Árbol Rosado

Allá afuera
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Había una vez un chico que vivía en una casa normal, con un patio normal, una recámara normal y una vida normal. Nada que lo distinguiera de los otros chicos en su cuadra. Bueno, casi nada. Entre el mar de cosas normales, existía una cosa que lo distinguía: en su patio trasero, su familia había plantado un árbol, un árbol rosado.

El chico se sentía orgulloso de su arbolito, aunque estuviera tan chiquito y frágil que no se podía trepar en él. Plantó el arbolito con la ayuda de su padre, y su madre le enseñó a cuidarlo, a regarlo constantemente y tratar de ponerle abono de vez en cuando.

El chico presumía de su árbol a sus amigos, y les contaba de sus sueños sobre este creciendo, alcanzando un gran tamaño. Le encantaba jugar alrededor de él, y cuando caía la tarde, veía el atardecer a la sombra de su tronco y de sus ramas. Siguió creciendo, robusteciendo, con sus hojas rosas aumentando, agitándolas al aire.

El chico empezó a crecer, y mientras crecía, se le hacía más y más difícil cuidar a su árbol. Su vida también se complicaba, y cosas como las novias y la escuela lo mantenían distraído. De todos modos, al final del día, encontraba el tiempo y la voluntad para regar el árbol y mirar el atardecer debajo de su sombra.

Al tiempo de cumplir los 18 años, se convirtió en hombre. Listo para marcharse de su casa, pensó en su árbol. El roble, todavía creciente, le era fiel desde su infancia. Pensó por largos días y largas noches, hasta que lo inesperado pasó. En el día del aniversario de sus padres, ellos se fueron a celebrarlo a un baile fuera de la ciudad. El joven, dudando entre si debería irse de casa para estudiar o trabajar, se quedó esperándolos.

Esa noche, ellos no volvieron. A la mañana siguiente, él se percató de esto. Un oficial vino a su casa y loencontró regando su árbol en el patio. “Qué pasa oficial?”, le preguntó volviéndose.

“Oye, muchacho, ¿tú eres el hijo de Alberto y Brooke Campos?”

“Sí lo soy, pero no están desde ayer. Si quiere, puede dejarles un recado.”

“¿Entonces no te has enterado?”

El joven miró al policía confundido y a la vez con miedo. Comprendía la situación poco a poco.

“Ayer por la noche, estaban pasando por una carretera junto a una alta montaña. Se cree que el conductor perdió el control del carro cuando se cruzaron con el auto de tus padres en dirección contraria. Los encontraron en el fondo del barranco algunas horas después de que algunos testigos reportaran el accidente”, declaró el policía solemnemente.

Después de asegurarse de que el joven estuviera bien, se marchó. En ese instante, él decidió quedarse en esa casa, tratando de honrar a sus padres, que se la dejaron. En especial, no quería abandonar aquel árbol que le recordaba tanto a sus padres.

Los años pasaron, el joven tuvo que trabajar y estudiar cerca, y aunque fue duro, continuó cuidando de su árbol. El árbol obtuvo un gran tamaño, y daba ya mucha sombra en el patio. El joven disfrutaba todavía pasar el rato entre sus raíces cuando podía, y hasta se quedaba dormido, apoyado contra su olorosa corteza, durante el verano.

Con el paso del tiempo, encontró el amor y se casó. Convenció a su esposa de tener su boda en el patio, y se casaron bajo de la sombra de ese árbol.

Ya todo un hombre, siguió disfrutando de su vida. Aunque esta fuese tan aburrida y sin color, él tenía su árbol, que le daba color al mundo. El hombre amaba mucho a su esposa también, y compartía su afición por el árbol. Tristemente, su esposa era estéril, y no le pudo dar hijos con los cuales ser feliz. Pero vivían felizmente bajo la sombra de su amado roble.

Los años pasaron, y ellos envejecieron juntos. En un día como cualquier otro, la esposa decidió ir a visitar a una amiga. El hombre la despidió diciéndole, “Te amo”. Ella le respondió lo mismo y se fue en su auto. Fue la última vez que la vio.

Horas después, por la tarde, en la televisión transmitieron lo que había acontecido en un accidente automovilístico: las imágenes de un cuerpo –su esposa– siendo cargado, apartado del desastre.

Él empezó a sollozar. El mundo jamás se vistió de tanto gris. Lo único que el hombre podía ver animado por el color eran los pétalos de su planta más preciosa, las hojas de su árbol.

Pensamientos tristes se movían rápidamente en su cabeza. La vida ya no valía nada. Todas las personas cercanas a él habían sido arrancadas de este mundo. Trató de controlarse, pero en un rincón de su mente una voz le decía: “Eso es todo. Ya no vale vivir.”

Fue a su cochera. Cogió una escalera y una cuerda. Se subió a su árbol. Viendo al sol, notó que ya casi se metía. Ató la cuerda a una de las ramas más grandes; quería que esto fuese efectivo y no solo un atentado. Se hizo una horca y se la puso al cuello, amarrándola fuerte. En ese momento, respiró profundamente, y saltó…

Lo último que vio al ahorcarse violentamente fue el atardecer en todo su resplandor, junto a las hojas que caían de su árbol rosado.

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— Via Creepypastas

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