si es que tienen en tus asquerosas manos una porción de mi tesoro. (Carbón mira la moneda y se da cuenta que es verdad. Se muerde las uñas por la tensión que siente.) Siervo mi, escúchame como yo tanto te he escuchado. Tus acciones han sido las correctas, pero no las mas necesarias. Debes cambiarte a ti mismo según mi voluntad, y serás recompensado con los tesoros que ninguno de tus ancestro pudieron si quiera ver. Sigue esta última orden, y serás mi siervo personal; superior a todos los demás.

Carbón: (Asintiendo con la cabeza.) Si, si. Lo haré. Todo sea por tu voluntad divina. Dime, dime que debo hacer. No quiero más moretones. Los que ya tengo han vuelto mi piel más negra de lo que ya es. Piedad, piedad. ¡Que es lo único que me queda!

(Cae un cuchillo plateado, un martillo de oro y una cuchara oxidada del cielo. Carbón salta del susto.)

Devandra: Con cada una de estas herramientas has de hacer una tarea. Tres, nada más.

Carbón: ¿Cuáles son?

Devandra: Todo a su tiempo. Empecemos por lo primero. Tu primera tarea es dejar indefensos a tus rivales. Para ello necesitaras solamente el martillo.

Carbón: ¿Pero como hacerlo? No he comido en días y no tengo fuerza ni para mover una roca.

Devandra: Pues, aliméntate, hijo mío.

Carbón: ¿Alimentarme de qué? No hay ningún ser vivo a la distancia.

Devandra: Yo sé donde hay uno. Uno vivo pero lastimado. Ese detalle estará a tu favor mientras ganas fuerzas.

Carbón: ¿Dónde? Dime, dime, dime. Tu siervo se muere de hambre a cada segundo. (Come el cuchillo y lo empieza a agitar en el aire.)

Devandra: Id por el camino contrario al vuestro hasta el sistema de cuevas más cercano. Entra a las profundidades y allí lo encontraras, desangrándose. Pero se rápido, siervo mío, que la noche se está acostando con rapidez.

Acto III. Escena segunda. Verdades que muchos hombres esconden

Habitación de Pierre II. El príncipe, agachado, llora al contenido de un maletín de cuero oscuro con broches de oro. Entra Plomes, sin previo aviso, con una botella de vodka en la mano. Plomes apenas que se puede mantener en pie. Pierre II cierra el maletín antes de que Plomes viera el contenido.

Plomes: (Riendo.) ¿A qué llora mi príncipe? ¿A las pocas monedas que le quedan tras gastarlas las demás para venir a este castillo de mierda? (Se aclara la garganta antes de continuar.) ¡Débil! ¡Débil! Coin, hijo de tu madre, eres un débil.

Pierre II: ¡Callaos, mierda hablante! ¿Qué sabes tú de mi? ¡Nada! No sabes nada sobre Pierre II Coin. Hijo de un verdadero hombre. No como tu, que eres posiblemente hijo de una puerca.

Plomes: (No haciendo caso a los insultos.) Eras. Eras hijo de un hombre. ¿Por qué ocultarlo más? Tarde o temprano todos se darán cuenta; y será ese momento en el que pueda agarrarte de la mancha y matarte a cachetadas. Así que, amado por nadie, ¿por qué vivir una vida gris?

Pierre II: (Todo rojo.) ¡Mentiras! Serpientes venenosas que salen por tu boca.

(Plomes se aproxima rápido; tanto, que no le deja a Pierre II reaccionar. Le da una patada brutal al joven, la cual le hace sangrar. Abre el maletín, mira el contenido por unos segundos, asombrado, y saca una cabeza decapitada.)

Plomes: ¡Hola, cadáver! Ya no tienes la lengua tan larga como para lanzarme tus ridículas indirectas. (Le saca la lengua al cadáver.) Mira, mira muerto, tu hijo hay tirado, maltrecho por un viejo que le triplica la edad. ¿Por qué te tomate la molestia de educar y alimentar a ese pedazo de carne podrida? Perdiste la vida y no valió la pena.

(Pierre se trata de levantar. Plomes le da otra patada en la cara, esta vez más fuerte. Pierre cae al suelo, inconsciente. Plomes tira hacía una ventana la cabeza. La ventana se rompe en miles de pedazos.)

Plomes: Adiós para siempre, cagada real. (Hace una reverencia a la ventana rota. Sale de la estancia lentamente; se le cae la botella apenas llegar ala puerta.) ¡Cachetes! ¡Puerco hablante! Quiero más vodkaaaaaaaaaaaa.

Acto IV.

Acto IV. Escena única. Ciertas monedas quemadas

Salón especial del castillo. Se encuentran Douglas IV, Imre Gaudí y Meshulam Gloeckner sentados alrededor de la mesa redonda. Sobre la mesa hay una moneda de oro grande. Entra Robert.

Robert: (Negando con la cabeza.) No los he encontrado en sus habitaciones, alteza. Especias anda desaparecida desde la noche anterior; Carbón ha desaparecido sin dejar rastro y Pierre II Coin se fue en la manaña sin decir más.

Plomes: Bueno, eso significa que estoy a solo un paso de uno de los tesoros más valiosos de este planeta. (Se gira hacía Imre.) Solo somos tu y yo, Gaudí. Aún no es tarde para rendirte y salvar tu pellejo.

Imre: ¡Ja! Como si fuera una criatura debilucha. El que debería estar rindiéndose eres tu, rey rebelde. Mi poder es más grande que el tuyo.

(Douglas IV los hace callar al darle un grave golpe a la mesa.)

Douglas IV: Ya es tiempo de que calléis sus bocas y escuchéis una vez por todas. Esto no es un juego. (Toma aire por un segundo.) Ayer, a la medianoche, tras discutir sin para con mi consejero, pudimos hacer nuestra decisión final. Ha de saber el ganador que el tesoro esta dentro de aquella puerta. (Señala a una puerta hecha de oro.) El tesoro son puras monedas, puesto a que mi no me gusta guardar diamantes. La cantidad de la cual hablamos es ochocientos cincuenta y ocho coronas noruegas lo cual puede ser traducido como ochenta mil libras esterlinas.

Plomes: Listo. Alemania entra en la lista. Con ese dinero podre construir catorce cañones… ¡Ay! (Douglas le toma de la oreja y se la araña.)

Douglas: Bueno, creo que ya todos tienen claro los detalles, por lo que anunciaré al ganador ahora mismo. (Agarra la llave dorada con las dos manos y se levanta. Robert le ayuda a caminar. Douglas mira a ambos competidores.)

(Imre Gaudí y Meshulam Gloeckner se levantan de sus puestos al mismo tiempo.)

Imre: Alteza, os agradezco todo lo que nos habéis brindado, pero ya estoy harto de esta farsa. Ya se ha terminado la ceremonia para mi y para usted también. (Saca una espada que llevaba escondida en la pierna.) No dejare que ese desperdicio de hombre se haga con tan asombroso tesoro.

(Robert saca también una espada, pero más pequeña. Se pone adelante del rey.)

Robert: ¡Mirad! ¡Maldita sea, mirad! Esto es lo que te ganas por tus estúpidos jueguitos..

(Robert calla. Imre le ha apuñalado en la garganta. El consejero cae al piso, desangrándose. Douglas IV y Plomes solo se limitan a ver.)

Imre: (Dirigiéndose a Plomes.) Después de ese anciano iréis voz. (Plomes le responde con una sonrisa.)

Meshulam: Señor, ¿dónde está el religioso que acompañaba al rey rebelde?

Imre: (Mira con putrefacción a Meshulam.) Nos hemos olvidado del puto enano…

(Se escucha un sonido explosivo. Meshulam cae al suelo, sin vida. Imre mira a una de las puertas, donde provino el sonido. Entra Cachetes a pasos lentos.)

Cachetes: (Mira a Plomes.) Señor, me disculpo por llegar tarde.

Plomes: (Sonriente.) Tu nunca me decepcionas. (Imre se le acerca, le pone el cuchillo sobre la garganta y lo arrastra hasta una esquina.)

Imre: (Con tono de alarma.) No te acerques, ni intentes maldecirme, religioso. La vida de tu señor está en mis manos.

Cachetes: (No le escucha. Se acerca a la puerta de oro.) Gran Señor, ¿por qué os comportáis de esa manera? No hay por que pelear, pues el tesoro se ha ido.

Imre: (Riéndose.) ¿Qué dices? Eso ni tiene el mínimo sentido. Tras esa puerta está el más grande tesoro.

Cachetes: (Le mira de reojo.) O la más grande decepción.

(Cachetes abre la puerta. Adentro hay un mar de fuego. En el fondo del lugar hay un gran agujero el cual era antes una pared. No se ve ningún rastro del tesoro, pero si a un indefenso y quemado Carbón. Sus cachetes están llenos de monedas. Todos se aproximan al lugar del incidente. Imre coge de la garganta a Carbón y lo alza. Carbón vomita las monedas.)

Imre: Respóndeme. (Escupe saliva al hablar.) ¿Quién lo hizo?

Carbón: (Da una horrible risotada.) Os habéis tardado mucho. Él, esa espantosa bestia humana, llegó antes. Os lo dije, pero todos ustedes son iguales que los otros hombres de estas tierras, fértiles y ricas. No importa que tipo de oro sea, ese demonio lo olerá y se lo tragara completico. (Vomita sangre mientras llora.) Y lo peor no es que se haya llevado el oro sino que se haya llevado la vida de la mujer obesa, del pobre príncipe, y más importante, de este hombre que… solo… quería…ser… libre. (Imre lo deja caer al suelo. Al caer, su cuerpo se convierte en polvo y se desliza hasta el agujero en la pared, donde se puede ver arboles quemándose y animales muriéndose.)

— Via Creepypastas

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