Campamento para gordas: II

El Puente Negro
El Puente Negro

Después del primer par de días, conservar la noción del tiempo se volvió difícil. Se nos mantenía esposadas a nuestras camas, éramos rociadas una vez al día y se nos ofrecía los desperdicios cada vez más repugnantes como única fuente de comida. Logré resistir por un tiempo, pero me encontraba débil y hambrienta, y finalmente le di un bocado a lo que apenas pasaba como una hamburguesa de pavo.

El olor a carne podrida hizo que mi cabeza ya mareada diera vueltas y el sabor me hizo atragantarme, propagándose al reverso de mi lengua como un castigo extendido. Me lo tragué con lágrimas en los ojos y bebí desesperadamente el agua de la cubeta como si eso pudiera ayudar a enjuagar el sabor y el recuerdo.

—¡Aw, qué bien, cariño! —dijo Ashley—. ¿No es un sentimiento muy genial el solo comer cuando debes hacerlo? ¡Tener ese nivel de autocontrol es muy importante! ¡Estoy orgullosa de ti, señorita Natalie!

A Gloria no le había ido muy bien. Cuando intentó tragarse el pescado —el cual olía como vertedero ahumado—, tuvo arcadas y luego vomitó bilis espumosa sobre el piso entre nosotras.

—Cielo Santo, ¡mira qué cerdita tan desastrosa eres, señorita Gloria! Bueno, supongo que no tenías tanta hambre después de todo.

Gloria gruñó y alejó su mirada de Ashley. Había estado tan llena de ferocidad al principio, pero mientras más tiempo permanecíamos cautivas ahí, más se desvanecía. Ya no seguíamos discutiendo planes de escape ni lo que les queríamos hacer al personal del campamento una vez que estuviéramos libres. Hablar requería energía que carecíamos severamente. Tan solo el tratar de mantener coherencia en mis pensamientos se estaba volviendo más difícil.

Mis brazos siempre dolían, flotando entre un entumecimiento frío y un ardor que me sacaba una mueca de dolor siempre que me movía. Me encontraba pegajosa por sudor viejo y desperdicios corporales, y el colchón húmedo debajo de mí apestaba a ambas cosas. Insectos, atraídos por el hedor, zumbaban por todos lados a mi alrededor y cada parte de mi cuerpo me picaba bajo la capa de mugre. Quería mudar mi piel, arrastrarme por debajo de ella y quemarla, con la certeza de que nunca estaría verdaderamente limpia de nuevo.

Debimos de haber pasado más o menos la primera semana de esta forma; inmóviles y miserables. Comencé a pensar que quizá eso iba a constituir la totalidad del campamento, y casi me resigné ante un mes y medio completo de no hacer nada más que fermentarme en mi propio excremento. «Has de estar tan orgullosa, mamá», pensé una noche cuando no podía dormir porque no había comido en un tiempo. Quería sentirme molesta, pero sentir cualquier cosa más allá de la desesperanza y el hambre constante y corrosiva requerían simplemente demasiado esfuerzo.

—¡Ya amaneció, mis cerditas! —Se precipitó Ashley en la cabaña una mañana, aplaudiendo y gritando con voz cantarina—. ¿Quién quiere ir a nadar?

Cuando Ashley le quitó el seguro a las esposas y se cayeron de mis muñecas, pensé que quizá estaba soñando. La sangre acelerándose dolorosamente hacia mis manos pálidas disipó esa idea. Me obligué a mí misma a sentarme, tiesa y adolorida, y miré a las otras chicas a medida que se levantaban también. Había un humor de renuencia suspendido en la habitación, como si estuviéramos esperando al remate de un chiste que solo Ashley podría pensar que era gracioso.

Pero se quedó parada en el marco de la puerta con su postura favorita de manos sobre caderas, sonriente. Siempre sonriente.

—¡Ustedes en verdad tienen una manera extraña para demostrar su emoción! ¡Vamos, mis cerditas, andando! —Cuando nadie se movió de sus catres, ella suspiró y rodó sus ojos teatralmente—. ¿No quieren ir? ¡Sé que tener que levantarse de sus culos inmensos es algo aterrador! ¡Sé que ejercitarse más allá de desenvolver una barra de caramelo es arduo! ¡Pero ese es el motivo por el cual están aquí: para aprender que ser holgazanes no es aceptable! ¡Última oportunidad, cerditas, andando!

Decepcionada por nuestra vacilación prolongada, se inclinó hacia afuera de la puerta y agarró algo: una vara larga de metal con una empuñadura de goma. En el extremo opuesto, el cual exhibió claramente para que pudiéramos verlo, había dos cilindros de metal protuberantes.

—¿Saben lo que es esto, chicas? —Deambuló entre las camas, balanceando la vara de forma casual—. ¿No? ¿Ninguna de ustedes lo sabe? Cerditas tontas. Supongo que es mejor enseñarles que contarles.

Se detuvo al pie de la cama de Inez y la chica se ovilló contra la cabecera. Inez era la más grande de nosotras, de voz suave y gentil. No la había escuchado decir mucho desde el primer día; solo llorar. Pero ahora estaba balbuceando que iba a ir, que amaba nadar, que se disculpaba.

Ashley se relajó, asintiendo con una sonrisa tranquilizadora, y luego presionó la vara contra el centro del pecho de Inez. Hubo un estallido brusco de electricidad e Inez gritó y cayó sobre su espalda con sus manos presionadas en su pecho.

—¡Oh, no seas tan dramática, señorita Inez! Es un arreador para ganado de bajo voltaje. ¡Bueno, para cerditas! ¿No te sientes motivada?

Inez resopló y asintió una vez.

—¡Bien! ¡Entonces saquemos por la puerta esa inmensa bola de grasa que tienes por cuerpo y bajemos al lago! ¡Andando, chicas!

Inez fue la primera en ponerse de pie, oscilante, y luego el resto de nosotras seguimos su ejemplo. Me aferré a mi cabecera y me levanté, pero descubrí que mis piernas estaban temblorosas, bordando en lo inestable. El mareo amenazó con tirarme de vuelta hacia abajo, pero le tenía demasiado miedo a Ashley y a su arreadora para cerditas. Con una gran medida de concentración, me obligué a poner un pie frente al otro y me puse en fila junto a las demás.

Se nos apresuró, trastabillando y parpadeando ante la luz del sol hostil, bajando hacia el lago. «¿Podría darme a la fuga?», reflexionaba mirando hacia los árboles. Parecían estar tan imposiblemente lejos, y me sentí demasiado letárgica. El solo caminar estaba demostrando ser casi un reto, ni siquiera podía imaginarme cómo lograría hacer más. Ashley prácticamente iba dando saltos a nuestro lado, cantando alguna canción de campamento sobre divertirnos y hacer amigos.

En la orilla del lago, fuimos recibidas por otras dos consejeras, Shauna y Megan, quienes nos saludaron con entusiasmo y nos gesticularon que las siguiéramos hasta el muelle e hiciéramos una línea frente a ellas. Ashley nos pinchaba amenazadoramente con su arreadora si pensada que estábamos yendo demasiado lento.

—¡Hola, chicas! —Shauna nos enseñó su sonrisa radiante—. ¡Estoy demasiado emocionada con que estén aquí! Oh por Dios, ¡hemos planeado una actividad muy divertida para ustedes!

—¡Así es! —se sumó Megan—. ¡Se llama Avistaje de Ballenas! ¿Quieren oír cómo se juega?

Cuando no respondimos, Ashley enterró la arreadora bajo el brazo de Morgan y presionó el gatillo.

¡Zap!

Morgan colapsó encima de mí con un llanto y casi caíamos de espaldas hacia el agua. Shauna esperó hasta que habíamos recuperado nuestro balance para continuar.

—¡Bueno, entonces es así como funciona! ¡Ustedes, las ballenas, se van a meter al agua y van a flotar, flotar, flotar! Nosotras somos las observadoras. Nos sentaremos en el muelle y, exacto, ¡observaremos!

—¡Pero esta es la parte divertida! —dijo Megan—. La primera persona que se canse y necesite ser sacada, ¡recibirá cinco pinchazos de la arreadora para cerditas de Ashley! Cada persona que siga recibirá un pinchazo menos hasta que solo quede una de ustedes en el agua. Esa persona no recibirá la arreadora; ¡recibirá un rico tazón de ensalada fresca! ¿No suena divertido?

Las tres consejeras nos animaron enérgicamente y nos pidieron que nos diéramos la vuelta y que viéramos hacia el agua. Recordé haber pensado cuán bonito me había parecido el lago al llegar con papá, y cómo había estado ansiosa por ir a nadar. Ahora estaba parcialmente convencida de que me iba a ahogar. Fuimos arrojadas con gritos de aliento trazando nuestro descenso.

El agua estaba fría y profunda y envió un choque a lo largo de mi sistema. Ashley y las demás estaban sentadas en la orilla del muelle, meciendo sus piernas. En ocasiones, pateaban el agua hacia nosotras, riéndose en todo momento.

—¡No bajes la velocidad, Diana! ¡No te desharás de tu grasa de ballena con solo quedarte flotando ahí!

—¡Eres una ballena, no un madero! ¡Sigue pataleando!

—Aw, miren a mis cerditas pequeñitas. ¡Naden, naden, naden! ¡Estoy tan orgullosa de ustedes!

No tomó mucho para que mis pulmones empezaran a arder por el sobreesfuerzo. Mis brazos y piernas se sentían pesados, incluso estando sumergida, y mantenerme en movimiento me costó cada gramo de fuerza que tenía. La fatiga que había sentido antes se estaba volviendo más densa; un manto de agotamiento que amenazaba con arrastrarme hasta el fondo. Aparte de mí, las braceadas de Gloria empezaron a convertirse en sacudidas y veía a su cabeza hundirse peligrosamente. Se sumergió una vez, regresó a la superficie, pero luego se había sumergido de nuevo.

Estaba luchando por respirar, tosiendo, y sus manoteos se estaban tornando frenéticos. La escuché gritar por ayuda antes de sumergirse una vez más. Quería ir hacia ella, pero la advertencia de que una persona ahogándose simplemente te jalará con ella hizo eco en mis oídos.

—¡Ayúdenla! —chilló Diana, lo cual tuvo un efecto dominó y todas comenzamos a gritarles para que hicieran algo.

Después de un minuto de escuchar nuestros pedidos de auxilio, Shauna se puso de pie con pereza y se paseó hasta el tubo en donde estaba colgado el salvavidas.

—¿Estás segura de que quieres esto, Gloria? ¡Si te rindes ahora, serán cinco pinchazos!

—¡Alguien tiene que ser la primera! —dijo Ashley, apuntándole la arreadora a Gloria—. ¡Lánzale el salvavidas!

—¡Bueno, pues!

El salvavidas aterrizó con una salpicadura a un lado de Gloria. Ella lo agarró y lo atrajo a su cuerpo, aferrándose a él bajo un temor desesperante. En todo momento, mientras las consejeras la arrastraron por medio de la soga del salvavidas, Gloria nos observó, pálida y temblorosa.

Después de que había sido halada hasta la orilla, Ashley la secó con una toalla y la condujo al muelle de nuevo para que estuviera parada enfrente de nosotras.

—¿No fue patético, cerditas? ¡Apenas treinta minutos y Gloria se permitió rendirse! ¡Apuesto que habría durado más tiempo si el premio hubiera sido una hamburguesa doble con queso!

Mientras las consejeras reían, los labios de Gloria tiritaban. Reconocí la vergüenza, exhibida tan desnudamente por su rostro, y fui capaz de sentir su pesar. Mientras seguíamos flotando, ellas la reprendían y le gritaron insultos, cada uno de los cuales fue enfatizado por la arreadora. Una vez que había acabado, Gloria se hundió hasta sus rodillas y enterró su rostro entre sus manos.

—¡No estamos haciendo esto porque queramos herirlas! —dijo Ashley dándole palmadas a Gloria en la espalda—. Solo les estamos dando amor rudo para que puedan convertirse en las versiones de ustedes mismas más felices y saludables. Por debajo de todos los rollos y las estrías, hay niñas hermosas que están esperando a ser liberadas. Estoy segura —añadió con compasión—, pues hubo un tiempo en el que nosotras solíamos ser como ustedes. Entendemos que cambiar no es fácil. ¡Especialmente cuando se han permitido convertirse en vacas tan feas y malsanas! Pero estamos aquí para ayudarlas, al igual que alguien más nos ayudó a nosotras.

Dejaron que Gloria se moviera al final del muelle, en donde podría sentarse a solas y llorar, mientras ellas retomaban su Avistaje de Ballenas.

Inez fue la siguiente en ser sacada, y luego Diana y Morgan. Cada vez, les dieron el mismo tratamiento que le dieron a Gloria, y las consejeras parecían deleitarse con ello cada vez más. Los pinchazos eran inferiores en cantidad, pero de mayor duración, y cuando el castigo de Morgan había sido completado, estuve segura de haber podido oler carne chamuscada.

Quedando solo dos de nosotras, Ashley se agachó y aplaudió:

—¡Estoy muy orgullosa de ti, señorita Natalie! ¡De ti también, señorita Gracie! En verdad están demostrándoles a estas otras bestias de jamón cómo es que se hace.

Grace y yo intercambiamos miradas de preocupación. La única cosa que me había mantenido a flote era la amenaza de la arreadora, pero incluso eso estaba comenzando a ser insuficiente. El agua se sentía espesa, más difícil de atravesar, y mis brazos particularmente me gritaban que me detuviera. Podía sentir al lago tratando de succionarme hasta el fondo y sabía que no transcurriría mucho antes de que no pudiera impedirlo.

La primera vez que mi cabeza se sumergió, logré resurgir al instante, pero cuando me hundí de nuevo, fue más difícil encontrar mi camino de vuelta hacia la cima. Desgarraba el agua como si fuera a encontrar algo en lo cual me pudiera sostener. Grace colocó algo de distancia entre nosotras cuando notó que había empezado a luchar, aunque pude escucharla llamándome, diciéndome que continuara. Pero ya no podía.

Tan pronto como sentí que el último gramo de fuerza se había esfumado, el salvavidas aterrizó enfrente de mí. No quería agarrarlo, no quería volver a la orilla —hacia Ashley y su arreadora para cerditas—, ¿pero qué elección tenía? Arrojé un brazo exhausto alrededor del salvavidas y dejé que me arrastraran.

Estaban actuando muy parlanchinas cuando me secaron, diciéndome que estaban impresionadas de que alguien tan gorda pudiera haber durado en el agua por tanto tiempo.

—¡Debe de ser hipopótamo en vez de cerda! —se burló Ashley y todas se rieron.

Al igual que habían hecho con las demás, fui llevada hasta la parte baja del muelle y me hicieron pararme enfrente de Grace, quien se las había arreglado para seguir a flote pese a que podía notar que persistir casi la estaba matando.

—¡Señorita Natalie, lo hiciste muy bien! ¡Una hora y catorce minutos, no puedo creerlo! —comentó Ashley efusivamente por encima de mi hombro—. Claro, para una persona normal, eso no es mucho tiempo; pero para alguien como tú, ¡vaya! Sin embargo, solo quedaste en segundo lugar. Ya sabes lo que eso significa.

Ni siquiera tuve tiempo para estremecerme. Solo me enterró la arreadora en la espalda y presionó el gatillo. Cada músculo se tensó a un mismo tiempo y no me pude mover más. Estuve atrapada dentro de mi propio cuerpo, fijada en esa posición por Ashley y su arreadora, incapaz de hablar o siquiera de pensar. Me mantuvo ahí hasta que me comenzó a arder, momento en el que me la quitó de encima y me permitió desplomarme en el muelle.

Ayudaron a Grace a llegar a la orilla y la secaron, haciendo todo un gran espectáculo para presentarle su tazón de ensalada fresca, el cual había sido traído por Tara. El panorama de los tomates cherry redondos y rojos y la lechuga crujiente fue suficiente para hacerme agua la boca. Nunca había deseado algo tanto como quise tener esa ensalada. Las otras chicas se aglomeraron más de cerca, y mantuvimos nuestras miradas en un trance de fascinación y añoranza. Grace abrazó el tazón contra su estómago y alzó el tenedor hasta su boca.

Le dio un bocado antes de que Ashley se lo sacara de las manos y lo pateara hacia el lago.

—¡Quiero que saborees ese bocado, Gracie! ¡Recuerda cuán delicioso e increíble fue! ¡Los vegetales deberían ser tu comida favorita! ¡Cuando te dé hambre esta noche, piensa en la ensalada, en lo bien que sabía, y en cuánto deseaste poder habértela terminado! Hoy han hecho un buen trabajo, chicas. Ahora hay que regresarlas a sus catres para que puedan descansar un poco.

Ashley, Shauna y Megan nos arrearon de vuelta a la cabaña, empujándonos para que aceleráramos el paso a pesar de cuán cansadas nos encontrábamos. Si había creído hace unas horas que iba a ser difícil escapar, ahora se había vuelto imposible. Cada nervio de mi cuerpo aún me cosquilleaba por la descarga. Mis brazos colgaban inútilmente y mis piernas apenas querían cargarme. Mi cabeza zumbaba por el hambre y la sed y la necesidad de una siesta sólida y reparadora. Ninguna de nosotras protestó a medida que regresábamos a nuestras camas —cuyos colchones habían sido volteados— y fuimos esposadas de vuelta a nuestros lugares. Estábamos demasiado agotadas.

Ashley sonrió desde la puerta con una mano en el interruptor de la luz.

—Descansen, mis cerditas pequeñitas. Mañana aprenderemos a dejar ir el peso muerto.


Subido por: Naaga

— Via Creepypastas

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