Caracol cónico

Asesinos del Zodiaco
Asesinos del Zodiaco

“Dicen que en Australia hay un especie de caracol que, si te inyecta su veneno, tienes el tiempo suficiente para fumarte un cigarrillo antes de morir”.

Así comenzaba la carta de un tal señor C, la cual, solo con esa frase, había absorbido toda mi atención. Sostenía la carta a pocos centímetros de mi rostro, y ahora que la tenía en mis manos era incapaz de seguir leyendo ¡Cuánto esfuerzo me costó encontrarla! Ansioso por buscar información de aquel terrible accidente (100 personas muertas sin ningún motivo aparente), me encontré con esta carta del único superviviente de éste, que había muerto unos días antes de mi llegada a aquel pequeño pueblo de Australia.

Parecía que el pueblo quería deshacerse de la carta, que quedó abandonada en la habitación, como un cadáver podrido, donde el señor C murió. No podía creerme que yo, un periodista que nunca creía en esas supersticiones, me asustara de lo que el escrito pudiera contener. Pero entonces me convencí de que un periodista que empieza un trabajo debe continuarlo hasta el final. Totalmente dispuesto a seguir leyendo, me senté en la cama de mi habitación y comencé a sentir ese placer que siempre me había provocado seguir el ritmo de las palabras.

“Dicen que en Australia hay un especie de caracol que, si te inyecta su veneno, tienes el tiempo suficiente para fumarte un cigarrillo antes de morir”. Volví a leer en voz alta, como si intentara convencerme de que únicamente eran unas letras escritas en un papel. Aunque todavía hoy no puedo evitar que me dejen sin habla.

“En Australia —continuaba la carta— hay un especie de caracol, el caracol cónico (conus magus), de los que hay algunas razas que son capaces de matar a una persona en poco tiempo. Estos caracoles constan de una especie de sifón, un especie de cañón biológico que lanza un dardo cuando el caracol detecta a una víctima en su radio de acción. En realidad, este dardo es una especie de diente que al clavarse en la carne de su presa libera una poderosa toxina, la cual actúa como relajante muscular. El relajante funciona con tanta eficacia que los individuos son incapaces de mover el diafragma para respirar, por lo que mueren poco tiempo después de que se les inyecte el veneno.

Uno de los lugares donde se pueden encontrar en abundancia es en la gran barrera de coral de Australia, por lo que únicamente suelen suponer un riesgo para los submarinistas que desean coleccionar sus conchas. No obstante la corriente puede arrastrar algunos de ellos y llevarlos hasta la costa.

Cuando ocurrió, me encontraba en las famosas playas de Australia, disfrutando de un tiempo, que a pesar de los pronósticos, había resultado ser excelente. Hubo lo de siempre, un aviso de tiburones, y otro de medusas. Un escalofrío me recorrió al escuchar esa voz en la radio, que hablaba con un tono demasiado cordial para tal tema. Pero al instante invadió otra vez el placer, al recordar que por fin estaba solo en la habitación del hotel con mi amada. Sentía el sabor de su carne en mis labios, un calor intenso, pero agradable, se extendía por mi cuerpo que rozaba con suavidad el suyo. Le dije que se quitara el anillo de boda, para poder sentir el contacto de todo su cuerpo, y me sentía complacido al notar que su dedo mostraba unas débiles marcas. Más tarde esas marcas de recién casada se convertirían en los profundos surcos de una esposa, pensaba, con placer.

Cuando salió el sol sentí un intenso deseo de quedarme en la cama, pero le había prometido que visitaríamos las playas de ese maravilloso país. La playa, entonces, no estaba repleta de turistas, sola había surfistas montando las olas, era la hora perfecta para disfrutar de la tranquilidad del mar. Ella me susurró, con un hilo de voz, que nos marcháramos al lugar de la playa más solitario, y yo no pude negarme.

Nos fuimos a una pequeña parte de playa situada entre dos acantilados, donde las olas apenas alcanzaban los 50 centímetros. Ella se fue a bañar en el mar, yo me quedé tumbado en la arena, y encendí un cigarrillo. Mientras contemplaba como ella se iba internando en el mar, yo me distraje con en exótico humo que salía de mi puro. Sin darme cuenta, ese lugar que parecía tan solitario, acabó repleto de gente, no entiendo por qué tantos bañistas se decidieron por ir allí, aún ahora intento comprenderlo.

De repente, la cortina de humo que me rodeaba se disipó, y vi a mi amada tumbada en la arena, alrededor había muchos turistas. Alarmado me acerqué corriendo, pero un hombre me detuvo a medio camino, negando con la cabeza. Entonces me percaté de que mi amada tenía una pequeña marca en el tobillo. Apenas recuerdo lo que me explicaron entonces, solo después los forenses me pudieron dar a entender lo que, por no llamarlo de otra forma, diré que fue un “accidente”.

Recuerdo que, como pensé que no tenía otra cosa que hacer en la angustia que me consumía mientras veía cómo todos se aglomeraban alrededor de mi amada que yacía tumbada en la arena, creí que de seguro había un médico cerca y que el hombre que me detuvo sabía lo que hacía: así pues, para relajarme me fumé otro cigarrillo. Cuando me lo terminé, noté que había un extraño silencio. Todavía algo conmocionado, miré alrededor: todos estaban muertos…”.

— Via Creepypastas

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